Venezuela
España, la Unión Europea y la intervención exterior en Venezuela

El objetivo estratégico de Estados Unidos de provocar un “cambio de regimen” en Venezuela es una obsesión de los gobiernos de Washington desde el inicio mismo de la revolución bolivariana.

Pedro Sánchez Eurofighter
Pedro Sánchez, delante de un caza Eurofighter, en la base aérea de Los Llanos (Albacete). La Moncloa
@eduardogior
@eduardogiordano@masto.es
Periodista. Autor de ‘Las guerras del petróleo. Geopolítica, economía y conflicto’, Icaria Editorial, Barcelona
4 mar 2019 15:24

Bajo la presidencia de George W. Bush, Estados Unidos instigó un golpe de Estado en Venezuela imponiendo un presidente que duró apenas dos días, con el apoyo de la oposición al chavismo y con la complicidad del presidente español José María Aznar.

Entre el 11 y el 14 de abril de 2002, el empresario Pedro Carmona, máxima autoridad de Fedecámaras, ejerció como presidente de facto de Venezuela, con Hugo Chávez encarcelado e incomunicado. Se difundió el bulo de una supuesta renuncia a la presidencia y la oposición argumentó que no se trataba de un golpe de Estado, sino de llenar un vacío de poder. El presidente español respaldó el golpe desde el primer momento, suscribiendo un comunicado conjunto con el Gobierno de Estados Unidos por el que ambos países expresaban “su deseo de que la excepcional situación que experimenta Venezuela conduzca en el plazo más breve a la normalización democrática plena”.

En aquella ocasión el golpe se articuló de manera chapucera, en un contexto internacional desfavorable a su consecución. Aparte del conservador José María Aznar y del camaléonico Tony Blair, Estados Unidos no contaba con más aliados incondicionales en el continente europeo que apoyasen sus aventuras en el exterior. El golpe iniciado ahora en Venezuela por el gobierno de Donald Trump es una maniobra bastante más sofisticada, en la que participan consejeros de la vieja guardia belicista y anticomunista del establishment, alineados con cubanos anticastristas, y se articula como un plan de vasto alcance internacional para aislar al gobierno de Venezuela, cercarlo política y económicamente y forzarlo a caer.

No se puede pensar en Venezuela sin tener en cuenta esta política global del Gobierno de Estados Unidos, que se expresa abiertamente en su beligerancia hacia los gobiernos latinoamericanos no adscriptos al neoliberalismo

El plan latinoamericano del Gobierno de Trump no afecta solo a Venezuela, aunque esta es la primera pieza a cobrar. Tanto el consejero de Seguridad Nacional de Estados Unidos, John Bolton, como el vicepresidente Mike Pence advirtieron en noviembre pasado que los otros dos países de la “troika de la tiranía” eran Cuba y Nicaragua.

No se puede pensar en Venezuela sin tener en cuenta esta política global del Gobierno de Estados Unidos, que se expresa abiertamente en su beligerancia hacia los gobiernos latinoamericanos no adscriptos al neoliberalismo(1). Este es el escenario real: una potencia hostil desarrolla un plan de acoso y derribo de regímenes a los que descalifica por su ideología.

En un contexto internacional más permeable a apoyar el intervencionismo, el Gobierno español impulsó el respaldo europeo al nuevo ciclo de dominación imperialista en América Latina. España desempeñó un papel crucial en la estrategia de “cambio de régimen” diseñada por los asesores de Trump para Venezuela. El embajador estadounidense informó al Gobierno español el 23 de enero que el diputado Juan Guaidó se proclamaría presidente y que el Gobierno de Estados Unidos iba a reconocerlo como tal. Al día siguiente, consumada la autoproclamación, que contó con el reconocimiento inmediato de Estados Unidos, el ministro español de Exteriores, Josep Borrell, mantuvo una reunión con el embajador estadounidense Duke Bucham III, quien dejó constancia en sus declaraciones a la prensa de “la importancia que Washington atribuye a España y Portugal en la crisis de Venezuela por su capacidad de arrastrar al resto de la UE” (2).

