Opinión
Átomos, tabaco, armamento y fascismo en el Campo Arañuelo

Un análisis de la problemática laboral, ecológica y productiva en Campo Arañuelo, comarca del norte de Cáceres atravesada por múltiples contradicciones.
Toril Campo Arañuelo
Pequeña población en la comarca de Campo Arañuelo, en la provincia de Cáceres. (CC BY-SA)
24 jul 2024 13:28

Uno de los mitos más extendidos de la religión capitalista, ese monoteísmo laico que rinde culto al dinero como si de un dios se tratara, es el de la glorificación del trabajo. Ya no sólo es el mandato bíblico de que “ganarás el pan con el sudor de tu frente”, es que el único modo de sobrevivir en un mundo en que todo es mercancía es convertirse uno o una misma en mercancía y vender el tiempo de vida en forma de trabajo al mejor postor.

Cuando el valor de cambio de las mercancías se eleva a la categoría de bien sagrado en el altar de la producción y el consumo, se ensalza el trabajo asalariado por encima de todo, como si fuera la panacea que nos libra de la lacra (o pecado) del paro, y eso con independencia del valor de uso de los productos de ese trabajo.

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Así, el sentido común de nuestra época defiende el empleo como un bien en sí mismo sin considerar el carácter concreto de los empleos; es decir, que el trabajo se considera un beneficio independientemente de si se trata de labores necesarias socialmente —o al menos útiles— o si, por el contrario, son tareas inútiles e incluso dañinas.

Esta reificación del trabajo, este culto al empleo “über alles” (por encima de todo en alemán) tiene ejemplos muy sangrantes en nuestra comarca cacereña del Campo Arañuelo. Veamos tres de ellos:

El primero gira en torno a la polémica sobre el programado cierre de los dos reactores atómicos de Almaraz. La campaña emprendida por todas las fuerzas vivas de la comarca, por la mayoría de los partidos y sindicatos, y por instituciones como la propia Junta, la Cámara de Comercio, la Diputación, etc., contra el cierre de las instalaciones a partir de 2027, apela repetidamente a esa especie de mantra del “empleo que genera la central nuclear”, así como a ese otro lugar común, que se ha popularizado en ese nuevo nicho de mercado que algunos han construido en torno al presunto vaciamiento de España y el problema de la despoblación, que afirma aquello de que la central nuclear “fija población”. Parece ser que todo lo que “fije población” es virtuoso, independientemente de cómo se haga y de qué se produzca.

Pese a toda la propaganda pro-nuclear, la tasa de paro en Navalmoral (15,56%) es menos de un punto más baja de la media regional (16,3%), y lo mismo ocurre en toda la comarca

La retórica de la defensa del empleo se utiliza en el caso de la central nuclear de un modo torticero para bloquear cualquier debate racional. Lo primero que habría que resaltar es que, pese a toda la propaganda pro-nuclear, la tasa de paro en Navalmoral (15,56%) es menos de un punto más baja de la media regional (16,3%), y lo mismo ocurre en toda la comarca, por lo que resulta obvio que se exagera la importancia de la tracción que sobre el mercado de trabajo ejerce la central nuclear. Se hurta del debate, además, que el costoso, peligroso y complicado desmantelamiento de las instalaciones nucleares generará mucho empleo durante un período que se alargará más allá de una década, en la que habría (y habrá) tiempo de sobra para buscar alternativas —laborales o de otro tipo, como por ejemplo jubilaciones— para los trabajadores que resulten afectados por el cierre programado de los 2 reactores atómicos.

Pero al margen de esas consideraciones meramente utilitaristas o instrumentales sobre la cantidad de empleo generado por el negocio atómico, este no puede anteponerse siempre al principio de precaución: las instalaciones nucleares fueron diseñadas para una vida útil de 30 años y ya llevan más de cuatro décadas funcionando, con lo que están plenamente amortizadas y su prórroga hace que los riesgos de accidentes se disparen exponencialmente por el envejecimiento de las instalaciones y materiales. Las experiencias de Fukushima, Tchernobyl o Three Mile Island nos han enseñado que los efectos destructivos y los costos de un accidente nuclear grave superan con mucho los beneficios a corto plazo de unos centenares de empleos directos. Plantear el debate en torno al cierre de Almaraz como una cuestión centrada en “la defensa del empleo” es una perversa manipulación pues oculta al público la cuestión de la seguridad de las personas y del medio ambiente de la comarca del Campo Arañuelo y de las limítrofes, como también oculta la cuestión de la gestión de los residuos que genera esta actividad: una basura radioactiva que nadie sabe cómo gestionar definitivamente para que no sea una amenaza letal para las generaciones venideras, aunque todos coinciden que en cualquier caso se trata de una gestión onerosa y carísima. Lo más prudente y lo más barato es dejar de producirla cuanto antes, aunque eso implique prescindir de algunos puestos de trabajo.

