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La paz está en retroceso en todo el planeta. Asistimos al aumento del gasto militar, el belicismo y el militarismo, guerras muy cruentas (Ucrania, Sudán del Sur y el genocidio palestino…), crisis ecológica, aumento de la xenofobia, retroceso de libertades, derechos humanos y sociales, es decir, retroceso de la democracia. Una situación que se produce de manera desigual según las regiones, porque si bien nos duele que esto se produzca en el sur global, también en Europa surge la posibilidad de una guerra mundial a la vez que retroceden los derechos y las libertades.
Entre las pruebas más evidentes del deterioro democrático está la erosión del derecho a una información veraz. Vemos cómo las medias verdades y las mentiras se instalan en la mayor parte de los medios de comunicación. Se observa cómo en ellos se tergiversa la realidad, se falsea la verdad, en favor de los intereses políticos partidistas o corporativos; cómo en Occidente, medios de comunicación e intelectuales alimentan las narrativas que hablan de un peligro que viene de un sur global, racializado, autocrático y no blanco. Mientras se ensalza el sistema político y social Occidental, como si éste no tuviera espacios racializados, no democráticos, autocráticos donde se violan, también, los derechos humanos.
La posibilidad de un apocalipsis nuclear ya la advirtieron 1.700 científicos independientes, entre ellos 104 premios Nobel en la disciplina de ciencias en 1992, publicando una 'Advertencia a la humanidad'
Los ejemplos más palpables se observan en cómo se clama contra Rusia por la guerra de Ucrania o se denuncia el terrorismo de Hamás, Hezbolá y otros grupos de extremismo violento, mientras, en cambio, se omiten las responsabilidades occidentales (OTAN y UE) en la guerra de Ucrania; o se mantiene el silencio frente al terrorismo de Estado y el genocidio que perpetra Israel contra el pueblo palestino. Se silencia y permite que Israel cometa toda clase de horrores y actúe con total impunidad practicando el apartheid, la limpieza étnica y masacres sin par ante la complicidad o el silencio occidental. Ahí están la ayuda militar, la venta de armas y el soporte ideológico a Israel, a la vez que se reprimen las manifestaciones de apoyo al pueblo palestino calificándolas de antisemitas.
Otra prueba de este deterioro democrático se presenta en la inacción frente a las dos grandes amenazas para la supervivencia humana: la guerra que puede derivar en guerra nuclear y el cambio climático y sus dramáticas consecuencias.
La amenaza de la guerra
La guerra se está extendiendo y normalizando como si fuera un hecho inevitable. Existen 34 conflictos armados en el mundo, y los estados, en lugar de buscar salidas a esos conflictos a través de los mecanismos de que disponen (diplomacia, negociación y Naciones Unidas), ofrecen apoyo militar a uno de los contendientes a la vez que se rearman presumiendo de que si vis pacem para bellum, sin contemplar los otros medios de que disponen para conseguir la transformación de los conflictos y la paz.
Este es el caso de Ucrania, un país al que OTAN/UE dan todo su apoyo militar, político y financiero sin buscar una salida negociada a una guerra que podría convertirse en nuclear. Estados Unidos ha decidido instalar en Alemania misiles Tomahawk, hipersónicos y nucleares SM-6 de rango intermedio. Y Rusia, por su parte, instala misiles nucleares tácticos en Bielorrusia, y ha amenazado con el uso de armas nucleares después de que se haya autorizado el suministro de misiles de largo alcance a Ucrania que puedan llegar a Moscú.
En Oriente Medio, las cosas no están mejor. Irán, arrastrada a una espiral bélica por Israel y sabedora de que éste posee armas nucleares, es más que posible que opte por desarrollar armamento nuclear.
Para revertir la crisis actual y el colapso que se avecina habrá que volver a los discursos solidarios capaces de liderar una transición energética hacia una sociedad postcarbono y poder avanzar hacia sociedades más democráticas
La posibilidad de un apocalipsis nuclear ya la advirtieron 1.700 científicos independientes, entre ellos 104 premios Nobel en la disciplina de ciencias en 1992, publicando una Advertencia a la humanidad. En este documento, urgían a reducir la destrucción ambiental y a abordar una transformación en la gestión del planeta Tierra, pidiendo “un esfuerzo global en reducir la violencia y la guerra”. Una advertencia que también muestra el reloj que mide el peligro nuclear desde 1947, del grupo de científicos que editan el Bulletin of the Atomic Scientists, quienes, en 1991 (final de la Guerra Fría), avisaba de que estábamos a 17 minutos de un posible holocausto nuclear. Hoy, con la guerra de Ucrania y el deterioro en Oriente Medio, avisan que estamos a 90 segundos del apocalipsis nuclear.
La amenaza del cambio climático
La segunda gran amenaza para la supervivencia humana es el posible colapso de la biosfera, que tiene su principal causa en el cambio climático, que es el resultado del conjunto de las actividades humanas sobre la biosfera. Entre ellas destacan de manera especial las emisiones de carbono a la atmósfera por la quema desaforada de combustibles fósiles (petróleo carbón y gas). Unos combustibles finitos y no renovables que han dado lugar a una pugna entre corporaciones y estados por su posesión y control. Estos recursos fósiles son imprescindibles para el modelo de desarrollo hoy vigente en el mundo y generan conflictos, cuando no guerras, entre quienes compiten por su posesión. La lucha por el control de los recursos se extiende a otros muchos minerales, todos necesarios para mantener el actual modelo de las grandes economías y, de igual manera dan lugar a conflictos.
