Colonialismo
La amarga realidad detrás de la dulzura

El mercado del chocolate es un negocio multibillionario que refleja perfectamente la naturaleza colonial de las relaciones comerciales que regulan el sistema capitalista.
Cacao Dominicana
Producción de cacao en Monte Plata. Foto: Presidencia República Dominicana
11 feb 2025 09:00

Tabletas, trufas, bombones, pralines, ositos, conejitos, huevos: de todas formas y de todos tamaños, adultos y niños de todo el mundo consumen chocolate. El chocolate, derivado del cacao, conquistó el mercado mundial desde los tiempos de la colonización. Pero, ¿estamos seguros de que todo sea tan dulce como parece en las brillantes publicidades de las mayores marcas de chocolate?

Cacao, el fruto de los dioses

Vayamos a las orígenes del ingrediente principal del chocolate: el cacao.

La planta de cacao, también conocida como cacaotero, es un árbol de hoja perenne, que requiere de un clima húmedo y caluroso. Su fruto, lo que sí se conoce como cacao, es una baya grande y ovalada cuya coloración puede variar del amarillo al púrpura. A su interior, se encuentran entre 30 y 40 semillas, envueltas en una pulpa blanca (mucílago), la que desempeña un papel fundamental en el proceso de fermentación del cacao, paso crucial en el desarrollo del sabor del producto final.

Si durante muchos años estuvo consolidada la teoría según la cual el cacao había sido domesticado por primera vez hace 3900 años a manos de pueblos mesoamericanos, estudios recientes demostraron la presencia de granos de cacao en cuencos de cerámica utilizados hace más de 5300 años por el pueblo Mayo —Chinchipe en Santa Ana— La Florida, en el actual Ecuador.

A pesar de su origen amazónico, fue entre las culturas Maya y Azteca donde el cacao alcanzó su mayor éxito en la época precolombina. Un mito azteca cuenta que cuando el dios Quetzalcóatl bajó a la tierra para ofrecer la agricultura, las ciencias y las artes a los hombres, se enamoró de una hermosa princesa de Tula. Para celebrar la boda, creó un paraíso natural lleno de todo tipo de plantas y árboles, entre los que destacaba el cacahuaquahitl o árbol del cacao.

Los otros dioses, enfurecidos con Quetzalcóatl por haber entregado a los seres humanos un fruto sagrado, se vengaron asesinando a su esposa. Desesperado, Quetzalcóatl lloró sobre la tierra ensangrentada y allí brotó un árbol con el mejor cacao del mundo, “cuyo fruto era amargo como el sufrimiento, fuerte como la virtud y rojo como la sangre de la princesa”.

El cacao tenía numerosos usos entre los pueblos mesoamericanos, desde medicinales, cosméticos, rituales hasta llegar a convertirse en una verdadera moneda entre los aztecas, que lo exigían como tributo a las provincias productoras.

De los aztecas heredamos el xocolatl, bebida a base de cacao mezclado con maíz y especias, que dio el nombre a lo que hoy llamamos comúnmente “chocolate”. Cierto es que el éxito de productos como Cacaolat y Cola Cao harían palidecer a Hernan Cortés y a los primeros colonizadores, quienes definían el xocolatl un “borbollón de heces”.

Procedente de la selva amazónica y manchado de sangre africana, el cacao conquistó Europa

Origen americano, sangre africana, ganancia europea 

A pesar de las reacciones iniciales, no pasarían más de dos siglos hasta que el chocolate, ahora mezclado con caña de azúcar para equilibrar el sabor amargo del cacao, conquistara a los conquistadores, alcanzando un enorme éxito entre los nobles de toda Europa y llegando a ser un producto imprescindible en las meriendas y los desayunos. El cacao se convirtió rápidamente en la primera exportación agraria del continente Americano hacia Europa, superando incluso al tabaco. Los terratenientes españoles y portugueses inundaron prontamente toda la zona ecuatorial (la única área del planeta donde el cacaotero puede proliferar debido al clima húmedo y caluroso) del continente latinoamericano de plantaciones de cacao, donde forzaban millares de esclavos traídos del continente africano a trabajar en condiciones inhumanas. El gasto casi inexistente de mano de obra era la base de las enormes ganancias que derivaron del tráfico de cacao. El sufrimiento y la muerte de millones de africanos alimentaron las riquezas y el lujo de pocos europeos: un patrón que caracteriza aún hoy en día las asimétricas relaciones productivas (neo)coloniales. Procedente de la selva amazónica y manchado de sangre africana, el cacao conquistó Europa.

