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Opinión
Contra la renta básica universal
La Renta Básica Universal (RBU) ha ido tomando centralidad en la propuesta política de la izquierda institucional con la aceptación de considerables sectores de los movimientos sociales. El economista, profesor de la UB y editor de Sinpermiso Daniel Raventós, uno de sus mayores adalides a nivel internacional, define el proyecto de la siguiente manera:
“Se trata de un ingreso pagado por el Estado a cada miembro de pleno derecho o de la sociedad incluso si no quiere trabajar de forma remunerada, sin tomar en consideración si es rico o pobre o, dicho de otra forma, independientemente de cuáles puedan ser las otras posibles fuentes de renta, y sin importar con quien conviva. Más escuetamente: es un pago por el mero hecho de poseer la condición de soberanía”.
Según Raventós, el ingreso contaría entre sus virtudes con la capacidad de abolir la pobreza, un mejor equilibrio entre el trabajo asalariado, el trabajo reproductivo y el ocio o una mayor capacidad negociadora para la clase trabajadora.
Esta relación de potencialidades suele acompañarse de un no menos halagüeño balance acerca del impacto positivo de una inyección monetaria acotada a cierta población y en cierto margen temporal: las famosas pruebas piloto, por lo demás, de obvias conclusiones.
Sin embargo, el hecho de que no existan más allá de estos experimentos sociales ejemplos de ingresos de este tipo verdaderamente generalizados y sostenidos en el tiempo es ya indicativo de los límites sistemáticos para su implementación.
En tanto que medida monetaria redistributiva de la riqueza específicamente capitalista, la RBU depende directamente de la ganancia fundada en la explotación del trabajo asalariado.
Renta básica
Una defensa visceral de la Renta Básica Universal
Es una certeza visceral e innegociable, una de las pocas que poseo: la supervivencia de las personas no puede depender de su acceso a un empleo.
El único núcleo posible de la reproducción ampliada del capital es la fuerza de trabajo: en palabras de Marx, esa fuerza especial que tiene el valor de uso peculiar de rendir trabajo y, por tanto, de crear valor.
Explica el economista y militante socialista Pablo C. Ruiz que “las tendencias inmanentes de la acumulación —que no es otra cosa que la reproducción de la relación de clase— exigen una creciente tasa de explotación para sostener la rentabilidad. La competencia es la relación entre las unidades productivas. De acuerdo con esta, las empresas están sometidas a la pulsión muda por innovar constantemente para mejorar su posición competitiva. Esto se traduce en mayor desempleo y menor participación de la fuerza de trabajo en la producción. Este proceso de desvalorización general de las mercancías provoca que los salarios cada vez sean más bajos y que el capital, aún así, obtenga cada vez menos unidades de plusvalor por cada unidad de capital invertido (rentabilidad). Cuando ésta cae lo suficiente, la acumulación se detiene y se da lo que Marx llama crisis de rentabilidad”.
Regresando a El Capital, “en un modo de producción en el que el obrero existe para las necesidades de revalorización de los valores existentes en vez de que, por el contrario, la riqueza material exista para las necesidades de desarrollo del obrero”, la reproducción ampliada de la relación social general capitalista constituye el límite objetivo de toda corrección de sus contradicciones estructurales.
Esta formulación de la crítica de la economía política explica principalmente dos cuestiones cruciales: que la RBU no es una alternativa válida al trabajo asalariado en tanto que depende íntimamente del mismo y que la reforma redistributiva del capitalismo se verá sistemáticamente atrapada por las contradicciones en la esfera de la producción.
Cabe decir que Raventós ya asume que la RBU no supone el fin del capitalismo.
“Algunas personas se quejan de que la renta básica no pondrá fin al capitalismo. Por supuesto que no lo hará. El capitalismo con una renta básica seguiría siendo capitalismo pero un capitalismo muy diferente del que tenemos ahora, del mismo modo que el capitalismo que surgió inmediatamente después de la Segunda Guerra Mundial fue sustancialmente diferente del que surgió a finales de los años setenta, la contrarreforma que llamamos neoliberalismo. El capitalismo no es un solo capitalismo, así como ‘el mercado’ no es un solo mercado”.
Esta afirmación revela una pobrísima comprensión del capitalismo.
El capitalismo sí es un solo capitalismo y son las vicisitudes de la acumulación las que determinan la forma que toma la lucha de clases en cada momento.
El sociólogo Aaron Benanav interroga a los keynesianos —que suelen presentarse como contraposición al mentado neoliberalismo— acerca de qué fue lo que determinó el supuesto abandono de las políticas keynesianas en los años 70. Las respuestas acostumbran a ser más que insuficientes. “Lo hacen sonar como si hubiera algún truco que los neoliberales jugaron para cambiar el marco o creen que tuvo algo que ver con características contingentes de la crisis del petróleo de la OPEP”.
