Opinión
Pay-per-job o te pago para que me des ese trabajo de mierda

El fracaso de todos estos cuerpos se emitirá en vivo y en directo para todos ustedes. Mientras, seguiré adelante en este proceso de selección de trabajadores con otros 400 necesitados y desganados aspirantes que parece una yincana al ritmo de 'Don't You Worry Child'.
Reunion Zoom 1

El hambre es una cosa y su inminencia es la misma. Cuando tienes hambre, tienes hambre, y cuando crees que el hambre caerá del cielo en cualquier momento, también tienes hambre. O, al menos, crees tenerlo. La sensación de ahogo es casi idéntica. Y el cuerpo se te hace pequeño igual. Es hambre, no es desnutrición, ni rabieta ni una estrecha relación con la buena comida. Esto es otra cosa. El hambre, por ejemplo, te empuja a pagar por trabajar. Propuestas: Pay-per-job, Trabajo por suscripción, Cibertocomocho, Dónde está la bolita. Cómo queráis. Cuando el hambre se echa encima, el tiempo no nos vale como referencia y este espacio es infinito y nos miramos a la cara por Zoom, el trabajo es instituido grotesca y orgullosamente como gota colmadora. A cara descubierta. Pero necesitamos este trabajo. 

Las caras más enfermas del trabajo son las nuestras. La foto sería la siguiente: un espejo enfrentado a otro, y a su vez a un tercero, de forma caleidoscópica, si se quiere, de forma triangular. Creemos estar viendo a través de un tubito pero somos nosotros apagándonos. Cuando hago clic en “Unirme a esta reunión” y meto la clave, pienso en todo nosotros. Me veo, me ves, nos miramos, pero nunca coincidimos, porque tu cámara, Claudia, tu pantalla, Redmi 8, tus gafas de cerca, Usuario de Zoom, tu realidad, Gerard, nos separa. Estamos rodeados de otras 478 personas a las 12:01h de un viernes de septiembre. Lo tenemos dentro, enquistado, pero se nos pone la procesión en toda la frente. Quizá la más asquerosa de las cualidades del trabajo es su abstracción como palabra (y a su vez, objeto). Es una enfermedad. Necesitamos este trabajo.

Un día de la semana pasada cometí la bravura de inscribirme en una oferta de empleo tras varias horas navegando por la pecera grisácea de LinkedIn

LinkedIn: sentirme feo

Un día de la semana pasada cometí la bravura de inscribirme en una oferta de empleo tras varias horas navegando por la pecera grisácea de LinkedIn. Tengo un #OpenToWork verde sobre la cara desde hace unas semanas. Cada vez que me miro me deformo un poco más, lo siento físicamente, lo somatizo. Después de entrar en LinkedIn me siento más feo. Tardo en recuperarme varias horas. Allí nadie es feliz. Allí no existe el amor. En LinkedIn somos todos molestos o molestados. A pesar de la sensación de susurro de los mensajes publicados. 

El hambre, por ejemplo, te empuja a pagar por trabajar. Propuestas: Pay-per-job, Trabajo por suscripción, Cibertocomocho, Dónde está la bolita. Cómo queráis.

Así que sí: di permiso a una empresa desconocida que ofrecía un puesto con un nombre larguísimo que acababa en “Social Media” y se aderezaba como “Comunicación” y “Digital”, para obtener mis datos personales. Hola, si me estáis leyendo.

Los requisitos no eran muy estrictos —descubrí luego que esto era fundamental—. El anuncio estaba impoluto de erratas, faltas y manchones —un espacio de más queda horrible en la pantalla—. Dentro de LinkedIn todo suena a seriedad sospechosa de despacho de abogados con orlas y titulaciones pero sin clientes. A las 18.38h del miércoles (¿o quizá del martes?) recibo un WhatsApp tan serio y verde como el del anuncio. Parece un copy-paste tácito donde han insertado mi nombre: “Hola, soy Tal. Te contacto porque dejaste tu número en LinkedIn solicitando información para trabajar con nosotros. ¿Coordinamos una reunión online para que puedas formar parte del proceso de selección?”. O algo así. “Claro”, contesto rápido. En fin, necesitamos este trabajo. No quiero perder algo que no es mío aún. Ni siquiera me hago el duro unos minutos.

Lo que sigue es una especie de yincana que acaba mal.

