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Opinión
Un fin de raza ideológico. Crítica a La distancia del presente
Tras la polémica nacida en su análisis de ciertas derivas políticas inscritas, en parte, en la obra del autor madrileño Daniel Bernabé, Juan Luis Nevado Encinas realiza una crítica –esta vez sí– de su último libro: La distancia del presente. Auge y crisis de la democracia española (2010-2020).
En muchas ocasiones las formas nos pierden. Hace unos meses se me acusó de haber criticado la última obra de Daniel Bernabé (La distancia del presente. Auge y crisis de la democracia española (2010-2020)) sin haberla leído. Pero nunca hablé sobre este libro, solo utilicé el clima inherente a su publicación para analizar ciertas derivas políticas. Daba igual, los insultos y las descalificaciones estaban servidos, hasta tal punto que aquellos que participaron en la polémica suscitada en Twitter acabaron siendo contestados por el periodista madrileño de una forma tan lapidaria como esperpéntica: “Sois unos putos sinvergüenzas, unos hijos de la gran puta que, incapaces de haber abierto un libro, os dedicáis a la difamación. Un saco de ratas, una pandilla de mierdas y de niñatos sin las necesidades emocionales cubiertas. Un fin de raza ideológico.”
Opinión
No digan posmodernismo, digan marxismo cultural
El pasado 9 de diciembre, Bernabé, el otrora supuesto outsider de la izquierda española, presentó su nuevo libro junto al vicepresidente segundo del Gobierno, Pablo Iglesias, en el Círculo de Bellas Artes de Madrid. Poco después tuve la oportunidad de tenerlo, digitalmente, en mis manos; no todo en las Redes Sociales va a ser “hiper-individualidad digital” como tantas veces se esgrime, siempre hay oportunidades para crear redes “comunales” (como es el caso). Sea como fuera, en su momento dije que lo leería, y no he querido perder la oportunidad de hacerlo y comentarlo de paso.
La obra se presenta como “más que un viaje en el tiempo, una mera colección de hechos y cifras, de acontecimientos y personajes. Pretende ser un manual de supervivencia, un códice para entender cómo hemos llegado hasta aquí y por qué somos como somos”. ¿Cumple las ambiciosas expectativas que crea? Os lo adelanto: ni por asomo.
Comentaba Bernabé en una entrevista en El Confidencial que “el periodismo es el primer borrador de la historia.” Cuando a finales de los años setenta el historiador británico Lawrence Stone señaló, en contra de la historiografía marxista y estructuralista, el “resurgimiento de la narrativa” –es decir, la vuelta a un proceder historiográfico que antepone la descripción de los hechos y la exposición lineal de acontecimientos a las pretensiones “científicas” de la llamada “nueva historia”– Daniel todavía no había nacido. Desconozco el conocimiento historiográfico del autor madrileño, lo que está claro es que ninguno de los capítulos del libro pasaría una revisión por pares en una revista académica de historia. No obstante, seguro que a cierta tradición historiográfica conservadora le alegrará saber que todavía se producen relatos históricos en donde se prima la narración lineal frente al enfoque materialista (por mucha arenga obrerista que se incluya).
Desconozco el conocimiento historiográfico del autor madrileño, lo que está claro es que ninguno de los capítulos del libro pasaría una revisión por pares en una revista académica de historia
Al final, la obra acaba reducida a una limitada crónica periodística muy descriptiva, en donde la falta de un análisis estructural se intenta camuflar con una serie de toscas alegorías que se presentan, casi, como muestras de genialidad literaria, como si de un nuevo Pérez Galdós se tratase. Sirva lo siguiente como ejemplo: “calificar el 2012, podríamos decir que fue lo más parecido a montarnos en una montaña rusa desvencijada acompañados de un mono armado con dos pistolas mientras que un huracán azota el parque de atracciones”.
Pero lo más sorprendente, teniendo en cuenta las revisiones que habrá tenido que pasar en una editorial como Akal, es la gran cantidad de errores que contiene, algunos de ellos sumamente escandalosos. Entre otras cosas, comenta, falazmente, que en la “práctica totalidad” de los eslóganes de los partidos que se presentaron a las elecciones de noviembre de 2019 se incluía la palabra “España”; se equivoca al indicar que IU, en las elecciones de 2004, sacó solo un escaño; confunde el número de víctimas de ETA desde la muerte de Franco (829) con los datos desde 1959 (854); dice que la “huelga salvaje” de controladores aéreos de 2010 fue “la típica en fechas de gran uso de transportes”; afirma, erróneamente, que el dato de participación en las generales de 2011 superó el 70% (68,94% realmente); llama, reiteradamente, al Congreso como la Cámara Alta; señala que Cristóbal Páez sustituyó a Bárcenas como tesorero del Partido Popular (y no como gerente cuando este accedió a la tesorería); indica que Vox sacó 7 escaños en las elecciones andaluzas de 2018 (12 en la realidad) y que EH Bildu obtuvo 4 en las últimas generales (5 en la realidad); y, lo más flagrante, da a entender que en la primera votación en la investidura de Sánchez de enero “las cosas no salieron como se esperaban” al no alcanzarse la mayoría absoluta de 167 escaños (sic) por la baja de Aina Vidal. Quien sabe, a lo mejor esta reseña contribuye a paliar estos errores en una próxima edición.
