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El lunes 10 de junio amanece con la siguiente noticia: el tren de la ultraderecha sigue avanzando a toda velocidad hacia nosotras, persiste en su afán de atropellarnos. La historia airea su sádico gusto por los callejones, esas obturaciones de lo posible donde antes estuvieron nuestros mayores, de dónde solo se sale diezmados y con un nuevo trauma en la memoria colectiva. Huele a guerra a lo humano en el horizonte, apesta a impugnación de las cosas que nos gustaría dar por sentadas: el derecho a la vida, la justicia social, la preferencia de la paz sobre la guerra, la inmoralidad de cualquier genocidio. El escenario es ya otro, gritan los resultados electorales. Nuestras respuestas no pueden ser las mismas.
Esto ya lo sabíamos, y quizás por esto, en España, la mitad de la gente no acudió a votar. Muchos de quienes fuimos, lo hicimos del brazo de la duda, con el aliento del escepticismo en el cogote. No había acabado la noche electoral, y a la tristeza de constatar el gusto descarado por el supremacismo que se vuelve a gastar por Europa, se añadió la evidencia de que nos crece el incelato como sujeto político a la sombra de bulos y efectismo. Que cultivar en el resentimiento de quienes creen merecer más, de quienes recaban pertenencia y comunidad en torno al odio victimista, renta. Cosecha sus frutos, penetra en un sistema en decadencia y amenaza con acabar de gangrenarlo.
Nos veo como vacas torpes de la democracia atascadas en su propia parcela de pasto, mientras el tren de un fascismo libre del lastre de la realidad misma, corre eufórico hacia el colapso de la mayoría
En esta nueva resaca electoral, una resaca más huérfana de fiesta previa, nos siento rumiar de nuevo desencanto, florecen nuevos diagnósticos sobre lo que ha pasado a la izquierda blablablá, sobre la necesidad de autocrítica, de unidad, de reflexión… flores tristes de un día. Nos veo como vacas torpes de la democracia atascadas en su propia parcela de pasto, donde apenas crece ya la hierba, mientras el tren de la historia, el AVE de un fascismo aligerado de humanidad, de valores, libre del lastre de la realidad misma, corre libre hacia el colapso de la mayoría.
Este revolcarse cansino en la impotencia, ¿merece la pena? ¿Vamos a pasar las siguientes semanas hablando de ardillas? ¿Vamos a pasearnos por los quejíos de twitter con el cilicio estrangulándonos las piernas, amargándonos cualquier posibilidad de caminar hacia otro sitio que no sea los mismos manidos callejones? Quizás toque ya rendirse de algunas apuestas. Bajarse de ese juego de apostar contra los otros, cuando ya no se sabe por qué futuro apostar. Dejar de mirar lejos, donde nada podemos hacer, y elegir una cierta miopía, para redescubrir cercas, donde quizás sí se puedan hacer otras cosas. Gentes que ya están haciendo otras cosas, y no tienen tiempo para malgastarlo en comentar las jugadas de los Alvises de la vida.
No conseguimos que el miedo cambiase de bando, lo que ha cambiado de bando es el entusiasmo. A la alegría de sentirse del lado correcto de la historia, le sucede ahora, la euforia de creerse del lado ganador
No se trata de no intentar entender, se trata de que entender no paralice. No convertir los afinados diagnósticos en el sudario de cualquier energía política. No dejarnos gasear de desencanto y desgana, buscar el oxígeno fuera de ahí. “Vamos a fuera a hacer que suceda”, canta Biznaga en su canción de amor y acción “El entusiasmo”. No conseguimos que el miedo cambiase de bando, lo que ha cambiado de bando es el entusiasmo. A la alegría de sentirse del lado correcto de la historia, le sucede ahora, la euforia de creerse del lado ganador. Una euforia como una droga que te distancia de la realidad puesto de bulos. Pero que cosecha votos, poder e impunidad.
Quizás toca mirar de otra manera a esa juventud a la que tantos señalan como responsable de este empobrecimiento político, y ver que ha sido la única que ha sabido plantarse fuera del discurso en acampadas contra el genocidio, en una respuesta internacionalista desde abajo, rica de nuevas formas de pensar los vínculos políticos, agitando el pragmatismo de la afinidad entre tiendas quechua, frente a la cultura del enemigo que nutre la política de tuiter. Gente que supo entusiasmarse como antes nos entusiasmamos otros, por fuera de la triste coreografía de las urnas, apuntando certeras a objetivos concretos en las instituciones, rascándole a la cantinela de la impotencia algunas victorias no menores.
Palestina
Acampadas universitarias Primera victoria para la acampada propalestina de Barcelona
Tal vez es hora de volver a mirar a los barrios como lugares donde se tejen resistencias para la supervivencia contra este largo invierno neoliberal, dejar de mirar con miedo al precariado como un amenazante caladero de voto fascista, darle una tregua al estudio científico de los monstruos que surgen de la dignidad herida, dejar de mirar al otro como amenaza. Aflojarle a nuestra fascinación por los supervillanos y quienes consideramos sus huestes, y lidiar con la amenaza de nuestra propia impotencia. Nuestras coartadas para no hacer. Quizás la primera acción, la primera resistencia, sea contra el desencanto. Cuidarse buscando las flores en las cunetas, como dice la canción de Biznaga. Escribir artículos hoy que no parezcan epitafios.