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Opinión
Pacto Histórico: entre la emoción y la razón para lograr la victoria
Como en tantas otras cosas en la vida, en la política, de la ilusión a la decepción hay apenas unos pasos. Así ha ocurrido a raíz de los resultados de la primera vuelta de las elecciones en Colombia para el Pacto Histórico, ganador desde un punto de vista cuantitativo, pero no sentimental. Observando las reacciones de sus miembros y gran cantidad de militantes en redes sociales y otros medios se percibe claramente la sensación de haber logrado una victoria amarga distante de las expectativas.
La causa de esta decepción por no haber alcanzado las expectativas procede de un cúmulo de factores de entre los cuáles se pueden destacar la ingente cantidad de encuestas que les otorgaban al menos un 45% de votación en esta primera vuelta, pese a que las empresas encuestadoras se comprenden desde los propios militantes del Pacto Histórico como un elemento más del establecimiento deseoso de perjudicar a su candidato. ¿Sería muy maquiavélico pensar que buscaban con ello una desmovilización popular ante unos previsibles buenos resultados? Las cifras históricas de participación después de cinco décadas de elecciones no parecen corroborarlo.
Uno de los motivos de la decepción proviene, quizás, de los actos masivos en la campaña del pacto histórico donde se apelaba incluso a una victoria en la primera vuelta, una pasión característica de una campaña que necesitaba de tensión electoral para movilizar a un electorado fundamentalmente joven y popular
Otro de los motivos de la decepción provenga quizás de los actos masivos en la campaña del pacto histórico donde se apelaba incluso a una victoria en la primera vuelta, que nadie ha logrado e Colombia hasta el momento y que, confiando en ello o no, es característico de una campaña que necesitaba de tensión electoral para movilizar a un electorado fundamentalmente joven y popular, pero que si no responde finalmente a las expectativas lleva a la decepción o a encontrar una ración exógena como pueda ser el fraude electoral. La posible victoria de Petro pudo haber reforzado, sin embargo, la campaña de Fico y, a la vista de los resultados, también de Rodolfo Hernández, que obtienen sus votos de departamentos interiores del país más tradicionalistas y conservadores y que no necesitaron una campaña de expresión política pública como el voto silencioso de los antipetristas con miedo a la victoria de este y los anti-establecimiento que solo atienden a imprecaciones contra todo acto o sujeto político.
En complemento y como principio fundacional de las causas de decepción anteriores se encuentra una superioridad moral de la izquierda incapaz de comprender por qué no obtiene la victoria en cualquier elección. La gran mayoría de los seguidores y votantes del Pacto Histórico asumen la precaria situación social de las mayorías de la población colombiana como resultado de la actuación de gobierno de las elites colombianas en comandita con un estado cooptado. Esta asunción y la decepción electoral consiguiente motiva una incomprensión respecto del resto de la población electora en una coyuntura que, como el propio nombre de la coalición indica, se comprendía como un punto de inflexión histórico en la historia sociopolítica del país, que necesariamente en un ejercicio de racionalidad debería voltearse hacia la opción moral en aras de facultar una reparación histórica a modo de desagravio con las grandes mayorías sociales estructuralmente explotadas y oprimidas. La coyuntura reivindicatoria como respuesta a un gobierno a todas luces incompetente parecía poner en bandeja por vez primera la victoria electoral de un sujeto político diferente a los que habían gobernado hasta ese momento el país.
La oleada de indirectas, insultos, menosprecios a todo aquel que votó a alguien diferente a Petro es directamente contraproducente: resulta difícil pensar que vayas a convencer a alguien de un error de juicio insultándole, lo más probable es que reafirme su decisión sin plantearse siquiera su acierto o error
En un país de emociones tristes, como majestuosamente define el libro del profesor Mauricio García Villegas a Colombia, la presunción de superioridad moral se configura como un obstáculo para esa anhelada victoria en un escenario de victoria amarga e inesperada que requiere de convencer cuando vencer con el impulso y entusiasmo de la pasión fundada en la moral no lo han hecho posible. Por ello, la oleada de indirectas, insultos, menosprecios a todo aquel que votó a alguien diferente a Petro es directamente contraproducente: resulta difícil pensar que vayas a convencer a alguien de un error de juicio insultándole, lo más probable es que reafirme su decisión sin plantearse siquiera su acierto o error.
Siempre es más factible electoralmente promover el amor frente al odio y Colombia sin duda esta más necesitado de ello. Por otro lado, este tipo de epítetos puristas de superioridad moral fueron dirigidos incluso al propio candidato Petro cuando intentó pragmáticamente acordar con el partido liberal el apoyo de aquel en la primera vuelta, conocedor quizás de que dominar la reivindicación callejera no necesariamente tiene un reflejo tan diáfano en las urnas.
Ese mismo objetivo de desprenderse de su permanente imagen de radicalidad, proveniente de las persistentes afirmaciones opositoras de calificarlo como guerrillero comunista, hacia una más moderada fue quizás el motivo de las dudas del candidato para haber acompañado a su candidatura a alguien no tan atractivo para las clases populares colombianas como sin duda es Francia Márquez, pero sí para aquellos colombianos de clase media temerosos de un cambio. A estas alturas, saber qué hubiera supuesto un dueto diferente es política ficción.
Colombia
Un cambio histórico Colombia puede dejar atrás el uribismo de la mano de Petro y Francia Márquez
En esa circunstancia, con los ánimos un poco menos caldeados tras el transcurso de unos agitados días poselectorales, Petro y su equipo deben decidir estratégicamente hacia qué nicho electoral dirigen su campaña y cuál es su estrategia de convencimiento. La continuidad del estilo de la primera vuelta, pasional en el estilo y emocional en el contenido para convencer a la mayor cantidad de votantes posibles de entre las clases populares, no parece tener grandes posibilidades de victoria tras alcanzar la mayor participación electoral en casi cinco décadas y necesitar 1.5 millones para igualar la suma de Fico y Rodolfo en la primera vuelta, asumiendo la presumible posibilidad de que los logrados en la primera vuelta los vaya a mantener. Intentar convencer a los votantes de Fico, teniendo en cuenta que provienen de departamentos tradicionalmente conservadores y cuyo voto probablemente esté basado más en decir no a Petro que sí a su propio candidato, resulta una quimera.
La otra vía es intentar desde una perspectiva racional y argumentada criticar las posiciones de Rodolfo, que brillan y brillarán por su ausencia como demuestra su rechazo a debatir públicamente con nadie, dado que su aval principal para la primera vuelta fue la crítica a todo lo político de forma desaforada y pasional y en la segunda vuelta solo requiere de mantener sus votos y que a ellos se sume el electorado de Fico originariamente antipetrista.
La mejor vía para la victoria de Petro, además de simultáneamente recabar apoyos de sujetos con reconocimiento social entre las clases medias colombianas para seguir construyendo la imagen del Petro estadista, probablemente sea desencantar a los votantes del propio Rodolfo que lo votaron como muestra de desencanto o hartazgo a lo político sin conocer de sus propuestas y trayectoria: este mismo temor es el del interesado cuando su estrategia principal es no proponer ni discutir nada con nadie. Es consciente también de que su principal enemigo es él mismo y sus desafortunadas declaraciones.