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Opinión
¿Qué se esconde detrás de los aranceles de Trump?
![Donald Trump órdenes ejecutivas](/uploads/fotos/r2000/0178097e/NEKMDYNQ7JGT3DPKJKFMELF3HM.jpg?v=63904682348)
El anuncio de los nuevos aranceles de la Casa Blanca para los productos metalúrgicos, además de la entrada en vigor de los ya propuestos contra China, hace que estudiar la motivación detrás de estas decisiones sea más importante que nunca. Como ha quedado claro en los últimos días, existen numerosas formas de entender las medidas arancelarias anunciadas por la administración Trump, dirigidas tanto a sus aliados como a sus rivales comerciales. Este mismo diario, de hecho, ya cuenta con un exhaustivo artículo detallando su posible impacto económico y geopolítico. Sin embargo, leyendo cómo han tratado los medios esta decisión aparentemente tan antagónica para la propia economía del país, da la impresión de que se han ignorado importantes matices de las motivaciones detrás de los aranceles.
La explicación más sencilla de la situación surge del paradigma de la muzzle velocity, expuesto por el estratega político Steve Bannon, ya en 2019. Bannon es famoso por haber asesorado la campaña de Trump en 2016, pero también a Marine Le Pen, Vox, la Liga por Salvini o Viktor Orbán, entre otros, lo que básicamente le ha convertido en el gurú de la estrategia política para la extrema derecha. Bannon, en su entrevista para PBS, ya dejó claro su plan para saturar los medios de comunicación (a quienes considera la principal fuerza de oposición) a través de la sobredosis de información y con ello congelar la opinión pública. La muzzle velocity se trata de una estrategia que busca dividir la atención de la ciudadanía, a base de sobrecargarla con discursos y maniobras chocantes dificultando una oposición unificada en temas concretos. Tener clara la estrategia de Bannon para fragmentar a la opinión pública es importante para entender no solo los aranceles, sino muchas de las políticas de la nueva administración.
Economía
Guerra comercial El culebrón de los aranceles, Trump, China, México, Canadá y la Unión Europea
Sin embargo, para que un plan así funcione, es necesario tener bien claro qué imagen se quiere transmitir desde el Ejecutivo, qué idea difuminada se tiene que quedar en la mente de la gente después de que pase la avalancha de información. Es decir, diseñar una narrativa con antelación que permita dar la apariencia de una acción coordinada, evitar la apariencia de descontrol mientras se distrae con una multitud de acciones superficialmente desconectadas. De esta forma, la estrategia de comunicación y las apariencias se vuelven más importantes que un plan de gobierno coherente.
En el caso de Trump, la imagen que quiere transmitir es la de un Ejecutivo tenaz, capaz de actuar decisivamente, y dispuesto a blandir su fuerza, particularmente frente a sus supuestos aliados. Sus discursos para hacer de menos a los procesos burocráticos (que asocia con la oposición política) y ningunear al resto de fuerzas internacionales no buscan sino reforzar la imagen de un poder ejecutivo capaz de imponerse a cualquier barrera política o diplomática. De ahí que, tras anunciar una oleada de órdenes ejecutivas, cuando los medios han decidido enfocarse en los aranceles, aún después de que estos sufran una serie de reveses políticos, la respuesta del Ejecutivo norteamericano sea anunciar todavía más aranceles. Así es como se refuerza la narrativa, se tiene a los medios enganchados y se mantiene la ilusión de que la Casa Blanca es quien lleva la iniciativa política, es decir, que actúa como quiere, cuando quiere, y sin rendirle cuentas a nadie.
La razón por la que la Casa Blanca está abusando de estas órdenes ejecutivas es precisamente porque sería incapaz de pasar la mayoría de sus resoluciones por vía parlamentaria
No obstante, como señala el periodista Erza Klein, se trata de pura fachada. La realidad es que Trump, a pesar de tener mayoría en ambas cámaras, en el Congreso mantiene el margen más estrecho desde 1931. Con una mayoría de tan solo 3 asientos, la razón por la que la Casa Blanca está abusando de estas órdenes ejecutivas es precisamente porque sería incapaz de pasar la mayoría de sus resoluciones por vía parlamentaria, donde quedaría codificadas como ley (resultando más duraderas y contundentes). Intentar aprobar medidas que le permitieran, por ejemplo, aumentar sus poderes sobre los despidos en la administración, a través del Congreso implicaría la lenta, sino imposible, tarea de convencer a la totalidad su propio partido. Tarea que ya le causó más de un dolor de cabeza en la anterior legislatura, cuando su propio partido decidió en varias ocasiones votar en su contra (ya sean ambos impeachments o John McCain votando a favor del Obamacare, como recuerda Klein). Además, es necesario recordar que Trump ha sido ambas veces el presidente más impopular a la hora de jurar el cargo desde que el Gallup registra esta estadística.
