Promiscua
Atrevidas

Capítulo IV: Encontré por pura casualidad un billete para Valencia que estaba tirado de precio y, en un arrebato, me animé. Pero me olvidé las llaves del apartamento al que iba y acabé saliendo sola de fiesta por el Carmen.

Mad Max
20 sep 2018 07:00

(Viene de capítulo III). Un viernes de verano encontré por pura casualidad un billete para Valencia que estaba tirado de precio. Estaba en un descanso entre clases, eran las 3 del mediodía, el bus salía a las 5 y todavía tenía que pasar por Prospe para hacer la maleta antes de ir a la Estación de Méndez Álvaro. En un arrebato de impulsividad me animé. Una vez en Valencia, tendría que coger otro bus a un pueblo de playa, donde mi familia tiene un apartamento. Me hicieron una oferta que no pude rechazar.

Dos horas más tarde iba sentada en el autobús junto a un hombre que daba miedo. Tenía el pelo largo amarrado con una coleta, dejando al descubierto un cogote rapado. Debía medir metro noventa, con la complexión de alguien que ha ensanchado a base de muchas horas de gimnasio. Estaba intentando hablar con mi padre por WhatsApp y se cortaba, le decía “no te escucho, de verdad, que el internet va mal”. Lo debí de repetir un par de veces porque el hombre me tocó en el hombro y me dijo “esperra, que te ayutdo”. Abrió su riñonera y sacó 3 móviles, un par de cargadores normales y otros dos portátiles, y me ofreció llamar con uno. Se lo agradecí, pero no hacía falta. Entonces sacó un router portátil, lo encendió y así pude finalmente hablar con mi padre. Era búlgaro y vivía en Madrid, aunque había dado muchas vueltas por España. Quiso saber si me imaginaba a lo que se dedicaba con tanto móvil. Le respondí en plan graciosa, pero en realidad en serio: “¿La mafia?”. Se rió. Todo muy esperpéntico.

Era un poco cómico ver a alguien con pintas de te quito la vida que se dedicaba al mundo de la seguridad por boca a boca teniendo que ir en autobús con nosotros

Por lo visto se dedicaba “a temas de seguridad de todo tipo” y le contactaban para trabajos sueltos gracias a gente que le conocía por el boca a boca. Ahora iba a trabajar de segurata en una fiesta. Le habían quitado el carné de conducir por puntos y hasta que se volviera a examinar, cosa que le costaba la vida porque tenía que hacer el test en español y desembolsar una suma de dinero considerable, tenía que moverse en autobús. La verdad es que era un poco cómico ver a alguien con pintas de te quito la vida que se dedicaba al mundo de la seguridad por boca a boca teniendo que ir en autobús con nosotros.

No sé por qué, pero la gente se siente inclinada a compartir su vida conmigo. Puede que dé pie a ello sin darme cuenta, pero personas de lo más variopinto me cuentan sus cosas. Es verdad que soy preguntona a rabiar. Había sido casco azul durante la Guerra de los Balcanes, que he oído que durante ese conflicto se parecieron bastante a algunos personajes de Mad Max. Por mi parte, le expliqué que había visitado Sofía hace nada de camino a Grecia y que fue una sorpresa agradable porque imaginaba que me iba a encontrar con una ciudad gris con bloques de pisos de la Unión Soviética por todos lados y en cambio vi una ciudad llena de luz.