Precisamente porque no puede resolver el antagonismo constitutivo de la producción capitalista, “en todas partes el keynesianismo forma parte de la historia del estancamiento secular. No es una respuesta alternativa plausible; de hecho, es la respuesta estándar que ya se ha desplegado. Forma parte de la historia del declive”.
Llegamos en este punto a una de las cuestiones fundamentales para pensar la propuesta de la RBU: la crisis sistémica del capitalismo.
Las contradicciones antes esquematizadas han conducido a una disminución drástica de la producción de plusvalía por unidad de capital invertido. La paradoja de la productividad socava las posibilidades de la valorización.
El también sociólogo Andrés Piqueras explica que “a cada vez más capital-dinero le cuesta realizarse productivamente, por lo que intenta valorizarse a sí mismo fuera de la relación laboral, a través de todo tipo de inversiones especulativas, rentistas-parasitarias, como simple dinero. Es esto a lo que llamamos ‘financiarización de la economía’”.
Es la producción de plusvalía por unidad de capital invertido —¡no su reparto!— lo que denota la salud del sistema, y el crecimiento de esta es prácticamente nulo desde los años 90. Incluso en las llamadas potencias emergentes la productividad se desacelera.
“Los tímidos brotes de crecimiento al 2 o al 3 por ciento —explica el militante socialista Kolitza— están en realidad representando más bien el consumo improductivo del ahorro, la centralización en manos de algunas empresas en forma de beneficios de capitales de quiebras y desvalorizaciones generales de otras, y la financiación y producción de ganancias virtuales de ciertas empresas a través del acceso al crédito financiado por políticas monetarias de expansión cuantitativa sin valor real.
Tras las tasas edulcoradas de crecimiento positivo se esconde, en definitiva, la absorción en la dinámica de ganancia no de nuevas plusvalías, sino de un expolio a los ahorros de las clases medias y a los trabajadores a través de una política monetaria, fiscal, laboral y financiera de ofensiva. Esta ofensiva financiera inyecta enormes cantidades de dinero crediticio creado ex nihilo por los bancos centrales, concentrándolas en pocas manos; aumenta la imposición fiscal sobre las clases bajas y recorta gastos del estado mediante gobiernos títeres y chantajes políticos a través de sus grupos de influencia; rebaja los salarios y las condiciones laborales; y penaliza el ahorro de las clases medias con tasas de interés negativas o cercanas al 0 por ciento pero con tasas de interés elevadas en los casos de los grandes prestamistas financieros”. [...] Es decir, en un contexto de tasa de plusvalía decreciente y en picado, a costa de mantener la tasa de beneficio de unos pocos, se destruyen los fundamentos productivos del capitalismo, que son los activos, los ahorros, y sobre todo: la fuerza de trabajo”.
Se calcula que “de los cuatro billones de dólares a que ascienden las operaciones realizadas cada día en el mercado mundial de divisas, alrededor del 95% no tiene relación con la compra de bienes y servicios”.
La crónica crisis capitalista de producción se deriva en “una transformación estructural de la economía hacia una nueva economía de distribución crecientemente desigual, de producción casi nula y de centralización reaccionaria de capitales”.
Podemos decir que el margen democrático del capitalismo se desvanece junto a su margen redistributivo
El compulsivo imperativo de la realización de la ganancia empuja a los capitalistas —con las élites financieras a la cabeza— al saqueo de la riqueza colectiva, la mercantilización de actividades humanas previamente externas al mercado, la intensificación de la depredación de la naturaleza, la acentuación de la producción destructiva y la dinámica bélica del capitalismo o la exacerbación de la ganancia especulativo-ficticia-rentista. Tal ofensiva capitalista implica una imposición violenta por parte de los Estados, que pasan a actuar como capitalistas particulares subordinados a la lógica global del capital, por lo que podemos decir que el margen democrático del capitalismo se desvanece junto a su margen redistributivo.
Aunque pueda parecer que esta caracterización de la crisis global de valorización se distrae de la crítica de la RBU, de ella se siguen otras dos cuestiones fundamentales.
En primer lugar, lo absurdo de una propuesta fiscal contra la desigualdad en un contexto de creciente financiarización de la economía.
La justificación económica que esgrimen los defensores progresistas de la RBU está construida sobre una vieja ficción que ya Marx cuestionaba a los socialistas ricardianos o a los proudhonianos. Así la resume Álvaro Rein en su crítica a la Teoría Monetaria Moderna:
“Una [vieja ficción] que consiste en caricaturizar al capitalismo y al dinero esencialmente como una relación jurídica entre el Estado y la vida económica de los individuos bajo su jurisdicción. Esto es una ficción porque ignora que en el modo de producción capitalista el reconocimiento social de las decisiones de producción (a través de la obtención de dinero) lo otorga el mecanismo impersonal de la competencia de mercado independientemente de la mayor o menor capacidad coercitiva fiscal del Estado. Si algo distingue precisamente a la relación social de producción capitalista es la subordinación de las decisiones de producción a la obtención del beneficio empresarial privado y la subordinación de este último a la validación que otorga de manera incierta la competencia de mercado.”
