Europa
La Unión Europea como institución neocolonial

En 1961, el recién elegido presidente de Ghana, Kwame Nkrumah, expuso ante la asamblea nacional del país, que el Tratado de Roma de 1957, por el que se creaba la Comunidad Económica Europea -antecedente de la Unión Europea- suponía la llegada del neocolonialismo, representando para África un moderno “sistema de colonialismo colectivo”.
Atlantropa
Ilustración basada en el proyecto Atlantropa de Herman Sörgel. Sergio Almisas Cruz
6 jul 2024 10:36

63 años después se hace necesario volver sobre estas afirmaciones del líder de la independencia ghanesa y ponerlas en el centro del debate sobre la naturaleza de la Unión Europea. Una UE que se suele presentar como originariamente progresista, descolonizadora, solidaria o liberadora. Para discutir esta idea, a lo largo de este artículo trazamos una serie de vínculos y conexiones del proyecto de integración europea con la explotación económica de los pueblos del Sur Global, ya sea bajo una forma colonial o neocolonial.

El primer movimiento europeísta como proyecto colonial (1920-1945)

Las teorías y movimientos en favor de la integración europea surgen en la década de 1920, en una Europa asolada por la Primera Guerra Mundial, en un contexto geopolítico dominado por tres aspectos: 1) Se reafirma el carácter colonial de los países europeos, redoblando el esfuerzo y las alianzas colonizadoras, destacando el reparto de las colonias alemanas y del Imperio Otomano entre Francia y Gran Bretaña. 2) La influencia del socialismo soviético en Europa y sus colonias, a donde llega la influencia del derecho a la autodeterminación leninista, ofreciendo una alternativa real y tangible al modelo colonial y capitalista; 3) La creciente pérdida de peso político mundial de una Europa destrozada por la guerra, frente a los EEUU.

Motivado por estos factores, diversos intelectuales y políticos van a considerar como fundamental superar las viejas rencillas nacionales y unir a Europa para situarse a la cabeza de la geopolítica mundial. Surgida en 1923, la Unión Paneuropea Internacional afirmaba que la unidad europea era fundamental para conseguir la paz y fortalecerse económicamente. Para ello, el papel de las colonias era fundamental, como sentenció su líder Coudenhove-Kalergi en 1929: defendió la necesidad de la “explotación colectiva de las colonias Pan-Europeas”, pretendiendo superar las divisiones coloniales previas. Será lo que en la época se conozca como Euráfrica, la vinculación económica colonial entre ambos continentes.

De esta forma, el primer movimiento europeísta reproducía la larga tradición imperialista y colonial europea, que consideraba a los territorios no europeos como tierras habitadas por razas inferiores, que debían ser colonizadas, legitimando masacres, genocidios y limpiezas étnicas. Recordemos que grandes referentes del europeísmo, como el ministro socialista francés Briand, participó de las masacres de los pueblos rifeño y sirio en la década de 1920. Y es que la defensa del colonialismo tenía una larga tradición en el socialismo europeo, como quedó demostrado en el Congreso de Stuttgart de 1907 de la II Internacional Socialista. En 1926 el socialista ruso exiliado en Alemania, Voitinsky, afirmaba que los Estados Unidos de Europa eran necesarios para preservar la hegemonía global europea y que una economía europea sin una base colonial era imposible, por lo que las colonias de los miembros de la Unión deben convertirse en colonias de la Unión como conjunto. En 1929, otro socialista, Destrée, defiende que Europa explotase conjuntamente África, lo cual traería paz y prosperidad…para los países europeos, le faltó añadir. Este posicionamiento dentro del socialismo explica la aparición de corrientes críticas que, tras la revolución soviética, darían lugar a los Partidos Comunistas.

Esta vinculación entre integración europea y colonialismo la heredan la Alemania nazi y la Italia fascista en las décadas de 1930 y 40. Desde el pensamiento nazi-fascista se apoyaba el renacimiento espiritual y económico europeo y un cierto grado de unidad política para liderar al mundo “civilizado”. La integración europea fascista se basaba en la expansión de lo que la intelectualidad colonial alemana había definido como el Lebensraum -espacio vital-, que veía como zonas de desarrollo primordial Europa del Este y África, ambos habitados por untermensch o seres inferiores. Así, ya en 1935, Italia inicia su expansión en Abisinia y en 1936, Hitler solicitó la devolución de las colonias africanas alemanas, mientras engrasaba su maquinaria de guerra hacia el Este de Europa. En este contexto, se producen intentos de acuerdos coloniales entre las potencias europeas: el Tercer Reich de Hitler y la Francia del Frente Popular alcanzan en 1937 el “Acuerdo Comercial del 10 de julio”, en el que Alemania se convertía en socio comercial preferente en las colonias y mandatos franceses. En la misma época, el líder laborista británico Bevin propuso crear una Autoridad Unida Africana compuesta por las potencias occidentales -incluidas Italia y Alemania-, con el fin de desarrollar y beneficiarse de los territorios africanos.

