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Opinión
La izquierda ante la invasión a Ucrania, mantener el timón con firmeza
En los períodos de caos sistémico, es más importante que nunca “mantener con firmeza el timón”, nos alertaba Immanuel Wallerstein. Se refería a no ceder ante la tentación de las generalizaciones, o del universalismo, pero tampoco dejarse atrapar en los detalles, en la tendencia a ver sólo la coyuntura desgajada del contexto. De alguna manera, era un llamado al equilibrio analítico, en momentos en los cuales a la natural complejidad socio-histórica se le suma la dificultad de “manejar un bote en aguas turbulentas”, como señala el sociólogo.
La izquierda global, esa amalgama contradictoria en la que se pueden incluir gobiernos de izquierda y progresistas, partidos políticos, movimientos sociales e intelectuales de referencia, se ha expresado estos días con los más diversos matices. Se trata de algo más que la falta de unanimidad, algo realmente saludable: estamos ante la inexistencia de valores comunes, más allá de un casi generalizado y abstracto rechazo a la guerra.
Los pronunciamientos de la izquierda latinoamericana repiten, más o menos, los mismos argumentos que se han venido desplegando en los últimos años, en particular desde que levantara vuelo el proceso bolivariano en Venezuela.
De ese modo, los gobiernos de Nicaragua, Cuba y Venezuela apoyan de manera directa a Rusia, acusando a Occidente de “doble rasero” al no tener en cuenta los argumentos de Moscú de que está sufriendo un cerco militar. “No es posible conseguir la paz cercando y acorralando a los estados”, señaló el embajador de Cuba ante la ONU.
La reacción del gobierno de Bolivia, aunque parcialmente contradictoria, mostró coherencia en el pleno del organismo internacional. El embajador Diego Pary leyó parte del artículo 10 de la Constitución donde afirma que “Bolivia es un Estado constitucionalmente pacifista y rechaza toda guerra de agresión o amenaza de agresión como instrumento de solución a los diferendos y conflictos entre Estados”. Por esa razón, Pary rechazo todas las invasiones y acciones unilaterales sucedidas en la historia reciente. “Ejemplo de ello es Afganistán, Irak, Libia, Siria, Palestina y hoy, Ucrania”, señaló el diplomático que luego no acompañó la declaración de condena a la invasión.
El principal referente del progresismo latinoamericano, Lula da Silva, se limitó a una condena general a la guerra en su visita a Ciudad de México: “Gobernantes, bajen las armas, siéntense en la mesa de negociaciones y encuentren la salida del problema que los llevó a la guerra'”. Sus palabras contra la invasión fueron muy tibias y poco claras, quizá porque el presidente Jai Bolsonaro, su principal contrincante en las elecciones de noviembre, propuso la neutralidad ante la guerra. “No tomaremos partido, seguiremos siendo neutrales, y ayudaremos con lo que sea posible“, dijo Bolsonaro y llegó a desautorizar a su vice, Hamilton Mourao, quien se opuso al avance ruso en Ucrania.
Sin embargo, la mayoría de los análisis provienen estos días de periodistas e intelectuales que han mostrado un abanico enorme de colores y matices que pueden mostrar, además de la diversidad, cierto desconcierto.
No es cierto, como señala Jorge Majfud en Rebelion, que “la izquierda mundial apoya a Putin”; menos aún que lo haga por “su astuta y poderosa respuesta a la hegemonía económica y militar de Occidente”. En el sector pro-ruso de la izquierda, el rechazo a Estados Unidos es tan fuerte que no abre espacio para cuestionar a quienes hoy están haciendo algo muy similar a lo que hizo el imperio durante más de un siglo.
En Página 12, Atilio Borón tampoco se pronunció contra la invasión rusa, esgrimiendo que “las apariencias no siempre revelan la esencia de las cosas, y lo que a primera vista parece ser una cosa —una invasión— mirada desde otra perspectiva y teniendo en cuenta los datos del contexto puede ser algo completamente distinto”. Esbozó un argumento acertado, pero insostenible porque su lógica exculpa a los invasores: “La operación militar lanzada contra Ucrania es la consecuencia lógica de una injusta situación política”.
