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Política
Tenemos un problema con la bandera
Una pegatina de Más País con la rojigualda reabre el debate sobre las difíciles relaciones entre la izquierda y los símbolos oficiales del Estado. En la Transición tanto PSOE como PCE trataron de hacer de la necesidad virtud y disputar a las derechas una bandera incómoda. Los resultados de uno y otro partido serían muy desiguales.
Un tuit del periodista de La Vanguardia Pedro Vallín, acompañado de la foto de una pegatina de Más País con la bandera de España, encendía las redes el pasado fin de semana. Más allá de lo anecdótico de una campaña discreta a la que el propio partido de Iñigo Errejón no ha querido dar demasiada publicidad, y que incluso muchos de sus militantes desconocían o incluso, preguntados por este medio, tachaban de fake, la polémica en redes ha reabierto una vieja discusión de las izquierdas desde la Transición: qué hacer con un símbolo difícil como la bandera rojigualda.
Un debate que, básicamente, ha girado en torno a dos posiciones: el rechazo de la bandera por su carácter monárquico y su genealogía franquista, o la aceptación de un símbolo que ya se da por consolidado e irreversible, y que en manos de las derechas se ha convertido en un arma arrojadiza contra nacionalistas catalanes, vascos y gallegos, así como contra las propias izquierdas, acusadas de amar poco a su país.
Banderas de nuestros padres. pic.twitter.com/MQI1PH3SRW
— Pedro Vallín (@pvallin) November 1, 2019
La bandera en la Transición
Mucho antes de que, en junio de 2015, Pedro Sánchez se presentase en sociedad con una gran bandera de España a sus espaldas, socialistas y comunistas ya habían jugado en la Transición, con desigual éxito, a envolverse en los colores de la rojigualda. Santiago Carrillo sería pionero en esta controvertida táctica.La aceptación de la monarquía y la renuncia al derecho a la autodeterminación, presente en el manifiesto programa del PCE de 1975, serían dos de las condiciones impuestas por Adolfo Suárez para legalizar en 1977 al partido. El comité central del PCE se pronunciaría a favor, entendiendo que negarse suponía quedar excluidos de las primeras elecciones democráticas desde febrero de 1936, pero Carrillo iría aún más lejos y trataría de hacer de la necesidad virtud.
Frente a un PSOE que, entre 1977 y 1978, hacía gala de un coqueto y juvenil republicanismo, el líder del PCE apostaría por la presencia de la rojigualda en todos los actos públicos del partido, mostrando así su sentido de Estado, moderación y voluntad de contribuir con responsabilidad a una transición pacífica. Mientras la tricolor poblaba los mítines del PSOE, los servicios de orden del PCE se afanaban en evitar el despliegue de cualquier bandera republicana, considerada una provocación izquierdista que solo contribuiría a desprestigiar la imagen del partido, alejarlo de votantes más moderados y dar alas a la reacción ultra que aspiraba a frustrar el proceso de cambio.
No serviría de mucho desde el punto de vista electoral. El PCE obtendría en las elecciones del 15 de junio de 1977 el 9,3% de los votos y 20 diputados. El PSOE, el 29% y 118 escaños.
En 1978 el PSOE renunciaba a la República en los trabajos constitucionales, no sin antes escenificar su rechazo a la monarquía con un voto particular republicano, de escasa efectividad, pero alto contenido simbólico. El PCE rechazaría el gesto de los socialistas, y se alinearía en la votación con las derechas y los nacionalistas catalanes. El mensaje a la ciudadanía progresista por parte del partido quedaba en todo caso claro: el PSOE lo había intentado hasta el final.
No obstante, la definitiva conversión del partido a la monarquía y a la bandera oficial del Estado llegaría tras la derrota electoral del 1 de marzo de 1979 y el fallido golpe de Estado del 23 de febrero de 1981. Ambos hechos convencerían a Felipe González de la necesidad de moderar el programa y la imagen del PSOE para poder acceder a La Moncloa. La bandera se convertiría en un símbolo perfecto de ese giro al centro que buscaban los jóvenes socialistas.
