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Ha pasado un tiempo prudencial desde que se publicó mi último artículo: Sombras conspiranoicas: No digan posmodernismo, digan marxismo cultural. Quiero aclarar un par de cosas. La primera es que el tono empleado en el mismo no fue el más acertado por mi parte (sobre todo en la primera mitad); no tanto porque no lo sintiera, sino porque acaparó gran parte de la atención del texto. El objetivo únicamente era el de interpelar, pero esto hizo que la crítica hacia el discurso conspiranoico en torno al “posmodernismo”, la sustancia del artículo, pasase en gran parte desapercibida (o abiertamente malinterpretada, pero eso es otra historia).
Lo segundo que convendría aclarar es que con el calificativo de “izquierda reaccionaria” –acusado de ser un muñeco de paja (y en buena parte con razón, aunque todo discurso político se presta a ello)– no señalaba, ni señalo, a ningún grupo político en específico: es una “actitud”, síntoma de un proceso de descomposición política más amplio que coincide con la crisis sistémica iniciada en 2008, de ahí la aparente disparidad entre las “personalidades” que indiqué. La “izquierda reaccionaria”, por tanto, abarca un amplio espectro: desde la centroderecha “progresista“ que se ve a sí misma como “izquierdista” hasta la tradición folk filo-estalinista, pasando por determinados periodistas oportunistas (de ideología “fluida”) de cuyos nombres no quiero acordarme.
Todo este uso dispar y contradictorio de las categorías “progreso” y “reacción” evidencian la complejidad del discurso político en nuestro tiempo (“post-moderno”, si aceptamos esta problemática categoría periodizadora)
Ya he leído, en respuesta a esto, textos de articulistas como Santiago Aparicio y compañía defendiendo lo “reaccionario” en la izquierda frente a lo “progre posmo”, así como artículos en donde se señala que Félix Ovejero –uno de estos falsarios neocon que se ven a sí mismos como intelectualidad izquierdista– ya había utilizado tal expresión en su libro La deriva reaccionaria de la izquierda (2018), precisamente, y para nada baladí, contra la izquierda “posmoderna” (por premoderna e irracional, traidora de la tradición ilustrada [sic]).
Todo este uso dispar y contradictorio de las categorías “progreso” y “reacción” evidencian la complejidad del discurso político en nuestro tiempo (“post-moderno”, si aceptamos esta problemática categoría periodizadora) y más si tenemos en cuenta que la descomposición de la idea de progreso ilustrada suele pivotar en torno a los debates de lo que se entiende como “crisis de la modernidad”.
Opinión
No digan posmodernismo, digan marxismo cultural
La “fe en el progreso” fue propia de la filosofía de la historia moderna; esto es, la desarrollada por autores como Kant, Condorcet, Fichte, Hegel, Comte o Marx. Esta ha sido interpretada como la secularización de la teleología de la historia y el pensamiento escatológico. Pero, en mi opinión, más que una secularización es una respuesta intelectual a las transformaciones sistémicas y materiales en los siglos XVIII y XIX (inherentes a la Revolución Industrial) utilizando las herramientas conceptuales a su disposición para entender la emergencia histórica. De esta forma, el presente –en este caso, la descomposición del Antiguo régimen y la irrupción de las sociedades liberales– empezó a ser comprendido como una transición. Es decir, como parte de un proceso histórico que se puede conocer en su totalidad (supra-histórica), desde el comienzo, la separación humana de lo natural, hasta su final: el máximo desarrollo de las disposiciones humanas hacia lo necesariamente mejor y la emancipación de la humanidad de los grilletes de la “minoría de edad”.
“Un exceso de historia paraliza la acción”, clamaba Nietzsche. En efecto, a efectos prácticos esta idea de progreso cumplía la función de “opiáceo moderno”: las contradicciones (guerras, violencia, muerte) –así como la miseria social– son legitimadas porque esconden su propia superación (síntesis) hacia lo mejor. De esta forma, las tensiones históricas operarían como motor de la historia, respondiendo estas a un proyecto incognoscible de la naturaleza (Kant), o a lo absoluto conociéndose a sí mismo (Hegel), hasta que “sólo las generaciones últimas gocen de la dicha de habitar en la mansión que toda una serie de antepasados, que no la disfrutará, había preparado sin pensar en ello” (Kant, Ideas para una Historia Universal en Clave Cosmopolita, 1784).
La idea moderna de progreso se estrella contra Auschwitz e Hiroshima y la “paz perpetua” (proyecto kantiano) se enfrenta al riesgo de destrucción mutua. La crítica hacia la modernidad, y hacia la razón más instrumental, denuncia los efectos del discurso ilustrado más mecanicista (en muchos casos contrario al propósito original de sus autores): los planes (incognoscibles) de la naturaleza, manifestados en la “sociable insociabilidad” kantiana –lo que luego se desarrollaría como “astucia de la razón” en Hegel–, acaban convertidos (conceptualmente) en un proceso eterno de contradicción perpetua. El progreso, como magistralmente recogió Benjamin en sus Tesis sobre el concepto de historia, es un ángel que es empujado, irremediablemente por un huracán, de espaldas hacia el futuro viendo “una catástrofe única que amontona ruina sobre ruina y la arroja a sus pies” (Tesis IX, 1940).