El presidente español, Pedro Sánchez, llamó a Guaidó desde Davos para brindarle su apoyo moral, aunque no el reconocimiento oficial como presidente. Poco después, el Gobierno español se pronunció oficialmente a través de su ministro de Exteriores, Josep Borrell, comunicando su intención de liderar la posición conjunta de la UE.

Borrell exigió al presidente de Venezuela una nueva convocatoria de elecciones con la amenaza de que, en caso contrario, Europa reconocería como presidente al opositor Juan Guaidó. Después de consensuar una estrategia común para la Unión Europea, fue el propio Pedro Sánchez quien lanzó el ultimátum de su gobierno al de Venezuela. España concedía a Maduro nada menos que ¡un plazo de ocho días para convocar elecciones!

Contradicciones del socialismo español ante la revolución bolivariana

Curiosidades del socialismo español. Historias de amor y odio por los procesos revolucionarios de los países que formaron parte del antiguo imperio colonial. Más aún que en el caso de Cuba, en Venezuela emergen las mayores disparidades de criterios. El viejo patriarca del partido, Felipe González, es un férreo enemigo del chavismo, mientras que el también ex presidente socialista español José Luis Rodríguez Zapatero fue observador internacional en las últimas elecciones venezolanas de mayo de 2018, que dieron la victoria a Maduro, supervisándolas sin encontrar irregularidades. Después de ejercer como observador y de avalar el resultado de las elecciones, Zapatero declaraba a quien quisiera oírlo: “Aquí se ha invitado a todo el mundo a vivir el proceso electoral. ¿No tiene expertos la Unión Europea, hoy, con los medios que hay? ¿Ni Naciones Unidas y todas estas organizaciones... para saber si unas elecciones se producen correctamente? ¡Claro que los hay!”.
Después de ejercer como observador y de avalar el resultado de las elecciones, Zapatero declaraba a quien quisiera oírlo: “Aquí se ha invitado a todo el mundo a vivir el proceso electoral. ¿No tiene expertos la Unión Europea, hoy, con los medios que hay?”

El ex presidente que ordenó la retirada de España de la guerra de Iraq, en cumplimiento de su compromiso electoral, sufre una larga travesía del desierto, aislado por su equidistancia en un partido completamente alineado con la derecha venezolana (y española) frente al chavismo. Antes de las elecciones que dieron la victoria a Nicolás Maduro, Rodríguez Zapatero ejerció como mediador entre el Gobierno y la oposición de Venezuela, con la necesaria aceptación de ambas partes, en unas negociaciones que se prolongaron durante casi dos años con el fin de alcanzar un acuerdo que desembocara en elecciones consensuadas. Concluidas las conversaciones y a punto de firmarse un documento conjunto, en febrero de 2018, la oposición se retiró de la mesa de diálogo y rechazó participar en las elecciones, ante lo cual Zapatero expresó su consternación: “De manera inesperada para mí, el documento no fue suscrito por la representación de la oposición”, declararía más tarde el ex presidente español.

Nicolás Maduro aseguró en más de una entrevista que la deserción de la oposición fue consecuencia de una oportuna llamada del entonces presidente de Colombia, Juan Manuel Santos, realizada pocos días antes de concluir su presidencia, en compañía de un alto funcionario estadounidense del Departamento de Estado.

La mediación de Zapatero fue muy cuestionada desde todos los sectores políticos, incluso por parte de figuras destacadas de su propio partido. También desde la dirección de los grandes informativos, como el grupo PRISA, cuyo principal ejecutivo, Juan Luis Cebrián, se declaró contrario a la mediación ejercida por José Luis Rodríguez Zapatero y en cambio favorable al enfoque para la región de su antecesor Felipe González.

En una reunión de empresarios latinoamericanos celebrada en octubre de 2017, a la que asistía la ex ministra socialista Trinidad Jiménez, Cebrián valoró así la influencia de anteriores presidentes socialistas sobre Venezuela: “Hay un expresidente socialista del Gobierno español que ha influido muchísimo en el proceso de tratar de devolver la democracia [Felipe González], y hay otro expresidente, en cuyo Gobierno estuvo Trinidad Jiménez [Rodríguez Zapatero], que no coincide”(3).