Klein acierta completamente cuando señala que Trump siente la necesidad de aparentar fuerza política por el simple hecho de que no la tiene. Esto no quiere decir que sus políticas sean inofensivas o estén destinadas al fracaso. Más bien lo contrario, el éxito de Trump dependerá principalmente del grado en el que consiga convencer al público de que él es capaz de tomar este tipo de decisiones. Aunque ya le están parando los pies en casos como: sus órdenes anticonstitucionales de acabar con la agencia USAID o eliminar la ciudadanía por derecho de nacimiento, solo hace falta que alguna de sus medidas tenga éxito para que las puedan usar como justificación de su comportamiento. Tras haber jurado el cargo, cuando su posición como presidente está menos en duda, es precisamente cuando puede permitirse políticamente este grado de bravuconería. Aun así, como no tiene la capacidad de gobernar parlamentariamente, es decir, colaborando con el sistema y convenciendo a su partido, o a la oposición, a través del juego limpio, necesita aparentar que el poder ejecutivo posee el arrojo y la capacidad de suplantar al legislativo, esperando que el resto del país le crea. Solo debilitando narrativamente al resto de poderes es como podrá ejercer el tipo de autoridad que realmente quiere.
Los aranceles son un ejemplo perfecto de un discurso que busca la confusión mezclando tecnicismos económicos con un populismo casposo para distraer opinión pública
Volviendo a los aranceles, y antes de entrar en la clave para entenderlos, no hay que olvidar que estos cumplen también una función práctica concreta. Por una parte, se trata de una continuación de los intentos de la primera administración Trump para ralentizar la economía. En 2018 y 2019, las políticas arancelarias parecieron dar resultados contraproducentes hasta que fueron finalmente frustradas por la crisis del COVID. Los aranceles, además, abren la posibilidad para estrategias de manipulación económica, como levantarlos estratégicamente en caso de necesitar acelerar la economía en momentos políticos clave. Más importante aún, los aranceles son un ejemplo perfecto de un discurso que busca la confusión mezclando tecnicismos económicos con un populismo casposo para distraer opinión pública. A nivel inmediato, son también una manera de enmascarar mediante retórica nacionalista una subida de impuestos, que ya se contó en casi 80.000 millones de dólares tan solo entre 2018 y 2019, uno de los mayores aumentos de la carga impositiva en las últimas décadas. Además, a nivel interno alimentan el chovinismo del que se ha valido hasta ahora el movimiento MAGA y recrudecen el sentimiento alienador de “América contra el Mundo”.
A nivel externo, refuerzan la idea de hombre fuerte internacional que intenta transmitir en su discurso. La Casa Blanca busca recordar el mensaje de que ellos son quienes llevan la batuta, que como la mayor potencia económica pueden mandar y actuar punitivamente cuando quieran sin necesidad de rendir cuentas a nadie. De esta forma, demostrando que son capaces de someter a aquellos aliados que no estén dispuestos a obedecerles. Canadá y México particularmente dependen mucho más de sus relaciones comerciales con los Estados Unidos que viceversa. Casi un 80% de las exportaciones de ambos países van directamente a los Estados Unidos, mientras que tan solo un 30% de las importaciones de este último dependen de sus vecinos inmediatos. La economía tanto canadiense como mexicana se basa mucho más en el comercio exterior, mientras que la estadounidense depende considerablemente menos de importaciones que otras naciones industrializadas. El efecto se sentiría principalmente en los sectores energéticos y automovilísticos, que, si bien serían duros para los Estados Unidos, se trataría de un golpe dramático para las economías de sus vecinos.