Para presumir un poco, hablé de la historia del Paraguas Búlgaro que me contaron los de 365: Culture&Communist Tours (unos recorridos free tour interesantísimos). Un arma que dispara un perdigón con veneno camuflada en un paraguas que utilizó la Darzhavna Sigurnost, los servicios secretos búlgaros, para asesinar a Georgi Markov en 1978, muy jamesbondiano. “Me encantaron vuestros guisos y la carne en general”. “¿Ah sí? Si te gusta lo comida búlgarra tienes que irr al Barr del Este en Valencia. Está ol lado de la estación”. Le prometí que iría a lo largo del fin de semana. Me contó una historia sobre su exnovia. “Se acababa de mudarr a un piso que comparrtía con bastantos personas y la primera noche bebió. Al día siguiente yo estaba muy preocupatdo porrque no sabía nada de ella y no era norrmal, había llamatdo un par de veces y no me cogía teléfono. Por la tarde me llámo diciendo que al parrecer la habían puesto algo en bebida y que no se acordaba de nada. Las bebidas las había serrvido un hombrre. Cuando llegué a su casa me dijeron que lo chico se había marrchado y se había llevado sus cosas. Se fue porrque me conocía y sabía que yo no hubiera hablado, dirrectamente lo habría tirado por lo ventana. Un suicidio. ¿sabes?” “Ajá”, respondí.

También me habló de un jefe que tuvo cuando trabajaba en una discoteca de Andalucía. “Siemprre se metía conmigo porque yo no hablaba ni sonreía. Y yo respondía «vengo trabajar, no a ser simpático». Por aquel entonces tenía uno prroblema legal y lo policía me agobiaba, podía acabarr en cárcel ¿sabes? Un día hubo incendio en la discoteca. Todo arrdía y yo me metí y salvé la vida mi jefe. Entonces me ditjo que preferría a alguien que no sonriera tanto pero que luego le salvarra. Al incendio fuerron dos policías que ya me conocían. Les dije «si me hubierrais metido en cárcel mi jefe estarría muerto». Y me dierron lo razón”.

Paramos 15 minutos a descansar en Área 175, el autoservicio por excelencia para los autobuses de camino a Valencia. Sabrás que se encuentra en Atalaya del Cañavate solo por las magdalenas que las cajeras siempre tienen a mano cuando vas a pagar y que están buenísimas. Te dirán que son caseras del pueblo y tú echaras un vistazo a esos portentos en bolsas de plástico cerradas a mano y no podrás evitar pensar que merece la pena gastarte un par de euros más, aunque no tengas pensado coger nada para comer, porque es un capricho de los buenos, de antaño, nada de bollería industrial. Mientras lo incluyes en tu compra, la dependiente te dirá que las hacen en Atalaya del Cañavate y que son un vicio y solo entonces sabrás que ese macro restaurante en mitad de la nada, pertenece a un pueblo de Cuenca.

Estábamos comiendo unas cuajadas (él tenía dos y me dio una) y entonces caí en que me había dejado las llaves del apartamento en Madrid. Menuda imbécil. ¿Qué hacer? No podía quedar con el conserje de la urbanización un viernes a las 9 de la noche para que me diera las llaves. Busqué una habitación en el albergue más barato de Valencia ciudad. De esos con más de veinte camas por sala. Siempre me han encantado los albergues, me gustan mucho más que los hoteles. Uno de mis proyectos soñados (a continuación, propuesta para buenistas con dinero interesados en invertir) es viajar por toda Europa, Asia, África, América y Oceanía yendo de albergue en albergue tomando como presupuesto de referencia la cantidad de 20-25 euros diarios (albergue, comida y ocio) para Europa, que normalmente es lo más caro, recopilando las historias que cuenta la gente, relacionadas o no con el lugar en el que nos encontremos, desde los que están de paso hasta los que duerman allí 2 veces por semana por cuestiones de trabajo. Escuchar a quien quiera contarme algo. Otra sería caminar desde Punta de Tarifa a Fisterra e ir hablando con las personas con las que me encuentre. Un país en mi tableta. El mundo a través de personas desconocidas que se encuentran en un lugar aleatorio y que comparten momentos y problemas porque, al fin y al cabo, después cada uno irá por su lado y no se volverán a ver. Los albergues tienen ese interés: gente de todas partes del mundo, solos o en grupo, cada uno de su padre y de su madre, pasan de repente la noche juntos. Si eres curiosa, y yo lo soy mucho, puedes disfrutar escuchando.

Llegamos a la Estación de Valencia y me despedí del búlgaro. Nos dimos los WhatsApp y muy de vez en cuando seguimos hablando.

