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Ecofeminismo
El 8 de marzo, vaciemos los hogares y los centros comerciales
Para el ecofeminismo, la huelga está llena de sentido. Este sistema que se apropia de nuestro trabajo y de la naturaleza nos necesita irremediablemente para funcionar; si nosotras paramos, el mundo se para.
Muchas mujeres, desde muchos lugares, sabemos que se acerca un día importante. Llevamos tiempo preparándonos: para hacer frente a los retos de un momento histórico que nos apela y nos atraviesa de las formas más diversas, a la conciencia cada vez mayor de nuestras opresiones y de nuestro potencial de empoderamiento, de las posibilidades de la sororidad y del “hacer manada” que hemos aprendido y puesto en práctica durante largo tiempo. Somos cada vez más conscientes de nuestra capacidad de ser artífices políticas de nuestro destino colectivo, de la necesidad de que no hablen por nosotras.
Hacemos huelga para vaciar nuestros puestos de trabajo asalariado, esos en los que se nos paga y se nos respeta menos que a los hombres, en los que sufrimos doblemente la precariedad. Esos empleos en los que además se sigue reproduciendo un sistema productivo y especulativo neoliberal plagado de lógicas patriarcales que la entrada de las mujeres no ha logrado todavía subvertir.
Queremos vaciar las aulas, esas en las que no solo las mujeres nos vemos obligadas a levantar la voz más de lo necesario para que nuestra versión de la realidad sea tomada en serio. En ellas, sufrimos acoso y aguantamos comentarios misóginos de señores que tienen un poder desmedido sobre nuestras carreras, y además son el lugar en el que se reproduce un modo de pensamiento hegemónico patriarcal, colonial, antropocéntrico que apuntala la dominación de nuestros cuerpos, vidas, territorios y de la naturaleza que nos sostiene.
Queremos vaciar los comercios en los que el capitalismo da rienda suelta a su locura biocida, en los que el consumo se desliga de la resolución de necesidades y del objetivo de vivir vidas buenas. Se convierte en un motor de insatisfacción constante; donde campa a sus anchas el imperativo de cumplir con unos estereotipos de belleza que nos enferman. Esos comercios que llenan sus estantes y sus perchas del trabajo esclavo de personas de territorios lejanos y, cada vez más, también cercanos. Estantes repletos de materiales que justifican un extractivismo salvaje y que ponen en jaque la continuación de nuestra propia existencia y daña irreversiblemente la naturaleza que nos da cobijo.
Por último, sabemos que una huelga feminista debe vaciar de trabajadoras los hogares. Y también sabemos que seguramente esta sea la parte más compleja de todas. El sistema capitalista, basado en la apropiación de una ingente cantidad de trabajo invisibilizado hecho por mujeres, hará grandes esfuerzos para que ese día la maquinaria productiva siga en marcha a pesar de nuestra ausencia. Sin embargo, previsiblemente no tomará la responsabilidad del sostenimiento de las vidas vulnerables y necesitadas de cuidados que se desarrollan en la intimidad de los hogares, y por eso se han ideado diversas formas de apoyar la huelga para quien no puede abandonar esas tareas.
Con esta huelga queremos demostrar que si nosotras paramos, el mundo se para. Este sistema se apropia de nuestro trabajo y de la naturaleza porque los necesita irremediablemente para funcionar. Plantear el fin de esa apropiación violenta y gratuita supone plantear el fin de la lógica de acumulación ilimitada en manos de unos pocos.
Además, desde el ecofeminismo y otros feminismos se ha señalado que el patriarcado que nos oprime es también un patriarcado colonial y antropocéntrico, que trata a los territorios colonizados y a la naturaleza del mismo modo que trata los cuerpos de las mujeres. La imposición de maximizar los beneficios y conseguir un crecimiento ilimitado se cumple a base de perpetuar unos mecanismos de explotación y desigualdad, donde claramente no salimos aventajadas. Y no podemos olvidar las relaciones Norte-Sur, ya que el metabolismo de las sociedades occidentales se asienta sobre la expropiación de unos recursos fuera de nuestras fronteras.
Esto nos lleva a plantear la necesidad de un cambio de paradigma en el que la responsabilidad del cuidado de la vida y las condiciones materiales que la permiten se convierta en el centro de nuestro proyecto como sociedad. Debemos cuestionarnos un modelo socio-cultural y económico que ha declarado la guerra a la vida porque, citando a Amaia Pérez Orozco, “bajo la preeminencia de la acumulación de capital, la vida está siempre bajo amenaza, porque no es más que un medio para el fin del beneficio”. Y es necesario que el sostenimiento de la vida deje de ser resuelto con la explotación de las mujeres, los países del Sur global y la naturaleza.
La importancia de cuidar los procesos que sostienen la vida, que las mujeres hemos aprendido a través del trabajo de cuidados que históricamente hemos desempeñado, no se queda en el ámbito doméstico, sino que traspasa sus límites. Por esta razón, la lucha por los recursos naturales, los bienes comunes, la defensa del territorio, la conservación de las semillas, la soberanía alimentaria o el consumo responsable, ha sido protagonizada por numerosas mujeres alrededor del mundo. La doble violencia a la que son sometidas las defensoras de los derechos humanos (por ser mujeres y por cuestionar los poderes vigentes) se suma a la violencia ambiental que sufren las mujeres en los territorios expoliados, al ser ellas las que deben hacer frente de forma más directa al empeoramiento de las condiciones de vida y la degradación del entorno. Esto apoya el sentido de una lucha conjunta entre feminismo y ecologismo. Cuando se suma la mirada ecologista, el “vivas nos queremos” adquiere nuevos significados.
Por todo ello, desde el ecofeminismo hemos centrado buena parte de nuestros esfuerzos en la huelga de consumo, que pone en el punto de mira al sistema capitalista y su proyecto biocida. Creemos que el consumismo tiene unos costes sociales y ambientales inasumibles. Es una fuente de insatisfacción humana, de pasividad ante la realidad y de perpetuación de los estereotipos de género. Denunciamos a las empresas que se enriquecen con el despojo de los recursos naturales en otros lugares del mundo y con la explotación de personas en maquilas, minas, etc., a las que cosifican y sexualizan nuestros cuerpos, a las que provocan indiscriminadamente emisiones de gases de efecto invernadero, deforestación y generación de residuos, a todas aquellas que se apropian de los saberes tradicionales y se adueñan de lo comunitario, a las que promueven el libre movimiento de mercancías mientras se cierran fronteras a migrantes y refugiadas. Es necesario promover redes de apoyo mutuo, recuperar lo colectivo y luchar por una soberanía en múltiples niveles. Como dice Vandana Shiva “cada acto de consumo promueve una realidad y es, finalmente un acto político que puede ser revolucionario”.
El 8 de marzo será un día extraordinario, pero no tenemos que olvidar que la lucha sigue, día a día. Queremos que sea un hito en una historia de empoderamiento individual y colectivo desde el que hacer frente y construir alternativas a este sistema capitalista, heteropatriarcal racista, colonial y antropocéntrico. Porque si nosotras paramos, se para el mundo.