Es sabido que Felipe González, directivo de Gas Natural Fenosa durante varios años, representó los intereses estratégicos de compañías multinacionales de energía con su propia agenda para la región(4). Al igual que las petroleras estadounidenses, estas empresas también se beneficiarían de la aplicación en Venezuela de un plan económico neoliberal como el que promete la oposición al chavismo.

También es cierto que de la vieja cantera del socialismo español salen voces incluso más beligerantes que la de Felipe González. Por ejemplo, la estruendosa voz de Alfonso Guerra, que con sus feroces proclamas viene a avalar el golpe. En su extraña deriva ideológica, Guerra compara a Nicolás Maduro con el general Pinochet, elogiando de paso el modelo económico del dictador chileno por ser más eficiente que el venezolano. Toda esta troupe de febriles antichavistas del PSOE debería abandonar sus prejuicios ante la contundencia de los hechos, tal como los ha narrado el único dirigente socialista español que se implicó realmente en un proceso de diálogo en Venezuela, José Luis Rodríguez Zapatero. El único político español que realizó infinidad de viajes para intermediar entre las partes y que avaló con su presencia como observador internacional el resultado de esas elecciones en las que fue reelegido Nicolás Maduro como presidente.

Alineamiento de España con la derecha europea

Pedro Sánchez actuó presionado por una derecha española que crispa el ánimo social y aprovecha cualquier resquicio para intentar derribarlo. El PP lo acusó de “cobarde” por no alinearse desde el primer día con Estados Unidos contra Maduro. Priorizando sus cálculos de política interna, el socialismo español acabó situándose junto a la derecha que gobierna en Francia y Alemania, en alianza con la ultraderecha latinoamericana que gobierna en Brasil y Colombia, y desde esta doble alineación, Sánchez intentó esquivar los embates de la derecha española. En respuesta a las críticas de la izquierda, Pedro Sánchez llegó al disparatado extremo de situar a la oposición venezolana a la “izquierda” del chavismo: “A esa otra izquierda (Izquierda Unida y Podemos) le digo una cosa bien clara: la izquierda nada tiene que ver con Maduro, la izquierda es todo lo opuesto a Maduro en Venezuela”. Uno podría preguntarse al escuchar estas afirmaciones en boca de un político tan perspicaz: ¿dónde acaba la retórica y dónde empiezan las fake news?
Pedro Sánchez: “El que haya presos políticos es el ejemplo máximo de que no se están respetando los derechos humanos”. ¿Puede estar seguro Pedro Sánchez de que en España no hay presos políticos?

En el eje de confrontación Bogotá / Caracas, el presidente español se inclinó desde su llegada a La Moncloa por el acercamiento al presidente colombiano Iván Duque. Horas antes de viajar a Bogotá, en agosto pasado, Pedro Sánchez declaró: “En Venezuela no se puede decir que hay una democracia cuando hay presos políticos”. Y también dijo: “El que haya presos políticos es el ejemplo máximo de que no se están respetando los derechos humanos”(5). 

Estas afirmaciones encierran dos curiosas paradojas. ¿Puede estar seguro Pedro Sánchez de que en España no hay presos políticos? La mayor parte de la población catalana —y una parte no desdeñable de otras comunidades autónomas— piensa lo contrario. ¿Está seguro el presidente Sánchez de que un país tan modélicamente democrático como Colombia respeta los derechos humanos? ¿El asesinato sistemático de dirigentes opositores y líderes sociales no es tanto o más grave que la existencia de presos políticos? En los últimos dos años, desde enero de 2017, fueron asesinados en Colombia más de 300 líderes sociales. Además, la desnutrición infantil se cobró la vida de miles de niños indígenas en la Guajira durante los últimos años, según se refleja en una sentencia de la Corte Constitucional colombiana que refiere “una vulneración generalizada, injustificada y desproporcionada de los derechos fundamentales al agua, a la alimentación y a la salud de los niños del pueblo wayuu”(6). Aunque no sea la noticia preferida de los medios de comunicación occidentales, el hambre afecta en gran escala a los sectores más vulnerables de la población colombiana.