Para cuando llegué al albergue eran las 10 de la noche y la habitación estaba llena de adolescentes ingleses que iban a un pub crawl (recorridos turísticos por bares de la ciudad en los que se cata el producto y cuyo principal objetivo es volver reptando al albergue). Me dio tal pereza encontrármelos cuando volvieran borrachos —soy demasiado vieja para esta mierda— que decidí salir de fiesta. Fue la primera vez en mi vida en la que iba sola (#NoIbaSolaIbaConMiParrús).

Estuve deambulando por el Carmen para buscar un sitio donde beber y además que me dieran algo de comer. Encontré un local y me da una rabia enorme porque no me acuerdo del nombre y no he sido capaz de encontrarlo. Era un sitio frecuentado por valencianos mayorcetes amantes del buen rock. Y directamente me pedí una copa. Y otra y otra y otra. Ballentines como forma de vida, / vida perdida por el hombre y la bebida.

Descubrí que los hombres son pesados por naturaleza. Me dieron tres números de teléfono y os aseguro que no solo no soy una chica espectacular, sino que además no iba para nada arreglada. Llevaba una camisa morada a cuadros que llegaba hasta las rodillas, unas deportivas y unos vaqueros. Nunca me maquillo, pero además tenía esa sensación pegajosa de haber pasado 4 horas en un autobús. Creo que les incomoda vernos solas y sienten la necesidad de acompañarnos. Iba a pedir mi enésima copa, cuando se me acercaron dos chicas muy simpáticas.
—¿Has salido sola?
—Sí, la verdad es que no soy de aquí y no conozco a nadie.
—Me encanta, WomanPower, ¡vente de fiesta!

Así de fácil. Una de las mayores juergas del año. La Bolsería primero, luego a un after bastante turbio en un bajo al lado del Mercado Central de Valencia. Una de las chavalas se recogió pronto, pero la otra se quedó hasta el final. Nos hicimos con las pistas. ¿Sabes ese momento en el que vas perjudicada, eres consciente de que estás dando la nota, la gente hace un corro a tu alrededor y te da absolutamente igual porque estás pasando la noche de tu vida bailando? Debíamos estar tan metidas en el papel que hasta vino un chico a regalarnos coca (no aceptamos, mamá). A cierta hora, la chica me dio un pico. Le dije amablemente que me gustaban los hombres y ella me contó que había estado casi 10 años con su última pareja, un chico, y ahora estaba probando de todo.

Hacía no mucho le había hecho un cunnilingus a una mujer y lo había disfrutado muchísimo. Prácticamente cerramos nosotras el after, ella se fue y a mí me dejó con un amigo suyo majísimo, que me acompañó hasta el albergue para que recogiera mis cosas y me llevó en coche al pueblo, donde pude quedar con el conserje. Luego me propuso subir a darme un masaje, muy sutil, pero le dije que no. Una gran noche.

Admití que me estaba resultando más difícil de lo que pensaba congeniar con alguien porque había mucha gente que cometía errores ortográficos y votaba a Ciudadanos

Ese fin de semana conocí a alguien en Valencia. Bonito nombre y chico, pero persona aún más bonita. Cuando conversamos por Tinder la primera vez, me confesó, pensó que estaba un poco loca. La noche anterior habíamos hablado, entre cubata y cubata que me había metido para el cuerpo cuando estaba en el bar de los roqueros, y le había dicho que vine por mi cuenta a pasar el fin de semana en Valencia y que estaba de fiesta sola. A él le pareció que no me funcionaba muy bien la cabeza, corroborando mi teoría de que les incomodan las chicas que no van en grupo y se lo pasan bien.

