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Opinión
La hostilidad del fin del mundo

Tristemente yo no fui de los que pudo aprovechar el Apagón para tener una idílica jornada analógica, yo fui de los desgraciados que estuvieron más de cuatro horas retenidos en la M-30 intentando volver a casa.
28 de abril, a las 14:00 nos dicen en el curro que podemos irnos a casa, me lleno de ilusión pensando que antes de las 15:00 estaré junto a mi pareja en el sofá, leyendo, esperando tranquilamente a que regrese la luz, que podremos tener una tarde entera de desconexión, sin horarios laborales, sin notificaciones, sin redes que consultar.
Qué equivocado estaba: A las 15:00 todavía no había conseguido salir del centro de Madrid. Logré llegar a mi casa a las 18:00, cuatro horas después de haber salido de la oficina, en un trayecto que habitualmente serían 40 minutos.
En todo este tiempo pensé en lo hostiles que son las grandes ciudades, y el sistema en su conjunto, tan salvajes y voraces, que si efectivamente hubiese sido el fin del mundo me hubiese pillado atrapado en una circunvalación urbana en el coche junto a una compañera de trabajo.
Pienso en todos los trabajadores a los que esto nos supuso otra exposición más a la hostilidad del sistema capitalista, y de la violenta explotación de la clase obrera
Pensé que todo está tan absurdamente mal en este sistema para la clase obrera, que la mayoría de los que estábamos ahí atrapados era porque trabajamos presenciales en el centro, pero vivimos muy en la periferia sur porque nuestros sueldos no nos permiten un alquiler próximo a nuestros centros de trabajo.
También me vinieron a la mente todos los trabajadores de supermercados, bares, gasolineras, centros de salud, colegios, y resto de lugares de encuentro durante el día de ayer, que como siempre fueron los que pusieron su cuerpo en una situación de crisis.
Cuando vuelve la luz empiezo a ver stories de gente diciendo que ha aprovechado el Apagón para terminar su gigantomagnífica novela, para escribir dos artículos de opinión sobre lo mega guay de desconectar, de volver a lo analógico, de ver a los niños riendo en el parque, para escribir no sé cuántos poemas, para componer canciones o pintar cuadros, y yo me retraigo a la pandemia, cuando parecía que no convertirte en el epítome de la creación artística era no estar aprovechando el tiempo.
Me agobio con eso, porque pienso que todo tiempo libre en el capitalismo, por muy apocalíptico que sea, se aprovecha para seguir produciendo, no al servicio del capital, pero si al servicio del consumo, de la imagen personal, de la notoriedad.
Me da por pensar qué tal vez estoy haciendo algo mal, que tal vez tuve que aprovechar las cuatro horas atrapado en un coche para grabar un documental o un reel sobre la necesidad de parar y lo analógico salvándonos, y todos esos mensajes que se han ido leyendo.
Ojo, me alegro mucho por quien pudo vivir el colapso energético de una forma amable, que supo ver lo bonito de toda la situación, quien lo pasó en comunidad y con la calma de estar a salvo. Simplemente, pienso en todos los trabajadores a los que esto nos supuso otra exposición más a la hostilidad del sistema capitalista, y de la violenta explotación de la clase obrera.