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Opinión
Cantar a la memoria
Todos los fines de semana, aunque muchas personas no hayan reparado ni siquiera en ello, Madrid se llena de cantos a la memoria por parte de algunas de sus comunidades racializadas.
Los sábados por la mañana se reúnen los migrantes mexicanos y aquellas personas que quieren acompañarles en el Templo de Debod. Con sus jaranas (guitarras mexicanas) y sus canciones se recuerdan a sí mismos que no están solos, a pesar de la distancia.
Lo mismo sucede con los baye fall, en su caso los domingos, cuando se reúnen en la plaza de Lavapiés y, vestidos con sus mejores trajes de rezo, parten por las calles aledañas y por el Rastro cantando su oración mouride.
Reunirse con las compatriotas y entonar canciones conocidas o rezos aprendidos en la infancia es una manera de encontrarse más cerca de casa cuando la distancia pesa tanto que amenaza con rozar el olvido
La música y el canto religioso son maneras de mostrar y mostrarse, de representar y representarse, de acompañarse en una soledad compartida y de volver a entenderse como integrantes de una comunidad unida cuando la lejanía pesa demasiado. También son bellas formas de iluminar Madrid, una ciudad gris y cada vez más hostil y caníbal para las personas que provienen del sur global.
El proceso migratorio que han emprendido muchas de estas personas es un camino largo y difícil, plagado de sinsabores y decepciones, de rechazo y de miedo. Reunirse con las compatriotas y entonar canciones conocidas o rezos aprendidos en la infancia es una manera de encontrarse más cerca de casa cuando la distancia pesa tanto que amenaza con rozar el olvido. Los olores, sabores y sonidos que se dejaron atrás se vuelven a revivir por unas horas y la esperanza de lograr los sueños de antaño se hace un poco más presente.
Fronteras
Migraciones La Europa del migrante
La ley de extranjería condena a muchas de estas personas a una situación administrativa irregular durante años, si no para siempre, encerradas en el laberinto de los papeles que no llegan sin trabajo y el trabajo que no llega sin papeles. A menudo estigmatizadas, minusvaloradas y criminalizadas por parte de sus vecinas y conciudadanas, encontrarse con sus iguales durante unas horas a la semana sirve para mitigar el sufrimiento que produce estar tan lejos de casa durante un tiempo tan prologando.
Los sonidos se vuelven canción de cuna, canto de añoranza, oda a la esperanza, plegaria a la tierra de origen.
Lo que para muchas madrileñas pasa desapercibido un fin de semana tras otro, supone para estas personas el momento más entrañable de toda la semana. Aquel en el que encontrarse con sus iguales en una unión y comunión colectivas contra la desmemoria.
Como decía aquella pintada del poeta Batania: “Inmigrantes, vosotros sois el mar de Madrid”, porque Madrid debe mucho a su población migrante, que llena de diversidad y luchas sus múltiples rincones, sus calles empinadas y sus callejones vacíos de solidaridad.