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Conviene recordarlo por si alguien lo ha olvidado: en mayo habrá elecciones.
Sí, comprendo el desánimo del lector. ¿A quién le gusta que le recuerden asuntos desagradables? Las elecciones son esa cosa molesta que nos obliga a la militancia a hacer campaña electoral, andar por la calle, pegar carteles, organizar actos, hablar con otra gente que no sean los tuyos y, peor aún, ¡tratar de convencerla! En fin, a qué seguir. Todos conocemos las servidumbres de esa liturgia fastidiosa, de esa aburrida monserga que durante unos días nos distrae de lo verdaderamente importante: la bronca del Twitter.
Pero, en fin, nos guste o no, las hay. ¡Ay! ¡Si dieran concejales y diputados por desbarrar en las redes sociales! ¡Otro gallo nos cantaría! ¡Mayoría absolutísima! ¿No debería ser así? ¿No debería premiarse ese esfuerzo, titánico, insomne, agónico, de tantos luchadores de izquierdas? ¿No debería tener su fruto todo ese desvelo de incontables horas diarias frente a la pantalla ocupadas en rebatir, sermonear, repetir, injuriar, reñir, adular, tergiversar, mentir...? ¡Luchar, joder! ¡Digamos la palabra correcta! ¡LUCHAR! ¡Esta es la lucha de nuestros tiempos! La barricada donde nos batimos en noble y heroico combate cotidiano. Antaño nuestros ancestros de izquierdas batallaron en fábricas, campos y calles. Y nos legaron su esfuerzo, su dolor, su exilio o su sangre para que hoy, recogiendo el testigo, nosotros podamos enarbolar de nuevo la bandera de la justicia social chapoteando en trincheras tan llenas de fango, ratas y mugre que ríete tú del Somme.
La masa indocta, en general, no tiene ni puta idea de nuestras broncas. Entre otras cosas, porque nuestro horario bullero es matinal y a esas horas la clase trabajadora a los que nos dirigimos pues… está trabajando.
Contra un enemigo, además, infinitamente más maligno e inteligente que los capitalistas, los fascistas y sus esbirros. Estos eran crueles, sí, detentaban un poder omnímodo, podían asesinarte, llevar a la miseria a tu familia, explotarte... pero argumentando eran unos zopencos. El enemigo era malo, pero gilipollas. Sin embargo hoy luchamos contra un adversario mucho más maquiavélico, preparado y ladino. El lector habrá adivinado de qué clase de peligrosos facinerosos estoy hablando. Sí, exactamente: nuestros excompañeros.
¿Qué mérito tiene debatir con la asnada de la ultraderecha? ¿A qué molestarse? Que sigan en su burricie. ¡Pero contra los nuestros! ¡Eso es otro cantar! ¡He aquí una lucha formidable! Se cita mucho a Gramsci. Si yo estuviese en mi celda, tranquilo, a mi rollo, a plato puesto, también escribiría obras maestras. Pero me hubiera gustado verlo en mi lucha diaria contra tipejos de la peor especie (la mía), armados con mi misma verborrea, utilizando mis mismas demagogias arteras y ¡lo que es peor! ¡Defendiendo los mismos nobles ideales!
Eso sí que es jodido. No es de extrañar que no nos dé tiempo a escribir ni a leer otra cosa que los tuits. Por suerte, ya veníamos culturizados de antes; si no, ¡aviados íbamos! Y encima, que no se acaba nunca, que nunca se gana. Que nos obliga a estar día tras día, hora tras hora, repitiendo las mismas paridas, las mismas consignas, los mismos odios, como Sísifos modernos en un esfuerzo sin premio ni fin.
Por cierto, que el otro día vi la película, La llegada y me acojoné vivo. La parte esa en la que la protagonista afirma que el lenguaje condiciona nuestro comportamiento y visión del mundo. Y que si usas un modo de comunicación competitivo que solo se exprese en términos de victoria/derrota, tal es tu modo de entender la realidad. Pensé yo entonces que estar todos los días de nuestra vida escribiendo parrafitos injuriosos en el Twitter nos tiene que estar dejando el cerebro frito. En fin, espero que la hipótesis de Sapir-Whorf no se confirme porque, si no, vamos bien jodidos. De todos modos, ¿quién ha dicho que la lucha sea fácil? Si el descenso a la barbarie es el precio que hay que pagar, pues gustoso lo pago. ¡Soy un soldado! ¡Señor, sí, señor!
