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Memoria histórica
Un poquito más de lo que les mandaron

A escasos días del 80 aniversario de la liberación del campo nazi de exterminio de Auschwitz-Birkenau me encontré de nuevo con Conspiracy, titulada en castellano “La solución final” porque qué sabrá el autor que no sepa el distribuidor, que es listísimo y para eso distribuye y no es autor. En esa película, protagonizada por Kenneth Branagh en el papel de un Reinhard Heydrich tan exultante como escalofriante, se nos muestra la reunión en la que se orquestó el exterminio de los judíos de Europa con la vista puesta en el mundo entero.
Así es. Hasta el exterminio industrializado de millones de personas requirió de una reunión y de un montón de burócratas. Una docena de uniformes de distintos colores en torno a una mesa y dentro de casi todos esos uniformes había un abogado, aunque solo unos cuantos ejercían como tales en ese momento. Vamos a decirlo todo.
Memoria histórica
Holocausto Conmemoración del 80º aniversario de la liberación de Auschwitz en Berlín
Un detalle importante es que el exterminio de los judíos y de otras minorías ya había comenzado años antes de esta reunión. Lo que se arrancó ahí fue la industrialización del proceso y el darle la máxima prioridad, por encima de cualquier otra durante una guerra en varios frentes y contra medio mundo.
Otro detalle, muy relacionado con la industrialización y sobre todo con la mecanización, es que hasta ese momento el exterminio de judíos en el Este de Europa, donde millones de ellos quedaron tras las líneas alemanas a medida que avanzaba la invasión nazi de la Unión Soviética, había sido a mano. A tiros. Con armas cortas y largas y muy de cerca. Incluso con episodios igual de sanguinarios pero mucho más rudimentarios contando con la ayuda entusiasta de antisemitas bálticos, rumanos o ucranianos. Hablaremos otra vez de estos desechos humanos un poco más tarde.
El asesinato a tiros de comunidades judías completas, a veces miles y muchísimas veces cientos y cientos de personas de todas las edades en un solo día, era perpetrado por los Einsatzgruppen, unidades especiales bajo la autoridad de las SS dedicadas específicamente al asesinato de supuestos enemigos del Reich, bien gracias a listas como las recopiladas por la minoría alemana de Polonia, bien reuniendo a los judíos de una población mediante mentiras y con la muerte como alternativa. Qué ironía. La muerte recurrente.
Miembros de los Einsatzgruppen se reincorporaron a sus antiguos puestos en la policía de Hamburgo al volver a casa como si tal cosa hasta que en los 60, a cambio de inmunidad o penas menores, testificaron y dejaron su testimonio
Antiguos miembros de los Einsatzgruppen se reincorporaron a sus antiguos puestos en la policía de Hamburgo al volver a casa como si tal cosa hasta que en los 60, a cambio de inmunidad o penas menores, testificaron y dejaron su testimonio. En él relatan en primera persona, a veces revelando más por lo que callan que por lo que dicen, que los asesinos lo eran voluntariamente y nadie, jamás, fue castigado por negarse a participar en las matanzas. No abundan los registros fiables sobre lo que pasaba en estas unidades, así que solo podemos asumir que lo que pasó en esta pasaba también en otras.
Porque hubo muchas. Esos mismos testimonios señalan que la cantidad de alcohol que se les servía antes y durante las matanzas era muy elevada. Cuentan también cómo muchos de ellos habían votado a partidos de izquierda, tenían un pasado sindicalista y hasta de militancia socialdemócrata. Que muchos de esos policías reconvertidos en asesinos de masas pasaban de los treinta y hasta de los cuarenta años de edad, es decir, no habían crecido adoctrinados por la propaganda nazi. Padres de familia liquidando familias enteras a tiros. Hacían lo que les mandaban y sucumbían a la presión del grupo en caso necesario, pero todas las matanzas requerían voluntarios y nadie fue castigado nunca por no dar el paso al frente y participar. Ni siquiera por dar un paso atrás y decidir no seguir. Participar en tales actos representaba horas y horas de sonidos, olores y fluidos que quebrarían incluso a los veteranos más curtidos tras años de guerra. Un puro espanto de sol a sol, un día tras otro, una y otra vez hasta borrar del mapa a los judíos de una zona y pasar a la siguiente.
