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Opinión
En diálogo con el movimiento socialista: tesis para la organización que viene
y yo no quiero penas donde vivo,
pa eso nos morimos.
Empecemos con un lugar común: el malestar social es condición de época. Sea un sufrimiento politizado o impolítico, atraviesa a nuestra generación un profundo malestar que se expresa de diversas formas: hastío, ansiedad, desarraigo, resignación… Quizás la cuestión política más radical consista en aprender a organizarnos contra esto, dotándonos de herramientas que nos acerquen a un horizonte concreto muy específico y que diversas militancias compartimos: el comunismo. Es imperativo desarrollar una sensibilidad a la altura de nuestro tiempo y aprender a reconocer en él sus signos de agotamiento, las grietas que atacar y las zonas opacas al poder que nos permitan crecer y cuidarnos.
El malestar social puede hacerse extensible a los círculos militantes. Frente a las reacciones que a esto puedan aparecer, hay que tener en presente que organizarse no consiste en dotar de estructura a la impotencia. El ciclo del que venimos nos enseñó también que la voluntad de cambiar no implica tampoco el cambio. La hipótesis del movimiento socialista crece en un contexto marcado por la falta de resultados y la frustración que ello conlleva: es hija también de ese malestar. Hace falta repensar nuestras prácticas, dejarnos de mover por inercia y darnos tiempo otra vez para estudiar y experimentar: correcto. Hace falta descubrir o rescatar estructuras organizativas distintas, más eficaces: también de acuerdo. Hay, sin embargo, algo que me chirría en el gesto llevado a cabo por los círculos socialistas.
La hipótesis del movimiento socialista crece en un contexto marcado por la falta de resultados y la frustración que ello conlleva: es hija también de ese malestar
A grandes rasgos —y a riesgo de simplificar—, consistiría en la creación de una estructura de clase que fuera capaz de intervenir en el conflicto y crearlo, con posibilidad de cristalizarse en instituciones, acumular cuadros militantes y constituirse como (contra)poder comunista. La organización actuaría como mediadora entre teoría —con base marxista— y práctica en el proceso de lucha de clases. Para mayor contexto: los textos que exploran las bases de la hipótesis socialista pueden leerse en contracultura.cc. También el texto de presentación de Horizont Socialista recientemente aparecido, disponible en su web.
La solución del Partido se presenta en ocasiones como solución ad hoc. Como una respuesta que, si bien viene de un proceso de autocrítica, lo que busca es mitigar la falta de resultados de nuestra clase dotándose de una estructura organizativa que por su propia constitución pueda proveerlos. Sería una estructura de clase que puede crecer, pero cuyos resultados consistan en última instancia en eso mismo: crecimiento de la propia estructura. Un desarrollo inmanente a su propia forma. Esto, así, es insuficiente al menos mientras se mantengan impensados otros aspectos cruciales para la construcción del comunismo: su materia misma, sus tiempos, su cualidad —frente a un crecimiento que podría quizás ser solo cuantitativo—. Propongo no pensar únicamente la cuestión de la forma de la organización, sino desplazar la pregunta también a su contenido.
Desde la autonomía bien se pueden asimilar muchas de las críticas que se han hecho, y que aquí en parte reconozco. Pienso también que nuestra memoria y experiencia tiene mucho que decir y hacer para la lucha que viene. Hay algo claro —tácitamente por lo menos— en nuestros sectores: el gesto político es otro, cotidiano. El comunismo es aquí y ahora. Es desde el presente donde se vive, crea y se experimenta. También es desde donde se fracasa —ya iremos fracasando mejor—. En lugar de pensarlo como algo por venir, que siempre estará al llegar y al que asintóticamente quizás nos acercaremos, es fructífero pensar el comunismo como una ética concreta que comienza a desplegarse desde nuestra práctica militante, en los espacios que construimos y desde los vínculos que creamos. Si, por el contrario, convertimos al comunismo en un porvenir eterno, la estructura organizativa —el Partido— deviene un poder pastoral tal y como puede serlo la Iglesia: esta promete el Reino, no en la Tierra sino después, y condición de este es ser partícipe de la Iglesia misma. No es banal la cuestión de los tiempos. “Es en el aquí y ahora donde nuestra potencia actúa. Tal y como señalaban los surrealistas: “Marx dijo ‘transformar el mundo’; Rimbaud dijo ‘cambiar la vida’; estas dos consignas son para nosotros una y la misma”, escribió Marcelo Tarì sobre el debate organizativo de los años 70 en Italia.