En segundo lugar, la implementación progresista de una RBU exigiría un gran poder social organizado.
Si establecemos que esta crisis global de valorización impulsa un ciclo de proletarización, precarización y acumulación por desposesión, con el correspondiente cierre autoritario del Estado —al coste incluso de una destrucción sin precedentes de la naturaleza o el avance en una conflagración bélica mundial con armas nucleares— ¿Qué sentido tiene pensar que podría darse una RBU que no fuera acompañada de la caída de los salarios, del recorte del salario indirecto —como los servicios públicos— o del aumento generalizado de precios y rentas, al margen de la lucha de clases? Y, en caso de que asumamos el marco de la lucha de clases ¿Qué sentido tendría entonces la propuesta programática de la RBU? Esto es algo que no escapa al economista Michael Roberts, quien se cuestiona “Y si un gobierno socialista llegara al poder en cualquier economía capitalista importante ¿sería entonces necesaria esa política cuando la propiedad común y la producción planificada serían la agenda?”.
En tanto que medida dependiente de la acumulación la RBU no se inscribe en algo ni remotamente democrático, decolonial o decrecentista
Podríamos incluso introducir un tercer punto: la naturalización de un modo de producción absolutamente insostenible ecológica o democráticamente. Es urgente la regulación racional del metabolismo con la naturaleza y esa urgencia debe direccionarse contra el carácter social de la producción capitalista y no a una mejor redistribución de aquella riqueza que se nos presenta como una inmensa acumulación de mercancías. En tanto que medida dependiente de la acumulación —y esta, a su vez, de revolucionarse contra sus propios límites— la RBU no se inscribe en algo ni remotamente democrático, decolonial o decrecentista (abstracciones que no satisfacen a quien escribe pero que son ampliamente referenciadas por los movimientos sociales y la izquierda).
Expuestas las principales limitaciones e incongruencias de la RBU, es momento de cerrar su enmienda a la totalidad con el cuestionamiento más sustancialmente político.
De forma interesada, la socialdemocracia viene caricaturizando la crítica del reformismo como la desestimación de las reformas; mejoras sensibles para las clases populares pero consideradas intolerablemente insuficientes desde una posición maximalista.
Esta distorsión es ya contundentemente rechazada por Rosa Luxemburg, quien afirma que “la lucha por reformas es el medio; la revolución social, el fin”.
Lejos de tales deformaciones, la crítica del reformismo supone la enmienda de un programa de reformas que presuponen la conciliabilidad de la contradicción Capital-Trabajo y que se presentan como posibles antes de la superación de dicho antagonismo a pesar de no serlo.
Las reformas reformistas pueden, en el mejor de los casos, suspender temporalmente las contradicciones capitalistas, que regresarán agravadas de todos modos. En el peor de los casos, estas no pasan de ser ilusiones incumplibles o beneficios corporativos para segmentos muy determinados que se inscriben en la actualización del capitalismo y el mantenimiento del dominio burgués. En un ciclo de contracción del margen redistributivo del capitalismo, prácticamente todas las reformas posibles son de este último tipo.
También existen, por supuesto, lo que el teórico austrofrancés André Gorz llamó reformas no reformistas. Estas son las que implican un control proletario progresivo sobre los procesos sociales. Entre ellas encontraríamos desde regulaciones progresivas sobre los precios o las condiciones de trabajo a la planificación democrática de la producción, pasando por la expropiación de propiedades o la desmercantilización de bienes y recursos.
Lo que pretende postular taxativamente esta aportación no es únicamente que la RBU no pertenece a estas últimas sino principalmente que su prédica allana el camino a la ofensiva capitalista.
No son pocos los ideólogos neoliberales que han flirteado públicamente con una renta de este tipo, de Milton Friedman a Elon Musk, para quienes el vertido masivo de riqueza social en el mercado, inscrito en el ciclo de proletarización, precarización y acumulación por desposesión antes caracterizado, es razonablemente atractivo.
Ante esto los defensores progresistas de la RBU, proponen “una renta básica que sea estable en tamaño y frecuencia y lo suficientemente alta como para ser combinada con otros servicios sociales, como parte de una estrategia política para eliminar la pobreza material y permitir la participación social y cultural de cada individuo. Nos oponemos al reemplazo de los servicios sociales o los derechos, si ese reemplazo empeora la situación de personas relativamente desfavorecidas, vulnerables o de bajos ingresos”.