El segundo ejemplo de actividad no sólo innecesaria, sino dañina para el medio ambiente y las personas, es la producción de tabaco. Campo Arañuelo y la Vera concentran más del 95% de la producción nacional

El segundo ejemplo de actividad no sólo innecesaria, sino dañina para el medio ambiente y las personas, es la producción de tabaco. Campo Arañuelo y la Vera concentran más del 95% de la producción nacional. Aquí es innegable que lo producido es un perjuicio objetivo. Una médica del hospital de Navalmoral nos decía recientemente que en los próximos años “el tabaquismo y la obesidad iban a hundir el ya debilitado edificio de la sanidad pública”. Los gastos sanitarios y el sufrimiento social que provoca el tabaquismo son inconmensurables y en todo caso superiores a los beneficios fiscales y a los derivados del empleo y fijación de población en estas dos comarcas. No en vano Extremadura es la región con la mayor tasa de fumadores del país (más del 20%) y, lógicamente, la región con más prevalencia de cáncer de pulmón, garganta y otros. No sólo es nocivo el producto en sí, sino que las formas y métodos de producción tabaquero son perjudiciales para la salud de los trabajadores y las poblaciones vecinas, para el medio ambiente y la fertilidad de la tierra. Respecto al tabaco se puede decir que se trata de un cultivo que “produce un veneno utilizando muchos venenos”: en su producción se aplican un cóctel masivo de herbicidas, insecticidas, fungicidas, etc. que no solo envenenan a las plantas de tabaco, sino también los suelos y aguas. Además, es un cultivo que consume cantidades ingentes de agua, que en su secado contamina el aire de toda nuestra comarca y las vecinas, y que es un emisor neto de CO2 si atendemos a todo su ciclo. Sin embargo, es una de las “vacas sagradas” de la región, defendida por mero electoralismo por todas las fuerzas políticas, incluso por el anterior presidente de la Junta que, pese a ser médico, se saltaba el código deontológico para reivindicar y apoyar un cultivo nocivo, dañino y peligroso para la salud pública y la salud de los ecosistemas (que todavía parece que hay que explicar que están íntimamente unidas).

Pero donde la retórica de la defensa del empleo por encima de todo revela su peor perversión moral es en el sector armamentístico. En nuestra comarca tenemos dos factorías de fabricación de armamento, una en Navalmoral y otra en El Gordo, las dos son propiedad de la multinacional alemana Rheinmetall, una de las mayores productoras de munición del mundo, una empresa que hizo fortuna sirviendo munición y armas al régimen nazi durante el tercer Reich y que cuenta en la actualidad, entre sus accionistas principales, con BlackRock, Bank of America, Goldman Sachs, Société Générale, Capital Group Companies, UBS AG y Fidelity Investments.

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A pesar de la solidaridad mostrada por la población migrante durante el estado de alarma, el precario equilibrio de la convivencia en la comarca altoextremeña del Campo Arañuelo pende de un hilo.

Rheinmetall Expal Munitions SAU es el nombre de la división española que compró en 2023 las 10 factorías de la antigua empresa Explosivos Alaveses, incluidas las de Navalmoral y el Gordo. En estas fábricas se producen sistemas y granadas de mortero, munición para artillería, proyectiles y bombas de aviación, explosivos plásticos, cohetes, misiles, vehículos blindados, etc. Tiene como clientes al propio ejército español, al turco, al israelí y ahora ha recibido un suculento contrato para suministrar munición al ucraniano. Tiene una especial relación tecnológica con la empresa de armamento israelí Elbit System. En la fábrica de Navalmoral producen carcasas y casquillos y tienen una división de blindados y transporte, mientras que en la del Gordo producen y manejan explosivos.

Es difícil imaginar el grado de disociación que hay que tener para ser un responsable padre de familia, seguramente muy amoroso con sus hijos, que marcha todas las mañanas a fabricar los proyectiles que destriparán a familias enteras a miles de kilómetros

Es difícil imaginar el grado de disociación que hay que tener para ser un responsable padre de familia, seguramente muy amoroso con sus hijos, que marcha todas las mañanas a fabricar los proyectiles que destriparán a familias enteras a miles de kilómetros. En realidad, no es tan difícil: es la disociación que hacemos todos cuando pasamos por el polígono industrial de Navalmoral y no nos preguntamos qué hacen tanta gente trabajando en esas opacas instalaciones.

Hannah Arendt describió este mecanismo disociativo en su libro ‘Eichmann en Jerusalén’, tras asistir al juicio por genocidio y crímenes contra la humanidad del criminal nazi Eichmann. Arendt explica que el mal no es algo monstruoso y excepcional sino algo tan banal como la incapacidad de pensar más allá de nuestras narices y nuestras carteras, la sumisión corriente que nos lleva a cumplir órdenes y mandatos sociales sin cuestionamiento ético alguno, la negligencia de no hacernos responsables de nuestros actos y sus consecuencias… Algo por desgracia tan común y corriente que es masivo, y eso es lo verdaderamente terrorífico. Es en base a esta irresponsabilidad moral y a estas negligencias como se construyen los infiernos del genocidio que se perpetra en Palestina y de la guerra que se libra sobre los cuerpos y las tierras ucranianas. Tragedias en las que, por mor de la globalización, Extremadura está implicada e incluso tiene las manos manchadas de sangre. Y esta vergüenza inmoral y repugnante, que debería ofender a toda persona de paz, no se puede tapar apelando a la bajada de la tasa de paro y a que la industria militar contribuye al crecimiento del PIB. Eso es sencillamente criminal.