Si, por el contrario, convertimos al comunismo en un porvenir eterno, la estructura organizativa —el Partido— deviene un poder pastoral tal y como puede serlo la Iglesia
Añadir también: en este malestar hay también algo muy fecundo. Una suerte de huelga humana que renuncia al discurso de lo social. Siente malestar, pero no encuentra problema en ser disfuncional. En el que la sociedad simplemente nos dé igual está el germen de que nos puedan importar otras cosas.
Los tiempos
Acerca de los tiempos de la revuelta podemos sacar unas cuantas conclusiones interesantes atendiendo a lo que en este siglo ha acontecido. Esto nos ayudará a pensar nuestra praxis.
Algo repetido en estallidos como el de EE UU recientemente, en las ocupaciones de plazas en la primavera árabe, en la insurrección chilena o el 15M tiene que ver con cuerpos que se ponen o entran en juego de forma radical. Componen un momento disruptivo, inesperado, que enuncia una verdad ética capaz de apelar a miles y miles de desposeídos. Acaban por generar momentos que desbordan todos los cauces de lo social —incluso a las organizaciones de izquierda que pretendían gobernar el devenir del acontecimiento—. En Egipto en 2011 las lágrimas en televisión de Wael Ghonim al relatar su secuestro por parte de la policía acaban desencadenando un aluvión de protestas que propician la caída del presidente. En Madrid el desalojo del pequeño grupo de personas acampadas en Sol produce una ola de indignación que resulta en el 15M. Tras el grito de George Floyd ya sabemos lo que acaba ocurriendo…
A lo que apunto es a lo siguiente: la revuelta no se programa. No podemos ponerle fecha. Coge por sorpresa a lxs revolucionarixs, pese a que haya toda una serie de condiciones que, evidentemente hacen que este momento se precipite. Tal y como la experiencia del malestar es psicosomática, lo es la del estallido. La organización no debe de pensarse entonces como la ejecución de un programa que nos lleve hacia la revolución, sino como un conjunto de prácticas que nos permita hacerla vivir, mantenerla y comunicarla.
A lo que apunto es a lo siguiente: la revuelta no se programa. No podemos ponerle fecha
Esto nos plantea entonces una serie de preguntas que deberemos de ir resolviendo poco a poco: ¿qué hacer mientras tanto?, ¿pueden acaso propiciarse momentos así?, ¿cómo prolongar las vidas de estos acontecimientos, cómo evitar que mueran o sean integrados?, ¿cómo relacionarnos con ellos cuando ocurran?
La forma y la organización
Puede ser interesante trasladar por un momento la cuestión de la forma al contenido de la organización: “Línea de fuga. Agenciamiento teoría-vida-práctica-grupo-sexo-soledad-máquina-temura-caricia. ¡Abajo el chantaje de la cientificidad de los conceptos! Los «intelectuales orgánicos» son los burócratas de la teoría. Ya sabes, colega, la batalla semiológica está bien, pero esa movida es un poco como lo que pasó en Nanterre en el 68 con la sociología, o en Ulm con la epistemología, o en Sainte-Anne con el psicoanálisis... Hay que releer a Marx, Freud, Lenin, Gramsci... vale, pero también hay que tener en cuenta los enunciados, los gestos, los rasgos de un mundo que hemos configurado nosotros mismos, las desviaciones mayores que producimos a partir de nuestros lenguajes menores. La práctica de la felicidad se vuelve subversiva cuando es colectiva”, Félix Guattari, en Millones y millones de Alice en potencia.
