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Siento vergüenza de tener una Presidenta de la Comunidad tan zafia y tan ignorante, que no es capaz de hilar dos frases seguidas con sentido. Que sólo sabe gritar e insultar, que se deleita en la estupidez.
Siento vergüenza de que la presidenta de mi Comunidad proclame a los cuatro vientos que Madrid es distinta porque en ella te puedes emborrachar de cerveza cuando te venga en gana, aderezada con un bocata de calamares. Como si comer y beber en la calle fueran la marca de identidad madrileña.
Siento vergüenza de la imagen que Madrid está ofreciendo a España y al mundo; la imagen de una ciudad enfeudada a una clase política incapaz de ver más allá de su propio bolsillo, de sus propios caprichos, de su frenesí desbocado, de su euforia suicida.
Entiendo que queremos evadirnos, disfrutar un poco, respirar de nuevo. Pero no comprendo que la política pública se reduzca a incentivar la bebida al aire público como marca de la casa, a convertir el carpe diem en política pública
Siento vergüenza de unos dirigentes políticos, y en particular de una jefa tan negligente que es capaz de dejar morir a la gente sin importarle un comino; sin la menor consideración hacia los muertos y enfermos ocasionados por la pandemia, a los que ha abandonado a su suerte en residencias de la muerte y a los que ha negado el traslado a un hospital. Ancianos y ancianas que han sido nuestros vecinos y vecinas y que han muerto sin la más mínima atención.
Siento vergüenza de una dirigente política que lloró lágrimas negras —negras de rimmel— por unas muertes que no sentía. Más de 23.000 fallecidos en la Comunidad que no le merecen ni un comentario.
Siento vergüenza por los niños alimentados durante meses con pizzas sabrosísimas cuyo objetivo no era nutrir a los infantes sino evitar los problemas económicos de algunos negocios de restauración, amigos de la presidenta.
Siento vergüenza por lo que está pasando en esta ciudad y en esta comunidad. Comprendo el desánimo, el hastío, el hartazgo de tantos meses de restricciones. Es insoportable que se restrinja el ocio hasta lo indecible y en cambio se obligue al trabajo, inclusive con riesgo para la salud. Entiendo que queremos evadirnos, disfrutar un poco, respirar de nuevo. Pero no comprendo que la política pública se reduzca a incentivar la bebida al aire público como marca de la casa, a convertir el carpe diem en política pública.
Siento pavor ante mis conciudadanos tan inconscientes y descuidados que prefieren mirar hacia otro lado ante tales políticas. Deseosos de convertir Madrid en un gran botellón en nombre de la Libertad.
En el siglo XIV Boccaccio aprovechó la peste de Florencia como marco en el que situar sus conocidas narraciones, el famoso Decameron. Trata de un grupo de jóvenes adinerados que intentan salvarse de la epidemia huyendo a una villa campestre donde pasaban las noches contándose cuentos, algunos eróticos bastante subidos de tono. Nos dice el poeta que mientras tantos sufrían y morían “otros afirmaban que la medicina certísima para tanto mal era el beber mucho y el gozar y andar cantando de paseo y divirtiéndose y satisfacer el apetito con todo aquello que se pudiese, y reírse y burlarse de todo lo que sucediese; y tal como lo decían, lo ponían en obra como podían yendo de día y de noche ora a esta taberna ora a la otra, bebiendo inmoderadamente y sin medida y mucho más haciendo en los demás casos solamente las cosas que entendían que les servían de gusto o placer”. En medio de la locura inducida por la peste, la villa refugio se convierte en un lugar tranquilo donde la vida y la muerte, los placeres y los vicios se sustraen a la desmesura provocada por el miedo.
A pesar de su nacionalcatolicismo Ayuso parece tocada por esa locura. Rechaza cualquier confinamiento y pretende quedarse la ciudad para ella y los suyos que en las noches de borrachera se contarán sus cuentos bocaccianos. Y expulsarnos a todos los demás, a todos aquellos y aquellas a las que ya no nos da el cuerpo para más atropellos. Su desenfado y su chulería rayan en lo grotesco de unos ricachones, nuevos y viejos, que están más allá del bien y del mal. Su capricho es su Ley. Esta es su Libertad. No le indignaba más a Boccaccio la avaricia de los clérigos y la nobleza corrupta de su tiempo que a nosotras ese engendro de política.
Ahora bien, aquellos seguidores que no tengan un buen o mediano patrimonio pagarán con creces estos abusos. Pagaremos todos cuando ya no haya hospitales a los que acudir ni parroquianos a los que servir una caña. Sólo quedará el monigote de la Pinocha madrileña para avergonzarnos todavía más por haber formado parte de ese vecindario cruel.
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La fuerza superadora
Ayuso es todo menos ignorante. Sabe perfectamente qué mensajes tiene que dar para conseguir llevar a cabo políticas que están más que decididas y encaminadas desde hace años.
Otra cosa es que haya gente que se identifique con esos parapetos ideológicos y no vea más allá y le vote.
Vale... pero ¿cuál es el horizonte, la Utopía?...
La social-demagogia no mola...
Vergüenza compartida por muchas. Por vergüenza y por dignidad no podemos dejar que esta plaga siga al frente (por decir algo, porque todos sabemos que no es más que la marioneta de los grandes grupos empresariales) de la Comunidad.
Una cuestión que no se ha abordado, que se debería denunciar y por la que habría que dar batalla, es el nulo interés en garantizar el voto por parte de la CAM. No se ha aumentado el número de mesas electorales con respecto a 2019. Es una vergüenza, que ante las más que probables aglomeraciones en tiempos de pandemia (y en medio de la 4ª ola), se dispongan de los mismos recursos. ¿Eso es buena gestión? ¿Eso es garantizar el derecho y la libertad de voto?