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Enrique de Castro (Madrid 1943) ha fallecido tras una larga enfermedad. Así lo han anunciado las redes sociales de la parroquia de San Carlos Borromeo, en Entrevías (Madrid), que inmediatamente se han llenado de mensajes de cariño y reconocimiento a una figura clave para entender la acción de los llamados “curas obreros” en el Madrid a partir de los años 70, 80 y 90.
Licenciado en Teología y Filosofía en la Universidad de Comillas, hijo del oficial de aviación del ejército franquista, es decir, de una familia bien situada, de Castro conoció el marxismo en sus años de estudiante e hizo de la lucha contra las injusticias el leit motiv de su vida.
Fue a partir de 1972 cuando llegó a Palomeras, en Vallecas, hasta 1950 un municipio independiente que había sido la estación de llegada del aluvión de migrantes de otras provincias, represaliados por la guerra civil o migrantes económicos, tanto monta monta tanto. “La mayoría eran inmigrantes españoles, de Extremadura, Andalucía, Castilla-La Mancha, que habían venido a trabajar a Madrid, porque se planeaba convertir esto en un gran cinturón industrial para competir con Barcelona. La gente venía a cambio de nada. No les daban ni casas, ni servicios, ni nada”, le explicaba en 2013 a La Marea.
En una entrevista con Público, de Castro explicaba cómo muchos sacerdotes estaban encabezando una pequeña rebelión en el seno de la Iglesia católica española, asociada con el franquismo y lo que este llamaba su “cruzada”: “Los curas se dividen en tres opciones: la de los jesuitas que tiraban para el Partido Comunista; los seculares que estaban con la Organización Revolucionaria de Trabajadores (ORT) y una tercera opción de izquierdas sin militancia, en la que me incluyo”.
En los estertores del Franquismo, De Castro fue una referencia, tanto por su acción religiosa, ligada al Concilio Vaticano II, como por su conocimiento del terreno que pisaba. En esa entrevista contaba cómo “el Evangelio dejó de ser doctrina y moral para convertirse en acción social”. También se le recuerda por el amparo que su parroquia daba a organizaciones ilegales como el propio PCE o las Comisiones Obreras. Vallecas, como la iglesia, había cambiado (lo haría también en las décadas siguientes). En los 70 “era un barrio que sudaba, se sentía la sangre, había lucha y había energía para cambiar las cosas. La sombra negra del franquismo no tenía razón de ser en ese lugar”, explicaba en una suerte de memorias recogidas por Germán Pose en el Estado Mental.
De Castro no era el único “cura rojo” de Vallecas. Alberto Iniesta Jiménez, natural de Albacete, se había destacado por abrir en 1973 las puertas de las iglesias a trabajadores en huelga. Una homilía suya en 1975, en contra de los últimos fusilamientos del franquismo, fue reproducida por Enrique de Castro, que fue detenido, trasladado a la Dirección General de Seguridad —hoy sede de la Comunidad de Madrid— y a la prisión de Carabanchel.
De Palomeras pasó a otra parroquia vallecana, la de Entrevías. Los problemas crecieron. Frente a otras prioridades, su trabajo se volcó entonces en el problema de la droga, se dio apoyo a la asociación Madres contra la Droga y se trabajó personalmente con los toxicómanos. “La heroína fue destruyendo a una población muy especial, acabó con jóvenes luchadores, a los que anuló. Al menos durante cuatro o cinco años la heroína reinó sobre Vallecas”, explicaba en esa entrevista.
Paulatinamente, la parroquia fue imponiendo su forma de hacer las cosas, participando en el tejido del barrio y abordando las nuevas problemáticas que surgían con la modernización de España. En 1989 se producía el primer encierro de inmigrantes en España en la San Carlos Borromeo y la parroquia daba después lugar a la Escuela contra la Marginación, un proyecto fundamental para entender el Madrid de los primeros 90 y 2000.
Religión
Javier Baeza: “Estamos atendiendo a familias de chavales que se buscan la vida con pequeños hurtos para poder apostar”
Javier Baeza Atienza (Madrid, 1967), el cura ‘rojo’ u ‘obrero’, anda con los pies en el barro. “Ninguneado” por la jerarquía católica, da cobijo incluso a quien dice “me cago en Dios”.
Cuando en abril de 2007 el Arzobispado anunció que San Carlos Borromeo se cerraba como parroquia, que el edificio pasaría a depender de Cáritas y que la iglesia se transformaría en un centro social dedicado a atender a las personas en situación de exclusión, la reacción fue inmediata. Miles de personas, tanto vecinos del barrio como personas de diversos países del mundo, mostraron su solidaridad y se manifestaron contra el cierre, para lo que se recogieron más de 30.000 firmas.
Tras meses de desencuentros con la Conferencia Episcopal, en noviembre de ese año, la parroquia dejo de ser considerada como tal y pasó a ser denominada centro pastoral. Un cambio que tres curas de San Carlos Borromeo, Enrique Castro, José Díaz y Javier Baeza, acataron para poder seguir desarrollando el mismo trabajo que estaban realizando.
Hemeroteca Diagonal
Parroquia de Entrevías: una casa sin puertas
Posteriormente, Enrique de Castro siguió implicándose en acciones de desobediencia civil y aportando su punto de vista sobre la deriva de la Iglesia Católica, con consideraciones cada vez más críticas: “Yo creo que la solución nunca va a venir del poder de la Iglesia. Ninguna solución viene del poder. Jesús eso lo plantea muy claramente. El poder no sirve para la liberación humana, sino el servicio, la ayuda, la solidaridad, la lucha por la justicia, y eso está en las bases”, señalaba en la entrevista a La Marea.
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