Política
GKS Matar al padre, resucitar a Marx
Contexto
Atendiendo al contexto de luchas actual podemos descubrir algunos límites que trascender. Tomemos por ejemplo el cada vez más fuerte movimiento de vivienda. Como movimiento de resistencia, nos permite abrir y sostener el conflicto, a la vez que, como movimiento de resistencia, no es capaz de superar el ser pura negatividad. Por sí solo es una piedra de Sísifo, al igual que muchos otros movimientos de resistencia. Ningún sentido tendría, no obstante, renunciar a estas luchas. Los espacios de resistencia cobran mayor interés cuando se dan la posibilidad de devenir espacios que piensan la reproducción de la vida misma. Entonces resistimos, sí, pero incrementamos nuestra potencia: socializamos la economía de las personas que pasan por el sindicato, creamos grupos de consumo de alimentación, nos dotamos de lugares comunes, nos ponemos en contacto con otros grupos en fuga, desertamos mejor, descolonizamos nuestra vida de capital y nos agenciamos colectivamente nuestra existencia.
Los límites de los espacios de resistencia no se trascienden cuando se deja de resistir, sino que son superados cuando permiten cambiar las bases sobre las que se vive.
El momento
Se trata, así, de un momento (pro)positivo de lucha. Hay ciertos lugares donde todavía quedan cosas que defender —quizás en el medio rural y sitios que en general mantienen una fuerte vinculación con su territorio—. En el medio metropolitano, no obstante, no hay nada que defender. Solo defenderemos los lugares que crearemos, que hacen crecer nuestro mundo y nos son propios. Por lo demás, poco le debemos a lo social: no hay nada que defender de esta sociedad, no está ahí el comunismo, sino en nuestro hacer. No hablo de huir, sino de, como en otras ocasiones mencioné, ser aquí y ahora el mundo que queremos.
En este sentido, podemos comenzar a explorar una serie de vías creativas de ataque. Por ejemplo: El urbanismo de las ciudades es decididamente hostil. Construye focos de la no-vida: existe para el consumo. Incidir aquí significaría reivindicar el derecho a la ciudad, luchar a la vez que transformamos nuestro medio de vida, generar moradas que nos permitan resistir a la catástrofe en curso —muy de verano darnos cuenta una vez más de que nuestras ciudades no parecen preparadas para vidas que merezcan ser vividas—. Discursivamente es más potente comunicar la utopía que podemos construir que agonizar por la catástrofe que viene.
Atender y traducir nuestros deseos en prácticas. Que no se consuman. Que no se disipen. Reapropiación y agenciamiento.
El futuro, las promesas
“¿Dónde están las palabras? ¿Dónde está la casa? ¿Dónde están mis ancestros? ¿Dónde están mis amores? ¿Dónde están mis amigos?
No existen, mi niño. Todo está por construirse. Debes construir la lengua que habitarás. Debes construir la casa donde no vivirás solo. Debes encontrar los ancestros que te hagan más libre. Y debes construir la nueva educación sentimental mediante la cual, una vez más, amarás. Y todo esto deberás construirlo sobre la hostilidad general, porque los que han despertado son la pesadilla de los que aún duermen”.
Este mundo nos prometió unos sueños que nunca será capaz de cumplir. Pero nos da igual. Tenemos que empezar por traicionar esos sueños, por traicionar su idea de felicidad. La revuelta, en este sentido, ha de ser creativa desde su partícula más cotidiana. Empecemos por crear una nueva felicidad colectiva. Si el Capital es una gran máquina de abstracto, con lógicas ciegas e imperturbables que colonizan las distintas esferas de la vida, debemos de oponer un significado concreto de vida, un comunismo que, aquí y ahora, sea el movimiento real que destituye el estado de las cosas presente. Tomemos ejemplo de lxs anarquistas de la revolución del 36: nuestras militancias serán lugartenientes del mundo que queremos.