Lo paradójico de todo esto es que para reivindicar la idea de progreso solo se puede mirar hacia el pasado. No es de extrañar, por tanto, el espíritu profundamente nostálgico que hay detrás de la izquierda folk: una de las características, por cierto, definitorias de lo que se ha conceptualizado como “posmoderno”
Por ende, ¿es posible, desde la defensa de la emancipación social, seguir definiéndonos como progresistas? ¡La fe en el progreso (necesario) es la justificación (necesaria) de las contradicciones del presente en pos de un futuro, cualitativamente, mejor! Pero, ¿quién redimirá a los muertos –o frustrados, miserables, puteados– de la historia? Hasta el propio Kant, en El conflicto de Facultades (1798), se dio cuenta de esto: “¡Me muero de tanto mejorar!”
Desde un progresismo teleológico-escatológico vulgar sí que tiene sentido la distinción entre progreso y reacción, como dicotomía izquierda-derecha –pasado-futuro– y, casi, como dicotomía modernidad-posmodernidad. Es por esto por lo que parte de la izquierda reaccionaria (“reaccionaria” por las implicaciones semánticas a la que remite el término) suele ser hiper-progresista, es la que más suele reivindicar la idea de progreso ilustrado frente a la crítica posmoderna. Pero la fe en el progreso es insostenible cuando nuestro futuro está comprometido: crisis climática, descomposición económica, sobrepoblación, precariedad endémica, explotación y enquistamiento de conflictos bélicos…Con lo cual, el objetivo de un proyecto transformador, como diría (de nuevo) Benjamin, no es el de pisar el acelerador de la historia, sino pulsar su “freno de emergencia”; en otras palabras, debe romper con la lógica de nuestro tiempo.
Filosofía
A vueltas con la posmodernidad
La crítica reaccionaria al “posmodernismo” –como negación por la negación misma– parte de un problema de fondo, ya que confunde la crítica intelectual de la modernidad con la descomposición de la modernidad misma. Decía Gilles Deleuze que aquellos que critican a Marx no hacen un nuevo análisis del capital y que este deja “misteriosamente” de existir para ellos, algo parecido ocurre con los cruzados anti-posmos. Es decir, como si al atacar, e intentar refutar infructuosamente, a autores tan dispares como Herbert Marcuse, Gianni Vattimo, Michael Foucault, Richard Rorty o Angela Davis y sus críticas hacia la sociedad de consumo, el repliegue a lo positivo, la desubstanciación conceptual o la naturalización del presente, estuvieran combatiendo, no solo su posición teórica, sino aquello mismo que estos estudian.
Lo paradójico de todo esto es que para reivindicar la idea de progreso solo se puede mirar hacia el pasado. No es de extrañar, por tanto, el espíritu profundamente nostálgico que hay detrás de la izquierda folk: una de las características, por cierto, definitorias de lo que se ha conceptualizado como “posmoderno”. Pero esta nostalgia, como bien se señala Fredric Jameson, no es genuinamente tal, ya que solo se canaliza a través de una serie de imágenes estéticas para su consumo y mercantilización, es por esto por lo que siguen operando dentro de la matriz del sistema por mucho que quieran negarlo.
Debemos tratar de entender nuestro tiempo y plantear proyectos integradores y transversales de transformación radical: que no son “necesariamente” históricos (en tanto en cuanto no son inevitables), es el proyecto emancipador quien tiene que hacerlo posible, adaptándose a las dinámicas históricas
En fin. Necesitamos el progreso, pero lo necesitamos de un modo distinto. Debemos ser progresistas, pero debemos serlo radicalmente: el progreso es también ruptura del tiempo, y, por tal motivo, ¡resulta legible como reacción! La resignificación del significante “progreso” tiene que pasar por una recuperación del pensamiento histórico: entender el presente desde su “totalidad” –que impide “todo” cierre categorial– (que no la historia desde su universalidad totalizante), en sus dinámicas, contradicciones y potencialidades proyectadas espacio-temporalmente; es decir, desde una dialéctica marxista crítica (no me canso de reiterarlo): abordando el tiempo histórico –nuestra sociedad del “realismo capitalista”, en este caso– desde la comprensión “positiva” de lo existente, así como su negación: la constatación de su ocaso necesario (Marx, Epílogo a la segunda edición de El Capital).