“El proceso consiste en tres reuniones online que realizaremos mediante la aplicación Zoom, donde seleccionamos quiénes van a continuar con nosotros”. Adelante, vamos con ello. Cómo no. Necesitamos este trabajo

Adelante, cómo no

Me explican generalidades, sin especificar la empresa para la que se desarrollaría el trabajo. Pienso, bueno, que quizá sea un proyecto externo. Avisan de que los pagos son semanales y que dependen de la productividad. Pienso, bueno, capitalismo en su versión refinada. “El proceso consiste en tres reuniones online que realizaremos mediante la aplicación Zoom, donde seleccionamos quiénes van a continuar con nosotros”. Adelante, vamos con ello. Cómo no. Necesitamos este trabajo. 

“Hola, soy Tal, estaré ocupada en otras reuniones, te hablará Cual y te pasará el resto de información”, me escribe la reclutadora un día después. El segundo reclutador me pide puntualidad —estar prevenido 15 minutos antes—, que encienda la cámara —sino, quedaré mal ¿ante mis futuros jefes?— y una foto del propio Zoom —para anotar mi asistencia—. He sabido reconocer que algo no iba bien desde el principio, pero desde el principio también, acepté llegar hasta aquí porque en fin, necesitamos este trabajo. 

Cuando entro en la videollamada, con auriculares y camisa —a toro pasado me siento estúpido— un remix aceleradísimo de Don't You Worry Child —sí, la de Swedish House Mafia con John Martin— me desafía a quedarme y tomármelo en serio. Un esfuerzo sobrehumano. Antes ha sonado esa de Lady Gaga que dice “Ale-Alejandro, Ale-Alejandro”, pero esto no puedo asegurarlo porque me encuentro fatal cuando lo anoto en una libreta que he preparado, haciendo caso de las instrucciones del segundo reclutador. 

Automáticamente aparecen ante mis ojos Ainhoa, Salma, Teresa, Redmi 8, Usuario de Zoom y Redmi 7. Se tocan la cara y el pelo, no saben qué hacer. Mañana o pasado tendrán un grano nuevo porque se están esparciendo la grasa y están elevando su estrés por encima de la pantalla. Veo que va pasando el tiempo y Don't You Worry Child se me hace eterna. Creo que LinkedIn tiene exactamente esa energía: un remix de Don't You Worry Child a las 11:50h del mediodía. Las caras mustias al otro lado del sonido son caras gritonas que parecen decir: “Necesito este trabajo”. Los micro-micrófonos que se estampan en cada recuadro personal-compartido están tachados. Estamos silenciados. Redmi 8 y Salma han hablado levantado una mano amarilla con estética de emoticono. 

El panal formado por los cubículos de nuestras habitaciones, junto a la de Ainhoa, Salma, Teresa, Redmi 8, Usuario de Zoom y Redmi 7, convierte en pegajoso cualquier momento. De ovejas a abejas, supongo, me digo. Pienso en trabajar codo con codo, pero sin codearnos, sin olernos, sin llegar a mirarnos, realmente a mirarnos, y me pongo contento por un segundo. Por un segundo contento. No podrán con nosotros si nos unimos, claro.

Llaman “Webinar de introducción” a este macrobotellón de desesperados. “Si te retiras no podrás ingresar nuevamente”, reza una diapositiva

Al acceder a la llamada hay 70 personas. Cuando pongo el cursor en movimiento veo una rápida subida: somos 120 humanos necesitando un mismo trabajo. Justo antes de empezar, a las 11:59h, 322 participantes nos agolpamos unos contra otros. Yo pensaba que venía a una modesta y silenciosa entrevista de trabajo, pero me estaba colando en el patio de un colegio abandonado. Llaman “Webinar de introducción” a este macrobotellón de desesperados. “Si te retiras no podrás ingresar nuevamente”, reza una diapositiva. 

Segundos antes del mediodía una notificación emergente me da una patada en la espinilla. Pide autorización para emitir en directo. Ni me preguntó por qué razón. Necesito este trabajo. Acepto. 

En vivo y en directo

Con el logo vibrante y rojo de YouTube en la parte izquierda de la pantalla de mi ordenador brota un hombre joven que a los 358 participantes nos pide tres cosas: colaboración, papel y boli, y cámara abierta. Estamos en Live, dice. Somos 478. Este hombre joven se lanza: “Estar con la cámara apagada es como cuando antes de la pandemia ibas oliendo mal a la oficina”. No sé si tiene gracia, así que no me río, pero veo a Salma, Redmi 8 y Marina hacerlo. No juzgo a ninguno de los tres, necesitamos este trabajo.