Pero claro, esta convivencia y connivencia con la contaminación radioactiva, con el envenenamiento nicotínico que socava la salud pública y con la fabricación de armas que alimentan las guerras, también tiene efectos disolventes en el vínculo y la empatía sociales, también envenena la esfera psico-social pública y envilece la convivencia. ¿Será solo casualidad que apenas haya 4 municipios en Extremadura en los que VOX participe en el gobierno municipal y estos sean Navalmoral de la Mata, El Gordo, Talayuela y Losar de la Vera?, ¿es anecdótico que tanto en Almaraz, como en los 4 municipios citados anteriormente, como en general en toda la comarca, el voto a la extrema derecha supere entre 5 y 10 puntos a la media regional?, ¿no es significativo que precisamente la extrema derecha cierre filas en la defensa de la continuidad de Almaraz, del cultivo del tabaco, de la fabricación de armas y de la caza?, ¿no es alarmante que en estas tierras sostener opiniones críticas que desafíen el consenso en torno a la defensa de estos sectores sea arriesgado e incluso peligroso, con lo que se impide un debate racional sobre estas y otras cuestiones?, ¿no es llamativo que en estas comarcas la inquina contra las organizaciones ecologistas haya llegado en algunos casos al hostigamiento y la agresión?.

Cuando participamos, aunque sea inconscientemente, como estamos haciendo en el Campo Arañuelo, en una guerra, aunque sean tan lejos como las de Ucrania y Palestina, estamos no sólo haciéndonos cómplices morales del horror, la destrucción y el crimen, es que inevitablemente estamos introyectando violencia psico-social en nuestra convivencia

Cuando participamos, aunque sea inconscientemente, como estamos haciendo en el Campo Arañuelo, en una guerra, aunque sean tan lejos como las de Ucrania y Palestina, estamos no sólo haciéndonos cómplices morales del horror, la destrucción y el crimen, es que inevitablemente estamos introyectando violencia psico-social en nuestra convivencia. Nos convertimos de facto en la retaguardia del frente. Es lo que analistas como Raúl Sánchez Cedillo denominan la implantación de un ‘régimen de guerra’ al interior de las sociedades, un régimen de guerra que erosiona los mecanismos democráticos al reducir todo debate a la dialéctica amigo-enemigo, al polarizar dramáticamente los disensos y las diferencias de opinión, al legitimar el uso de la violencia contra “el otro” ya sea este racial, sexual, de clase, o ideológico. El propio espectáculo político se despliega en forma bélica y agónica con un derroche de odio que es fundamentalmente incivilizado y por lo tanto anti-político. Así vamos construyendo el terreno propicio para el despliegue de la brutalidad y la guerra civil, y eso hasta que comprendamos que toda guerra es una guerra civil, y que toda guerra sólo y únicamente beneficia al capital más cruel y desalmado: el que se alimenta de la fabricación de armas.

En estos momentos trágicos en que nos enfrentamos a una crisis multifacética que es a la vez económica, ecológica, migratoria y bélica la izquierda debería mantenerse alejada del discurso mágico de la religión capitalista y no plegarse a su (falta de) sentido común desarrollista, irresponsable e inmoral. La izquierda no debería sumarse al todo vale con tal de reducir la tasa de paro; así lo único que reduce es su capacidad de entender el mundo y transformarlo.

Necesitamos volver a meter a la economía dentro de límites éticos, sociales y ecológicos. Volver a poner los valores de uso por encima de los de cambio, priorizar la utilidad y el bien social, desarrollar los trabajos que aportan bienes necesarios para la vida y someter a crítica y transformación todas las actividades que dañan la vida de las comunidades, incluso prescindiendo de sectores productivos enteros tan dañinos, tóxicos y envilecedores como el armamentístico.

“Ninguna persona es una isla; la muerte de cualquiera me afecta, porque me encuentro unido a toda la humanidad; por eso, nunca preguntes por quién doblan las campanas; doblan por ti” (John Donne).

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Asanuma
28/7/2024 8:04

:Excelente.

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0
ricardo-3
27/7/2024 10:58

No puedo estar más de acuerdo. Gracias por un artículo tan claro y tan comprometido.

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bermucon
18/8/2024 7:51

Y no solo la producción de tabaco, la fabricación de armas, son actividades muy reprochables...también lo son.
Existen muchas más.
También ser soldado, ser policía represor, ser dueño de un burdel, o de una red de proxenetismo, y más etc...

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