La integración europea ante los movimientos de descolonización (1945-1955)

Tras el final de la Segunda Guerra Mundial, en 1945, ocurren dos procesos en paralelo: los primeros pasos de la integración europea y los procesos de descolonización. Frente al discurso extendido de que ambos procesos van de la mano y que el proceso de integración europea es fundamentalmente descolonizador, veremos que el proyecto europeo va a basarse en un nuevo tipo de colonialismo. Como afirmó en 1954 el militante anticolonial martiniqués, Aimé Cesaire,: “el colonialismo no ha muerto. (…) Por mencionar solo su último descubrimiento, Euráfrica, (...) sería la sustitución de un viejo colonialismo nacional por un nuevo colonialismo aún más virulento, un colonialismo internacional”.

Para comprender cómo ocurre esto, debemos analizar los cambios en la escena internacional. Frente al papel protagonista de la URSS, los movimientos de liberación nacional, antifascistas y partidos comunistas en la derrota de los regímenes nazis y fascistas en Europa y Asia, se activa el discurso occidental de la Guerra Fría. Aprovechando que la URSS estaba destrozada por el esfuerzo humano y económico de la guerra, se inicia una alianza entre las burguesías estadounidense y europea, que se materializa en dos planos: a) a nivel económico, una Europa destruida y agotada acepta que EEUU y su moneda, el dólar, dirijan la economía mundial mediante las nuevas instituciones financieras: el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial (BM); y que pronto desembarcarán en Europa para reconstruirla, con el Plan Marshall (1948- 52). b) A nivel militar, supuso la creación de una alianza militar europea que en 1949 se convertiría en la OTAN, liderada por EEUU.

En paralelo, el sistema colonial entraba en crisis, tras décadas de movimientos independentistas y de liberación nacional en Asia, África y América Latina. Estos movimientos denunciaban las duras condiciones de explotación colonial y de abusos de las metrópolis europeas. Ello hizo inevitable la declaración de independencias de multitud de colonias entre las décadas de 1920 y 1960, si bien esta independencia no significó la plena soberanía económica. ¿Cual fue el papel de las potencias coloniales? Intentar mantener hasta el último momento sus imperios coloniales, sus zonas de influencia económica y geoestratégicas, siendo la concesión de la independencia el último recurso.

Así, se relanzarán proyectos de integración política de las colonias en las metrópolis. Gran Bretaña crea una mancomunidad de territorios denominada Commonwealth, que le permitirá tener la primacía económica y política. Mientras que Francia construye un entramado de acuerdos de cooperación económica, política, militar y cultural con sus colonias africanas, denominado Françafrique. En Próximo Oriente destaca el caso de Palestina, donde se apoya y permite el establecimiento de una entidad sionista que, con el nombre de Israel, mantiene la colonización del territorio desde 1948 hasta el presente.

¿Cual fue el papel de las potencias coloniales? Intentar mantener hasta el último momento sus imperios coloniales y sus zonas de influencia económica y geoestratégicas.

La posición del movimiento europeísta frente al futuro de las colonias será la de subrayar su papel clave en la recuperación económica europea. En 1948 se reúne el Congreso Europeo de la Haya, convocado por el Movimiento Europeo, uniendo a cientos de personalidades de distintas ideologías -excluidos los comunistas-. En él se defendió que la futura Unión Europea debía incluir en su órbita a las colonias y territorios asociados. El motivo lo expresa en 1952 el representante de Alemania Occidental en el Consejo de Europa: “Si queremos que la Europa libre sea viable, [debemos] explotar conjuntamente las riquezas del continente africano”. Para ello, el representante británico afirmó que “tenemos que pensar en estos territorios de ultramar no como posesiones de un sólo país […]; deben ser integrados con todos los países europeos”.

Este enfoque colonial lo asumirán también las corrientes socialdemócratas, como la Unión de Federalistas Europeos, dirigida por Spinelli. En 1949, afirmaba que “Europa como entidad será viable sólo si el vínculo que la une a los países y territorios dependientes […] son tomados en consideración. De ahora en adelante una política de desarrollo común europea para ciertas regiones de África deben ser tomadas en cuenta”. El socialdemócrata holandés Brugmans afirmaba, “Si queremos reconstruir [Europa], necesitamos urgentemente “espacio vital” -si me perdonáis la expresión-, en una escala mayor que las antiguas (...) naciones autónomas”, para lo cual, debían incluirse en la futura Unión Europea las colonias.