Empezamos a hablar de conocer gente a través de las redes y admití que me estaba resultando más difícil de lo que pensaba congeniar con alguien porque había mucha gente que cometía errores ortográficos y votaba a Ciudadanos. Le hizo mucha gracia y se ofreció a enseñarme Valencia. Quedamos en que me recogería en el pueblo. Su nombre italiano se lo debe a su padre, de Sicilia; su madre es valenciana. Es muy guapo, con pelo, ojos y piel color miel. Está enamorado de Valencia y creo que gracias a la pasión con la que habla de su ciudad, de sus montañas y de su comida me enamoré también del Levante. Los levantinos también nacemos donde nos sale de los cojones.

Me gusta el juego y el vino y tengo alma de marinera. Vive en un estudio azul con un patio desde el que se pueden ver las Torres de Serrano. No es un gran cocinero, de hecho es pésimo, pero es buen comensal y, eso sí, verle calentar la pizza Casa Tarradellas con dos sartenes es un espectáculo. Socialdemócrata de manual, nunca va a manifestaciones ni le verás movilizarse, pero le encanta hablar de política (al menos conmigo) y es de esos que seguían con fervor a Podemos hasta el casagate. No entiende lo de Catalunya y no le suponen ningún problema la avalancha de banderas rojigualdas que pueblan las ventanas. A mí tampoco porque me permite hacer un censo de cretinos rápidamente. Le gusta clasificarse como persona de izquierdas y puede sentirse como quiera. Yo no reparto los carnés.

—Tendrían que haber dejado votar al pueblo catalán y desde luego la actuación de las fuerzas de seguridad y la posterior gestión del Gobierno fueron funestas. Hay dos bandos que comparten la responsabilidad a partes iguales por lo sucedido, con líderes que no han sabido hacer política y de los que hay que librarse. Parlem-Hablemos. Un colectivo quería decidir sobre la gestión de sus asuntos y decidió hacerlo de manera pacífica, pero este referéndum no está contemplado en la Constitución y para hacerlo se han saltado las normas. Puede que el encarcelamiento de políticos de Esquerra, PdeCat y de los líderes de Ómnium y ANC, así como la salida forzada de Puigdemont y otros sea excesiva, pero no se trata de presos políticos ni exiliados. Esto es una democracia y para que haya presos políticos tiene que tratarse de un pueblo oprimido. Y, desde luego, no es el caso: Catalunya es de las comunidades más ricas de España. Además, esa votación no tiene credibilidad, hay quien votó hasta 5 veces. ¿Y qué pasa con todos aquellos que quieren seguir formando parte de España? De salir mayoría independentista, estás obligando a una casi mitad de la población catalana a doblegarse a la otra en una cuestión tan fundamental como seguir perteneciendo al país. Además, desde Catalunya han logrado imponer el relato, vendido y muy bien vendido fuera de nuestras fronteras, de que no dejar votar es no ser un auténtico demócrata. Decir que España no es una democracia es una barbaridad. Tiene sus peros pero hablar de fascismo sería un insulto para países en los que de verdad no se puede votar y para nuestros padres y abuelos que lucharon porque nosotros sí pudiéramos. En el mundo globalizado actual, hay tendencia a conectar todo, no a separarlo, a eliminar fronteras. Paz y amor. La vida es cerveza, sexo, drogas, viajar y deporte; correr, beber, escuchar buena música y sexo. Los nacionalismos son, per se, de derechas. Catalunya, además, es un territorio que recibió inmigración interna durante décadas y gran parte de los que defienden la independencia con tanto ahínco ni siquiera son catalanes de pura cepa. Qué tontería hablar de nacionalismos e identidad catalana cuando tienes raíces andaluzas, como Rufián. Además es verdad que desde pequeños escuchan la cantinela del independentismo en las escuelas, no digo que se les coarte como aquella historia sobre los hijos de guardias civiles que se sacó el Albert de la manga. No. Pero les explican la historia de manera distinta y la TV3 tiene sesgo catalanista, así que no dejan espacio para pensar en la opción de sentirse parte de España. Y es que ser nacionalista es de derechas, como el Cobi Facha del prucés, Mi Vida Moderna Oh My Love. Todos los nacionalismos lo son. De hecho, dejan caer esa idea de que España les roba y de que hay comunidades que abusan, frivolizando el principio de solidaridad de las regiones. Ninguna persona de izquierdas puede apoyar el independentismo porque es de derechas en su base. Lo que ya es de traca es la gente que no vive en Catalunya, dentro de España, que apoya el independentismo. ¿Estamos locos? Y tomar una decisión electoral u otra según la actitud que cada partido haya tenido con el tema de Cataluña y no en función de cuestiones de política social. En qué medida te afecta a ti, Isabel, en tu día a día y el de las personas que te rodean, lo que suceda en Cataluña.