Sin embargo, la acción política debe hacerse cargo de sus apuestas en unas condiciones determinadas y no regirse por ideales regulativos.
El signo del presente ciclo de acumulación es la transferencia de riqueza del salario a la ganancia a todo coste y en este sentido operará cualquier artefacto similar a la RBU.
Renta básica
“Las grandes riquezas atentan contra las condiciones materiales de la inmensa mayoría”
Daniel Raventós podrá hablar de renta básica, de ingreso mínimo vital y de rentas máximas ante la Comisión para la Reconstrucción del Congreso el próximo lunes 22. El presidente de la Red Renta Básica espera que este espacio le permita hacer llegar la propuesta de la renta básica universal a un público más amplio.
¿Qué hace pensar que, mientras la correlación de fuerzas impide la más mínima reforma significativa, la RBU llegará para atenuar los estragos de las contradicciones capitalistas? ¿Qué sentido tiene creer que puede imponerse una política de tal ambición cuando no se alcanza a frenar el desmantelamiento de los servicios públicos, a revertir las sucesivas contrarreformas o siquiera a limitar efectivamente los precios?
Ni como catalizador político tiene sentido la RBU. Habiendo tantas luchas por reformas no reformistas por articular y exigiendo esta medida un nivel tal de poder social organizado para su implementación ideal que ya sería capaz de resolver los conflictos que originan los fenómenos frente a los cuales se propone, ¿qué sentido tendría organizarse alrededor de la RBU?
Evidentemente, ninguno.
Por el contrario la reivindicación de la RBU contribuirá a naturalizar la relación social capitalista, a distraer al proletariado de sus tareas urgentes y a asumir el marco asignatario para terminar imponiéndose la ofensiva capitalista con algún tipo de subsidio que ni siquiera se asemeje a la idea de RBU, o sin siquiera llegar a implementarse subsidio alguno.
Tras el recorrido previsible de sus justificaciones radicales, a sus defensores sólo les quedará lamentarse porque se ha desvirtuado su propuesta o —peor— validar los resultados como premio de consolación ante la reacción generalizada.
Anticiparse a este lamentable desarrollo es el objetivo de este artículo.
El proletariado como clase cuya emancipación es la única verdaderamente universalizable requiere un programa independiente de superación del capitalismo; un verdadero mástil al que atarse frente a los cantos de sirena del reformismo entre los que se encuentra la Renta Básica Universal.
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En los siguientes artículos se recogen contundentes argumentos en contra de los esgrimidos por el autor: SOCIALISMO Y RENTA BÁSICA. RAZONES REPUBLICANAS DE LA PROPUESTA
https://www.upo.es/revistas/index.php/ripp/article/view/5592/4865
La Renta Básica como proyecto socialista
Erik Olin Wright
http://www.redrentabasica.org/rb/rrbantigua_520/
Erik Olin Wright era profesor de sociología en la Universidad de Wisconsin, Madison, adscrito al marxismo analítico, investigador de las relaciones de clase en el capitalismo contemporáneo y autor de muchos libros, entre ellos, Comprender las clases sociales (Akal, 2018) y Construyendo utopías reales (Akal, 2014). Su último título es Alternatives to Capitalism: Proposals for a Democratic Economy. Verso, 2016. Murió en enero de 2019.
Argumentos socialistas en favor de la Renta Básica
https://www.sinpermiso.info/textos/argumentos-socialistas-en-favor-de-la-renta-basica
David Casassas , Daniel Raventós y Maciej Szlinder
Pues a mi me ha gustado, me da que pensar y eso siempre es bueno, aunque no esté de acuerdo en todo, me parece positivo cuestionarse las cosas, al menos conocer diferentes puntos de vista y si están bien argumentados, pues mejor. Gracias.
Como es un poco largo y si lo hace un economista mejor que yo para qué me voy a repetir, en esta web sobre la Renta Básica de las Iguales (RBis), el profesor y economista José Iglesias Fernández explica por qué no estoy de acuerdo con este artículo y por qué, de hecho, la RBU puede ser un instrumento anticapitalista: https://rentabasica.net/
¡Gracias por el enlace! Vine a los comentarios a ver si alguien ponía un poco de claridad en un asunto tan interesante, pero más allá de mi capacidad de comprensión. Este artículo me resulta muy difícil de leer. A ver qué tal me va con el profesor...
Contra el aire, porque es tóxico. Menuda caricatura sobre la renta básica. Ya nos gustaría respirar sulfuro, pero no somos bacterias anaerobias, tenemos la mala costumbre de respirar oxígeno y de pagar con dinero.
Las utopías están no para decir lo lejos que está el horizonte, sino para caminar hacia él.
De hecho esta caricatura es más determinista que la que muchos le achacaban a Marx.