En fin, este tema no me gusta. Vuelvo al inicio. Que hay elecciones. ¿Y para qué sirve eso?
Mientras paseo a mi perro trato de alarmar a mis inocentes vecinos paseantes perrunos del mal oculto en tal o cual articulista rojipardo pero no saben ni de la misa a la media ni les importa un pito
Pues hay una escuela de pensamiento, digamos tradicional, por no decir arcaica, que opina que las elecciones tienen la función de elegir a los representantes de los ciudadanos que, se supone, velarán por sus intereses. Según esa escuela primitiva a un habitante de Ponferrada le podrían importar cosas tan peregrinas como que les hayan cerrado las urgencias pediátricas del Picotuerto y a uno de Corcubión que le instalen un aerogenerador en la misma puerta de su casa. Bagatelas. Pues buenos íbamos si tuviésemos que interesarnos por cada una de las miserias que atañen a la ciudadanía. Menos mal que se acabó aquella tabarra infernal del micro abierto en la era del 15M. Llegaba siempre algún pelmazo que en lugar en lugar de ilustrarnos sobre las luchas por la hegemonía se ponía a quejarse del alcantarillado.
En fin, esto, por suerte, ya está completamente desterrado del estudio serio de la politología. Cierto es que todavía quedan unos cuantos millones de ciudadanos a los que les preocupan tales menudencias pero ya irán cayendo de la burra cuando vean que no les hacemos ni puto caso.
Antaño, los programas electorales exhibían el despropósito de cientos de compromisos culturales, económicos, sociales…. ¿Pero quién se lee esa turra en estos tiempos? 280 caracteres, por favor.
Por el contrario, un programa que respete a la ciudadanía no debe encargarse de baratijas sino tratar de resolver las dos o tres cuestiones verdaderamente trascendentes de la sociedad. Lo primero: ¿Primarias abiertas, cerradas o semiabiertas? Yo aquí no sabría decir porque, si bien juego el Gambito Muzio, con negras tiro más bien a la Scheveningen. En todo caso, este es el tema principal de nuestro tiempo y tiene la ventaja de que es un programa breve y que, tanto vale para autonómicas como para municipales, generales o cabildos. Y, seamos honestos, tampoco exige mucha preparación.
El lector habrá adivinado de qué clase de peligrosos facinerosos estoy hablando. Sí, exactamente: nuestros excompañeros
Ya resuelto, podemos ir a otros asuntos no por secundarios menos trascendentes. Por ejemplo: ¿Quién voló el gasoducto? ¿Es consciente la población de los peligros del rojipardismo?
Ya lo digo yo: sin duda, no. Mientras paseo a mi perro trato de alarmar a mis inocentes vecinos paseantes perrunos del mal oculto en tal o cual articulista rojipardo pero no saben ni de la misa a la media ni les importa un pito. Mira que es frustrante. Yo, que me leí Feria al revés buscando mensajes satánicos.
Y, como eso, todo lo demás. Por lo menos, en los primeros tiempos de las huelgas proletarias, un orador se dirigía a una masa obrera informada. Ahora es todo idiocia. Voy a los bares de menú y me pongo a hablar de la izquierda woke, de que si tal periodista le dijo tal cosa a otro y el otro tal otra a este, que si Ferreras, que si el podcast y se me quedan mirando como si fuera gilipollas perdido. La masa indocta, en general, no tiene ni puta idea de nuestras broncas. Entre otras cosas, porque nuestro horario bullero es matinal y a esas horas la clase trabajadora a los que nos dirigimos pues… está trabajando. Hay que joderse.
¿Y para eso me tiro yo horas retuiteando y ampliando en tiempo real la lista de traidores? Pan a los cerdos, gotas que se pierden en la lluvia. A veces hasta pienso que nuestras trifulcas son solo para gente ociosa que no tiene otras ocupaciones.
Aquí es donde tengo uno de los dilemas que más me torturan. Porque si mis vecinos pasan de los programas políticos de la tele, o los podcast y los canales de internet... ¿cómo les voy a explicar quiénes son los buenos y los malos? ¿A quién odiar y a quién amar? Así estoy en un sin vivir: por un lado, queriendo que esos asquerosos programas que odio quiebren pero, por otro, deseando que la gente los vea un poco de refilón para que conozca a mis archienemigos. ¡Ah, la gente! ¡Esa gran desconocida! ¡Qué quebraderos de cabeza da! En fin, ya procuro yo no estar mucho tiempo entre los humanos y regresar rápido a la pantalla para volver al mundo real.