Ahora me detengo en otro pensamiento. El hambre —o su incipiencia— no solo está haciendo que me dirija al despeñadero de pagar por trabajar  —Pay-per-job, Trabajo por suscripción, Cibertocomocho, Dónde está la bolita— sino que se emitirá en vivo y en directo para todos ustedes.

Pienso en si aún tengo un cuerpo y me basta con observar al resto para constatar que sí. Lo sufro en sus carnes, porque estamos atravesados todos por el mismo dolor: la inestabilidad de la inestabilidad. Y el hambre o su inminencia. Pienso en por qué estoy viviendo esta y no otra vida. Esta, me digo, me está matando. 

He perdido de vista a Teresa, Usuario de Zoom y Ainhoa. Pienso en si se habrán desconectado. Si habrán desistido. Si preferirán el hambre a Don`t You Worry Child. De repente, Teresa vuelve a posicionarse debajo de mí en el mosaico y miro para abajo buscando algo en su cara de cansancio. Creo que está en una biblioteca. No encuentro nada. Solo una persona al límite que soy yo en el cristal de mi ordenador portátil.

Yo pienso y pienso muy feo. Me siento así. Feo. ¿Estoy en una entrevista de trabajo o en un stream? ¿Van secuestrarme y a venderme por píxeles, seccionado? 

Somos 484 personas las que nos miramos y no nos vemos cuando entra el ponente de hoy. Ha sido presentado como una especie de Oliver Atom del Marketing Digital. ¿Qué hago? Evidentemente desbloqueo mi móvil y acudo a su Instagram. “Todos los políticos mienten”, recoge en su biografía. Bloqueo el móvil, lo desbloqueo, lo apago y lo lanzo contra la cama. Rebota y se cae al suelo. Rezo para que se haya roto en mil cachos. No ha podido ser. Me vuelvo ludita por un segundo. 

Ha sido presentado como una especie de Oliver Atom del Marketing Digital. ¿Qué hago? Evidentemente desbloqueo mi móvil y acudo a su Instagram. “Todos los políticos mienten”, recoge en su biografía

Pienso en si aún tengo un cuerpo y me basta con observar al resto para constatar que sí. Lo sufro en sus carnes, porque estamos atravesados todos por el mismo dolor: la inestabilidad de la inestabilidad.

Este Oliver Atom habla largo y con la boca abierta sobre jefes, horarios nocturnos, facturación, clientes. Saluda a una tal Gloria que está escuchando atenta. Lo hace para demostrar que no está pregrabado. La pobre Gloria ha de alzar la vista y devolver la boca abierta, algo así como una sonrisa. Temo que me salude Oliver Atom así que me hago pequeño, diminuto, detrás de la pantalla. Consigo que la tome con Gloria. 

Redmi 8, Redmi 7, Jaime y Berta han dejado de escuchar. No se van porque no tienen nada que hacer. Necesitan este trabajo pero fuera del Zoom no hay. Fuera de ese Zoom, a esa hora, no hay nada. Ni trabajo ni vida que sostener. “Vivimos en una época privada de futuro”, escribió Simone Weil hace casi 100 años: “La espera de lo que vendrá ya no es esperanza, sino angustia”. Redmi 8, Redmi 7, Jaime y Berta esperarán.

El mago del balón del Marketing Digital empieza a decir cifras: 300 euros, 500 euros, 2.500 euros. Y explica quién fundó la empresa —que no llega a expresar oralmente, solo se refleja en una esquina del PowerPoint que proyecta—. En la foto aparecen un calvo y tres personas rubias. El calvo es el fundador. Aparece con sus hijos y su mujer. “Ha salido en Forbes”, apuntala su discurso. También habla del CEO, que fue jugador del Tottenham y que ahora vive en Emiratos Árabes Unidos de lo bien que le va. Si te va bien, Emiratos Árabes Unidos es tu lugar, claro, cómo he sido tan tonto. Los últimos en ser presentados son dos hermanos (¿o quizá son pareja?) que lideran la empresa en Europa. 463, unos pocos menos que hace unos segundos, seguimos escuchando. Necesitamos este trabajo. 

No me puedo creer que 25 minutos después no me hayan dado el puesto que he solicitado. Pienso en si este suplicio puntúa en alguna oposición. Quizá para policía o bibliotecario. Tiene que valer de algo, pienso. Y vuelvo a pensar y pienso en escribir esto. 

