Migración
Daniel Buraschi: “Hay una tendencia hacia una indiferencia generalizada”

Como investigador y desde la Asamblea de apoyo a migrantes de Tenerife, Daniel Buraschi reflexiona sobre las fronteras morales y la manera en que las personas se rebelan ante la indiferencia.
Daniel Buraschi tenerife
Daniel Buraschi David F. Sabadell
28 nov 2021 06:00
Daniel Buraschi viene a atender algunas mañanas cerca de Las Raíces, a una cafetería en una gasolinera en las proximidades del campamento donde las personas internas saben que pueden encontrarle para pedirle ayuda con cuestiones de documentación y otras necesidades. Este psicólogo social experto en migraciones transita desde el activismo al análisis de lo que suponen las necrofronteras. 

Incómodo por la posibilidad de usurpar la visibilidad de quienes están realmente protagonizando esta situación, pero solícito por tener la oportunidad de explicar cómo se articulan las fronteras que deshumanizan y excluyen, contesta profusamente a las mismas preguntas que se lleva haciendo durante los últimos tiempos.

Cuando se habla de la situación migratoria en Canarias, muchas veces surgen tres miradas: la necesidad de ayuda urgente a las personas, la inquietud porque esta ayuda no opaque la denuncia política de un sistema colonial y racista y el análisis sobre cómo se construye y consolida la frontera.

Uno de los desafíos de la emergencia de diferentes iniciativas desde los movimientos sociales, desde las propias personas migrantes o dentro del asociacionismo migrante, es precisamente la cuestión de la articulación, tenemos un grupo de personas que llevan en la lucha social y en la denuncia muchos años, después tenemos a muchísimas personas —y esta es la gran novedad de lo que ha pasado en Tenerife, en Gran Canaria, en Fuerteventura, en Lanzarote— que de golpe, a partir de enero, se han involucrado de manera muy constante, diaria, y de forma muy intensa, inicialmente con la ayuda humanitaria. ¿Qué ha pasado ahí? Que, además de un compromiso con la ayuda humanitaria, hemos tenido un proceso muy importante de concienciación de la población civil.

Personas que inicialmente no eran activistas empezaban a ayudar a otras porque las conocían y —a partir de lo que llamamos una disidencia emocional frente a la indiferencia colectiva, de la empatía y la reciprocidad— transitaron de un inicio apolítico, de un momento a lo mejor no contextualizado en una lucha de reivindicación política, y empezaron un proceso de concientización. Entonces, más que de articulación, yo diría que hay un proceso claro de toma de conciencia.

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Ruta Canaria Tenerife: anatomía de una frontera
Insularidad, racismo institucional, manipulación del concepto de ilegalidad y perversión de la acogida: en las Islas Canarias se conjugan todos los elementos que solidifican las fronteras de la Europa fortaleza.
¿Cómo se vive en la necrofrontera, con miles de personas muriendo al intentar alcanzar las islas? ¿Se puede hacer como si no pasara nada, se puede normalizar?

La necrofrontera, el hecho de que hayan muerto, según Caminando Fronteras, unas 2.000 personas en los primeros seis meses de este año, y sin embargo aquí la vida sigue, muchas veces se interpreta como el paradigma de una sociedad individualista, egoísta, como una falta generalizada de empatía, cuando realmente no es así. Ahora estamos viendo que paralelamente tenemos el volcán de La Palma, y vemos a una sociedad volcada en actividades de solidaridad constante. 

Las fronteras morales son estas líneas simbólicas que separan al grupo de personas que tienen derechos, hacia las cuales sentimos empatía y nos sentimos responsables, de quienes quedan fuera de estas fronteras, es decir, fuera de nuestra comunidad moral

Creo que lo que pasa aquí, como pasa en otras necrofronteras a lo largo del mundo, es que tenemos unas fronteras que no son solamente políticas o administrativas, sino que son también fronteras morales, y las fronteras morales son estas líneas simbólicas que separan al grupo de personas que tienen derechos, hacia las cuales sentimos empatía y nos sentimos responsables, de quienes quedan fuera de estas fronteras, es decir, fuera de nuestra comunidad moral, y hacia estas personas no sentimos empatía, no nos sentimos responsables, no nos sentimos indignados cuando les pasa algo y fundamentalmente hay indiferencia.

Y esas fronteras morales dejan fuera a las personas migrantes

Sí, y es que uno de los grandes problemas de Canarias no es tanto el odio o el resentimiento que pueda haber hacia las personas migrantes sino una tendencia hacia una indiferencia generalizada, que se rompe en algunos momentos con estas acciones solidarias, de redes o muchas personas que a título individual están ayudando. Pero es cierto que si hubiera una respuesta masiva y colectiva sería absolutamente improponible desde un punto de vista político dejar que 2.000 personas muriesen en seis meses en el mar, entonces, estas fronteras morales desde nuestro punto de vista son un elemento clave.

