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Feminismos
Si educa la tribu y la tribu viola, cultura de la violación
Las mujeres queremos una cultura de paz que sólo se logrará con coeducación y con políticas para erradicar la violencia machista en todas sus formas
¿Qué lugar ocupa el cuerpo de las mujeres en nuestro mundo? ¿Cómo estamos educando a nuestra gente joven? ¿Qué sociedad queremos?
Todas las violencias contra las mujeres pasan por su cuerpo. Si no son perpetradas en su cuerpo o contra éste, siempre lo implican de alguna manera. Los matrimonios forzosos, la prostitución, la mutilación genital femenina, la dictadura de la belleza, la violencia obstétrica, las violaciones, los feminicidios, todas las formas de violencia patriarcal atraviesan el cuerpo de las mujeres hasta reducirlo a sólo eso, cuerpo sin persona, sin humanidad, o bien hasta aniquilarlo por completo.
Siendo el cuerpo el lugar más íntimo del yo, de lo que cada persona siente que es, el cuerpo de las mujeres ha sido colonizado, ocupado en el sentido de invadido y negado en su origen y en su dignidad. A las mujeres se nos ha arrebatado históricamente el control sobre nuestro cuerpo, nuestro último refugio. Es la ignominia máxima, la desposesión de nuestro ser físico en este mundo, el desarraigo de la propia percepción de una misma. Este es el lugar que ha ocupado el cuerpo de las mujeres en el mundo, un lugar de violencia y desprecio, un no lugar o en todo caso un lugar de silencio y de culpa.
A las mujeres se nos ha confinado fuera de lo intelectual, de lo racional, de lo público…
Desde la más alta cultura, la filosofía, la ciencia, hasta las expresiones culturales más populares, en nuestra sociedad occidental las rígidas dicotomías cuerpo/mente, emoción/razón, privado/público, naturaleza/cultura han configurado la realidad como un espacio con fronteras que separan lo inferior y lo despreciable de lo importante. A las mujeres se nos ha confinado fuera de lo intelectual, de lo racional, de lo público… A las mujeres nos han dicho: tú eres cuerpo, naturaleza, emoción, perteneces al ámbito privado-doméstico y ni siquiera eres libre ni autónoma para ser dueña de nada, ni de tu propio cuerpo.
Podría parecer que aquí en occidente hemos superado muchas de estas violencias porque nuestras leyes son formalmente igualitarias pero lo cierto es que tenemos el pasado en nuestras calles, en las carreteras, en las pantallas y en internet, en la violencia sexual normalizada y estetizada por la pornografía y en la prostitución disculpada y naturalizada socialmente. Estos dos gigantescos negocios, la pornografía y la prostitución, amparados por un sistema global de economía criminal, son además alimentados por las industrias del ocio, la moda y los medios audiovisuales.
Se dice siempre que la educación es la clave pero, ¿cómo estamos educando? Niñas y niños son socializados de manera diferenciada desde el momento en que nacen. Los estereotipos sobre cómo debe ser y cómo debe comportarse una niña y un niño calan todas las formas visibles e invisibles de relación social y familiar.
Antes de llegar a la adolescencia, niñas y niños tienen la cabeza salturada de un imaginario audiovisual y emocional en el que impera la violencia sexual y la misoginia
Las dicotomías clásicas se concretan ahora en el par tonta-princesa/machote-campeón. Se imponen en todo momento, desde el rosa y el azul (aunque a las que nos agujerean las orejas es a nosotras) pasando por los juguetes (la muñeca/la pistola) y hasta todos los productos culturales y de ocio como los video-juegos, las series y el cine. Antes de llegar a la adolescencia, niñas y niños tienen la cabeza saturada de un imaginario audiovisual y emocional en el que impera la violencia sexual y la misoginia. La publicidad, el reggaeton y la pornografía, la hipersexualización de las niñas, mujeres sin cabeza, trozos de carne, nalgas, culos y tetas a disposición para hombres serios, con traje, atléticos, de cuerpo entero, enormes, triunfantes.
El resultado son niño varones cuya subjetividad se constituye estrechamente ligada a la violencia contra las mujeres y chicos que percibirán, como mínimo y con toda seguridad, que tienen ese poder. El resultado son chicas que tienen miedo y que construyen su subjetividad sabiendo que pertenecen a ese grupo social prostituíble, sabiendo que su cuerpo es uno de esos cuerpos troceados y mutilados que la pornografía ha vejado y erotizado al mismo tiempo.
Es decir, el resultado es una cultura de la violación, una sociedad en la que la violencia es tolerada y legitimada en general y en la que la violencia contra las mujeres es no sólo ignorada y negada sino convertida en ocio y en negocio.
El feminismo ha empujado históricamente las fronteras entre lo emocional y lo intelectual, lo privado y lo público, lo corporal y lo mental, lo natural y lo cultural. A menudo las ha derribado y ha hecho patente que esas categorías eran falsas, una quimera y en todo caso injustas, indignas y causantes de gran sufrimiento para las mujeres.
Y mientras, el sistema educativo, que debería ser el lugar privilegiado desde el que contrarrestar masivamente los efectos de esta economía liberal que profundiza y diversifica los efectos de la sociedad patriarcal, funciona, en términos generales, dando la espalda al feminismo.
El sistema educativo sigue anclado en lo racional, en lo intelectual, en lo público y en el tabú.
El curriculum de las diferentes materias sigue empantanado en contenidos académicos y teóricos trasnochados y desconectados entre sí y la reflexión crítica, lejos de promoverse e incentivarse, se penaliza. La educación afectivo-sexual brilla por su ausencia y cuando tiene lugar, se limita a un par de sesiones sobre métodos anticonceptivos y enfermedades de trasmisión sexual. ¿Dónde van a aprender chicas y chicos una sexualidad en la que prime el afecto, el placer y la comunicación? ¿De dónde tomarán modelos de sexualidad igualitaria?
A las que defendemos la abolición de la prostitución nos llaman puritanas mientras que en la educación obligatoria se obvia o se teme y se esquiva cualquier asunto que tenga que ver con conocer su propio cuerpo o su sexualidad: “Eso que se lo enseñen en su casa…”
Pero si educa la tribu y la tribu viola, tenemos lo que tenemos, cultura de violación. Hombres que violan, hombres que pagan por violentar a esclavas sexuales y encuentran placer en ello y hombres que torturan y asesinan a sus compañeras. ¿Es esta la sociedad que queremos?
Las mujeres queremos una cultura en que los hombres sientan asco y vergüenza ante la sola idea de violentar a nadie, una cultura de paz que sólo será posible con un sistema educativo inoculado de feminismo y coeducación y un estado que trabaje por la abolición de la prostitución combatiendo la economía criminal y la violencia machista en todas sus formas.
Artículo elaborado para el proyecto “Construyendo sinergias desde Extremadura. Fortaleciendo la Red Tendiendo Puentes para una ciudadanía global organizada, en torno a la defensa de los derechos humanos y de las mujeres” financiado por la AEXCID- Agencia Extremeña de Cooperación Internacional para el Desarrollo de la Junta de Extremadura.