Que coman pasteles. ¿Complejo de Domenech? ¿Una especie de barniz rosa, #Pinkwashing pero aplicado a este tema en concreto? No lo sé, lo único que sé es que era buena persona y me atraía mucho.

El 1 de octubre me rompió los esquemas por muchos motivos. Uno de mis amigos del alma es catalán y se había implicado mucho con el referéndum. Como estaba muy descontenta, sorprendida, incluso enfadada, con la reacción que estábamos teniendo como estado y sociedad, decidí ir a Barcelona a mostrar mi apoyo y echar una mano en lo que se me pidiera. Tenía muy claro que las fuerzas de seguridad estaban dando un espectáculo deplorable. Cumplían con el auto de la magistrada del Tribunal Superior de Justicia de Cataluña Mercedes Armas, poniendo en tela de juicio la separación efectiva de poderes. Toda España estaba expectante ante lo que podía ocurrir ese día, preguntándose si habría violencia, si al final votarían. “A por ellos, oé”.

El Chico del Nombre Italiano vino en coche a buscarme a la playa y le pregunté si podía sacar una foto de su matrícula y mandársela a mis amigas, por seguridad

Pues sorpresa: de todas las amistades y compañeros comunes que mi amigo y yo compartíamos, muchos de ellos de la progresía, la única persona que tuvo a bien mandar un mensaje a Mi Amigo del Alma el 1 de octubre para decirle que se cuidara, preocuparse, fue alguien que es policía nacional. Nacionalista española, a favor de mandar efectivos para impedir el referéndum. Y la única que, convencida como estaba de su postura, apoyando lo que apoya proactivamente, tuvo la empatía de pensar en él, un chico al que, al margen de la política, adora. La realidad es poliédrica y a mí eso me dio una lección de vida. ¿Voy a cambiar la opinión que tengo de la policía como colectivo? No. ¿De su papel durante el referéndum? No ¿Creo que, tal y como me preguntaron hace no mucho por Twitter, todos los movimientos, colectivos, votantes de un partido están compuestos de una masa uniforme? No, pero si individualizara caería en un relativismo tal que no podría tomar decisiones, ni actuar en consecuencia. Sí que creo, sin embargo, que hay sujetos buenos y malos en todas partes. Admiro desde, como dijo ZP, las antípodas ideológicas, a esta policía que nos dio una lección de calidad personal y sobre las trampas del maniqueísmo; al policía de aquel enorme chat de agentes municipales en el que se hacía apología del nazismo y se hablaba de agredir a Carmena que tuvo la valentía de denunciar; a aquel inspector que decidió, a pesar de, como denuncia, múltiples presiones, continuar con la investigación del Caso Pinto.

El Chico del Nombre Italiano vino en coche a buscarme a la playa y le pregunté si podía sacar una foto de su matrícula y mandársela a mis amigas, por seguridad. Fue otro detalle que luego me ha recordado. “Si ya nos teníamos en Facebook, qué desconfiada”. Y cada vez que quedamos bromea sobre ello. Tuvimos exactamente dos minutos de incomodidad inicial porque, según dice, no paraba de sonreír y se me achinaban los ojos, y eso le encantó. También que le contara que me daba todo un poco igual desde que había vuelto de Grecia. Me llevó a La Pequeña Venecia, un pueblo que se mete en el mar que me recuerda a Las Vegas. Paseamos, hablamos mucho y nos tomamos unas cerves. Siempre, siempre mira a los ojos cuando habla. Vivía cerca del Cauce Antiguo y de la Estación. “Oye, creo que hay un restaurante de comida del este que está muy bien por ahí. ¿Y si vamos a cenar? Y si luego no estás muy cansado, me enseñas Valencia”.