Pedro Sánchez alcanzó su momento de celebridad enlazando lo peor de la tradición intervencionista europea con lo peor del neoliberalismo proestadounidense

Más allá de la oratoria, se impone el peso de la realidad. Pedro Sánchez alcanzó su momento de celebridad enlazando lo peor de la tradición intervencionista europea con lo peor del neoliberalismo proestadounidense que hoy impera en tantos países sudamericanos. En contraste con la actitud discreta—y valiente— de Zapatero, Sánchez sigue la estela de Felipe González, gran amigo y valedor en Europa del nefasto ex presidente socialdemócrata venezolano Carlos Andrés Pérez, que produjo el derrumbe de la economía y del sistema político tradicional del país; alumbrando indirectamente, como antídoto a ese sistema ultracorrupto, la revolución bolivariana de Hugo Chávez.

El ultimátum de Pedro Sánchez al presidente de Venezuela para que convocara elecciones en un plazo de ocho días, bajo amenaza de liderar una posición europea común de reconocimiento al “presidente” autoproclamado, no fue otra cosa que un brindis al sol, una pretensión imposible, un lapso para ganar tiempo en las difíciles negociaciones entre países de la UE. No solo esa imposición era inaceptable para el Gobierno de Nicolás Maduro; además la oposición, después de haber boicoteado los anteriores comicios, rechazaba celebrar elecciones sin una reforma previa del Concejo Electoral, que según declaraciones de Guaidó podría llevar entre seis meses y un año.

La subordinación de Europa a Estados Unidos

Después de dar el ultimátum a Maduro, Pedro Sánchez viajó a Santo Domingo para participar en un congreso de la Internacional Socialista. Al encuentro asistieron dirigentes de la oposición al Gobierno venezolano y Pedro Sánchez mostró muy buena sintonía con ellos, acusando a Maduro de “tirano” en su alocución final. El Consejo de la Internacional Socialista aprobó, el 29 de enero, una resolución por la que reconocía a Juan Guaidó como su único interlocutor en Venezuela, instándolo a “conducir una transición hacia la democracia apoyada en la legítima Asamblea Nacional”.

Las buenas palabras de la IS contrastaban no obstante con los intereses que quedaban al descubierto y dominaban el juego. Ese mismo día John Bolton, consejero de Seguridad Nacional de Estados Unidos, abogó abiertamente en televisión por la entrada de capitales estadounidenses en la “inversión y producción de petróleo en Venezuela”, asegurando que Donald Trump ya había entablado negociaciones con compañías del sector (7). 

El ministro español de exteriores, Josep Borrell, expuso claramente en qué consistía la subordinación de España a Estados Unidos respecto de la política para Venezuela. En su comparecencia del 30 de enero en el Congreso, dijo: “Estados Unidos está convencido —y nos lo ha hecho saber— de que no ha lugar a más mediación, ni más facilitación, ni más conversaciones, ni más nada”.

El 31 de enero, antes de que transcurriera el plazo del ultimátum, el Parlamento Europeo reconocía a Juan Guaidó “como el presidente interino legítimo de la República Bolivariana de Venezuela”, por una amplia mayoría de votos, con el apoyo de socialistas, liberales y conservadores. El documento insta a la jefa de la diplomacia europea, Federica Mogherini, y a los Estados miembros de la UE a reconocer como presidente legítimo a Juan Guaidó “hasta que se pueda convocar nuevas elecciones presidenciales libres, transparentes y creíbles para restaurar la democracia”.

Los dirigentes socialistas que legitimaron el golpe estadounidense reconociendo a Guaidó, ¿no sospechaban que este plan de cambio de régimen requería la intervención de una fuerza militar extranjera?

Al día siguiente, el 1 de febrero, Josep Borrell aseguraba que España y la mayoría de los países europeos rechazaban una intervención militar en Venezuela. Los dirigentes socialistas que legitimaron el golpe estadounidense reconociendo a Guaidó, ¿no sospechaban que este plan de cambio de régimen requería la intervención de una fuerza militar extranjera?