El periodista Ignacio Ramonet, en Telesur, abrevó en la misma lectura al confluir en su defensa de Rusia, al destacar la responsabilidad occidental en la crisis, por no haber aceptado las garantías exigidas por Moscú de que “no van a llegar al territorio de Ucrania, a la frontera con Rusia, armas nucleares que van a poner en peligro la seguridad de Rusia”.
De algún modo, este tipo de posicionamientos, tan habituales en América Latina, parecen relacionados con un enfoque extemporáneo, como han señalado Santiago Alba Rico, Volodymyr Artiukh y Rafael Sánchez Cedillo, entre otros.
En efecto, las consignas que lucían acertadas cuando la invasión a Irak en 2003, suenan ahora desenfocadas. “Explicar todo por Estados Unidos no nos ayuda en absoluto”, señala Artiukh. Entre otras cosas, porque en este período de decadencia de la hegemonía estadounidense y de caos sistémico, la guerra, o mejor aún, la fuerza bruta, la emplean también potencias medianas como Arabia Saudí, Irán y Turquía en Yemen, Siria y Kurdistán, como apunta Alba Rico.
Noam Chomsky fue mucho más claro en una entrevista con Truthout. Comienza señalando que “la invasión rusa de Ucrania es un grave crimen de guerra comparable a la invasión estadounidense de Irak y a la invasión de Polonia por parte de Hitler-Stalin en septiembre de 1939, por poner sólo dos ejemplos relevantes”. Luego de destacar que las explicaciones no pueden justificar la invasión, desglosa las responsabilidades occidentales y de estados Unidos en particular: “La crisis se ha estado gestando durante 25 años mientras Estados Unidos menospreciaba de un modo despectivo las inquietudes rusas en materia de seguridad, en particular sus claras líneas rojas: Georgia y especialmente Ucrania”.
Desde los movimientos populares lo más esclarecedor ha sido el comunicado del EZLN titulado “No habrá paisaje después de la batalla”. En seis breves puntos toma partido por las y los de abajo, y rechaza posicionarse desde los estados y el capital (ruso, occidental o el que sea). “Hay una fuerza agresora, el ejército ruso”. Luego denuncia al gran capital y toma partido por los pueblos de Rusia y Ucrania. “Como zapatistas que somos no apoyamos a uno ni a otro Estado, sino a quienes luchan por la vida en contra del sistema”.
Luego denuncia a quienes creen que hay invasiones buenas y malas, critica el papel de los grandes medios y, finalmente, abraza a quienes desde abajo resisten en Ucrania y se manifiestan en Rusia. “Hay que parar ya la guerra. Si se mantiene y, como es de prever, escala, entonces tal vez no habrá quien dé cuenta del paisaje después de la batalla”, finaliza el texto firmado por los subcomandantes Mosiés y Galeano.
Una política sin ética, guiada por cálculos, nos lleva siempre a un callejón sin salida: luchar para reproducir las mismas opresiones que se combatían
Después de leer
Luego de haber leído y escuchado gran cantidad de análisis sobre la invasión rusa, se acumulan las preguntas: ¿Es tan difícil tomar una posición de principios contra la guerra y denunciar al agresor? ¿Cada declaración y cada análisis deben poner en primer término al “enemigo principal” (Estados Unidos), dejando a un lado al “enemigo secundario”? ¿No es ésta la política que rechazan las feministas cuando nos dicen que no hay una lucha primera (la revolución socialista) que luego resolverá las demás contradicciones?
Es en los momentos más difíciles y complejos cuando se pone a prueba la ética. Cuando guiarse por lo correcto, y no por lo que conviene, es un cuesta arriba tan necesario como agotador que, además, no rinde en los medios.
Una política sin ética, guiada por cálculos, nos lleva siempre a un callejón sin salida: luchar para reproducir las mismas opresiones que se combatían.
En su último “Comentario”, Wallerstein nos dejó a modo de legado, días antes de su muerte, una frase de esas que nos dejan masticando largo tiempo. Conociendo su trayectoria, tengo la certeza de que aprendió mucho de los pueblos con los que se comprometió: “Lo que puedan hacer quienes vivan en el futuro es luchar consigo mismos para que este cambio sí sea uno real”.
¿Qué nos quiso decir con “luchar consigo mismos”?