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Hace cuatro años, en una foto que dio la vuelta al mundo, un hombre y una mujer de mediana edad sostenían un rifle de asalto AR-15 y una pistola semi-automática ante el paso de una manifestación de Black Lives Matter en Misuri, Estados Unidos (EEUU). Los McCloskey, que es así como se apellida la pareja, afirmaron que habían salido a la puerta de su casa de una calle privada de una urbanización a las afueras de St. Louis porque “se habían sentido amenazados por los manifestantes”, los cuales avanzaban pacíficamente en defensa de sus derechos. La escena, que fuera del territorio norteamericano nos puede parecer dantesca, refleja muy bien el estado de psicosis colectiva en el que se encuentra parte de la sociedad estadounidense; una sociedad que ve como reinan el individualismo más descarnado y el beneficio individual y donde parece que se hubieran cumplido los pronósticos que realizara, hace ya unos años, el historiador Tony Judt cuando afirmara aquello de que “una vez que dejemos de valorar más lo público que lo privado, seguramente estamos abocados a no entender por qué hemos de valorar más la ley [...] que la fuerza”.
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Paradójicamente, el libro de James Baldwin, La próxima vez el fuego, publicado recientemente en castellano por Capitan Swing, pero que original y parcialmente fue un largo texto en inglés editado para el New Yorker en noviembre de 1962, recoge una escena con un argumento y representación similar. En un momento determinado, Baldwin, que se encontraba en un debate público televisado junto a Malcolm X, relata cómo alguien del público, al ver la vehemencia y argumentos que exhibía el entonces líder negro musulmán, preguntó: “Tengo mil dólares y media hectárea de tierra. ¿Qué va a ser de mi?”. El miedo a perder lo poco que tenía, aunque siempre más que un ciudadano negro medio de la época y, por supuesto, con una menor criminalización y explotación histórica como adulto blanco, evidenciaba lo que a todas luces parece esconderse tras los siglos de racismo y maltrato a la población negra: la lucha de los pobres blancos contra los pobres negros por las migajas que les deja una sociedad ultra-capitalista.
La obra de James Baldwin recorre parte de la historia de su propia vida y la de su familia. Como si una descarga mental y emocional se tratara, no en vano el título del mencionado artículo en el New Yorker era A letter from a region of my mind, este dramaturgo y novelista desgrana lo que él, como negro homosexual nacido en Harlem, vivió toda la vida, esto es, el profundo racismo de la sociedad estadounidense. Baldwin cuenta que a alguien como él, cuando era adolescente, solo se le abrían tres puertas ante el futuro: el deporte de élite, para el que no estaba especialmente bien dotado, el crimen y las drogas o el mundo de la iglesia y la religión. Ante tal expectativa, y durante unos años, acabó escogiendo el convertirse en pastor protestante, no solo como única salida, sino también como respuesta y desafío freudiano a una figura paterna que ejercía la misma labor y con el que no se llevaba demasiado bien.
Tras abandonar, aun en su juventud, la atmósfera de las pequeñas iglesias de Harlem, Baldwin pasa a convertirse, poco a poco, en un personaje solitario que apuesta por la cultura como forma de vida. Sin embargo, esta actitud ciertamente esquiva y algo cínica, no fue óbice para que comenzara a implicarse, ya como intelectual, en la denuncia del racismo sistémico de la sociedad que le tocó vivir. Su deambular por las décadas de los 50 y 60 lo llevaron a cruzar su camino, no sólo con figuras como Malcolm X, al que presenta enormes respetos, sino también con el mentor de éste, Elijah Muhammad, que intenta atraerlo a la causa separatista negra de de la Nación del Islam con escasos resultados.
La propuesta de solución contra el racismo y la desigualdad de Baldwin proviene de su herencia como pastor protestante: el amor; un sentimiento que lo lleva a renegar de posturas nacionalistas y de rechazo al hombre blanco, como las de Muhammad, y a apostar por un entendimiento entre las diferentes razas que poblaban Estados Unidos. Eso sí, un amor que no significa poner la otra mejilla, tal y como indica la frase que da título al libro y que Baldwin usa para cerrar su texto, como forma de amenaza velada o advertencia. Como el mismo apunta, “la auténtica razón por la que la no violencia se considera como una virtud entre los negros [...], es que los hombres blancos no quieren ver en riesgo ni su vida, ni la imagen que tienen de sí mismos, ni su propiedad”. Sino un amor vehiculado en una dirección más precisa y comprehensiva. Así, la obra, que también contiene el pequeño texto de Tembló mi celda. Carta a mi sobrino en el centésimo aniversario de la emancipación, publicado en The Progressive supone una declaración de principios e intenciones, además de una denuncia clara y precisa del racismo de la sociedad norteamericana que a Baldwin le tocó vivir, pero que abarca en sus propuestas, por igual, a blancos y negros.
Alejándose de la violencia con la que, un joven Malcolm X, y los posteriores Panteras Negras proponía solucionar el problema del racismo, que en su extremo suponía una secesión de parte de Estados Unidos en un nuevo y negro país, pero también, como se ha señalado antes, de la actitud de resignación cristiana propuesta por una parte de las iglesias, el autor pone el acento en la situación de debilidad en la que se sitúa la conciencia blanca en su relación con el colectivo negro. Así, para Baldwin, el racismo no solo es una actitud intolerable, injusta y criminal de una mayoría sobre una minoría racial, consolidada y cristalizada a lo largo de la historia mediante instrumentos sociales, económicos y simbólicos, sino también un problema para un universo blanco que se ha de aceptar a sí mismo como miembro de una nación diversa. Y, en aceptándose a sí mismo, liberarse de las cadenas del racismo que es ejercido sobre los negros. Aquí Baldwin se sitúa cerca de W.E.B Du Bois que, en su recorrido intelectual dio apoyo al Partido Comunista de los Estados Unidos de América (PCEUA), aunque sin comulgar con la doctrina marxista del mismo, algo que compartió pero por poco tiempo. Y lo hace cuando señala que el racismo es una cuestión que no se solventaría sino es mediante una mirada más amplia, más compleja, que sitúe al hombre blanco en la tesitura de aceptar que su libertad solo llegará cuando llegue la de los negros, tal y como la imagen armada de los McCloskey nos retrata tan magníficamente.
En definitiva, un libro que nos devuelve un problema irresuelto, el del racismo y la desigualdad imperante en los Estados Unidos, aun más cercana y patente con la posible victoria de un Donald Trump que vuelve a ser candidato del Partido Republicano a las elecciones presidenciales de 2024, y la fuerza patente de una extrema derecha norteamericana que está lejos de ser derrotada. Si hubiera que achacar algo a la edición, sería la necesidad de una breve contextualización a modo introductorio, tanto de la figura como del periodo que le tocó a James Baldwin vivir, y que solo hubiera añadido unas páginas más a un corto e interesante libro.
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«[U]na vez que dejemos de valorar más lo público que lo privado, seguramente estamos abocados a no entender por qué hemos de valorar más la ley [...] que la fuerza». (Tony Judt). Memorable cita. Gracias.