Si desde 1537 el Papa Paulo III había condenado la esclavitud de los “Indios del Nuevo Mundo”, nunca se había pronunciado sobre los esclavos procedentes del continente africano. La trata de esclavos africanos fue durante tres siglos uno de los negocios más rentables y prosperó en todas las colonias europeas. Los españoles y los portugueses fueron los primeros en comprar cautivos a los reyes de las costas occidentales africanas y transportarlos hasta sus colonias americanas donde les obligaban a trabajar en las plantaciones de caña de azúcar, cacao, café y otros productos que veían aumentar sus demandas en el mercado europeo. El sistema esclavista generó enormes ganancias a gobiernos y particulares, llegando a fundar dinastías económicas, que, en ciertos casos, se mantienen en el presente. El llamado comercio triangular atlántico, en el que las mercancías europeas se vendían en África a cambio de esclavos a su vez vendidos en América por materias primas para el mercado europeo, estableció las bases del sistema comercial capitalista, que aún se rige en el asimétrico paradigma colonial extractivista y mortífero. Se estima que los traficantes europeos llevaron al continente americano más de 12 millones de esclavos africanos en poco más de tres siglos. De los registros comerciales de la época, sabemos que en la travesía morían entre el 25 y el 28% de los esclavos, lo que significa que fueron raptados más de 15 millones de africanos en menos de cuatrocientos años.

A partir de la mitad del siglo XIX, los movimientos antiesclavistas ganaron cada vez más importancia en Europa y en Estados Unidos. La abolición formal de la esclavitud, (entendida como el rapto y el transporte de personas contra su voluntad) junto con la independencia de Brasil y de las colonias españolas en América Latina, empujó las semillas de cacao a cumplir el viaje inverso al de los esclavos africanos.

Europa
Europa La Unión Europea como institución neocolonial
En 1961, el presidente de Ghana, Kwame Nkrumah, expuso que el Tratado de Roma suponía la llegada a África de un moderno “sistema de colonialismo colectivo”.

El cacao llegó al Golfo de Guinea en la segunda mitad del siglo XIX en las costas de la actual Ghana y a las islas de Santo Tomé, Príncipe y Bioko (Guinea Ecuatorial). Si bien se había abolido la esclavitud y la trata de esclavos al continente americano, las potencias europeas siguieron alimentando sus negocios en el continente africano a través del trabajo forzado de millones de personas. Gracias al trabajo de esclavos angoleños, mozambiqueños y, sobre todo, caboverdianos, las roças [plantaciones] de los portugueses en Santo Tomé vieron un crecimiento desmesurado, lo que llevó a la colonia portuguesa a liderar la producción mundial en 1908. En los años sucesivos, ingleses y franceses invirtieron inmensas cantidades de dinero para ampliar la producción de cacao en sus colonias en África occidental.

Hoy en día, el 75 % del cacao mundial se produce en cuatro países (Costa de Marfil, Ghana, Camerún y Nigeria) en esa región del continente africano, con Ghana y Costa de Marfil que solas representan el 60 % de la producción mundial.

Dulce para algunos, amargo para el resto

El mercado del chocolate es un negocio multibillionario que refleja perfectamente la naturaleza colonial de las relaciones comerciales que regulan el sistema capitalista. Emblemático de la asimetría que impera en ese mundo es un vídeo que se hizo viral y que retrata unos agricultores marfileños productores de cacao que experimentan por primera vez en sus vidas la dulzura de una tableta de chocolate, algo completamente fuera de su alcance económico. Las caras de sorpresa de esos campesinos al probar el fruto de su agotador trabajo dan la dimensión de la inequidad de la que vive el mercado del cacao. Si las grandes multinacionales que refinan la materia prima ven sus ganancias crecer a ritmos vertiginosos, el 90 % de los productores de cacao vive en pobreza extrema con salarios de 7 dólares al día para 12 horas de duro trabajo en un ambiente extremadamente hostil. En África el consumo de chocolate per cápita es de 0.4 kilos por año, mientras que en Europa alcanza los 5 kilos per cápita al año, 12 veces más.

El mercado mundial del chocolate ha generado más de doscientos mil millones de dólares de ganancia en 2024 y crece de un 4% al año, con empresas estadounidenses y europeas (italianas, suizas y alemanas principalmente) liderando el mercado, sin producir siquiera una única baya de cacao. En 2023, Abba Bello, administrador delegado del Banco Nigeriano de Importaciones y Exportaciones (NEXIM), reportó que Nigeria, responsable de la producción de 280.000 toneladas de cacao en 2021, había generado 628 millones de dólares frente a los 57.000 millones de dólares generados por Alemania por la venta de productos derivados del cacao.

