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Ecofeminismo
Greenham Common: las mujeres que se abrazaron a la base
En septiembre de 1981 una treintena de mujeres de la organización galesa Women for Life on Earth (Mujeres por la vida en la Tierra) acamparon junto a la base militar RAF Greenham Common (en el condado de Berkshire, Inglaterra) para protestar contra el uso de armamento nuclear y la propia instalación, que custodiaba cerca de un centenar de este tipo de misiles. Desde entonces, y hasta el año 2000, cuando se levantó el campamento, llevaron a cabo numerosas acciones de protesta a la vez que conseguían mantener en el tiempo una estructura organizativa y de lucha muy inspiradora.
En Greenham Common se congregaron miles de personas en algunas de sus acciones más significativas. En mayo de 1982, 250 mujeres bloquearon por primera vez la base impidiendo la salida de camiones con misiles destinados a un campo de pruebas y entraron en ella disfrazadas de osos de peluche. Al finalizar el año, 30.000 personas participaron en la acción Embrace the base (Abraza la base), mientras sujetaban espejos que devolvían su reflejo a los militares y colgaban de la valla cintas, juguetes o fotografías. Fueron convocadas a la llamada de “invita a diez amigas”, en una exitosa cadena de correo postal. Unos meses después, 70.000 manifestantes hicieron una cadena humana para unir la instalación militar con la fábrica de municiones de Burghfield, a 23 kilómetros de distancia.
Las mujeres del campamento Greenham Common fueron una fuente de inspiración que tuvo réplicas en otros lugares de Gran Bretaña y Europa, convirtiéndose en un símbolo de la lucha pacifista. Hasta allí llegaron mujeres que habían vivido el horror de las bombas nucleares en Hiroshima y Nagasaki y de allí salieron otras que destinaron sus días a paliar los efectos de las guerras en otros lugares. Sin embargo, explica la artista e investigadora-docente en la Universidad de Murcia, Verónica Perales: “Las acciones que llevaron a cabo las mujeres en Greenham Common tuvieron impacto mediático, pero no tanto como cabría esperar para una acampada de estas dimensiones y duración; es evidente que hubo un intento por acallar e infravalorar sus manifestaciones”. Así, “algunos de los comentarios que aparecieron en prensa infantilizaban sus acciones, adjetivos como alegres titiriteras (cheerful puppeteers) y otros similares, muestran que no convenía dar valor a sus discursos”, explica Perales. En el ámbito político también fueron descalificadas. Margaret Thatcher, por ejemplo, que por entonces era primera ministra británica, dijo del campamento que era una “excentricidad”.
El desprecio no impidió, sin embargo, que sus acciones fueran respondidas por la policía con detenciones y violencia, aunque sus protestas siempre fueron pacíficas. Hubo juicios y algunas mujeres pasaron algún tiempo en prisión. Los testimonios recogidos reflejan que en las dos décadas que estuvieron acampadas, se vivieron situaciones realmente difíciles. The Guardian publicó en 2017 entrevistas a algunas de las mujeres acampadas en las que relatan las duras condiciones de vida en el campamento bajo el acoso policial, sufriendo insultos y agresiones, en un clima frío y húmedo y sin electricidad o agua potable. Los desalojos eran constantes y, si no eran rápidas recogiendo el material, éste caía en manos de la policía que nunca lo devolvía.
Estos testimonios permiten conocer a mujeres diversas que decidieron dedicar un tiempo de sus vidas a conseguir la paz en el mundo, convirtiendo su indignación en un movimiento transformador de empoderamiento colectivo. Desde aquellas que lo dejaron todo a las que “tenían maridos que jugaban al golf” y no estaban preocupados porque sus mujeres estuvieran en el campamento “porque no había hombres”. Para muchas de estas mujeres el campamento fue un espacio de aprendizaje continuo. A pesar de los posibles roces de convivencia y los diferentes enfoques, en todas las entrevistas se reconoce lo increíble que fue para sus vidas participar en esta experiencia que les permitió valorar de forma diferente sus propias capacidades y el poder de sentirse parte de una comunidad.
El campamento era no-mixto, integrado exclusivamente por mujeres. Esta cuestión fue una de las más destacadas por los medios de comunicación, reflejando, señala Verónica Perales “los prejuicios sobre las capacidades de organización y actuación de un grupo compuesto exclusivamente por mujeres”. Evidentemente, visto el éxito en sus convocatorias y duración en el tiempo, tales prejuicios eran infundados. Marta Monasterio, de la cooperativa Pandora Mirabilia, también destaca su composición no-mixta y la clara intención de explorar las posibilidades de unas formas de organización y protesta que, de haber sido un campamento mixto, hubieran sido diferentes. Además, el rol de cuidadoras y madres justificaba su decisión: asegurar un planeta en el que pudiesen vivir sus hijas e hijos, que en ocasiones estaban con ellas en el campamento. De esta manera las mujeres estaban en primera línea y los hombres apoyando en la retaguardia o, dicho de otra manera, cuidando de los hogares y llevándoles comida y provisiones.
La creatividad en sus acciones de protesta fue otro de los rasgos característicos de Greenham Common. Además de tener un enfoque pluridisciplinar, las intervenciones eran normalmente colectivas. El lenguaje artístico era una herramienta poderosa para trasladar sus reivindicaciones. Servía para reforzar el simbolismo de sus intervenciones y también era una forma de darles seguridad y rebajar tensión. Así, era frecuente que cantarán mientras realizaban sentadas y bloqueos. En otra ocasión celebraron la llegada de un nuevo año bailando en en las instalaciones militares.
La cooperativa Pandora Mirabilia ha recogido en su colección “Cuentos propios” la historia de Greenham Common en un precioso relato que permite a las generaciones más jóvenes conocer este referente del ecofeminismo actual. Verónica Perales nos recuerda que “Greenham Common y en general las revueltas feministas de los ochenta tuvieron un fuerte impacto social y sin lugar a dudas son referente activista. Pero no fue gracias a los medios hegemónicos, sino al eco y la reverberación del mismo movimiento feminista”.
Cuando en 1987 Mijaíl Gorbachov y Ronald Reagan firmaron el Tratado sobre Fuerzas Nucleares de Rango Intermedio y se comenzaron a retirar los misiles de la base, hubo quien dijo que el campamento no había servido de nada. Más allá de lo falso de esta afirmación en cuanto a las reivindicaciones antimilitaristas, lo cierto es que debemos considerarlas uno de los referentes de la práctica ecofeminista. Tenemos que reconocer y dar a conocer a estas mujeres que durante veinte años acamparon en el bosque de Berkshire y, finalmente, consiguieron arrancarlo de la maquinaria de la guerra y devolverlo a sus habitantes.