Debemos tratar de entender nuestro tiempo y plantear proyectos integradores y transversales de transformación radical: que no son “necesariamente” históricos (en tanto en cuanto no son inevitables), es el proyecto emancipador quien tiene que hacerlo posible, adaptándose a las dinámicas históricas: conocidas en su totalidad, pero comprendidas desde su parcialidad inabarcable. Esta contradicción insuperable es la que permite (debe permitir) la adaptación y la flexibilidad integradora, que atraviese desde la crítica al capital a todo movimiento emancipador (feminismo, transactivismo, ecologismo, antirracismo, etc.).
Para aclarar todo un poco, frente a la izquierda reaccionaria, que es reaccionaria, precisamente, porque el hecho de operar en torno a la categoría de progreso (ahí la paradoja), tenemos que reivindicar un progresismo que sea, a su vez, reaccionario (en el sentido no peyorativo de la palabra). La fuerza de un proyecto radical de izquierdas debe partir de esa contradicción, no la limitemos, convirtámosla en el verdadero instrumento para el cambio (la crítica de la crítica), ¡ahí está el verdadero espíritu transformador!
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No te he entendido.
Mira que me gusta tu anterior artículo; Sombras conspiranoicas... pero...en este...no te he entendido.
No necesitas justificarte. Tu filosofía es suficientemente poderosa para dialogar de tú a tú con cualquiera.
Y...con el que no quiere dialogar...no se puede dialogar.
Mais unha vez, é patente a manifesta superioridade dos contidos de El Salto Extremadura. Gostei da coluna no sentido de que hai partes nas que "sinto" que non estou dacordo, hai algo que renxe e non sei que é, xa lle darei unha voltiña...Iso é boísimo.
Fun mirar as redes do autor e vexo q encetou unha "crítica acompasada" dun bestseller popular na rive gauche da corte madrilena. Estas locurillas dan la vidilla, Nevado. Dale, don, dale.
Muy buenos días Juan Luis, vengo leyendo tus artículos de forma periódica y es una lástima que sean tan distantes en el tiempo. La calidad conceptual y la claridad en la exposición son abrumadoras, peor lo más importante, el contenido, muy pero que muy necesario si queremos una realidad social justa y "progresistamente reaccionaria". Sin embargo, aquí va la humilde pregunta de un "nostálgico del progreso clásico": ¿Crees que podríamos incluir la idea de "progreso reaccionario" como una de las "líneas quebradas" a las que E.H. Carr alude cuando trata de explicar cómo él entiende el progreso, o sería seguir admitiendo el concepto de progreso irremediable y es conveniente deconstruir esa mirada para trabajar más en lo que propones? Con la pregunta no busco devaluar tu tesis sino quizá advertir de la importancia que tiene la necesidad de sentir que aún con dificultades, el progreso sigue vivo, es una forma de incentivar un esfuerzo continuo por mejorar y si se rompe, si se cambia por lo que defiendes podríamos caer en un mundo sin faros dónde no habrá nadie a quien redimir por que nadie se sacrificará.
En fin, sólo te dejo esta pregunta-reflexión con la más humilde intención de ayudarte en la conformación de un concepto tan complejo como necesario y que aún con los miedos antes expuestos comparto.
No se cuanto pagarán por tus escritos pero espero de corazón que tu trabajo sea reconocido justamente. La rigurosidad académica y la complejidad conceptual resuelta con una exposición sencilla y asequible al gran público, hace que El Salto esté haciendo una labor de divulgación que muchas universidades no hacen aún teniendo ese deber y obligando a la población a buscarlo a un nivel privado que no hace más que devaluar y deteriorar lo público.
Mi más sincera enhorabuena a El Salto y gracias en especial a ti Juan Luis por tus artículos y por luchar con todas las armas intelectuales en favor de los que no tenemos voz.
Por desgracia no cobra nada el autor, tampoco la gente de el salto extremeño que lo edita y que sostiene este espacio, si llegáramos a 10.000 suscriptoras quizás se podría empezar a pagar algo a las personas que tan de buena fe escriben y a las que editan y demás, pero sólo somos 7200 y así a duras penas nos sostenemos.
El progreso es ir hacia adelante, obvio, así que si queremos ser progresistas vayamos hacia adelante. No sabemos que hay adelante, pero eso da igual. Cojamos toda corriente nueva de gente quejándose y apoyémosla! Posmos al poder!
Cito textualmente "Para aclarar todo un poco, frente a la izquierda reaccionaria, que es reaccionaria, precisamente, porque el hecho de operar en torno a la categoría de progreso (ahí la paradoja), tenemos que reivindicar un progresismo que sea, a su vez, reaccionario (en el sentido no peyorativo de la palabra). La fuerza de un proyecto radical de izquierdas debe partir de esa contradicción, no la limitemos, convirtámosla en el verdadero instrumento para el cambio (la crítica de la crítica), ¡ahí está el verdadero espíritu transformador!"