Negociar con Trump significa mala propaganda para casi todos los países que, se supone, son sus aliados, lo cual empuja a la Casa Blanca a recurrir a amenazas y costosas demostraciones de fuerza
Sin embargo, lo más importante de los aranceles es que desvelan una debilidad diplomática crónica de la nueva administración de la Casa Blanca. Actualmente, Estados Unidos tiene dificultades para establecer redes de cooperación con aquellos países que no comparten la exacta ideología de su líder. Negociar con Trump significa mala propaganda para casi todos los países que, se supone, son sus aliados, lo cual empuja a la Casa Blanca a recurrir a amenazas y costosas demostraciones de fuerza. Al igual que su escaso control sobre el poder legislativo o, sobre su propio partido, le han empujado a actuar agresiva y peligrosamente desde el poder ejecutivo, el poco margen que tiene la Casa Blanca para cooperar con el resto de la comunidad internacional les fuerza a actuar autodestructivamente.
Lo que representan los aranceles realmente es la alienación internacional del país y las dificultades diplomáticas a las que se enfrenta la administración Trump. Frente la estrategia desarrollista geopolítica china (con el Collar de Perlas o la Nueva Ruta de la Seda) los Estados Unidos optan por hacerse el bully. Su discurso ha sido identificado como hostil por la mayoría de los países en su esfera político-económica. Los aranceles demuestran una incapacidad de participar en la diplomacia habitual debido a la impopularidad del presidente y la mala posición de la Casa Blanca a la hora de convencer y colaborar con sus socios. Un buen aliado (o súbito como les gusta pensar a algunos) es aquel que actúa en tu beneficio antes incluso de tener que pedírselo. Carecer de la capacidad de convencer a tus socios para que colaboren contigo, sin tener que recurrir a las amenazas, denota una posición política pobre y una falta de opciones para la negociación. Pero una vez más, esta “debilidad” es una característica peligrosa, ya que la escasez de opciones puede llevar a medidas drásticas, medidas no diplomáticas que desde fuera aparentan irracionales.
Su estrategia consiste precisamente en distraer a los analistas y a la opinión pública con los posibles contrafactuales de los aranceles y sus especificidades económicas
El fracaso de la administración Biden a la hora de fidelizar a sus aliados o ganar confianza internacional, sin duda ha dejado a Trump en una mala situación. Su intención por ahora parece ser intentar exprimir unas relaciones deterioradas con sus vecinos para alimentar su fachada de líder fuerte y discurso chovinista. Ante todo, lo primero que hay que reconocer es que su administración carece de ese vigor del que alardea y no son el matón que calculan. En las palabras de Klein, si la ciudadanía llega a creer que la administración tiene el arrojo y el poder ilimitado que Trump considera, es mucho más probable que le deje gobernar de esa manera, transformando la narrativa en simplemente la verdad. Por ahora, la realidad es que posee las mismas limitaciones y capacidades que todos los presidentes antes que él. Su estrategia consiste precisamente en distraer a los analistas y a la opinión pública con los posibles contrafactuales de los aranceles y sus especificidades económicas, pro y contras, quién saldría ganando, por qué haría algo así… De forma que parezca que él es quien tiene la sartén por el mango y puede hacer lo que quiera, sea buena o mala idea. Aceptando su autoridad es como se esconde también la realidad de los aranceles, que son una medida propia de una diplomacia debilitada, incapaz de colaborar con sus supuestos socios y falta de control sobre la sociedad internacional.
En conclusión, los aranceles son importantes porque desvelan patrones clave de la nueva administración Trump y que valdría la pena seguir de cerca en el futuro: el uso de una retórica populista para obscurecer el impacto de políticas como subidas de impuestos; un poder ejecutivo que, al no poder colaborar con el poder legislativo, busca prescindir del mismo para mellar discursivamente su importancia; una inhabilidad para la diplomacia y la cooperación internacional que intenta hacerse pasar por fuerza y contundencia. En circunstancias como estas vale la pena recordar que las apariencias no lo son todo. Aunque la administración de la Casa Blanca esté empeñada en demostrar que es capaz de hacer las cosas simplemente porque puede, una posición diplomática verdaderamente fuerte no debería verse forzada a actuar sin apoyos políticos o recurrir a la extorsión para camuflar que es incapaz de convencer.