El lunes 4 de febrero se cumplió el término del ultimátum. El Gobierno español y los gobiernos de otros 18 países de la UE se fueron pronunciando “en cascada”, reconociendo a Juan Guaidó como legítimo “presidente encargado” de Venezuela. Pedro Sánchez hizo la primera declaración institucional desde La Moncloa, a las 10hs: “El Gobierno de España anuncia que reconoce oficialmente al presidente de la Asamblea de Venezuela, el señor Guaidó Márquez, como presidente encargado de Venezuela”. La respuesta de Nicolás Maduro no se hizo esperar: “Si algún día se concretara una intervención militar gringa, sus manos, señor Pedro Sánchez, quedarán llenas de sangre y la historia lo recordará como un pelele que se puso al servicio de la política guerrerista de Donald Trump”.

La respuesta de Nicolás Maduro al presidente español no se hizo esperar: “Si algún día se concretara una intervención militar gringa, sus manos, señor Pedro Sánchez, quedarán llenas de sangre y la historia lo recordará como un pelele que se puso al servicio de Trump”

La crisis entre el gGobierno de Maduro y la Unión Europea se precipitó ante los acontecimientos más actuales; pero el canciller de Venezuela, Jorge Arreaza, admitió en una reciente entrevista que “estaba convencido de que la UE había coincidido con la posición de Estados Unidos y era parte del plan para generar una crisis en Venezuela”(8). Esa fue la impresión que transmitió al presidente de Venezuela después de conversaciones que mantuvo hace un año con la jefa de la diplomacia europea Federica Mogherini.

No obstante, varios países europeos se mostraron reticentes a emitir una declaración favorable a Guaidó por motivos diversos. Algunos, como Grecia e Italia (con su coalición gobernante dividida al respecto), expresaron su temor a que Venezuela pudiera sufrir una escalada militar como la de Libia. Otros se opusieron por razones formales, para evitar complicaciones diplomáticas, argumentando que un Estado no reconoce presidentes, sino Estados. Este no es un problema menor, ya que nunca en la historia contemporánea se dejó de reconocer a un jefe de Estado mientras controlase el territorio, dado el pragmatismo característico de la política internacional. ¿Cuál de ambos presidentes será el interlocutor de un país europeo con representación diplomática en Venezuela? ¿El presidente real o el ficticio? ¿Puede un presidente autodesignado, que no controla el territorio de su país, disponer a su antojo de las embajadas en países que reconocen su autoridad? ¿Qué ocurrirá entonces con las embajadas de esos países en Venezuela, situadas en territorio controlado por el presidente real?

Sin hoja de ruta europea

El problema del lugar por el que Pedro Sánchez condujo a la mayor parte de los países de la UE es que que no existe una estrategia a seguir. Ni hoja de ruta, fuera de la que ha elaborado Washington con mucha antelación.

Aparte de las dos grandes manifestaciones de signo opuesto que se produjeron en Caracas el sábado 2 de diciembre, no hay signos en el interior de Venezuela de un cambio político real. Los corresponsales extranjeros, incluso los más críticos con el Gobierno de Maduro, atestiguan que en las calles se vive con normalidad. El alboroto se produjo apenas en las embajadas, por la incertidumbre que comporta estar en territorio de un país cuyo gobierno efectivo se desconoce. Después de su declaración institucional reconociendo a Guaidó como “presidente encargado”, Pedro Sánchez admitió que no tenía ni la menor idea de cómo dar continuidad a este improvisado salto al vacío: “a partir de ahora, paso a paso”, se limitó a decir.

Sánchez ha servido en bandeja a Donald Trump el flanco europeo de la coalición internacional que podría legitimar una alianza imperialista contra Venezuela, avalando su dimensión belicista

Quienes no improvisan en esto son el presidente de Estados Unidos y los halcones que lo asesoran. Sánchez ha servido en bandeja a Donald Trump el flanco europeo de la coalición internacional que podría legitimar una alianza imperialista contra Venezuela, avalando su dimensión belicista. El presidente español afirmó que no daría “un paso atrás” y que “España va a estar a la altura de lo que se espera de ella”. ¿De lo que espera Washington, la derecha venezolana o la propia derecha española y europea?

Después del tremendo error de reconocer a Guaidó, la UE intentó sumarse sin éxito a la iniciativa puesta en marcha por Uruguay, México, Bolivia y algunos países caribeños que propusieron formar un grupo de trabajo para llegar a un acuerdo negociado entre el Gobierno y la oposición. Los países europeos participantes exigían la convocatoria de elecciones presidenciales en Venezuela como requisito para avanzar en el grupo de contacto.

