Nacionalismo
Los no-nacionalistas y el mito de la libre elección

Las fronteras nacionales son moralmente arbitrarias para los cosmopolitas, porque tratan una contingencia (algo que no eliges, la nación) como foco de especial pre­ocupación y lealtad (no como la familia, que la eliges en el menú pre-natal).

1D Cordoba 2
Mujeres marchan en el cortejo del SAT. Alfonso Torres
28 abr 2020 12:36

Todos los cosmopolitas liberales, incluido el republicanismo liberal, consideran que el nacionalismo es un problema moral. No les gustan las comunidades nacionales porque no son elegidas por sujetos racionales sino asignadas contingen­temente por nacimiento. Los pluralistas dicen que las conexiones cosmopolitas deben tener prioridad sobre los lazos nacionales, precisamente porque las comunidades nacionales son fronteras contingentes y moralmente arbitrarias. Los igualitaristas insisten en que nuestras creencias compartidas en la igualdad del valor moral de los seres humanos nos obligan a ampliar el alcance de nuestro principio de justicia distributiva para incluir a todas las personas del mundo, no solo la propia nación. Es cierto que tenemos a los llamados cosmopolitas moderados (los no-nacionalistas de ERC, los autonomistas folclóricos del PNV, Podemos…según el barrio), que intentan demostrar que el reconocimiento del particularismo étnico y cultural (que llaman nacionalismo) no excluye el acceso a estándares universales. Sin embargo, ninguno de ellos puede explicar por qué estos estándares universales deben tener prioridad sobre aquellos generados por comunidades locales. Debido a que las naciones son moralmente arbitrarias para los cosmopolitas liberales y los no-nacionalistas, las divisiones nacionales deberían estar subordinadas a grupos basados en nuestra humanidad com­partida, que no es arbitraria desde un punto de vista moral (!!). Pero pocos se atreven a decirlo así. Y en cambio, para ellos, donde uno nace es solo un accidente y no debemos permitir que diferencias de nacionalidad o clase o de gé­nero levanten barreras entre nosotras y nuestras conciudadanas. Ninguno de ellos habla sobre la arbitrariedad moral de la familia de sangre y nadie la imagina como una comunidad primitiva y exclusiva que debe­ría desaparecer de la faz de la tierra en un mundo cosmopolita, a pesar del hecho de que la familia se asigna contingentemente por nacimiento, como la nación (es lo que tiene el machismo cosmopolita, que permea todo el cosmos).

Analicemos cuidadosamente* estos argumentos que nunca explicitan, pero sostienen el bondadoso y bienintencionado discurso no-nacionalista:

Primero de todo: la arbitrariedad les pone muy nerviosos, porque quieren un mundo basado en la libre elección. Existen dos tipos de arbitrariedad que consideran moralmente aberrante. Una es que no merecemos ninguna recompensa o penalización por haber nacido “arbitrariamente” en un lugar y tiempo en particular. Usan aquí “arbitrariamente” en el sentido de sin propósito. Entonces, no de­berías tener derecho a la ciudadanía solo porque naciste en cierto lugar. Las fronteras nacionales son moralmente arbitrarias en este sentido para los cosmopolitas, porque tratan una contingencia, una herencia cultural compartida, como un foco de especial pre­ocupación y lealtad (no como la familia, que la eliges en el menú pre-natal).

El segundo tipo de arbitrariedad que quieren neutralizar es que no podemos reclamar una mayor proporción de bienes (como ser más ricos o tener más propiedades o ir a una escuela de élite, pero de esto no hablan) por nuestra posesión de cualidades que son irrelevantes para la distribución de bienes (como ser blanco, nacer con pene o nacer en la calle Charlbury de Oxford. No. Esto lo digo yo, ellos dicen: no puedes tener mas derechos por ser catalana o vasca que por ser española – como ocurre ahora, debido al nacionalismo vasco y catalán que hace que los españoles no puedan vivir en su idioma universal, por ejemplo – o, no puedes tener más derechos por no tener un estado que por tenerlo, ¿o era al revés? Qué lio).

Objeciones a estos dos argumentos:

En primer lugar, no está claro qué distingue una forma moralmente arbitraria de agrupar seres humanos de una que no lo es. No creo que la porción de herencia cultural por la cual definimos una comunidad nacional sea más o menos contingente que haber nacido humano. La crítica moral de la contingencia en oposición a la libre elección omite su interpre­tación teleológica. Creen que la humanidad tiene un propósito diferente a las comunidades nacio­nales, pero esta creencia en que la humanidad tiene un propósito solo es posible dentro un pensamiento teleológico y monoteísta, muy particular.

