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Migración
Canarias, un limbo con vistas al mar
Hotel Tenerife Ving, 20 de enero de 2021. Un grupo de personas charla en las inmediaciones del establecimiento. Quienes habitan este edificio amarillo de cemento y formas rectilineas, con hileras de terrazas con vistas al mar, no son turistas. En las islas Canarias, hace unos meses que faltan los extranjeros que vienen a broncearse. En su lugar hay personas que no quieren estar aquí. Baba Savane, Ndaraw Seye, Lassana Camara o Moussa Ka son solo unos pocos de un grupo de 175 senegaleses que tienen un deseo tan fuerte de dejar este lugar y proseguir su camino que el 16 de enero iniciaron una huelga de hambre, una iniciativa radical para denunciar su situación.
Llegaron en octubre a Canarias y pasaron por Arguineguín, ese muelle hacinado donde mucha gente dormía durante días sobre el suelo, escenario de un escándalo que llevó a las autoridades a anunciar un Plan Canarias para realojar a quienes van llegando a las islas. En enero, mientras los ocupantes del Hotel Tenerife Ving se desesperan intentando salir de su limbo, la administración avanza en la habilitación de hasta 7.000 plazas en lo que califica como recursos de acogida. Al menos la mitad de las plazas se ubicarán en masivas tiendas de campaña, en campamentos como el de Las Raíces, expuestos a la lluvia y al frío. En marzo, la mayoría de los hoteles como el Tenerife Ving ya están vacíos: sus ocupantes han sido derivados a estos campos para su deportación.
Unas 23.000 personas llegaron a las islas Canarias en 2020, en un incremento que los medios reflejan con alarmismo, y las administraciones, argumentan, tienen grandes dificultades para gestionar. Los motivos para emprender el viaje son diversos: conflictos en algunos países; las consecuencias económicas de la crisis sanitaria; o los acuerdos de pesca que esquilman los recursos, como es el caso de Senegal, con el que la UE reeditó un acuerdo el pasado mes de noviembre.
Lejos de las estadísticas, los titulares que alarman y la obstinación europea por responder a la migración con muros, Khalifa Ibrahima Ndiaye, portavoz del grupo de senegaleses que decidió ponerse en huelga de hambre, no es ajeno a las coordenadas políticas en las que se juega su futuro y el de sus compañeros
Pero las políticas migratorias europeas juegan un papel esencial. El cierre de otras vías de llegada al continente mediante la externalización de fronteras involucrando a terceros países con un alarmante currículum en materia de derechos humanos —como es el caso de Turquía, Libia y Marruecos— aboca a las personas a hacer el viaje más peligroso de todos: una ruta larga en pleno océano. Según el colectivo Caminando Fronteras, el 85% de las 2.175 personas que perdieron la vida en 2020 intentando llegar a España murieron navegando hacia las islas. En la misma lógica que la Unión Europea opera el Gobierno español, que ha afianzado el problema vetando los traslados a la península, ejerciendo el Ministerio de Fernando Grande-Marlaska como correa de transmisión de unas directrices asentadas en el nuevo Pacto Europeo sobre Migración y Asilo que prioriza el control de fronteras y la deportación.
Lejos de las estadísticas, los titulares que alarman y la obstinación europea por responder a la migración con muros, la voz suave de Khalifa Ibrahima Ndiaye se expresa con claridad. Portavoz del grupo de senegaleses que decidió ponerse en huelga, este estudiante de derecho no es ajeno a las coordenadas políticas en las que se juega su futuro y el de sus compañeros. Explica en un español con las palabras exactas la situación. También habla inglés y francés y wolof, las lenguas oficiales en su país; conocimientos que le resultarían muy útiles si se le permitiera continuar con su objetivo, el de tantos que han llegado a Canarias: trabajar, buscarse la vida, completar su proyecto migratorio.
Ndiaye relata cómo lo que les movió a empezar la huelga fue, sencillamente, reclamar que necesitaban salir del hotel, continuar con su camino, encontrarse con sus familiares. En definitiva, no quieren que les tengan quietos en un sitio cubriendo sus necesidades básicas, sino desarrollar su proyecto de vida, como cualquier ser humano libre. Y eso querían visibilizar con su protesta. Lo lograron: la noticia de la huelga llegó también a sus familias en Senegal. Las llamadas de familiares alarmados no se hicieron esperar, les pedían que parasen. “No quieren vernos morir”, sentencian.
