Medio rural
Viaje al final de la noche campesina

En un sistema-mundo crecientemente metropolizado, cada vez hay más gente dispuesta a defender la última barricada de la economía, los modos de vida y la cultura rurales. ¿Qué hacer? ¿Dónde? ¿Cómo? ¿Con quién? Los retos son descomunales, civilizatorios; las certezas pocas. Queda encontrar un lugar en el mundo, y aplicar el ensayo-error.
Campesino manos
Campesino. Al mundo rural han llegado otras miradas y otras manos, como por ejemplo las de Marc Badal. Ione Arzoz
27 jun 2020 06:30
Tal y como Marc Badal Pijoan relata en Escenarios periféricos y en Mundo clausurado, desde el principio la ciudad fue algo segregado y segregador. Un centro de poder militar, económico, político y religioso, pero también un foco de dominación cultural. La ciudad tuvo y tiene la capacidad de definir el mundo, de describirlo, de interpretarlo, de que existan o no las cosas que hay sobre la faz de la Tierra.

La cultura de la ciudad es la némesis de la cultura del campo, aunque ambos conceptos simplificadores no representen bien la complejidad de ambos universos. La frontera entre esos dos mundos ha sido históricamente porosa, con múltiples relaciones de retroalimentación pero, finalmente, la cultura rural ha sucumbido a la colonización de su antagonista. Los tentáculos urbanos han extendido sus dinámicas metropolitanas hasta el último confín, y se encuentran desmembrando las últimas resistencias del mundo rural.

El medio rural integraba, más o menos armónicamente, la esfera productiva y reproductiva. Hoy, la cultura urbana ha centrifugado dicho binomio. En su mayoría, los habitantes de los pueblos van a trabajar de casa a la ciudad o al polígono de la cabecera comarcal. Cotidianamente, cada vez están menos vinculados a los recursos naturales y a los ecosistemas de su entorno. Sus relaciones son ya indistinguibles de las urbanas, en la medida que hacen uso de los mismos satélites que la sociedad urbanita.

EL FLÂNEUR RURAL
El flâneur original es ese personaje urbano del París decimonónico estudiado por Walter Benjamin, una especie de cultureta empapado de malditismo que, de cuando en cuando, sale a pasear por la ciudad, dejándose llevar por sus calles y ambientes. Su máxima aspiración es encontrarse una sorpresa insospechada a la vuelta de la esquina. Se supone que la gran ciudad produce ese tipo de sujetos, cuyas derivas diletantes e improductivas estarían, en el mejor de los casos, jalonadas por escenas inusuales y eventos sorprendentes.

El flâneur rural, término acuñado por Marc Badal Pijoan en Vidas a la intemperie, sería tan solo una mala copia del flâneur original, cuya mayor virtud es levantar acta de la desaparición del mundo campesino. El ejemplo más estridente serían esos chavales que meten ruido con la moto o con el quad, moviéndose de ningún sitio a ninguna parte. El más triste, los alcohólicos que pasan el día en el bar. El más exitoso, la gente que pasea, por prescripción médica, por la ruta del colesterol del municipio.

Antes de sucumbir a la ciudad capitalista, la vida de la sociedad rural, incluidas celebraciones, estaba conectada a las labores de producción y reproducción de la comunidad. No existía exactamente el ocio, tal y como se concibe en las sociedades urbanas. Daría igual, porque la deriva indolente y pusilánime de un flâneur rural siempre tendrá un destino más triste y aburrido. En un pueblo, encontrarse de manera imprevista con lo desconocido es improbable: no hay extraños, los rincones no esconden secretos, y es raro que haya obras frente a las que detenerse para observar la labor de los operarios. La caracterización ambigua del personaje es imposible, porque representa una oquedad absurda en un paisaje desolado....

Más aún, el medio rural se configura como una suerte de espacio urbano marginal. Espacialmente, porque se sitúa en el área de influencia de la ciudad, en su misma periferia o, directamente, en el hinterland urbano. Estructuralmente, porque es dependiente de las dotaciones educativas, sanitarias, y administrativas de la ciudad. Se ha convertido en un reservorio marginal en el que la ciudad deposita sus excrecencias en forma de vertederos, infraestructuras de producción energética, o vías de conexión entre manchas urbanas. También es marginal en su acepción sentimental y simbólica, puesto que ha mutado en parque temático alternativo y subordinado al ocio urbano.

Cuando las actividades agrarias y ganaderas ya no articulan social, política y económicamente el mundo campesino, la cultura rural sencillamente se desintegra y deviene folclore para flâneurs urbanitas. Este es un fenómeno particularmente intenso en Euskal Herria, tierra donde el sector primario es ya muy minoritario, incluso en las zonas más alejadas de la metrópoli vasca. La sangría demográfica de Iparralde y del este de Navarra serían una cara de la moneda. La industrialización de las actividades agrarias en el norte, oeste y sur de Navarra, Guipúzcoa, Vizcaya y Álava serían la otra.