Pero lo más sorprendente, teniendo en cuenta las revisiones que habrá tenido que pasar en una editorial como Akal, es la gran cantidad de errores que contiene, algunos de ellos sumamente escandalosos
Otro aspecto controvertido son las evidentes reproducciones, aunque ligeramente modificadas, de algunas definiciones de Wikipedia, como en la de la Trama Gürtel o la de las Instituciones Europeas (Consejo Europeo, Comisión Europea, etc.), que no serían problemáticas si apareciesen convenientemente referenciadas, pero no es el caso. De hecho, la carencia de fuentes y referencias sólidas son una constante en toda la crónica. La bibliografía, de esta forma, se limita a una serie de artículos periodísticos de medios como El Mundo, La Vanguardia, El País, Público, El Confidencial o El Diario.
Algunos comentaristas han señalado el enfoque excesivamente madrileño de los acontecimientos que son expuestos. Algo que, no obstante, se podría llegar a comprender si no fuera por la inexistencia del contexto internacional en la narración; es decir, los acontecimientos fuera del Estado Español solo aparecen en forma de “espectro” a lo largo de la obra: un par de referencias a Grecia y el ascenso de Syriza, una alusión al Brexit y poco más. Por poner un ejemplo, Trump aparece mencionado únicamente en el prólogo (para decir que “todavía no existían los Salvini y los Trump”). Además, los escasos comentarios sobre la Primavera Árabe pecan, a su vez, de un polémico sesgo, ya que habla de una conjunción –“danza”– entre lo “premoderno” y lo “posmoderno”, proyectando categorías occidentales (de marcado carácter teleológico) a acontecimientos que pasan actualmente en el norte de África y en Oriente Medio.
Los acontecimientos fuera del Estado Español solo aparecen en forma de “espectro” a lo largo de la obra: : un par de referencias a Grecia y el ascenso de Syriza, una alusión al Brexit y poco más
El libro, centrándonos en los aspectos formales, se divide en diez capítulos: uno por cada año de la década 2010-2019. Asimismo, cuenta con un prólogo, que abarca la primera década de este siglo, y un epílogo sobre el año 2020. Por su naturaleza de crónica carece de una tesis principal. Sin embargo, pueden detectarse, al menos, tres grandes premisas que se despliegan a lo largo de toda la narración, en las que, por su carga política, centraré el análisis (en especial en la última). La primera, y probablemente la más sólida, es el carácter endémico y sistémico de la corrupción en el estado español; la segunda es la singular naturaleza cainita de la izquierda española en particular, y de toda la política estatal en general (un tropo manido fácilmente desmontable si se acude al contexto internacional); y la tercera, la que quizás da un sentido orgánico a la obra, es la supuesta influencia del posmodernismo –como lógica cultural neoliberal– en los movimientos sociales y contestatarios surgidos tras el 15M, el cual habría fragmentado las luchas (en forma hiper-competitiva) en un clima de condiciones materiales favorables para la transformación revolucionaria.
Opinión
Opinión Progreso y reacción: falsas dicotomías
Mucho se ha hablado en estos dos años sobre las polémicas argumentaciones de Bernabé en La trampa de la diversidad (2018) sobre el posmodernismo y su concepto de “diversidad” en relación con el neoliberalismo, lo controvertido es que, en lugar de haber matizado parte de sus premisas por las críticas legítimas que recibió, el autor ha decidido replegarse en sus propias consideraciones, hasta el extremo en que estas se han convertido en una especie de parodia de la parodia, al entender “síntomas” históricos como causalidades. Todo esto está acompañado por una serie de contradicciones argumentales que atraviesan todo el escrito, la más clamorosa es en relación con el mito de que los ciudadanos vivieron “por encima de sus posibilidades” antes de 2008. Si bien Daniel afirma, reiteradamente, que el objetivo de la obra es desmentir tal afirmación, en otros lados se da a entender justamente lo contrario, esgrimiendo que “con hipotecas y créditos entregándose como caramelos, la clase trabajadora española pensó que la libertad, la igualdad y la fraternidad eran antiguallas que entregar a cambio de coches de alta gama, casas unifamiliares adosadas y viajes al Caribe en luna de miel. (…) Un momento moralmente infame en el que colaboró desde el español más acaudalado hasta el más miserable. Algo que debería pesar en la conciencia nacional mucho más que la bandera o el gol de Iniesta.”