En segundo lugar, la humanidad no es una comunidad. Como señala Yack, los lazos comunitarios descansan en una disposición social subjetiva para tratar una forma de compartir como fuente de preocupación y lealtad mutuas; el mero intercambio de rasgos no es suficiente en sí mismo para crear una comunidad.

En tercer lugar, alguien puede considerar que es moralmente aberrante dividir a la humanidad entre ricos y pobres, franceses y españoles, blancos y negros, mujeres y hombres, pero no es arbitrario, es político. Nadie nace rico o pobre, francés o española, blanco o negra, mujer u hombre. No naces mujer, sino que te conviertes en una (Beauvoir). No naces negra, española o pobre, te conviertes en una. El sexo, la raza, la etnia, la nación y la clase, no son categorías biológicas o naturales, pero tampoco arbitrarias o contingentes, como los cosmopolitas liberales y el pensamiento político domi­nante tratan tácitamente de transmitir en sus propuestas sobre contingencia y libre elección. Son categorías sociopolíticas. La idea, como ellos dicen, de que «tener la buena fortuna de haber nacido en Chalbury, Oxford (o con padres occidentales ricos de clase alta) no debería tener nada que ver con la distribución de bienes (desde sueldos y casas, a la  admisión en las escuelas de élite)», es muy tierna, pero no es una contribución analítica.

Decir que nacer pobre no es razón para excluirte del acceso a una escuela de élite o a ciertos trabajos bien remunerados es moral (no política) y es absurdo, ya que es el hecho de que tus padres no elegidos o tu comunidad no elegida no hayan tenido acceso a ciertos trabajos, escuelas, salarios y sitios lo que causa que tus padres sean pobres y que «nazcas» pobre.

¿De qué sirve afirmar que lo que nos hace «pobres», negras o blancos, mujeres, armenias, españolas o afroamericanas, no debería deter­minar nuestra pobreza, nuestra clase socioeconómica, clase sexual o nacionalidad?

A los cosmopolitas no les gustan las comunidades nacionales porque no son una consecuencia de nuestras elecciones morales. El problema no reside solo en que no explican por qué nacer humano es de hecho una elección moral, o por qué los lazos nacionales son moralmente aberrantes pero los lazos familiares no lo son, sino que los humanos apenas deciden nada. No pueden elegir dónde nacer, en qué familia nacer, nacer con un color de piel u otro, rico o pobre, o en un lugar con escuelas privadas, con un sistema de salud pública y servicios públicos, con buenos ferrocarriles, grandes casas o rodeados por trabajadores de cuello blanco muy bien remunerados. En la parte del mundo que habitamos nosotras, estamos social, económica, cultural y políticamente determinados de acuerdo con el lugar donde nacimos y según el cuidado, afecto, alimentación, recursos y educación que recibimos mucho antes de que podamos razonar, hablar y discutir, mucho antes, por tanto, de que podamos elegir libremente nada. Hay algo intrínsecamente perverso en pensar que todos nuestros primeros años como seres humanos, aquellos en los que sujetos no elegidos (principalmen­te mujeres, familia y escuela en general) nos alimentan, cuidan de nosotros y nos convierten en individuos capaces de tomar decisiones, sean moralmente problemáticos porque no elegimos quién, cómo y cuándo somos alimentados, vestidos, bañados, amados y atendidos. Y esta per­versión tiene su fundamento en el conjunto de omisiones que estos estudiosos hacen con respecto a sus propios privilegios por haber nacido en países patriarcales no elegidos, más o menos ricos y en familias no elegidas de clase media o alta principal­mente blancas, junto con la omisión de que estas contingencias (que tanto aborrecen al hablar de nación) tienen una gran importancia política y muchas consecuencias morales contingentes relacionadas con el hecho de que tengan una voz difundida públicamente y una audiencia global.

Son los mismos privilegios no elegidos que llevan a estos pensadores liberales a hablar sobre cosmopolitismo, democracia, republicanismo, totalitarismo, pero nunca sobre democracia patriarcal o capitalismo racista, porque esas cosas que afectan a las mujeres, a las personas negras, pobres, gitanas, catalanas o kurdas son particularidades que no hacen más que bloquear la democracia cosmopolita.

Son los mismos que hablan de democracia global y universal sin tener ni idea de cómo se crea la democracia local.


*Privatizar la Democracia (Icaria, 2018)


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Kaixo, Bookchinen "Nacionalismo y cuestión nacional" testua gomendatzen dizut. "La próxima revolución" liburuaren pdfan topa dezakezu interneten. Eskerrik asko zure lanagatik. :)

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La nación como la religión se basan en un acto de fe:
Ora pro nobis
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