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Religión
A la Virgen rogando, la plegaria como metáfora política
La alcaldesa de Logroño se retrata al ejercer de chamán para pedir al totem de la tribu, lo que no puede conseguir con políticas de parches.
Imaginen la escena. Es el día de la patrona logroñesa, nada menos que la Virgen, o una de las muchas vírgenes que pueblan el imaginario católico, la de la Esperanza. En los congelados muros de una nave eclesial se han reunido los miembros del concejo logroñés, entre cuyas funciones parece figurar la asistencia a una misa anual dedicada a protectora tan celestial. Mientras se aprietan en los bancos, la regidora, Cuca Gamarra, se dirige al ídolo a través de un muñeco de madera consagrado a este efecto. Nadie da muestras de extrañarse por lo que está viendo y oyendo. Gamarra habla con el fervor característico de quien presume de ser miembro de honor de la cofradía de la Virgen de la Esperanza, pidiendo su intercesión: pero no ruega por ella, sino por diversos asuntos públicos, interpelando siempre a la benéfica intercesora como “madre y alcaldesa nuestra”. Suya y mía, me temo.
En su plática, la alcaldesa — hablo de la terrenal, porque la otra no se digna en todo momento a replicar — considera oportuno añadir una oración para erradicar la violencia contra las mujeres, aprovechando para ello un estremecedor asesinato machista ocurrido días antes. Y es precisamente esto lo que debería haber provocado un revuelo de protesta de las bancadas, aunque por lo que sabemos todo se desarrolló sus interrupciones.
Desde luego que no es la primera ni será la última vez en este régimen aconfesional que un político acude a instancias divinas. Y no solo del PP, no nos engañemos por mucho juego que hayan dado la Virgen del Rocío, ensalzada por Fátima Báñez en su faceta de economista ocupada buscar soluciones a la crisis, o el ínclito ángel custodio Marcelo, relegado en sus funciones a buscar aparcamiento a Jorge Fernández Díaz; recordemos a Kichi otorgando una medalla a la Virgen de Cádiz, que habría de ser mucho menos capitalista que las vírgenes de otras ciudades, por algo es de Cádiz y patrona de los pescadores. Pero lo realmente preocupante del episodio es su significado como metáfora.
Que una representante pública interpele a una entidad divina sobre un asunto político supone un pequeño gran fracaso de la política. Cuando la persona responsable de las políticas de empleo se encomienda a la autoridad de la Virgen para solventar los asuntos que nos compete, nos está confesando que considera que el equipo que dirige y ella misma son incapaces de encontrar soluciones que sean útiles para la ciudadanía. Con la súplica sobre violencia sexista sucede otro tanto.
“Haz prevalecer los buenos sentimientos, la justicia y la igualdad. Siembra los corazones de amor, y no de fuerza y sinrazón”. Esto le pidió Gamarra a la Virgen de la Esperanza. ¿Es lo que solicita una empresa tan difícil que ha de ser encomendada a una entidad sobrehumana? Se deduce que sí. Y mientras aguardamos a que la Virgen de la Espera(nza) satisfaga la súplica, y continúa la macabra cuenta de asesinatos y de agresiones proclives a devenir en futuros asesinatos, se aplican parches de cuya eficacia dudan incluso sus propios impulsores.
¿Hay razones para desconfiar de nuestros políticos — la gente ha salido este viernes a las calles logroñesas para mostrar su repulsa por el asesinato de Laura Luelmo y otros casos menos mediáticos, como las denuncias de abusos hacia las temporeras migrantes de Huelva. Han salido a las calles, insisto, no ha ido a misa a rezar a la Virgen —? La sola duda ofende.