Adiós al aguilucho
Con mucha perspicacia, el PSOE propondría en febrero de 1980 una modificación del escudo para despojarlo de las adherencias incorporadas por el franquismo. La UCD, interesada también en desfranquizar tanto el escudo como su propio pasado, apoyaría la renovación del estandarte nacional. Sin el aguila imperial, la bandera se convertía en un símbolo mucho más presentable para que, tras la fallida intentona del 23 de febrero, socialistas y comunistas animaran a sus bases a identificarse con la bandera. Las izquierdas debían disputarla, romper el monopolio sobre ella de la extrema derecha y convertirla en un símbolo común a todos los demócratas.Tras el 23F, socialistas y comunistas también manifestarían su voluntad de presentar una imagen más patriótica y menos asociada a los nacionalismos periféricos y sus reivindicaciones. En marzo de 1981, Santiago Carrillo afirmaba que “la descentralización política y administrativa prevista por el proceso autonómico debe hacerse respetando la bandera nacional, que es la de España”.
La campaña electoral del PSOE en octubre de 1982 se haría con el símbolo nacional en la mano y en medio de inflamadas demostraciones de patriotismo constitucional por parte de Felipe González. En el cierre de campaña, el candidato socialista a la presidencia agradecía a los militantes y simpatizantes del partido levantar la renovada bandera de la Constitución, “esa bandera que ya hemos conquistado para todos y que ya es patrimonio de todos los españoles y no patrimonio de grupos sectarios”.
Todavía en las elecciones autonómicas de 1983, el PSOE, ya en el poder, tiraría de la rojigualda, entrelazada en su cartelería junto a las nuevas banderas autonómicas. Posteriormente, como señala el catedrático de historia Xosé Manoel Núñez Seixas, “su uso se iría enfriando por parte del PSOE, mientras la tricolor, tras unos años de mucha marginalidad, renacería en las manifestaciones anti-OTAN, y sobre todo a principios del siglo XXI en las movilizaciones contra el Gobierno de Aznar y la guerra de Iraq”.
¿Qué hacemos con la bandera?
En Francia, la bandera tiene unos claros orígenes revolucionarios, renovados por el Frente Popular y la resistencia contra la ocupación nazi. En Italia, la lucha antifascista resignificaría este símbolo nacional en un sentido democrático, popular y republicano. En España, en cambio, la bandera del antifascismo es derrotada. La enseña oficial del Estado sigue resultado más del gusto de quienes la cuelgan en los balcones para oponerse al Procés. A pesar de que en los últimos años también haya vivido una relativa normalización, a la que han contribuido el paso del tiempo, la inmigración y los éxitos de la selección nacional de fútbol, para la izquierda más militante sigue remitiendo a monarquía, franquismo y una Transición muy distinta a la de Portugal.Con amargura, Gregorio Morán escribía en El precio de la Transición (Planeta, 1991, reeditada integramente por Akal en 2015) que los antifranquistas como él se habían quedado al término de esta “sin régimen al que identificarse y sin símbolos a los que respetar; no digamos sentir suyos”: “Una bandera, un himno, una concepción de patria a la que no podía contemplar sin desdén”.
Núñez Seixas recuerda en todo caso que España no es el único país donde las izquierdas tienen una relación conflictiva con los emblemas oficiales del Estado. El historiador, Premio Nacional de Ensayo 2019 por su reciente libro Suspiros de España. El nacionalismo español: 1808–2018 (Crítica, 2019), pone ejemplos de otros países europeos: “En Bélgica las tensiones nacionalistas han reducido el uso de la bandera casi exclusivamente a los partidos de fútbol, en Alemania el pasado nazi sigue haciendo difícil la relación con la idea de patria y entre la izquierda británica la bandera se asume, pero por sus connotaciones imperialistas no es un símbolo que se exhiba con demasiado agrado o entusiasmo”. El profesor de la Universidad de Santiago de Compostela señala que “incluso en un país tan nacionalista como Estados Unidos, donde existe un culto casi unánime hacia la bandera, son los republicanos los que más ostentación hacen de ella”.
