Opinión
El derecho a gobernar de la ultraderecha

La práctica democrática en la UE supone aceptar que gobierne el partido que más votos haya logrado, siempre y cuando respete las reglas del juego.
Emmanuele Macron y Marine Le Pen
Emmanuele Macron y Marine Le Pen durante un debate televisivo ante la segunda vuelta de las elecciones presidenciales. Archivo El Salto
22 abr 2022 10:53

Tras soportar 40 años de dictadura es más que evidente y comprensible el déficit democrático que tenemos en España. La práctica política en una democracia capitalista (me niego a calificar al sistema político predominante en occidente como “democracia liberal”) es algo que aún nos resulta un poco ajeno. A nuestra derecha montaraz le es ajeno porque su ideario es de talante nítidamente franquista, pero me resulta más preocupante que este déficit democrático también esté haciendo mella en la izquierda española, y dejo fuera de este espacio político al PSOE, por ser un partido que desde el “reinado” de Felipe González dejó de ser socialista, obrero, y por tanto de izquierdas, para convertirse en un mero partido nacionalista ligado al poder económico. Ni siquiera le es aplicable la calificación de socialdemócrata, que le encaja mejor a Unidas Podemos.

“Una tercera república en España puede perfectamente no solucionar la pobreza o desarrollar políticas de igualdad si a su mando se encuentran políticos chorizos”

¿A qué se debe que en la parte socialista y comunista de la esfera política también se advierta este déficit en la práctica democrática? Yo creo que hay dos factores, que a priori pueden parecer divergentes, pero que quizá en el fondo surjan de la misma matriz. Por un lado nos encontramos ante el famoso “franquismo sociológico” que afecta de una manera bastante clara al PSOE, y que le impele a poner en práctica asfixiantes e incongruentes políticas de Estado en vez de, por ejemplo, combatir la desigualdad. En el otro extremo, en el supuestamente más rojo, nos encontramos con quienes infectados por una ideología “nazbol” abogan por políticas de izquierdas en la esfera de la economía, al mismo tiempo que se alinean con la extrema derecha en las tradiciones, en concepciones culturales y en la cuestión nacional. Este, para mí, es un panorama deprimente que necesita de una reflexión serena y lo más profunda posible.

En este estado de cosas, cada 14 de abril las redes sociales se inundan de soflamas y eslóganes reivindicado la III República como la solución definitiva, la que tumbará a los fascistas, término que engloba a todos los que no piensan como nosotros sin importar cuál es su verdadero credo ideológico. Y como a las redes sociales uno no viene a debatir ni a conversar, sino más bien a defecar, no caemos en la cuenta de que una república no es más que un sistema político y no una ideología política, que es a la que realmente le compete combatir a la ultraderecha. ¿Acaso la II República logró acabar con los problemas sociales o identitarios? La respuesta es obvia, por tanto, ¿qué nos hace pensar que a la tercera irá la vencida? Una tercera república en España puede perfectamente no solucionar la pobreza o desarrollar políticas de igualdad si a su mando se encuentran políticos chorizos como los que deambulan asiduamente por la calle Génova.

"Se pide a la Francia insumisa de Jean-Luc Mélenchon que voten a Macron porque hacer lo contrario les convierte en colaboracionistas del fascismo y enemigos de la humanidad”

Y no hay más que cruzar la frontera para comprobar que esto es así. El próximo día 24 en Francia deben elegir entre Macron y Le Pen. Y mientras que en nuestra infame derecha están felices porque lo mismo les da que le da lo mismo, en la izquierda los hay que no duermen porque hay que evitar a toda costa que gobierne la ultraderecha que socava unos derechos humanos (algunos de ellos más que discutibles) que, en realidad, no son más que un montón de promesas incumplidas que sirven como soporte de las estructuras del capitalismo y sus Estados-sostén. La cosa llega a tal nivel de desquiciamiento que, desde ciertos ámbitos intelectuales de izquierdas, se pide a partidos socialistas y comunistas (sobre todo a la Francia insumisa de Jean-Luc Mélenchon) que voten a Macron porque hacer lo contrario les convierte en “colaboracionistas del fascismo y enemigos de la humanidad” (sic). Algo similar está ocurriendo en España con la entrada de Vox en el gobierno de Castilla y León, y que puede anticipar un futuro pacto PP-VOX para gobernar en España.

Sin embargo se nos olvida que el ejercicio de una práctica democrática en la actual UE supone aceptar que gobierne el partido que más votos haya logrado, ya sea con alianzas o sin ellas, siempre y cuando respete las reglas del juego marcadas en la Constitución correspondiente, naturalmente. Por lo tanto, aunque lo detestemos, debemos admitir que tanto el Frente Nacional como Vox tienen derecho a gobernar. De hecho, el FN ya ostenta la alcaldía de Perpiñán desde hace tiempo y no ha ocurrido absolutamente nada reseñable. Y tampoco creo que ocurra nada reseñable en Castilla y León. Nuestra Constitución está sustentada sobre la base del respeto a los Derechos Humanos, y está concebida de tal manera que es prácticamente imposible su modificación, por ello Vox no representa un peligro real en sí mismo para nuestro manido Estado de Derecho.

“Las personas de izquierdas no debemos centrarnos en impedir que nuestros adversarios detenten el poder, sino trabajar en programas viables y convincentes que nos permitan acceder al poder”

Aquellas personas de izquierdas que creemos en el socialismo no debemos estar elaborando discursos o estrategias encaminadas a impedir que nuestros adversarios detenten el poder, sino que debemos centrarnos en trabajar en las instituciones y elaborar alternativas políticas con programas viables y convincentes en una contienda electoral que nos permitan a nosotros acceder al poder por vía democrática; como decía Julio Anguita: “programa, programa, programa”. Si la extrema derecha experimenta un auge en Europa es debido a que las democracias capitalistas no son capaces de dar soluciones a los problemas reales de los ciudadanos y su discurso cala, mientras que el nuestro, el de la izquierda, puede que sea un discurso vacío empeorado por el sempiterno cainismo que opera en los partidos socialistas o comunistas. Pero nuestro objetivo político nunca debe ser el de sustentar con nuestro voto un Estado burgués subordinado al poder económico, por ello, ni cordón sanitario en Francia ni en España. No tiene sentido, es absurdo, porque las políticas económicas de la derecha conservadora van a ser muy similares a las de la ultraderecha.

Si el añorado bipartidismo conservadores-progresistas que tanto necesitan nuestras democracias se tiene que agarrar ahora a pedir nuestro voto para subsistir, al mismo tiempo que nos califican de populistas, es que algo falla en sus neuronas. Pero si nosotros les damos nuestros votos, es que algo falla en nuestras neuronas. Y esto ya es más grave.

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