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Obituario
Susana Jiménez Carmona: convocación
Los paseos de Jane (o, mejor dicho, los paseos de Jane de Susana, que antes y después ha habido muchos más, en Madrid y en otras ciudades) se compusieron, se orquestaron y se ejecutaron en varios barrios de Madrid entre 2010 y 2015. Quienes escuchamos aquella propuesta desde las redes y colectivos de Lavapiés la vinculamos de manera instantánea, sin darle ni media vuelta, a esa tradición que había inaugurado unos años antes el colectivo Precarias a la deriva, con sus “derivas por los circuitos de la precariedad femenina”. Teníamos ya asimiladas las derivas como una forma política de visibilización y denuncia de realidades a veces tan incrustadas en nuestro cotidiano que costaba verlas. Bebían del conocimiento situado que defendemos desde los feminismos, de las herramientas de la cartografía, de la participación, de la experiencia. Los paseos de Jane compartían esas características: se mapeaba y se recorría un barrio de la mano de las vecinas que luchaban día a día por hacerlo vivible, que resistían a las embestidas de la especulación, a la dejadez y la ceguera institucional.
Pero Los paseos de Jane de Susana eran (también) otra cosa. Eran arte. Y no es un elogio, es una definición. Los Paseos son parte de la producción artística de Susana tanto como lo son las iniciativas tramadas con Anouk Devillé bajo el nombre de Cuidadoras de sonido, como los trabajos en torno al agua, como la serie Epizoocóricas y como todo el resto de maravillas que convocaba. Arte participativo, arte colaborativo, arte político, pero arte. Quizás el carácter más inmediatamente “político” del contenido de los Paseos (en los que se denunciaban los desahucios, la expropiación del patrimonio común, la desaparición del espacio público, el abandono institucional de zonas como la Cañada Real, la especulación inmobiliaria y sus monstruosidades, el borrado de la memoria histórica) dejaba en segundo plano otro contenido político, más profundo y esencial, que, sin embargo, toda la obra posterior de Susana ha explicitado y celebrado. Y sería tan importante no olvidarlo y saber contarlo bien... Porque todo lo que hizo Susana, incluyendo su producción escrita (en sus artículos, en Luigi Nono, por una escucha revuelta...), abre vías para habitar (y no nos podemos permitir no hacerlo) mundos mejores.
Susana nos comentó más de una vez que ella había hecho los paseos porque acababa de llegar y “no conocía Madrid”
Durante los meses en los que compusimos el libro de El paseo de Jane, recuerdo que Susana nos comentó más de una vez que ella había hecho los paseos porque acababa de llegar y “no conocía Madrid”. Cierto es que, como escribía Luis de la Cruz (janeísta de pro) en su precioso obituario publicado en Eldiario.es, Susana ha hecho más por la ciudad de Madrid que cualquier cronista de la Villa o que, entre unos proyectos y otros, como me decía una amiga, se acabó conociendo la ciudad como la palma de su mano. Pero me doy cuenta ahora, estos días en los que trato de atesorar todos sus detalles y en los que me asalta inesperadamente el sonido de su risa (y me hace sonreír siempre, siempre), de que tampoco escuché bien aquella frase, que, una vez más, no estaba atendiendo. Entonces pensé no más: qué suerte tuvimos de que montó todo este tinglado para conocer la ciudad.
Pero decía “porque no conocía Madrid” y no “para conocer Madrid”. Y no. No es lo mismo. Sería más interesante, más político, aventurar que Susana pudo hacer los paseos como los hizo porque tenía la conciencia de “no conocer Madrid” (lo que no quiere decir tampoco, ya lo habréis adivinado, que no la conociera), porque el asombro inherente a la ignorancia y la curiosidad prestaba la apertura necesaria. “¡Maja, menuda pretensión la de conocer una ciudad!”, me habría dicho, con otra carcajada breve, igual que años después, hablando con pasión de las ovejas, citaba a Vinciane Despret para recordar que tenemos que vigilarnos esa presunción humana de creernos capaces de interpretar al resto de las especies. Los paseos de Jane no se hacían para conocer Madrid, sino para compartir miradas, para acompañar afanes y luchas, esperanzas y pérdidas; para, como diría Donna Haraway, otra de las filósofas de cabecera de Susana, “seguir con el problema”, para suscitar posibilidades nuevas mediante narraciones polifónicas, múltiples; para crear una ciudad diferente.
En todos sus proyectos se trataba siempre de partir de lo sensible, de activar el cuerpo para activar la escucha, para prestar atención, por debajo del ruido, a lo realmente importante
En los Paseos, y en todos sus proyectos, muchos de ellos también paseos, en busca de arroyos perdidos, siguiendo el rastro de mechones de lana (Vedijeras), que nos conducían a alianzas insospechadas entre especies, se trataba siempre de partir de lo sensible, de activar el cuerpo para activar la escucha, para prestar atención, por debajo del ruido, a lo realmente importante. Decía también Despret, citada por Susana en un artículo esclarecedor: “Hacer un territorio es crear modos de atención, más precisamente es instaurar nuevos regímenes de atención […]. En pocas palabras, detenerse, escuchar, seguir escuchando: aquí, ahora, sucede y se crea algo importante”.