Desde su fundación en 2014, Podemos apostó por la reivindicación de un cierto orgullo patriótico alternativo. Suponía una novedad con respecto a la izquierda radical, que había llegado a pedir el voto para los independentistas, o IU, que había oscilado desde su fundación entre la aceptación de la monarquía parlamentaria, la indefinición nacional y en los últimos años un republicanismo muy ligado a la memoria de la II República. Pronto emergería, sin embargo, el problema de los símbolos. ¿En cuáles apoyar este patriotismo progresista y plurinacional? Sin asumir la bandera rojigualda ni tampoco la tricolor, considerada historicista y poco transversal, había que hacerse la pregunta: ¿es posible un patriotismo desprovisto de imágenes simbólicas?
En diciembre de 2018 en una entrevista en Ctxt Iñigo Errejón, ya derrotado en Vistalegre 2, pero aún en Podemos, señalaba que “cometeríamos una enorme torpeza histórica si regalamos el orgullo de pertenencia al país a quienes tiene una idea muy estrecha de España en el que les sobran los progresistas, los que hablan otra lengua, los que vienen de fuera, los que tienen otro apellido, las feministas...”, y animaba a asumir “un patriotismo español desacomplejado”, que debía llevar a “sentir como propios los símbolos nacionales”. A pesar de esta voluntad manifestada por Errejón, los pasos dados en su nuevo partido no han ido mucho más lejos que en Podemos.
La propia elección del nombre “Más País”, en lugar de “Más España”, resulta significativa de esa cautela. No obstante, en opinión del politólogo Alán Barroso, la apuesta por el nombre “Más País”, supone un “pequeño avance en la normalización del imaginario español entre las izquierdas”. Para Barroso, la asunción de la bandera rojigualda es una cuestión problemática, pero estratégica y defensiva para la viabilidad de un proyecto de izquierdas en España: “No se trata tanto de hacer una reivindicación y llenar los mítines de banderas, al estilo de Jean Luc Melenchon y la Francia Insumisa, como de evitar que las derechas dejen de utilizar un símbolo oficial que representa a millones de españoles no politizados como arma arrojadiza contra los progresistas”. Según este joven politólogo, muy activo en redes sociales, “quizá una campaña no sea el mejor momento, pero se trata de un gesto valiente que alguien tendrá que dar en algún momento, aunque le lluevan las críticas por ello”.
Más escéptico con respecto a una operación simbólica como la que propone Errejón se muestra Núñez Seixas. El historiador considera que a día de hoy resulta casi tan improbable que el espacio del cambio surgido del post15M pueda resignificar y disputar la bandera oficial, como que la bandera tricolor, que en el periodo democrático se ha convertido “en una bandera reivindicativa, de protesta”, pueda convertirse un símbolo hegemónico, asumible por amplias mayorías. “La tricolor ni siquiera genera consenso en las periferias nacionalistas, aunque pueda ser vista con más simpatía que la bandera monárquica”, apunta Núñez Seixas.
El tiempo y el desarrollo de los acontecimientos políticos y sociales nos dirán si algo se mueve en la relación entre las izquierdas y los símbolos nacionales. Por ahora, la coexistencia institucional más que la identificación emocional, marca las relaciones con unos símbolos oficiales del Estado desprovistos de la afectividad y temperatura emocional reservados para la bandera republicana, y los emblemas autonómicos y soberanistas.
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También sobra el escudo de la corona. Da la sensación de que españa pertenece a la monarquía y a las élites dominantes. ¿Para cuando un escudo que represente a la gente y no a los poderes del estado?