Lo controvertido es que, en lugar de haber matizado parte de sus premisas por las críticas legítimas que recibió, el autor ha decidido replegarse en sus propias consideraciones, hasta el extremo en que estas se han convertido en una especie de parodia de la parodia
Es cierto que hay una crítica, bastante acertada, a las falacias de la “visión oficial” neoliberal sobre la crisis económica del 2008, así como contra la nefasta gestión de las instituciones europeas (nada que no haya aparecido de forma más lúcida y completa en otros tantos libros). El problema es que no sale de la simple descripción, y cuando lo hace remite, en el mejor de los casos, a un cierto reformismo socialdemócrata o, en el peor, a un romanticismo industrialista de corte reaccionario. Según Bernabé, el “capitalismo de principios de siglo XXI [es] un sistema económico rendido a la demencia neoliberal que empezó a mostrar los síntomas más aterradores tras llevar tres décadas devorándose a sí mismo“; es decir, parece añorar un viejo capitalismo industrial fordista que genere un tipo concreto de relaciones laborales, como si el problema no fuera tanto el capital, sino sus derivas financieras y especulativas del último medio siglo (tras la ruptura del consenso socialdemócrata de posguerra), de esta forma acaba afirmando el trabajo (el núcleo de la explotación capitalista) como “un bien escaso” o como un “integrador social de primer orden y una de las condiciones esenciales para formar una familia”. Al mismo tiempo, pese a reivindicar un horizonte socialista, desprecia máximas comunistas tales como la abolición del Estado (liberal), la superación de la dicotomía público-privado en pos de lo “común” o la naturaleza de la libre asociación, relacionándolas con una perniciosa “diversidad de identidades” que supondrían “un torpedo a la línea de flotación de la izquierda”.
Son por aspectos como los anteriores por los que se ha acusado a Bernabé de reproducir cierto folclore obrerista, tal es así que en el libro se pone como ejemplo las manifestaciones de los mineros en 2012, exaltando su “heroica condición” frente al activismo, en palabras suyas, “posmodernista” y sus “nuevas y arrogantes formas de protesta”. Pero detrás de esto no hay una crítica a la naturaleza del trabajo minero o industrial, sino un intento de afirmar una especie de “digna miseria” a la que hay que volver. ¡Cómo si hubiera una forma digna de ser miserable!, la dignidad no está en la miseria, sino en la lucha contra ella, lo que Daniel parece no haber entendido. Hay, actualmente, excesiva explotación, sufrimiento y precariedad en el mundo y en nuestro país a la que apelar sin necesidad de añorar e idealizar los reductos del trabajo industrial y sus formas de protesta, como si estos nos llevasen, mecánicamente, hacia la emancipación y el socialismo. Bernabé adopta, por ende, su identidad como “comunista” en base a la caricatura que el liberalismo ha hecho de la izquierda, jugando dentro de una falsa dicotomía diversidad-igualdad que ya está contaminada de antemano, equiparando inconscientemente (como él mismo acaba acusando al neoliberalismo) la igualdad a la homogenización.
Bernabé adopta (...) su identidad como “comunista” en base a la caricatura que el liberalismo ha hecho de la izquierda, jugando dentro de una falsa dicotomía diversidad-igualdad que ya está contaminada de antemano, equiparando inconscientemente (...) la igualdad a la homogenización
En la obra se acusa a los movimientos sociales de la última década, en convivencia discursiva con el neoliberalismo, de haber disgregado al sujeto obrero en una suerte de luchas parciales, centrando el enfoque, de esta forma, en cuestiones simbólicas y culturales como los “significantes flotantes” y no atendiendo a las condiciones materiales. Claro, lo irónico está en que en el libro no hay mayor “significante flotante” que las palabras “posmo” y “neoliberalismo”. Este último acaba siendo todo aquello que le desagrada al autor, “flotando” de página en página según lo que le conviene al relato: la “especulación en sí misma”, la financiarización, el neoconservadurismo, la privatización, la desregulación, la diversidad, etcétera. De esta forma, se genera una especie de “neblina” que jamás es definida, en donde la acción individual de Thatcher y Reagan, de forma consciente, acabó con el consenso socialdemócrata y el Estado de bienestar de posguerra al desmantelar al movimiento obrero promoviendo la desindustrialización y generando un discurso que contraponía críticamente el concepto de diversidad a la igualdad socialista. Reproduciendo, así, una especie de burdo “idealismo” y una narración de los “grandes hombres” (y mujeres), obviando condiciones materiales tales como la crisis del petróleo de 1973, la superación del modelo productivo fordista o la descomposición de los acuerdos de Breton Woods al romperse las premisas de este: el superávit estadounidense y la convertibilidad del dólar en oro, entre otras cosas.