Que vaya este de tercero o de sexto en una lista, eso es una injusticia irreparable. Y, si entretanto gobierna la ultraderecha, pues mala suerte
Para algunos tiquismiquis, toda esta exhibición impúdica de nuestras miserias internas es un fracaso de la izquierda y blablablá. ¡Uy, mírame y no me toques! Yo lo veo al revés. A la plebe le gusta la sangre, joder. Nuestro problema es justamente el contrario: ¡que no lo aireamos lo suficiente! Lo vivimos como si fuese algo vergonzoso. ¿Pero acaso el populacho no babea por Sálvame? Este es el formato, compañeros y compañeras. Cierro los ojos y lo imagino: Jorge Javier, los Matamoros, la Patiño, Kiko, el polígrafo, todos los comentaristas en un Asturias Deluxe, Especial Andalucía, Especial primarias. Yo solo lo dejo caer pero A-RRA-SÁ-BA-MOS.
Al final iba a hablar de las elecciones y me empantané en otras historias. Normal, ¡a quién le importan! Lo cierto es que su única utilidad es dilucidar quién tiene más fuerza y quién podrá imponerse al otro entre los ayer aliados, hoy enemigos, mañana aliados para dominar futuros procesos de unidad de fuerzas de izquierdas que nos permitan participar en otras elecciones y así ad infinitum. Cuesta un poco entenderlo, pero lo lees dos veces y ya está. Yo me trago tuits peor redactados todos los días y me aguanto. Pues esa es la utilidad. Hala, punto pelota.
De hecho, cuando veo a esos pobres desgraciados de la periferia con su matraca de la España vaciada, con su infinita lista de agravios territoriales pienso: ¡que no estamos a eso, hombre! Que sí, que es una pena que no tengas tren, ni médico y la despoblación y tal y cual y Pascual, pero ahora estamos a otra cosa. Estamos a ver si yo quedo por delante de este para luego en las próximas meter a otro delante de aquel y etcétera. Y luego, si eso, si algún día llegase a finalizar todo este proceso interno, pues ya podemos mirar lo de la despoblación y los médicos. Pero no antes, so egoísta.
En cualquier caso, no soy un iluso. Bien sé que para comprender esto hace falta una altura de miras de la que la mayoría social carece. Un tren, pues si no se pone hoy, ya se pondrá mañana. Y si no es mañana, pues pasado. Si total llevan toda la vida sin él. Pero el éxito o el fracaso de unas siglas, eso es un drama cósmico. Que vaya este de tercero o de sexto en una lista, eso es una injusticia irreparable. Y, si entretanto gobierna la ultraderecha, pues mala suerte. De hecho, yo lo digo claro. Si me preguntas a quién prefiero gobernando: ¿a Abascal o a un excompañero? Pues a Abascal. Por lo menos soy sincero.
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Jamás he usado Twitter, así que no me siento aludida por el artículo. Lo que me molesta de estas letras es que parece que el autor ha encendido el ventilador para que la mierda salpique a todos lados, el típico truco de poner a la clase política a un mismo nivel. "Todas/os son iguales. Sillones, sillones...". No, gracias, no lo compro; demasiado simple.
Ya está, me has convencido. Ahora viene lo fácil: señálanos, oh, Kalikatres sapientísimo, cuál es el camino de vuelta a casa, ese que va directo a lo importante.
Je, je. Fantástico, el mejor artículo humorístico para partirse el culo. ¿Unidas Podemos? ¿Podemos Sumar? o Unidas Sumamos y si nos dividimos Podemos Desunirnos, aunque si nos unimos también es posible que >Unidas Jodamos, ... o nos Jodamos Si Nos Desunimos. En verdad la variedad de combinaciones es notable. Sumar es un proyecto que podría Unir al PCE, el PCPE, el PCE-R, el PCE (Marxista-Leninista), el Partido Comunista Obrero Español (PCOE), el PCTE y el PC a secas (comunistas abstemios), y otros frutos de no sumar y no estar en Unidas Podemos. ¿Podemos Unirnos?, por favor, o por el comunismo. Unirnos e ir en común unión a ver al Papa Paco antes de que sea asesinado por la ultraderecha abascaliana que le tiene mucha inquina y le tacha de Papa rojo.