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Pista de aterrizaje
Karmele Irigibel: “Me gusta ver amanecer en medio de la naturaleza”
Karmele Irigibel (Gallipienzo, 1951) ha sido una militante antifranquista y activista LGTBI, además de trabajar como pastora, hortelana y carnicera. Habla de su amor por el entorno rural y de los problemas que conlleva como el éxodo de su pueblo, del que ha sido alcaldesa durante 14 años
Karmele Irigibel Sola nació en 1951 en Gallipienzo. Su padre, originario de Urraúl Alto, fue ganadero y carnicero, y su madre, ama de casa. Fue la tercera de ocho hijos de una casa con 250 ovejas donde hubo austeridad pero no miseria. Aprendió de sus progenitores, católicos practicantes, el valor de la generosidad y la solidaridad. A los 16 años, su familia emigró a Burlada. Fue antifranquista y ha militado en el comunismo radical, es feminista y activista LGTBI. Acompañó al movimiento sandinista nicaragüense durante casi tres años y, para recaudar fondos, se fue a California a recolectar marihuana. Trabajó en un departamento de contabilidad, ha sido pastora, jornalera, y alcaldesa de su pueblo durante catorce años hasta hace unos meses.
Cuando naciste vivían 663 personas en Gallipienzo. Hoy sois 99...
Dormíamos las tres hermanas en la misma cama, hasta que me fui a pasar las noches a casa de la abuela porque no cabíamos. Con ocho años ya iba al huerto, al olivar, a la viña, andaba con el ganado, ayudaba a mi abuelo Alberto en sus quehaceres, al aita en la carnicería... fue una vida feliz con ensaladas, sopas, garbanzos, carne a la brasa y postres de leche. Lo que soy, incluido mi ateísmo, se lo debo a esa infancia. Mi madre, una persona religiosa a la que hemos estado cuidando en los últimos años de su vida me dijo una vez: “Me he dado cuenta de que para ser buena persona no hace falta ser cristiana”. Nos educaron en el respeto a las personas.
Entonces, ¿por qué os fuisteis a la capital?
Era una economía de subsistencia donde el trueque era habitual, la colada se hacía en el río —también cuando llovía—, y cuando se secaba la fuente había que bajar a por el agua con los burros y los cántaros... así que el mito del progreso de los años sesenta arrasó nuestra comarca, como tantas otras. Hoy vivimos en la zona menos de 8.000 personas.
¿Por qué volviste?
Me gusta el huerto, pasear y madrugar. Me gusta ver amanecer en medio de la naturaleza, escuchar a los pájaros, ver correr el agua. Me gusta comer, el vino, y que alguien me llame para pedirme algo y salir corriendo. Y me gusta el silencio: nunca me han interesado los cotilleos. Volví para reencontrarme con mis ancestros, y aunque cobro menos de 700 euros de la pensión, vivo muy bien con mi huerta y mis cosicas.
¿Y ha sido fácil?
Primero me fui a una borda con mi novia. No teníamos agua corriente ni luz pero nos apañábamos con placas solares y garrafas. Nos crecían unos tomates fenomenales; teníamos burra, conejos, gato y perro. Luego rehabilité un pajar de la familia en el casco urbano, donde vivo ahora.
¿Se puede detener el éxodo rural?
Es complicado. Para empezar, hay que escribir la historia para recordar y reconocer. Un pueblo que no recupera su historia es un pueblo perdido. Mientras he estado de alcaldesa hemos conseguido que se escribieran dos libros sobre Gallipienzo.
Vaya, pues no parece tan complicado...
Solo con eso no vale. Hay otro problema gordo con el papeleo. En Francia, una chica tiene sus gallinas, su ternera o su queso y vende lo que produce en la plaza. Hace la mermelada, la embota y se la quitan de las manos. Estuve hace poco por allí en un curso de cría de caracoles. La gente los cocinaba y te los vendía allí mismo. Aquí, entre veterinarios, normativas e impuestos es imposible.
¿El problema es la burocracia?
Es un obstáculo importante pero lo realmente grave es que faltan políticas públicas de verdad y no esas campañas de planes de desarrollo rural con las que se les llena la boca de mentiras. Eso sí, siempre que estemos de acuerdo con que todo el mundo no puede vivir en las ciudades.
Sí, claro.
Entonces necesitamos discriminación positiva. Que se pongan los medios para que la gente del campo podamos vivir con dignidad. Que dejen de ningunearnos y de humillarnos.
¿Y estar en la alcaldía ha servido para algo?
Montamos la candidatura para frenar la inercia. Queríamos fijar población. Hemos trabajado como mulas y algo se ha conseguido: ahora hay una nueva pareja joven con hijos, un agricultor de 24 años...
Cosas pequeñas...
Es que yo soy una de esas mujeres currelas que creen que es importante hacer bien todas y cada una de las cosas pequeñas. Nos cuesta acordarnos de lo que hacemos bien, pero como hagamos algo mal, no se nos olvida nunca.
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Cuanto que aprender de tu vida y espriencia,gracias,un besazo.