El “posmodernismo” –o la “posmodernidad” (se usan indistintamente)– acaba reducido, como ya he dicho, a correlato discursivo neoliberal, despachando en párrafo y medio cuestiones tan dispares y de naturaleza tan diversa como: el mayo del 68, la crisis de la modernidad, el neoliberalismo, una supuesta “restauración victoriana sin corsés”, el individualismo, la desregulación, etc. Bernabé lleva a tal absurdo el debate sobre lo “posmo”, que llama a Ciudadanos “herramienta de promiscuidad posmoderna”, a la República de Puigdemont como “virtualidad posmoderna” y termina acusando al propio posmodernismo de despreciar a la Ilustración, mientras señala como “posmodernas” (y neoliberales) propuestas de rancio abolengo ilustrado como las del Partido X: “equilibrio entre el individuo, los grupos, el bien común y el Estado bajo control ciudadano”. En fin, “Gerardo Rivas” y su “hospital posmoderno” tenían razón después de todo.
El “posmodernismo” –o la “posmodernidad” (se usan indistintamente)– acaba reducido, como ya he dicho, a correlato discursivo neoliberal
A modo de síntesis, La distancia del presente es, en efecto una forma de distanciarse del presente, pero no en el sentido que pretendía el autor. En efecto, Bernabé reproduce aquello que critica a ciertos movimientos sociales y a ciertas posiciones políticas: un alejamiento de la realidad en pos de un discurso autorreferencial incapaz de abordar la complejidad del problema. Como resumen narrativo de la última década y como denuncia a la corrupción cumple relativamente su propósito, algo que, pese a los significativos errores, tiene cierto valor, pero no así su diagnóstico político, ni como extracción de enseñanza alguna para el futuro. En última instancia, si todo lo que es potencialmente mercantilizable es “neoliberalismo” y la única salida es negarlo, hemos perdido, ¡todo es neoliberal! Gracias por darle la razón a Fukuyama.
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La verdad es que es una crítica floja, acorde al positivismo: cualquier crítica pasa por pensamiento crítico, se busca apuntillar en vez de apuntalar. Posiblemente este libro no sea una gran obra, seguramente no sea ni uno de los libros que deberiamos leer para establecer un pensamiento crítico a la altura de las circunstancias. Qué pereza que los debates (o las polémicas adolescentes mejor dicho) giren en torno a libros y autores como este y otros tantos y que la gente pierda su tiempo con ellos (o con la última novedad -sea cual sea- de muchas editoriales alternativas, que cada vez más son panfletos sobre el tema "de actualidad" que toque, por lo que caducan enseguida) cuando ya otros libros han dado las claves hace tiempo ( por citar algunos autores Ivan Illich, Mumford, Jappe, Riechmann, Nicholas Carr, Arendt, Anders, Zibechi, Agustín García Calvo, Pedro García Olivo, López-Petit, Espai en blanc, Miquel Amoros...). Doble pérdida de tiempo el debate sobre libros mediocres en vez de leer los imprescindibles, en vez de centrarse en las ideas necesarias.
Curioso cómo una crítica a un libro se convierte en una especie de defensa personal y, a su vez, ataque al autor. Creía que la crítica literaria era otra cosa añadiendo, además, un detalle a una frase que me ha llamado la atención, "Pero lo más sorprendente, teniendo en cuenta las revisiones que habrá tenido que pasar en una editorial como Akal". Ese verbo "habrá" deja entrever que NO ha contactado con Akal para asegurarse que ha sido así ni para recibir información sobre el desarrollo previo del libro ¿Qué pasaría si Akal no ha hecho lo que el autor del artículo espera que hiciese? Toda su reflexión, entonces, queda invalidada ¿No? Esto en hiphop se llama (intento de) "beef" y no sé si El Salto se permite, en sus páginas, este tipo de artículos. Parece que sí y es muy triste.
Pueeees hay que decir que la envidia es el motor de aquellas que escriben. Esto es así, aunque no quita razón a Nevado, ni agrega más de la que ya tiiene porque es imposible. El licenciado en modo machacasaurio.
Después de este artículo (largo de caray, eh Nevado? Que aquí no somos de ningún comité de catedráticos ni te vamos a dar más o menos aprobación por metro escrito; hay que pensar un poquito en los lectores que no son solo tus colegas) me viene a la cabeza el monólogo de "La vida es suemo" y su "teniendo yo más vida, tengo menos libertad".
Parabéns, doctorando.
que capacidad la izquierda de autodestruirnos en debates estériles y académicos