De repente el Oliver Atom del Marketing Digital se mete con el mundo de las criptomonedas. Explica que el mercado ‘cripto’ no creció ni la mitad de rápido que el mercado donde él trabaja

La falsa

Be Helping Impact People es una empresa que nace en 2007, según nos cuenta el Oliver Atom del Marketing Digital. Tiene oficinas en todo el globo terráqueo. Varias en España, sí. Más en Tailandia, Estados Unidos y México. Están presentes en 30 países, dice. Con colorines, gráficos, cortinillas y cifras divaga sobre qué es ser visionario y qué es ser un genio. Jura que los datos que expone pueden ser verificados. La empresa, calificada en diferentes webs como “falsa”, “basura” y “jugada sucia”, tiene un túnel de ventas de más de 5.000.000 USD, según explica el ponente. No sé ni leer la cifra y cuando la pronuncia me mareo. 

De repente el Oliver Atom del Marketing Digital se mete con el mundo de las criptomonedas. Creo que Redmi 8 y yo nos hemos mirado como diciendo: “Vaya voltereta”. Explica que el mercado ‘cripto’ no creció ni la mitad de rápido que el mercado donde él trabaja. 

A las 12.31h quedamos 425 seres indestructibles. A las 12.33h suena la primera campana: venden cosas, no a puerta fría ni mediante viejas llamadas telefónicas —aquí llega a meterse con Vodafone—, sino mediante la creación de una red de clientes —leads, dice—. No sé si lo oigo de verdad o si me lo imagino, pero menciona una infusión de ginseng y empiezo a tomar conciencia de que lo que está pasando es super normal. Porque necesito ese trabajo, sí, pero, ¿por qué necesito este trabajo? 

El tiempo sigue pasando, pero a los 354 que quedamos ya nos da igual todo. El mosaico caleidoscópico vuelve a centrarse en la pantalla. Ya no hay PowerPoint al que mirar. Estamos obligados a vernos. Reaparecen Teresa y Jaime. Veo a lo lejos a Usuario de Zoom. “Mirad la hora todos”, dice. “Esto es en vivo”, sigue. Pienso en que podía haber enseñado un periódico del día, no sé, por contrastar... “Damos nuestro nombre completo y no nos escondemos detrás de un usuario”, empieza a justificarse. Nadie ha puesto en duda a Oliver Atom y, en cambio, prosigue. 

Quiero colgar pero no puedo. Cerrar ese Zoom en el que Redmi 8, Salma y Jaime ya son mis amigos. Pienso en pagar, incluso. Pagar para decir que tengo un trabajo. Necesito ese trabajo. Me duele la tripa.

Como criba, explica, esa segunda reunión grupal tiene un coste “millonario”, bromea o cree bromear. “Son 7 euros”, anuncia

Toda esta retahíla para anunciar que la próxima sesión es de cuatro horas. La yincana sigue, pienso. ¿Pero no me van a dar este trabajo? Eso no es todo. Como criba, explica, esa segunda reunión grupal tiene un coste “millonario”, bromea o cree bromear. “Son 7 euros”, anuncia. Veo a Redmi 8 reír y a Jaime abrir mucho los ojos. Vendrán varias ponentes —cuatro mujeres jóvenes que en su Instagram se reconocen como “entrepeneurs”— a contar sus casos de triunfo, será una formación de “alto rendimiento” muy cotizada, según explica. Quiero colgar pero no puedo. Cerrar ese Zoom en el que Redmi 8, Salma y Jaime ya son mis amigos. Pienso en pagar, incluso. Pagar para decir que tengo un trabajo. Necesito ese trabajo. Me duele la tripa.

Y entonces vuelvo a la imagen inicial. Estoy yo mismo buscando trabajo en una pecera gris. Es LinkedIn, huele raro y se escucha un remix que bate canciones de 2012. De hecho, cuando cuelgo la llamada, reproduzco la acción para sentirme feo. Entro en LinkedIn y me inscribo en otra oferta. Me llega un mensaje por el chat interno: “Háblame por WhatsApp y te paso más información”. Allí recibo un documento en formato .pdf. Dentro pone: “Antes de iniciar el trabajo debes desembolsar una tasa que se te devolverá inmediatamente”. Bloqueo el número de teléfono. Voy a YouTube y no me veo a mí mismo mirando al resto solo veo al Oliver Atom del Marketing Digital mirándose a sí mismo. Pienso que el trabajo me matará algún día. “El triunfo es en directo. El fracaso también”, escribió una vez Remedios Zafra. Y todos mirando.

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