El Gobierno de Venezuela aceptó inmediatamente el mecanismo de trabajo propuesto por el grupo de países latinoamericanos después de su primer encuentro en Montevideo. Pero antes de celebrarse esa primera reunión, la Asamblea Nacional controlada por la oposición venezolana aprobó una resolución de rechazo a “cualquier diálogo o grupo de contacto que alargue el sufrimiento del pueblo”, según anunció en Twitter su presidente, Juan Guaidó.

Reforzado por el reconocimiento recibido de 20 países europeos, no quiere que mediadores internacionales le impidan culminar sus planes golpistas: “Único objetivo: cese de la usurpación, gobierno de transición y elecciones libres”. El orden de los factores es el ideado por los estrategas políticos que dirigen el proceso desde Washington. La primera etapa de ese “único objetivo” es forzar el paso de la “ayuda humanitaria” con la que se pretende penetrar a través de las fronteras venezolanas sin autorización del Gobierno de Nicolás Maduro.

La precipitación europea por contentar o apaciguar a Donald Trump tendrá unas consecuencias desastrosas para una Europa que se desliza ideológica y políticamente hacia el integrismo de ultraderecha

La precipitación de Pedro Sánchez en reconocer a Guaidó tendrá consecuencias para las relaciones de España con América Latina y en la propia política interior de la UE. En América Latina, el actual consenso conservador del grupo de Lima —que incluye a países como Brasil, Argentina y Colombia, además de Canadá— permitirá mantener distendidas las relaciones intergubernamentales, pero el presidente español alimenta con su alineamiento político la antipatía y el desprecio de los pueblos latinoamericanos que rechazan la injerencia exterior, en particular si Estados Unidos es el país que la lidera y se produce bajo el señuelo de convocar elecciones democráticas.

Manifestaciones populares como la que se produjo en Buenos Aires ante la embajada de Estados Unidos, el 5 de febrero, reprimida por la policía de Macri, podrían ser el inicio de un movimiento contra la guerra en el Caribe que podría extenderse por toda América Latina, un continente donde la izquierda real en nada se parece a los desacreditados partidos que forman parte de la Internacional Socialista y que se comportan siempre como liberales cuando tocan el poder.

La precipitación europea por contentar o apaciguar a Donald Trump tendrá unas consecuencias desastrosas para una Europa que se desliza ideológica y políticamente hacia el integrismo de ultraderecha. El jurista español Javier Pérez Royo se refirió a esta cuestión con lucidez, contrastando la capacidad de Trump para legitimar su aventura militar en Venezuela en el frente interno, con las consecuencias gravísimas de convalidar esta operación desde la UE: “En las elecciones de mayo [al Parlamento Europeo], el debate más importante va a ser el de la naturaleza de la democracia como forma política. Y en ese debate la forma en que se dé salida a la crisis de Venezuela va a tener una gran importancia. Dejarse arrastrar por Estados Unidos en una salida autoritaria únicamente puede jugar a favor de todos los partidos que están juramentándose para destruir la Unión Europea desde dentro”(9).

Europa está socavando con su posicionamiento en Venezuela las tradiciones democráticas de no injerencia, factor clave del derecho internacional, violando la regla básica de no intervención en los asuntos internos de otros países. El regusto amargo que deja la declaración de Pedro Sánchez en este complejo tablero geopolítico, siempre cambiante, tiene que ver con su papel en la restauración del viejo “derecho” de las metrópolis a imponer por la fuerza sus designios a los países subyugados. El presidente español se convirtió en mensajero del acatamiento europeo a los deseos de la potencia hegemónica, Estados Unidos, que siempre rechazó mantener conversaciones con el presidente de Venezuela porque su único empeño estaba puesto en derrocarlo.