Banderitas, banderines, emblemas e himnos. Países no son patrias, ni pueblos naciones. Quienes utilizan banderas lo hacen en beneficio propio o de sus empresas, sean éstas mercantilistas o rentistas del poder económico y político obtenido siempre a costa de los pueblos. En este mundo, donde se trafica con las finanzas, las mercancías y las ideologías a nivel global todavía seguimos manejados por trapos de colores que sirven básicamente para envolver, enmascarar y distraer de lo verdaderamente importante para los de abajo. Siempre se han utilizado para enfrentarnos a otros, mejor dicho, para vincularnos a unos intereses de los que nos gobiernan poniéndonos en contra de otros que a su vez son manejados, cuando unos y otros de los manipulados tenemos más en común entre nosotros que con aquellos que blanden colorines, trapos y pulseritas y marchas militares . Los pueblos y tribus antiguas, autogestionadas y horizontales no tenían banderitas, se organizaban y resolvían sus problemas en reunión y asamblea, como en las andechas, facenderas y las sextaferias se solucionaban los problemas de su comunidad. Son los señores feudales, los terratenientes, caciques y grnades propietarios, y más tarde los llamados representantes políticos quienes empezaron a manejarnos con banderas, escudos, himnos y demás símbolos alienantes ¿Cuándo dejaremos de mirar y ver nuestros problemas a través de las banderas?
Ofensivo y traidor el paso que el PSOE y PCE dejaron en los 70-80, traicionando sus símbolos, ideales y sobretodo, dejando tirados a los cientos de miles de republicanos obreros que defendieron la democracia y libertad hasta la muerte, frente a unas hordas fascistas a las que está bandera si les representara.
Una bandera monárquica, católica y capitalista jamás será mi bandera, ni la de un pueblo orgulloso de la Tricolor y su ejemplo de emancipación
Bandera que represente al pueblo solo hay una, la tricolor. La otra solo representa a la iglesia, la monarquia y al bando nacional, por eso la queman con jolgorio a la menor ocasion en muchos sitios.
Lo más gracioso de todo es que ellos nos aniquilaron nuestra bandera, y ahora a nosotros se nos recomienda aceptarla por el bien nacional.
Jamás! La bandera de los pueblos trabajadores es la tricolor!
La bandera que ondea en las Instituciones del Estado es el símbolo del nacional-catolicismo -porque aún siguen ahí-, y como en la monarquía no se permite la tricolor, al menos como justificación, podían haber creado otra nueva. O no poner ninguna, que además están hechas de fibras que contaminan mucho, tanto al medio ambiente como al cerebro.
La bandera bicolor fue la bandera de los liberales y revolucionarios de los años 20 del s.XIX, por tanto nada tiene de fascista ni de franquista.
Hay que distinguir entre bandera nacional, bandera sin escudo, y bandera del Estado, bandera con escudo.
Perdona, pero las dos experiencias más revolucionarias del siglo XXI y XX llevan de por sí el nombre de Primera y Segunda Repúblicas de España.
Y la rojigualda, como nuevo aspecto de la bandera franquista, pero manteniendo su representación politica antidemocrática, si tiene un especial tufo a los golpistas del 36 (monárquicos, falangistas, iglesia y empresarios)
No hay ninguna bandera que me represente, las banderas son solo trapos de colores para envolver a patriotas retrasados mentales.
Sí, el problema es que esa bandera se la pueden meter por donde quieran y los neofalangistas cool de Más Perón, con mástil y todo.
Yo me limpio el culo con ese trapo rojo y gualda español
Como si no hubiéramos sufrido suficiente nacionalismo toma 2 tazas.
En España hay una sola bandera por derecho: la bandera tricolor de la República Española. Lo demás es fascismo disfrazado de democracia. La mona vestida de seda, mona se queda.
La tricolor se trata de una roja y gualda que se encontró enterrada y una de las bandas rojas quedó al aire y la destiño el sol, lo que la dio el color morado.