Una lenta agonía agrícola y ganadera

En algún momento del siglo XX el campesinado desapareció en Europa. Todavía hay gestos, dejes, tics o maneras de hacer campesinas, sobre todo entre la gente mayor que ha nacido en el mundo campesino, pero son reliquias de un mundo que ya no existe. El mundo campesino desapareció, y no fue tanto por el despoblamiento como por la modernización agraria. Un proceso que galopa a escala global a marchas forzadas: la producción agraria familiar ya solo ocupa el 25% de las tierras cultivadas del planeta.

En la agricultura y ganadería campesinas, al igual que en la biosfera, la única fuente de energía procede de la luz solar que reciben las plantas y que pasa a las cadenas tróficas a través de la fotosíntesis. La agricultura es la fuente neta de energía en el metabolismo de los ecosistemas campesinos tradicionales. Por contra, la agricultura y ganadería industriales absorbe otros circuitos energéticos, consume insumos producidos en ecosistemas ajenos y dispara las externalidades negativas.

En todo caso, cada vez es más discutible denominar agricultura y ganadería industriales al modelo actual. Cada vez es más frecuente que se gaste más energía en producir un alimento que la propia energía que proporciona, sobre todo en los más tecnificados y globales. De modo que la agricultura y la ganadería industriales serían más bien una fase de transición hacia una actividad industrial de producción de materias comestibles para la metrópoli global. En consecuencia, puede que quienes trabajen en los entornos rurales modernos sean agricultores y ganaderos, o empresarios de distintos perfiles, con más o menos rasgos campesinos, pero no son campesinos tradicionales en sentido estricto.

Hay quienes señalan que hablar de desaparición del campesinado en Europa es esencialista y reduccionista, y que lo que ha hecho es adaptarse a la nueva situación. Son voces que apelan a la resistencia, al diseño de nuevas estrategias, al conflicto. Otras miradas, enunciadas desde los entornos agroecológicos, hablan de una recampesinización sostenida por los nuevos productores ecológicos y el hálito de los últimos agricultores y ganaderos convencionales vinculados a los circuitos cortos. Cualquiera de ambos puntos de partida se enfrenta al cíclope urbano que todo lo devora. Aunque, si algo ha señalado la epidemia de los últimos meses, por primera vez en muchos años, es que el campo y el mundo campesino tienen futuro.

KANPOKO BULEGOA: NO HAY TIEMPO QUE PERDER
Era necesario un grupo que trabajara la cultura rural a través del pensamiento aplicado y a modo de obrador artesanal. Un proyecto en el que la producción cultural se vinculara a la actividad cotidiana del caserío, que partiera de inquietudes cercanas, y cuyo horizonte íntimo moldeara la mirada de sus protagonistas. También un dispositivo con vocación de ser útil a quienes se resisten a que el mundo rural desaparezca por el desagüe de la Historia.

Su disponibilidad, sin embargo, está condicionada por el cansancio físico. Su actitud, por la necesidad de seguir pensando, por encima de todo, en lo que les ocurre. Su trabajo es silencioso porque, sobre todo, pretenden entender lo que les rodea. Sus intervenciones pasan de puntillas por los espacios que transitan. Su catálogo se nutre de la escritura, el diseño y la dinamización de su ecosistema. Su terreno es la frontera entendida como hábitat. Sus miembros son endemismos fronterizos, adaptados a un territorio sin contornos definidos donde no hay lugar para las certezas autocomplacientes.

En los proyectos recientes, han abordado el abandono de tierras en zonas de montaña, el sector primario en el Pirineo, el turismo, la idealización del medio rural, o el contraste entre las visiones urbanas y rurales, entre otras temáticas. Hacen entrevistas, se reúnen con agentes locales, conversan a puerta cerrada con los actores implicados, programan “sesiones abiertas” con la población local, llevan a cabo instalaciones efímeras... Sus actividades suelen celebrarse en lugares “inesperados”, abandonados incluso, que generan un marco específico para cada reflexión. Un ejemplo: la tertulia, a puerta cerrada, con ganaderos y técnicos de Luzaide, Arnegi y Garazi realizada en una borda de montaña para hablar sobre las quemas invernales de pastos.

Otras veces, hacen encargos a artesanos o artistas que viven en el medio rural, preferentemente a ambos lados del Pirineo, y que compaginan la creación con actividades agrícolas. Han colaborado con compañías de teatro, ceramistas, poetas, pintores y violinistas. Siempre en compañía de lecturas literarias y ensayísticas que desembocan en textos propios.

Si algún valor tiene lo que hacen, es precisamente el “lugar” desde el que lo hacen. Porque cuando dedicas la mayor parte del tiempo a los trabajos que exige una finca de montaña que ha estado abandonada durante años, el cansancio físico y la acumulación de tareas “inaplazables” dificulta escribir o programar intervenciones culturales. Eso, por no hablar del trabajo asalariado fuera del caserío, que hay que compaginar con las labores doméstica.
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