Opinión
La situación se normaliza, nuestra política se pudre
La estrategia
A vuelapluma, una serie de principios estratégicos para la autonomía, o para el socialismo, o para el comunismo:
a) Cortocircuito: ser capaces de estratégicamente atacar a ciertos nodos del capital. Torpedear su correa de transmisión, hacerlo menos ágil. Cuando el poder deviene logístico, el bloqueo es nuestro aliado. Las formas están por descubrir y ejecutar, y en las protestas en curso alrededor del globo ya tenemos a muchxs compañerxs experimentando.
b) Descolonización: ser capaces de desvincularnos cada vez más. Crear espacios desconocidos al poder. Reapropiarnos más y más ámbitos de nuestra cotidianeidad: nuestra comida, sí, nuestra energía, pero también nuestra diversión. Que las desconexiones sean menos duras. Que la vida sea más propia.
c) Construcción: crear los espacios que controlamos. También las narrativas que necesitamos, incluso nuestros referentes y orígenes. Recuperar saberes olvidados o desposeídos. Encontrar en este mundo las fugas que nos permitan construir el siguiente. Producir lenguajes para el malestar, que habiten los márgenes y sepan comunicar nuestras vivencias —“Ez naiz ni gizon txarra baina zer arraio / Fidel kastro izateko ez bainintzan jaio”, no soy un mal tipo, pero qué cojones, no nací para ser Fidel Castro, canta Chill Mafia—.
d) Composición: hilar, poco a poco, los mundos en lucha y en fuga. Ponerlos en contacto, expandirlos, agregarlos. Descubrir que no estamos solxs. Pensar incluso en un nuevo internacionalismo. Generar los circuitos que nos harán más fuertes.
Recuperemos brevemente un ejemplo histórico para obtener un último principio, que llamaremos principio de apertura. Lo interesante de Mayo del 68 —desconcertante para el poder— es cómo el cuerpo social se puso en jaque cuando sus agentes sociales no quisieron actuar como tales. Esto es, lxs estudiantes dijeron: «no somos estudiantes, queremos ser otra cosa»; lxs obrerxs, lo mismo. Confluyeron y se asociaron de modos que no eran sus modos funcionales. Dejaron de ser categorías sociológicas y devinieron otra cosa. Podemos pensar a la policía no solo como un dispositivo represor, sino como un dispositivo de captura e inteligibilidad. Cuando somos transparentes al poder, cuando somos inteligibles, perdemos potencia. Es una idea que podemos rastrear desde el propio Marx —para quien el proletariado se emancipa cuando se niega a sí mismo como clase— hasta el 15M en nuestro Estado —quizás la gente de las plazas no era nadie, ni quería ser nada, y por eso le fue tan difícil al Estado neutralizar el acontecimiento—. Esto significa: escapar de las lógicas de la representación y del reconocimiento. No tenemos que ser nadie más que nuestro propio devenir. El cambio implica una apertura a lo otro.
Al subsumir toda estructura posible en una corremos el riesgo de renunciar a la multiplicidad de fugas en potencia. En la diversidad somos más fuertes
La organización
Sobre la forma de la organización, diremos: al subsumir toda estructura posible en una corremos el riesgo de renunciar a la multiplicidad de fugas en potencia. En la diversidad somos más fuertes. La forma de la organización puede tener que ver también con la forma del encuentro, y del choque: cómo poner en relación, cómo vincular distintos mundos en lucha. Cómo hacer de esos encuentros algo duradero y a partir de ahí expandir nuestra capacidad organizativa. En lo distinto e irreductible está nuestra virtud. Que haya un horizonte común no implica necesariamente que haya un solo camino que conduzca hacia él. Quizás son muchos, y lo inteligente sería entonces mapearlos: conocer sus cursos, ver cómo se conectan, escoger los más eficaces, pero nunca homogeneizarlos. Ir hacia una intercomunal: vincular el archipiélago de mundos, lugares, afectos y lenguajes que nos pertenecen y a los que perteneceremos. ¿Y el día que llegue el estallido? Saber escucharlo, no pretender dominarlo, dotarlo de las infraestructuras que poco a poco hemos construido, hacerlo durar.
Epílogo
Este texto mucho le debe mucho a conversaciones, intercambios y debates que he mantenido con compañerxs —aquí y allá, formal e informalmente— a lo largo de los últimos meses. Agradezco especialmente las tardes pensando con valiosa compañía en el grupo de discusión conducido por Amador en la ODS Ingobernable. Que la forma de la organización tiene que ver con el encuentro también apunta a eso: conspirar, pensar, acordar, disentir juntxs siempre.