Energía
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Así, entre las causas del calentamiento global del planeta y el consecuente cambio climático están las guerras por los recursos y, detrás de esos conflictos armados que ese afán de control origina, el gasto militar para mantener ejércitos, adquirir enormes cantidades de armamentos, su utilización en maniobras militares, ensayos y pruebas de sistemas de armas, la construcción de instalaciones e infraestructuras con un impacto de emisiones de Gases de Efecto Invernadero (GEI) que son muy superiores a muchas de las actividades industriales y actividades humanas (entre un 4 y un 8% del total mundial).
El mejor camino para hacer las paces es trabajar por la multipolaridad, la confianza mutua, el respeto a la soberanía, la cooperación y el apoyo mutuo entre estados
Unas y otras producirán la disminución o desaparición de glaciares y polos, el aumento del nivel del mar, la desertización de múltiples territorios, la pérdida de biodiversidad, la aparición de nuevos virus, el retroceso de las tierras fértiles, la escasez de agua potable y grandes trastornos del clima que comportarán devastadoras catástrofes naturales con sequías, huracanes e incendios, y provocarán grandes migraciones y graves conflictos humanos.
Construir la paz
Para revertir la crisis actual y el colapso que se avecina habrá que volver a los discursos solidarios capaces de liderar una transición energética hacia una sociedad postcarbono y poder avanzar hacia sociedades más democráticas y ecosocialistas sustentadas en la libertad, la igualdad, la fraternidad, la austeridad en el consumo y el respeto a la naturaleza que permitan salvaguardar la biosfera y la especie humana.
Se tendrán que impulsar políticas de desarme y desmilitarización que transfieran fondos hacia programas pensados desde y para las personas, priorizando la seguridad de la biosfera y la paz ambiental. Políticas basadas en la dignidad de todas las personas y en sus derechos, en la resolución dialogada de los conflictos y en la colaboración para afrontar el calentamiento global y los múltiples retos que aparezcan. Todos ellos globales, transfronterizos y que requieren actuaciones multilaterales.
El camino de la construcción de la paz ha sido largamente desarrollado por el pensamiento por la paz. Un pensamiento que rechaza la guerra en cualquiera de sus formulaciones, incluida la guerra defensiva. Un pensamiento desarrollado desde Mohandas Gandi y posteriormente ampliado por gentes como Albert Einstein, Bertrand Russell, Martin Luther King, Johan Galtung, Alba Myrdal, Petra Kelly, Vandana Shiva y tantas otras… quienes han aspirado a hacer posible la abolición de la guerra. Un pensamiento que considera que los humanos tienen capacidades para abordar los conflictos y concertar soluciones, pues de igual modo que podemos hacernos el mal, también podemos y debemos pedirnos responsabilidades y hacernos el bien, de forma que se impida un sufrimiento tan enorme como el que comporta la guerra.
Reino Unido
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Es desde esa concepción que se puede afirmar que los estados, en lugar de aumentar sus capacidades en disuasión militar, deberían recurrir a aumentar sus capacidades diplomáticas a través del diálogo cultural, compartir la seguridad y las relaciones económicas compartidas e instalando una coexistencia pacífica con los países vecinos. El establecimiento de unas relaciones multilaterales donde predomine la cooperación y la fraternidad con el objetivo de alcanzar una convivencia que impida la guerra. Es desde esa concepción que se puede afirmar que la guerra justa no existe, que es un oxímoron, que las guerras siempre son injustas para las poblaciones que las sufren y que es posible abolirlas.
El mejor camino para hacer las paces es trabajar por la multipolaridad, la confianza mutua, el respeto a la soberanía, la cooperación y el apoyo mutuo entre estados para alcanzar una seguridad común y compartida a nivel regional y mundial. Algo a lo que aspira Naciones Unidas a través de sus múltiples demandas de desarme destinadas a evitar la competición armamentística entre estados de forma que evite futuros conflictos.
Y en ese sentido, la oposición a las políticas unilaterales, militaristas, de confrontación y de pretensión de dominación hegemónica nos llevaría por un camino hacia la convivencia que pretenda substituir las sociedades competitivas y patriarcales por otras donde prime la cooperación que reduzca las desigualdades de género y sociales. Ese es el mejor camino para construir la paz.
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Para abolir la guerra, hay que abolir las naciones. Es decir, las naciones pueden seguir existiendo, pero deben ceder buena parte de su soberanía a organismos supranacionales. Y se les prohibiría hacer la guerra, como se prohíbe el asesinato dentro de las sociedades "civilizadas". Sin embargo, esto ya se lo vienen oliendo las oligarquías occidentales hace tiempo, y no lo quieren ni en pintura, por eso ahora reivindican lo contario: la "Soberanía".