Llegados a un cierto punto, los burócratas de las SS empezaron a darse cuenta de que la integridad personal de los perpetradores, que se suponía férrea, empezaba a fallar y el necesario secreto de lo que estaba pasando “en el Este” se estaba desvaneciendo. Mandaban fotos de las “operaciones” a sus familias, contaban detalladas historias alegremente cuando estaban de permiso… Además, unidades militares que no tomaban parte activa en este tipo de acciones no podían sino ver lo que estaba pasando, si es que no tenían que ayudar también de alguna manera. Los nervios de muchos de aquellos asesinos fallaron de tal modo que las SS organizaron una red de residencias en las que devolver a sus heroicos verdugos a un estado operativo, pero no tardaron en saltar las alarmas debido al estado en el que llegaban y la cantidad de personal que tenían que atender. La vuelta al servicio de estos sujetos tampoco era fácil ni rápida de conseguir. Para rematar, nunca mejor dicho, los verdugos empezaron a matar por su cuenta, sin órdenes al respecto. Esa ruptura de la disciplina militar era inaceptable.
Se pasó de la cámara de gas móvil con sitio para pocas decenas a instalaciones industriales optimizadas para la matanza industrializada de cientos y cientos de seres humanos, el procesado de sus pertenencias y la eliminación inmediata de sus restos en un solo día
Siempre hay un roto para un descosido y siempre hay un listo e inoportuno que se podía haber callado pero apareció con una solución para el problema: la industrialización del proceso. Los experimentos con cámaras de gas móviles, instaladas en camiones, ya habían comenzado en Austria y luego en Polonia. Pacientes de sanatorios mentales de toda Alemania, republicanos españoles reventados a trabajar en Mauthausen y curas polacos en Gusen fueron algunos de los primeros usuarios de aquellos ingenios diabólicos. Un poco más de tiempo, un poco más de dedicación de algún degenerado que otro obsesionado con la eficiencia y protegido por las órdenes adecuadas y menos de un año después se pasó de la cámara de gas móvil con sitio para pocas decenas a instalaciones industriales optimizadas para la matanza industrializada de cientos y cientos de seres humanos, el procesado de sus pertenencias y la eliminación inmediata de sus restos en un solo día. Esto era así en varios campos dedicados exclusivamente al exterminio, mucho mas pequeños que Auschwitz porque ahí solo vivían los que trabajaban en él. Auschwitz era inmenso porque el exterminio era el producto estrella, pero también era un templo dedicado al trabajo esclavo con el que las empresas alemanas seguían funcionando y las SS amasaban inmensas fortunas alquilando mano de obra esclava fácilmente reemplazable. Quienes llegaban en el tren a estos otros campos especiales iban directos al gas y a la fosa común o los hornos. Apenas quedan restos identificables de estos campos.
Para hacerlos funcionar como un reloj tenían (aquí vienen los colaboradores necesarios no alemanes) personal especializado y entusiasta y unos cuantos mandos alemanes para dar las órdenes y mantener la máquina produciendo. Y por supuesto todo el personal que hacía que los trenes llegaran cuándo y a dónde tenían que llegar. Quien quiera saber más sobre toda esta bajeza, horror y maldad, que quedó prácticamente impune porque se escaparon por todas las rendijas la mayoría de ellos, puede buscar información sobre Trawniki, que era el campo en el que formaban a la escoria de los colaboracionistas del centro y del este de Europa para convertirlos en los asesinos de masas más eficaces de la historia. La historia de los hombres de Trawniki y la estela que fueron dejando en los campos y en los lugares por los que fueron pasando es una pesadilla, el infierno en la tierra.
Las cámaras de gas y los crematorios industriales no se crean por la prisa o la eficiencia. Se crean gracias a la necesidad de delegar y de proteger a sus creadores de las consecuencias clínicas de algo que a cualquier persona de cualquier estrato social o nivel educativo se le hace evidente: que asesinar a hombres, mujeres y niños por ser, por el hecho de existir, está mal.
Y esto se consiguió gracias sádicos entusiastas borrachos de sangre e impunidad, pero también gracias a burócratas, listos con soluciones, gente que supo delegar, gente que quiso (y pudo) nadar y guardar la ropa y por supuesto la colaboración imprescindible de un montón de gente que hizo cada día un poquito más de lo que les mandaron porque se lo mandaron otros y eso hacía que la culpa no fuera suya. Porque a quién no le da satisfacción el trabajo bien hecho. La maldad, la crueldad, el fanatismo y la barbarie fueron el azúcar glass sobre este pastel de boda de ocho pisos.
Los humanos no tenemos remedio.