Haciendo esquina en la Calle Sagunto está el local. No es un sitio ambicioso en cuanto a la decoración. Tiene pinta de bar de viejos de toda la vida. De acuerdo con él, siempre está lleno de gente de Europa del Este. Y luego están los dueños. Una pareja de ¿rusos?, él entrado en carnes y ella delgada y seria, que es la que trabaja de cara al público. Nunca sonríe, con acento muy marcado. Cuando habla parece que da órdenes y a menudo no sabes si te está echando la bronca, siendo sarcástica o bromeando. Había que reservar mesa fuera para las 9.

—Vale. Mirrad el menú ahorra para decirnos lo que querréis. Querremos saberlo ya.
—Mmm, OK, mira, no sé, quizá…
—¿Cuánto hambrre tenéis?
—Yo estoy más o menos bien ¿y tú? Sí ahora no tenemos mucha pero quizás luego.
—Pues mirrad, pedid este, aquel otro plato y ese…
—Bueno, vale. Gracias. La verdad es que yo visité Sofía, pero no soy ninguna experta y él no ha estado nunca. De hecho, es del barrio y nunca había entrado en este sitio. No sabemos mucho de comida búlgara yo he venido porque me lo ha recomendado El Hombre Búlgaro del Autobús que, por cierto, os manda saludo.
—¡Ah! No me digas más. Ya sé quién erres. Todo ya arreglado. No pidáis nada. Venid a las 9.
—Eh…
—Sí, todo está solucionado. A las 9.

Como faltaba una hora, nos fuimos a tomar unas cañas. Él alucinaba, yo también. Hicimos un par de chistes tipo “lo mismo nos matan”. Cuando llegamos nos sirvieron, literalmente, una espada (una espada, lo juro) en la que había un montón de piezas de carne y verduras ensartadas. El plato se llamaba Shishcheta, de acuerdo con Internet. Era una locura y nos daba vergüenza sacar cada pieza porque no teníamos mucho garbo, no queríamos quedar como unos catetos. Luego nos pusieron una cazuela enorme de todo tipo de carnes: piezas de salchicha, de cerdo, ternera… con patatas fritas y verduras diversas. Wiki dice que era Yahniy. Estaba delicioso todo. Era tal la cantidad que tuvimos que pedir que nos lo prepararan para llevar. No queríamos quedar mal así que comimos hasta reventar. Nos dieron a probar dos cervezas rusas y un pastel. Cuando fuimos a pagar, estábamos bastante preocupados, nos dijeron que corría a cuenta de El Hombre Búlgaro del Autobús. Nos quedamos en shock. Recomiendo a todo el que vaya a Valencia que pase por El Bar del Este. Imprescindible.

Verdaderamente no nos podíamos ni mover y yo estaba catatónica después de haber pasado la noche de fiesta por el Carmen, pero aun así fuimos a la Ciudad de las Artes y las Ciencias. Aunque impresionante, no tiene ni punto de comparación con el centro de Valencia y sus barrios. Ni con irse de cañas por Beni o el Cabanyal, ni sentarte a las 7 de la mañana, cuando no hay nadie, en mitad de la Plaza de la Virgen. Ni con mi querido Orriols obrero. Ni con el mar, las huertas o los pueblos de montaña de Castellón. Ni con las pintadas en las paredes o los dibujos de ninjas. Pero, bueno, esa noche estaba preciosa. Con sus paredes metalizadas iluminando la noche. Anduvimos por ahí y nos llegamos a meter en uno de los edificios, que estaba abierto. Se me cerraban los ojos y me iba a morir con la cantidad tan ingente de comida que nos habíamos metido para el cuerpo así que me llevó a mi pueblo y nos despedimos. Una de las mejores citas que he tenido y tendré.