Después hay que plantearse cómo se construyen estas fronteras morales y por qué excluimos a unas personas y no a otras, y ahí tenemos algunas claves que tienen que ver con el colonialismo, con el racismo estructural, con el racismo institucional que se reproduce en la gestión migratoria que deshumaniza a las personas, con la construcción de un imaginario sobre, por ejemplo, las personas africanas, que hace que al fin y al cabo sean personas totalmente deshumanizadas.

¿Cómo se llega a esa deshumanización?
Además del rol de la narrativa sobre las personas racializadas, a mi me gustaría destacar cómo la gestión migratoria que debería ser una acogida humanitaria deshumaniza a las personas y esa deshumanización la vemos aquí con centros como Las Raíces, que son dispositivos de deshumanización, como los CIE, que son otro dispositivo o la gestión en el muelle de Arguineguín del verano del año pasado, en 2020, que han sido situaciones en las cuales se ha definido institucionalmente a personas como no personas, a partir de ahí se colabora en esta construcción de fronteras morales.

Una vez que tenemos la construcción de estas fronteras morales, vemos que tenemos mecanismos discursivos sociales en los cuales las personas diariamente se autojustifican para no dar importancia a esto. Entonces, por ejemplo, se niega la violencia, se niega nuestra responsabilidad, “no he sido quién le ha dicho a estas personas que se embarquen”, “no es culpa mía si estas personas se quieren ir”. O, por ejemplo, hay una definición de los otros como amenaza, una amenaza que puede ser sanitaria por el covid, puede ser terrorista, puede ser cultural, a nivel por ejemplo de toda la islamofobia que hay en la representación de las personas que están llegando, y después hay un elemento que sobre todo en los últimos meses ha sido muy común que ha sido la estigmatización y la condena de la solidaridad.

También hay un sentido común extendido que cuestiona que se pueda recibir a todas las personas que migran.
Que se diga no se puede hacer nada, no se puede acoger tanta gente, o lo típico: esta isla tiene recursos limitados, no hay pan para tanta gente, etc, es el típico mecanismo de desconexión moral, es un mecanismo que nos permite justificar lo injustificable, gracias a un discurso que parece racional, que parece de sentido común, se justifica una violación clara y radical de los derechos humanos como es por ejemplo la omisión de socorro.

Que se diga no se puede hacer nada, no se puede acoger tanta gente, es el típico mecanismo de desconexión moral, es un mecanismo que nos permite justificar lo injustificable

Hace unos meses hubo en Gran Canaria y Tenerife diferentes manifestaciones en contra de la inmigración, lo que nos pareció bastante interesante desde un punto de vista sociológico, pero terrible desde un punto de vista social, fueron las declaraciones de las familias que participaban en estas manifestaciones, que no eran familias ideologizadas, eran vecinos y vecinas que iban con sus hijos e hijas a una manifestación en la que lo que se pedía al final era la omisión de socorro, dejar morir a las personas en el mar.

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Ruta Canaria Contestar la frontera
Personas migrantes, activistas, vecinas solidarias y antirracistas vigilantes confrontan las lógicas de la frontera frente a la indiferencia y la deshumanización institucional.

¿Cómo se explica?
Los argumentos para que se justificara eran los típicos de desconexión moral, todos los argumentos que permiten construir fronteras morales empezando por el hecho de que aquí lo estamos pasando mal y a ellos se les dan muchas cosas que a nosotros no nos dan. Ahí es donde tenemos esta peligrosidad del discurso insolidario, un tipo de discurso que construye una frontera moral pero que se basa en dos elementos: el primero que es comprensible,  y el segundo que implica una violación clara de los derechos humanos. Por ejemplo, el hecho de que una persona esté en situación de desempleo y la esté pasando mal es legítimo pero a esto se le da una lectura de justificación a algo que es absolutamente impensable, como dejar morir a personas en el mar, y esto ha sido lo que ha pasado aquí.

Cuando dicen: “Oye, ¿por qué a ellos se les da más y a nosotros menos?” se trata de un argumento que si fuera cierto, se basa en un principio democrático, de igualdad, “¿por qué mi madre no tiene ayuda?”, “¿por qué no me llega el ERTE?”, entonces este malestar se ha articulado justificando una violación radical de derechos humanos. Nuestro punto de vista es que, sobre todo en los meses entre agosto y diciembre de 2020, la emoción dominante respecto a lo que está pasando ha sido el resentimiento hacia las personas migrantes con una falsa idea de que recibían demasiado y tenían un trato privilegiado, y por otro lado la indiferencia ante casos extremos como es la muerte de las personas o las condiciones que tenían.

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