Un socialismo a la deriva

La orientación filoderechista de Pedro Sánchez en la cuestión de Venezuela no le sirvió para aplacar los ánimos de la exaltada derecha española, que le exigía reconocer a Guaidó sin dilaciones. Una vez legitimado el golpe por la mayor parte de los países de la UE, el bloque de partidos de la derecha española que ganó las últimas elecciones andaluzas redirigió su ataque hacia la política interior, convocando una gran manifestación en Madrid, el 10 de febrero, contra la estrategia negociadora del gobierno de Pedro Sánchez con los partidos independentistas catalanes. El principal objetivo de la concentración conjunta del PP, Cs y Vox —a la que se sumaron algunos dirigentes socialistas en desacuerdo con su líder, así como otros partidos minoritarios de ultraderecha— era forzar a Pedro Sánchez a convocar elecciones. Pablo Casado exigió , en nombre del PP, la dimisión de Sánchez para poner fin a lo que llamó la “rendición socialista” al “chantaje independentista”. Este fue el leit motiv de la marcha derechista, aun cuando Pedro Sánchez ya había escenificado una ruptura de las conversaciones con los partidos nacionalistas catalanes escudándose en la Constitución española. Durante la convocatoria de la concentración, un alto dirigente del partido ultraderechista Vox llegó a calificar a Pedro Sánchez de “usurpador”, el mismo término empleado por los partidarios de Guaidó para referirse a Nicolás Maduro.

Los partidos de la derecha española se manifestaron bajo el lema “Por una España unida. Elecciones ya”. Arropada por una multitud enarbolando banderas españolas, la derecha más rancia desconocía la legitimidad de Sánchez como presidente y exigía la convocatoria inmediata de elecciones. Como en un extraño juego de espejos, el presidente español fue recibido de regreso a España con un símil vernáculo, montado por la derecha ultramontana española, de su política de alianzas para el acoso y derribo del presidente de Venezuela.

Ese mismo día Pedro Sánchez comunicó su intención de anticipar las elecciones españolas si no obtenía una mayoría parlamentaria suficiente para aprobar los presupuestos generales. Tres días más tarde, el Congreso rechazó los presupuestos con los votos en contra del PP, Cs y los partidos independentistas catalanes PDeCat y ERC. Estos últimos reclamaban al presidente iniciar conversaciones sobre el derecho de autodeterminación -un tema tabú en política española- como condición para apoyar al Gobierno. A falta de acuerdos para seguir gobernando, el 15 de febrero el presidente Sánchez anunció la convocatoria de elecciones generales para el 28 de abril.

Ocupado como estuvo en adherir a la estrategia golpista de Estados Unidos para Venezuela y en secundarla activamente, Pedro Sánchez desatendió el flanco interno, quedando encallado en el gran desafío de articular una mayoría democrática en España capaz de discutir sin tabúes sus diferencias de modelo político y territorial.

Notas
(1) John Bolton, ex alto cargo del Departamento de Estado con George W. Bush y actual Consejero de Seguridad de Trump, declaró en Miami: “Nos enfrentamos de nuevo en este hemisferio a las destructivas fuerzas de la opresión, el socialismo y el totalitarismo. En Cuba, Venezuela y Nicaragua vemos el peligro de ideologías venenosas sin control.” Ver el reportaje de Amanda Mars: “Trump tiene su eje del mal”, El País, 11/02/2019.

(2) El País, 01/02/2019.
(3) Link
(4) Felipe González sigue los pasos del ex presidente socialdemócrata alemán Gerhard Schröder, quien, al dejar el gobierno, pasó a presidir el consorcio Nord Stream, cuyo principal accionista es la compañía rusa Gazprom, con la finalidad de construir un gasoducto que transporte el gas desde Rusia a Alemania y otros países europeos.
(5) El País, 30/08/2019.
(6) El Heraldo, 15/10/2018: “4.770 niños muertos en La Guajira es una barbarie”. Según la sentencia de la Corte, las estadísticas de niños muertos por desnutrición en La Guajira “confirman una verdad conocida desde hace varios años (…) y es que los niños y niñas wayuu todos los meses mueren de hambre”. El gobierno colombiano debería “garantizar el goce efectivo de los derechos fundamentales de las niñas y los niños wayuu”. El procedimiento se abrió tras denuncias de la población afectada ante la Corte Interamericana de Derechos Humanos, y permitió constatar “una vulneración generalizada, injustificada y desproporcionada de los derechos fundamentales al agua, a la alimentación y a la salud de los niños del pueblo wayuu”.
(7) Elsaltodiario.com, 01/02/2019.
(8) El País, 10/02/2019. 

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