Me dejó en casa y se fue. No le dije que subiera al apartamento y no nos dimos ni un beso. No sería hasta que viniera a Madrid cuando nos acostaríamos. A partir de ahí seguirían una serie de visitas a Madrid y a Valencia, hasta que una vez me quedé en su casa varios días. Ahí él se daría cuenta de que no quería ir a más. Y dejaría de escribirme y hablarme con tanta frecuencia. Porque una de las cosas más bonitas de haberle conocido son nuestras conversaciones por WhatsApp, nada de llamadas. Mensajes de 1-2 minutos que apetece escuchar.
Cuando volví a Madrid después del primer fin de semana en el que le conocí me mandó un mensaje en el que me preguntaba “¿para qué te hiciste Tinder” y yo le respondí “para follar”. No le conté nada de mi idea ya fallidísima a estas alturas de tener sexo cada día con uno. Simplemente le dije que, como todo el mundo, me había abierto una cuenta para conocer gente.

—¿Y habrías tenido sexo conmigo?
—Claro que sí. Ese mismo día te habría dicho que subieras a mi apartamento.
—Creo que follar está sobrevalorado si no hay ningún sentimiento de por medio. Pero contigo lo habría tenido, Isabel.

Discutiríamos mucho sobre ese tema y otros muchos de nuestro entender del mundo que le darían la razón, no podía funcionar. Y me parecerá que de tener que luchar por lo que considero que importa, él no estaría necesariamente a mi lado. Como todo, nadie es perfecto. Es egoísta, hace una montaña de un grano de arena de cosas que no lo son. No me refiero a discusiones porque no llegamos a compartir tanto tiempo juntos como para discutir. Cosas como horarios, problemas de su vida que para él son un mundo pero que vivimos todos y no les damos la menor importancia.

Además, no ha viajado nunca fuera de España, más allá de Italia, ni tiene un interés particular por probar comida de otros sitios. Ni por dar la vuelta al mundo en 80 días. Su mundo es relativamente reducido, con sus amigos de toda la vida y para él es suficiente. Y eso es lo que importa. Pero, aun así, sabiendo que no, yo querría que fuera un sí, e intentarlo, porque me gustó en todo momento más a mí que yo a él. Él, que tiene ideas claras sobre cómo quiere hacer las cosas y cuáles contribuyen a su felicidad, me diría que no podemos estar juntos más de dos días seguidos. Y eso ya es mucho. Que los dos somos nerviosos y que solo tenemos conversaciones con significado sobre el bien, el mal, y etc. y que nunca dejamos de hablar, drenante y cansado. Y a mí me daría pena y vergüenza que me rechazaran, pero lo entendería. Me recuerda a algo que me dijeron hace no mucho: “Cada vez que veo First Dates me entristece cuando hay un interés evidente por una parte y que este/a intente luego que parezca que la falta de atracción es mutua si ve que ese la otra persona no está por la labor. Es normal que el orgullo duela, pero, la verdad, darían mucha mejor imagen si, en vez de decir que ellos tampoco quieren una segunda cita, dijeran «bueno, yo sí que hubiera quedado de nuevo, pero él/ella no quiere, así que lo acepto»”. A todos nos rechazan. Si Chico del Nombre Italiano hubiera dicho “¿lo intentamos?”, yo habría dicho que sí. Aunque en realidad supiera que no iba a funcionar desde el minuto uno. Tienen un algo nuestros momentos compartidos que tengo miedo de no narrarlos con el cariño que se merecen.

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#23228
20/9/2018 16:35

Una vez más, felicidades a El Salto por tener como articulista a esta autora tan divertida

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1
#23224
20/9/2018 15:22

Sabes como mató Estalín a los Trosquistas? A Trosqui le mató un enviado de Estalín clavándole un piolet en la Cabeza.

1
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#23226
20/9/2018 15:48

Qué dices! Lo acabo de mirar en san Google. Vaya forma de marcharse...

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