Y, como la finalidad no es diagnosticar ni sentenciar, lo importante es el proceso, porque este no es una mera acumulación, como cuando nos documentamos para escribir un libro, donde, nos pongamos como nos pongamos, la redacción final es lo que importa. Ahora se dice todo el rato que “lo importante es el proceso”. Ya es un tópico vacío, desde aquello de que “Ítaca nos regaló un hermoso viaje” y, la verdad, la mayoría de las veces suena a excusa vil que nos hace sospechar un resultado mediocre o la apropiación indebida de un trabajo ajeno no pagado ni acreditado. Pero no por eso habrá que dejar de decirlo cuando es verdad. Yo no fui a la mayoría de las asambleas que, año tras año, preparaban los paseos de Jane, en realidad solo participé en la edición del libro y así me colé en esta historia por la puerta trasera. Pero en alguna estuve y visualizo ahora la postura corporal de Susana, absorta y atenta a la vez, sin ejercer ningún control sobre el caos que se acumulaba, disfrutando de todo. Un trabajo de hormiguita, decía con toda precisión Constanza Cisneros en el texto que Silvia Nanclares dedicó a Querían brazos y llegaron personas, la radionovela cocinada entre Territorio Doméstico, Pandora Mirabilia y Susana.
Arte colaborativo, arte participativo, arte político. Estos días, entre el dolor de la pérdida, entre el revuelo de los recuerdos y las punzadas de la ausencia nos vamos dando más cuenta si cabe de cuantísimos mundos convocó Susana. Cuántas amigas, cuántas complicidades, cuántas redes tejía, algunas inesperadas. Su vida entera fue una convocación. Digamos convocación y no convocatoria. Convocación, correctísimo término según la RAE, sería la acción de convocar, alude a la vocación colectiva, a la voz colectiva. Convocatoria es únicamente el texto mediante el que se convoca y nos remite a esa constante losa en la vida de Susana, como en la de toda artista (y académica) verdaderamente precaria: las convocatorias. Los plazos, proyectos, presupuestos, méritos, justificaciones, informes y ese papeleo interminable, que cortan y seccionan el flujo del deseo e interrumpen los ritmos de la escucha y de la juntanza, añaden un suspense innecesario a la vida cotidiana y complican la supervivencia. Y, con las convocatorias, vienen los ninguneos, los codazos, los pisotones, las jerarquías, las promesas incumplidas, las condiciones imposibles, la privatización de lo ofrecido al común con una generosidad muy poco común, todo lo que pervierte y arruina ese bello concepto de una cultura libre que Susana practicó toda su vida. El artisteo, como lo llamaba ella. “Entre el curro (de sobrevivir) y el artisteo, no me queda tiempo para ná”, se me quejaba de tanto en tanto.
Yo querría que esto fuera también una convocación. Que todas sus cómplices contáramos todas sus facetas. Que quienes sepan y quieran hacerlo nos transmitan con las palabras justas la belleza de cada una de sus creaciones, la exactitud de sus análisis, la profundidad de sus pensamientos, su alegría, su concepción generosa del mundo. Que podamos de alguna manera recoger las huellas y las sombras de las arquitecturas efímeras que fueron sus convocaciones, como tratamos ella y yo de recoger en un libro, con toda la fidelidad posible, lo que habían sido los paseos de Jane. Sabiendo que las palabras son eso: una sombra infiel, una huella insuficiente, una fotografía borrosa. Pero la necesitamos.
Hace algunos años decidí deshacerme de mi colección de discos (de vinilos, que se dice ahora), que había arrastrado de casa en casa, acumulados desde hacía décadas, primero por mi padre, luego por mí. Pensé que igual Susana los querría. Vino una tarde a casa y, cuando me di cuenta, llevaba más de una hora sentada en el suelo, mirando portadas, una tras otra. Le dije que podía, si quería, llevarse todos. Los quería todos, sí, respondió, mientras seguía barajando los discos con esa concentración abstraída tan suya. “Estoy intentando entenderla”, me dijo pasado otro buen rato. Estos días en los que recopilo imágenes, frases, gestos, recupero conversaciones, días pasados, momentos de complicidad, nuestras aventuras en común, barajándolos en mi mente, tratando de componer con todo ello un retrato frágil que pueda conservar para siempre, recuerdo ese momento y descubro que aquella tarde Susana estaba escuchándome, estaba prestándome toda su atención sin que yo me percatara. Y, de algún modo, el misterio de cómo hacía lo que hacía empieza a aclararse y, de algún modo, me señala un camino para hacerlo mejor. Gracias, Anouk; gracias, Nati, por ayudarme a contar esto. Y gracias por todo, amiga, no te soltamos.