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Economía social y solidaria
Activismo económico para cambiar el rumbo del planeta
Noam Chomsky señaló sobre la crisis de la COVID-19 que “es el enésimo ejemplo del fracaso del mercado, al igual que lo es la amenaza de una catástrofe medioambiental”. Este 2020 es como si el planeta se nos hubiera manifestado pidiendo un respiro que nos hemos visto obligados a conceder. Los efectos de la pandemia han paralizado por completo toda actividad humana en infinidad de países durante meses. Se han logrado reducciones históricas en contaminación por emisiones de CO2 aliviando con ello -aunque fuese intermitente- la crisis climática.
El modelo de producción capitalista incrementa y agrava los grandes problemas globales de nuestra época. El cambio climático, la vulneración de los derechos humanos, la destrucción de ecosistemas, la pobreza o la creciente desigualdad social lo ejemplifican. La crisis sanitaria ha afectado al mundo casi al mismo tiempo, pero no lo ha hecho a todos en la misma medida, distinguiendo entre territorios y personas, ricos y pobres, en según qué continente, país, ciudad o barrio habitemos.
El desarrollo económico en el que se sustenta la lógica del mercado, que antepone el beneficio económico al bienestar de las personas, permite generar gran cantidad de riqueza monetaria, pero que apenas se redistribuye. “El 1% de la población posee más del doble de riqueza que 6.900 millones de personas”, indica el informe de Oxfam Intermón sobre la crisis de desigualdad global del 2019. Observamos que el 50% de las vacunas disponibles para combatir la pandemia se encuentran en manos de países ricos, que representan un 14% de la población mundial, como Canadá, quien podría vacunar hasta cinco veces a sus ciudadanos. La lucha feroz en los mercados y la geopolítica para la obtención de la vacuna han dejado a los países menos aventajados sin opciones.
El panorama internacional en cuanto a pobreza y desigualdad social nos deja con unos 735 millones de personas viviendo en la extrema pobreza y, en cambio, nunca en la historia ha habido tantos milmillonarios. Se estima que en este año 115 millones de personas caigan en la pobreza extrema, según el último informe de Oxfam Intermón. La pandemia ha vuelto a retratar un sistema, hecho por y para un grupo reducido de personas, normalmente blancas y hombres, que acumulan fortunas inimaginables frente a una inmensa mayoría alienada que lo padece. La desigualdad económica, se construye a su vez sobre una desigualdad de género, que posiciona en clara desventaja y en mayor situación de vulnerabilidad a las mujeres, siendo ellas quienes constituyen la mayor parte de los hogares más pobres del mundo, según el primer informe mencionado de Oxfam Intermón.
El 2020 no ha sido solo el año de la COVID-19. También hemos visto los devastadores efectos del cambio climático en la impotencia de los campesinos de Uganda o Kenia ante la destrucción de sus cultivos, por la plaga de langostas, haciendo peligrar la seguridad alimentaria de toda África Occidental. En Centroamérica, familias enteras han perdido todo por culpa de los huracanes, que este año se han cebado especialmente con la región. Los desplazamientos forzosos de personas vinculadas al cambio climático son cada vez más habituales, como en el lago Chad, ante la escasez de agua y la imposibilidad de cultivar.
Para el año 2025, se calcula que hasta 2400 millones de personas en todo el mundo habitarán en lugares sin agua suficiente para abastecerse. La desertificación, el calentamiento global y el cambio climático son problemas de escala planetaria causados por una economía especulativa e injusta y por estilos de vida insostenibles de los países mal denominados desarrollados.
“El cambio climático es una batalla entre el capitalismo y el planeta”, es la tesis que plantea Naomi Klein en una de sus últimas obras: “Esto lo cambia todo: El capitalismo contra el Clima”. No tiene sentido regirse por una lógica de mercado orientada a un crecimiento económico exponencial con un sistema productivo irracional y destructivo en un mundo de recursos finitos. Ello nos ha conducido a una emergencia social y climática que nos convierte probablemente en la última generación capaz de poder evitar una catástrofe universal sin precedentes.
Otra economía es posible
En las actuales circunstancias, desde la Escuela de Activismo Económico, entendemos la necesidad de actuar y plantear un modelo económico alternativo que sea capaz de vislumbrar un horizonte distinto y esperanzador. Por ello, la cooperativa de energías renovables Ecooo impulsa por segundo año consecutivo, y para el mes de febrero, un nuevo curso. Además, y ante la buena acogida de la primera edición, la Escuela también impartirá un curso en la ciudad de Barcelona de la mano de Labcoop, cooperativa dedicada a impulsar proyectos de emprendimiento social cooperativo.