Con esta frase Ndiaye explica el viaje de África a Europa. Un viaje de costa a costa donde se juegan la vida. Ellos lo saben bien y también sus familias. Por eso, el hecho de llegar vivo a tierra firme es un milagro. El precio que pagan para jugarse la vida es, además, muy alto. Recalca que todas las personas que ahora desesperan en el Hotel Ving vendieron lo que tenían para financiar esta oportunidad en Europa. Solo el pasaje cuesta entre 300.000 y 500.000 francos CFA, que equivalen a unos 450-750 euros. Un billete que da derecho a un mínimo espacio en una pequeña embarcación junto a 250 personas en una travesía de seis días.
Una vez se obra el milagro de la llegada, el joven senegalés explica que no pueden permitirse ser deportados. Detrás de cada uno de ellos hay una familia que espera y necesita una remesa para continuar su vida.
Una vez se obra el milagro de la llegada, el joven senegalés explica que no pueden permitirse ser deportados. Detrás de cada uno de ellos hay una familia que espera y necesita una remesa para continuar su vida. Delante de ellos, en la península o en Europa, hay un allegado que les espera para ayudarles a materializar el objetivo de tan costosa travesía. Y, sin embargo, todo son obstáculos para ese reencuentro. “¿Por qué un europeo puede tener un familiar en Senegal e ir a visitarlo y nosotros no?”, se interroga Ndiaye.
A quienes dicen “migrar no es un problema, pero que sea por cauces legales”, Ndiaye tiene algo que contarles. Él lo intentó y no funciona. Quería acabar sus estudios en Francia. Sabe mucho de visados, en particular, sobre la práctica imposibilidad de conseguirlos. “¿Sabes?, en realidad son algunos países europeos los que incitan a la emigración clandestina”. Conoce bien de qué habla, su visa fue denegada cuando tenía la preinscripción para una Universidad en Francia. “¿Por qué?”, pregunta.
Ndiaye tiene otras preguntas: ¿Europa no ha pensado que para acabar con el tráfico ilegal de personas lo que hay que hacer es habilitar vías legales de migración? Para quienes, como él, quieren viajar para mejorar sus perspectivas de futuro, y para quienes, como muchos de quienes se unieron a la huelga, se ven forzados a partir porque han perdido sus medios de subsistencia. Porque ¿cómo puede Europa llevarse la pesca y al mismo tiempo bloquear a quienes vivían de ella para que no entren en el continente?
Las miles de personas migrantes que están en Canarias ahora no quieren estar allí. Los senegaleses, gambianos, o marroquíes que en enero estaban en el Hotel Ving no quieren estar ahí. Hacen su vida entre las habitaciones y las calles aledañas pensando en cómo largarse. Porque no es fácil. Pueden salir del hotel pero corren demasiado peligro, ya que viven bajo la amenaza de la deportación. Entre ellos ya corren fuertes los rumores de que, tras el traslado a Las Raíces u Hoyas Frías, el próximo paso será un avión de vuelta.
Además, salir del recinto implica entrar en un espacio público transformado por la crisis sanitaria, lleno de normas y restricciones. Les preocupa dar sensación de desorden público. En las calles encuentran empatía y solidaridad, pero también rechazo y racismo. Cuentan que hay gente que les insulta.
Desde que llegaron en octubre, algunos se han ido. Es una lotería: con pasaporte y un billete, marcharse es legal, también es algo que la administración intenta evitar. Saben que cada día muchos van con sus billetes de avión al aeropuerto y la policía los manda de vuelta al hotel. Sin haber viajado, sin el dinero que les costó el viaje. Con todo, no pueden dejar de intentar marcharse. Explican que son personas con situaciones excepcionales a las que habría que dar una solución, tal vez también excepcional.
Es una lotería: con pasaporte y un billete, marcharse es legal, también es algo que la administración intenta evitar. Saben que cada día muchos van con sus billetes de avión al aeropuerto y la policía los manda de vuelta
Ndiaye va más allá, reconoce la grave situación por la que están pasando España, Europa y el mundo entero por la pandemia, y propone otra alternativa: cómo salir de la crisis económica impulsando la agricultura. En una zona turística vacía, sedienta de visitantes, reflexiona sobre el impacto de este modelo —monocultivo, por otro lado, de las islas— en el cambio climático. “¿Y si se impulsa la agricultura?”, propone. “¿Y si se crean acuerdos de trabajo con países africanos que den vida a la agricultura de estos lugares?”. Esto quiere proponerle a una delegación de Senegal que está por visitar el hotel: que se planteen proyectos para que pueda llegar mano de obra africana con condiciones dignas de trabajo.
Lo que Ndiaye y sus compañeros no pueden entender es que ellos vengan con sus saberes y formación, con su experiencia laboral y su fuerza de trabajo, y que lo único que Europa sepa ofrecerles sea un limbo desesperante y un viaje de vuelta con las manos vacías.