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Pista de aterrizaje
Alazne Arruti: “Los hombres son responsables de que haya caseríos vacíos”
Alazne Arruti Irigoyen es una baserritarra que regenta una pequeña sidrería ecológica desde 2002, que también es casa rural, en plena costa gipuzkoana. Su hija será la quinta generación de mujeres que regenta el caserío
Hija única de madre soltera, Alazne Arruti Irigoyen es, a sus 45 años, madre de una niña. Abandonó sus estudios de Química para convertirse en técnica de Industria Alimentaria. Regenta una pequeña sidrería ecológica desde 2002, que también es casa rural, en plena costa gipuzkoana. Ambos proyectos complementan las faenas tradicionales que aprendió en su caserío familiar, Txindurri Iturri, conocido por la fuente que le da el nombre.
¿Es mejor vivir en un pueblo o en una ciudad?
Cuando era pequeña teníamos que volver andando a casa al salir de la escuela, media hora atravesando el monte, un tramo sola y otro acompañada. Recuerdo aquello como algo maravilloso. Hoy valoro salir de casa sin llaves, sin dinero en el bolsillo. Levantar la vista y ver si aquel árbol está en flor, si ha venido tal pájaro, o cómo está ese sendero.
Tu hija es la quinta generación de mujeres en Txindurri Iturri, ¿a qué se debe esta saga matrilineal?
Es una mezcla de factores y de azar. Pantxika, mi bisabuela, se quedó viuda; María Antonia, la amama, tuvo un marido que amaba este lugar. Rosario, mi ama, tuvo que pelear por lo suyo y amplió el proyecto incorporando la sidrería, la hostelería y el agroturismo. Aquí estamos ahora las tres: ella, mi hija Janire y yo, elaborando productos saludables y respetuosos con el entorno y ofeciendo un lugar para el turismo responsable.
¿Por qué tuvo que luchar tu ama?
El mundo de las herencias es muy complicado. Cuando el arreglo no es fácil, los problemas pueden enquistarse durante años, y más cuando hay machismo de por medio.
Toda la costa lleva años con una presión especulativa enorme. Cada vez hay más caseríos convertido en segundas o primeras viviendas de familias con gran capacidad adquisitiva que no se dedican a la agricultura
¿Por qué?
Aunque se hayan ido a vivir al pueblo o a la ciudad, los hombres prefieren vender el caserío antes de que se lo quede una mujer de la familia y gestione la propiedad de los antepasados. De hecho, son responsables de que haya bastantes vacíos. Quieras o no, ser representante de un caserío da cierto prestigio social y agrícola. Es algo muy simbólico. Conozco a unas cuantas mujeres que, a sus 50 o 60 años, están yendo a juicios y pasando mucho tiempo en los juzgados contra posibles herederos o compradores para luchar por mantener la actividad.
¿El patriarcado es el culpable?
Es obvio que hay otras razones. Toda la costa lleva años con una presión especulativa enorme, como le está pasando a Donostia con la gentrificación. Cada vez hay más caseríos convertido en chalés, en segundas residencias o en primeras viviendas de familias con gran capacidad adquisitiva que no se dedican a la agricultura y que plantan pinos y eucaliptos. Por otra parte, están las grandes infraestructuras y los polígonos industriales, que estrangulan la viabilidad de estos modos de vida, que son ecosistemas muy frágiles con fuentes de ingresos diversas.
El mundo de las herencias es muy complicado. Los hombres prefieren vender el caserío antes de que se lo quede una mujer de la familia y gestione la propiedad de los antepasados
¿Y el relevo generacional?
El envejecimiento también es un gran problema. Está fracturando la transmisión generacional de los conocimientos y el equilibrio sociocultural. Y relacionado con esto, no conseguimos recuperar la conexión entre población rural y población urbana. Esto último es el gran reto para quienes estamos tratando de reconstruir el entorno. Se habla mucho de kilómetro cero pero hemos avanzado poco, y la administración no ayuda.
¿Por qué?
Demasiada legislación mal concebida. La sidra embotellada se incluye entre los productos que necesitan registro sanitario, que es mucho más restrictivo que el permiso sanitario. En la práctica, es una caza de brujas contra pequeñas productoras como la nuestra, que van poco más allá del autoconsumo. Yo tengo que tener un local para trabajar un mes y embotellar un día... al año. Y luego está la política de ayudas europeas, que beneficia principalmente a los grandes propietarios.
“El registro sanitario es una caza de brujas contra las pequeñas productoras de sidra”¿Cómo de generalizado está el panorama que describes?
Muy ampliamente. En nuestro caso, sin ir más lejos, el caserío más cercano ahora es propiedad de gente de la ciudad. Se han traído unos ciervos y ahí los tienen, pastando en el prado contiguo. Un poco más abajo, en el valle, se pusieron fábricas y filas de adosados que se vendieron a baserritarras de los alrededores. Varios de ellos tienen animales en el patio trasero y los sueltan para que anden por nuestro bosque. Es su manera de huir de la claustrofobia urbana y de conectarse al modo de vida anterior del caserío donde hace falta una mentalidad amplia y abierta.
Diría que el estereotipo funciona al revés...
Ya. En los años 50, tras la posguerra, llegó la industrialización a estos valles. Se puso una fábrica de cemento en Arrona. Vino inmigración extremeña, andaluza y gallega. ¿Quién acogió a esas gentes hasta que los patrones les construyeron casas baratas y economatos al lado de los centros de trabajo? Los caseríos.