La finalidad de la Escuela es convertirse en un espacio de acción, colaboración y formación en otra forma de consumir y hacer economía. El curso nace así de la urgencia de activar a la ciudadanía en aras de consolidar un modelo económico, el de la economía social y solidaria, que desplace la lógica del lucro y la maximización de beneficios por el desarrollo de actividades empresariales que pongan en el centro a las personas y la sostenibilidad del planeta. Igualmente, y frente al consumismo, desmedido e irracional, proponemos hábitos de consumo moderado y crítico comprometido con su entorno que genere un impacto positivo en las personas, la sociedad y el medioambiente.
El programa de la Escuela de Activismo Económico posee un carácter esencialmente práctico, sirviéndose para ello de la metodología learning by doing (aprender haciendo). De esta manera, las personas que cursan el programa aprenden mientras realizan activismo en alguna de las cinco organizaciones empresariales de economía social y solidaria que forman parte de la Escuela (sede de Madrid): La Osa, Fiare, La Corriente, Supercoop y el Mercado Social de Madrid. Para hacernos una idea de qué significa realmente la Escuela y lo que se plantea desde ella nos reunimos con varios alumnos para que nos dieran sus opiniones.
“La economía social y solidaria se mueve por unos objetivos y criterios distintos a los de la economía convencional, como son: la sostenibilidad, la cooperación, la ausencia de lucro, el feminismo, los valores democráticos, la equidad, los derechos humanos, el apoyo mutuo y, sobre todo, pone en el centro a las personas”, nos señala Judit Salas, graduada en Economía y alumna de la Escuela que realiza su activismo en el Mercado Social de Madrid, cooperativa integral que agrupa a consumidores y empresas de la economía social y solidaria en la Comunidad.
El caso de esta alumna es además un ejemplo de éxito para la Escuela. Como apunta Judit: “A partir del paso por la Escuela, pude encontrar el trabajo que actualmente tengo. Más allá de eso, también he adquirido una serie de nuevas capacidades y conocimientos con los que resuelvo los conflictos diarios, tanto en el trabajo y en otros proyectos como en la vida”. Por su parte, Diego Beltrán, graduado en ADE y alumno de la Escuela, involucrado en el supermercado cooperativo La Osa, señala que “la economía social y solidaria era un paradigma económico desconocido en mi facultad, apenas se menciona”. En cambio, “siempre hemos hablado de la maximización de beneficios como principal objetivo de la empresa o al hablar de responsabilidad social corporativa nos explicaban que no tenía sentido tener buenas prácticas si no se contaban. Yo ni me lo cuestionaba, lo veía normal”, contrapone.
Como añade Diego, “la Escuela ha sido un punto de inflexión en mi vida y tengo claro que la economía social y solidaria es el cambio que necesitamos y por eso no me canso de transmitirlo. El activismo económico no deja de ser una forma de votar diariamente, que podemos hacer todo y todas, en nuestras compras cotidianas y es ahí donde uno puede transformar la realidad por una más justa”.
En la misma línea se manifiesta Paula Yélamo, estudiante de Sociología y Relaciones Internacionales, y alumna de la Escuela que realiza su activismo en el banco cooperativo y ético Fiare, quien indica que “pasar por la Escuela me ha llenado de ilusión y esperanza, al ver que otra forma de hacer economía es posible y que existen proyectos cercanos que luchan por lograr un mundo mejor.”
Por último, Macarena Martín, ingeniera mecánica y alumna de la Escuela, que nos atiende desde Camerún, donde trabaja sin impedirle continuar involucrada en la cooperativa de energía renovable La Corriente, destaca que “no hay un perfil estándar del alumnado, aunque la gente era muy abierta y comprometida. Fue muy ilusionante verme rodeada de personas con tantas ganas y buenas ideas para tratar de cambiar las cosas”.
En definitiva, si eres una persona con especial sensibilidad ante las injusticas y no te conformas con el actual rumbo del planeta y quieres hacer de este mundo un lugar mejor, te invitamos a participar en la Escuela de Activismo Económico y formar parte de la transformación económica.
Si quieres más información, y para inscripciones, visita la web de la Escuela de Activismo Económico: http://escueladeactivismoeconomico.org/