El 90 % de los productores de cacao vive en pobreza extrema con salarios de 7 dólares al día para 12 horas de duro trabajo en un ambiente extremadamente hostil

La empresa estadounidense que lidera el sector, Mars, genera más de veinte mil millones de dólares al año de la venta de productos derivados del cacao. La discrepancia entre el valor del mercado del cacao y el del chocolate pone en evidencia los desequilibrios que regulan el sistema capitalista en la sempiterna asimetría entre países exportadores de materias primas y países que las refinan para exportar productos finitos. El sistema (neo)colonial vive de la imposibilidad de que los países colonizados trabajen y refinen sus riquezas, sean cacao, oro, petróleo o minerales preciosos. De hecho, desde la conquista formal de las independencias, los países africanos han luchado tanto contra un pasado colonial asfixiante, como contra medidas monetarias (como por ejemplo las antiguas colonias francesas, aun esclavas del Franco CFA) y económicas impuestas por instituciones como el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial. Estas instituciones han implementado medidas orientadas a estrangular la soberanía nacional y la posibilidad de los gobiernos de invertir en sus industrias.

Los tristemente conocidos Structural Adjustment Programs (SAPs) han tomado el legado de los antiguos regímenes coloniales en las tutelas de los intereses privados de las empresas occidentales en el continente africano y en el resto del mundo, ayudados por regímenes autocráticos y corruptos funcionales al proyecto neocolonial. Cualquier tentativa de nacionalización de los bienes y de los recursos de cualquier ex-colonia ha encontrado la represión y la violencia como respuesta de las potencias europeas (pensemos en el asesinato del presidente electo Thomas Sankara en el Alto Beni, actual Burkina Faso).

A día de hoy, son cada vez más numerosos los esfuerzos de los gobiernos africanos para reconquistar su autonomía productiva. En 2019, los gobiernos de Ghana y Costa de Marfil, se unieron para introducir medidas de protección a sus agricultores. En 2020, Ghana fijó un precio base de 2600 dólares por tonelada métrica, incluyendo un Diferencial de Ingreso Digno (DID) del valor de 400 dólares por cada tonelada de cacao, valor que va dirigido directamente a los productores.

Gracias al DID, los productores ghaneses lograron aumentar sus ingresos del 30 % en tan solo un año. Si bien se calcula que el total del DID en 2020-2021 alcanzó 280 millones de dólares, frente a los 20.000 millones de dólares de facturación de Mars en el mismo periodo, las empresas compradoras de cacao no aceptaron de buen talante la introducción de esa medida. Numerosas son las investigaciones y los reportajes sobre las pésimas condiciones de vida de los productores de cacao que terminan en las tablas de chocolate de nuestros supermercados. Las mismas que certifican que el trabajo infantil no asalariado y los bajos precios pagados a los agricultores continúan siendo reales en muchos países. Además de la estrategia adoptada por las grandes multinacionales para bajar los costes de producción y aumentar las ganancias.

El precio del cacao subió a un máximo histórico en 2024 debido a los enormes desafíos que los agricultores están enfrentando, con una crisis climática que viven en primera línea y una producción que ha bajado debido a enfermedades, sequías e inundaciones. Así mismo, cada vez más agricultores dejan de cultivar cacao frente a la baja rentabilidad que representa, mientras los lucros de las enormes multinacionales productoras de chocolate no paran de crecer.

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Los consumidores europeos somos cada día más conscientes de todas estas temáticas a la hora de comprar, pero también tenemos menos poder adquisitivo para decidir apoyar a una marca más justa frente a otra más barata. El compromiso individual es importante, pero es solo una parte de la lucha por un mundo más justo. Las grandes empresas tienen que dividir sus ganancias de una forma más justa con los productores de cacao y sería ingenuo pensar que lo harán sin nuestra presión. El mundo del chocolate es un ejemplo trágicamente perfecto de cómo funciona nuestro sistema capitalista, un sistema que se alimenta de la pobreza, de la explotación y de la expropiación de recursos de miles de millones de personas para generar la incalculable riqueza de poquísimos otros. La violencia, la desigualdad y la constante violación de los derechos humanos que constituyeron la linfa vital del sistema colonial no solo están lejos de haber desaparecido, sino que siguen formando la base de nuestro sistema económico.

La lucha por un mundo más justo pasa también por el reconocimiento y la aceptación de que vivimos en sociedades profundamente coloniales y que lo colonial no se desafía solo entre los bancos de las universidades sino también y sobre todo entre las estanterías de nuestros supermercados.

El pasado ya no está en nuestras manos: lo que sí podemos y debemos cambiar es el futuro. Luchar por un mundo en el que el cacao deje de ser lo que ha sido en los últimos quinientos años: tan dulce para quién lo consume, como amargo para quien lo produce.

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