En paralelo, la integración europea empezaba a dar sus pasos desde realizaciones concretas, que se exponen ya en 1946 en el Plan Monnet. Se trata del proyecto de grupos capitalistas franceses y alemanes, ensayado en época de Vichy, que perseguía vincular la minería alemana y la siderurgia francesa. Será con el objetivo de materializar este plan que el 9 de mayo de 1950 se expone la Declaración Schuman, fruto de la cual se creará la Comunidad Económica del Carbón y del Acero (CECA), primera Comunidad Europea y origen de la Comunidad Económica Europea (1958). Es en virtud de esta Declaración, que según la Comisión Europea se basa en “la solidaridad y la paz” (2020), que el 9 de mayo se haya establecido como Día de Europa y que Monnet y Schuman sean reconocidos como padres de la UE.

No obstante, se silencia que tanto la Declaración como las figuras de Schuman y Monnet se vinculan estrechamente con una normalización y apoyo de la colonización. Mientras el primero, como Ministro de Asuntos Exteriores y de Justicia, fue responsable de una feroz guerra contra las repúblicas de Vietnam, Laos y Camboya en la Guerra de Indochina (1946-1954) o de la impunidad del ejército en las matanzas de argelinos; el segundo estaba entusiasmado con incorporar las colonias francesas al proyecto europeo. La Declaración Schuman, por su parte, hereda el concepto de Euráfrica, afirmando que “Europa podrá, con mayores medios, proseguir la realización de una de sus tareas esenciales: el desarrollo del continente africano”.

Neocolonialismo y cooperación al desarrollo, dos caras de la misma moneda

Como afirma Saïd Bouamama, hay tres factores clave para entender el cambio fundamental que se produce en la política internacional en la década de 1950: a) La profunda transformación de la estructura económica capitalista; b) el avance de los movimientos de descolonización; y c) el temor a su radicalización; todos ellos se conjugan para suscitar las independencias formales de las antiguas colonias, pero manteniendo la dependencia económica de las antiguas metrópolis. Es lo que conocemos como el paso de la era colonial a la neocolonial.

La era neocolonial se apoyó no sólo en la dominación financiera y militar, sino también en un cambio discursivo.

Así, tras las independencias políticas de las colonias, la represión política, militar y económica evitarán el ascenso de líderes o partidos a favor de una independencia económica. En el plano internacional, el poderío militar y económico de EEUU permite y alienta este modelo neocolonial, ya que ofrece la oportunidad de beneficiarse de esta explotación económica internacional. La premisa es clara: obtener de los países del Sur Global las materias primas y la mano de obra barata que permita engrasar la maquinaria industrial de los países imperialistas y alimentar el estado del bienestar que posibilitaría un desarrollo económico y social sin precedentes, evitando al máximo la conflictividad social. El capital y la técnica eran monopolizados por las potencias imperialistas, que controlaban buena parte de los bancos de los países recién independizados, como demostró ya en 1966 Kkrumah en su obra “Neocolonialismo, fase superior del imperialismo”. Controlando el sector financiero, las potencias occidentales dominaban las inversiones en el Sur Global y permitían absorber los beneficios producidos. Esto se complementa con la red de instituciones y organismos, destacando el FMI y el BM, que realizaban inversiones bajo la fórmula supuestamente desinteresada de la ayuda al desarrollo. Esto iría generando un gravísimo problema de deuda que terminaría estallando en la década de 1980, e imponiendo los Planes de Ajuste Estructural a los países del sur Global en el denominado “Consenso de Washington”, lo cual obliga a una especialización hacia productos de exportación, reducción drástica de servicios públicos, apertura de fronteras aduaneras y del comercio exterior, privatización de empresas públicas, libertad de movimiento de capitales…

Así, por lo tanto, la era neocolonial se apoyó no sólo en la dominación financiera y militar, sino también en un cambio discursivo y de legitimación que permitiese mantener mecanismos de dominación económica. En primer lugar, la asunción de la Declaración Universal de Derechos Humanos, que adquieren un carácter formal: las potencias coloniales se erigen en salvaguardia mundial de la “democracia”, la “libertad” y los “derechos humanos” y en garantes del desarrollo económico de dichos pueblos, lo cual esconde el mantenimiento de unas relaciones económicas desiguales. Y en segundo lugar, y de mayor interés para nuestro análisis, el discurso de la colaboración y, fundamentalmente, la cooperación y ayuda al desarrollo. Las consecuencias de los mecanismos de ayuda fueron todo lo contrario de lo que se pregonaba en los países occidentales. Lo que se defendía como una ruptura radical con el pasado colonial, no era más que la continuación del colonialismo bajo otra forma; lo que se propugnaba como desarrollo social y económico, era realmente aumento de la sujeción a viejos esquemas de dependencia; y la supuesta aplicación de los Derechos Humanos o de las recomendaciones de las Naciones Unidas en su “Primera Década del Desarrollo”, realmente descansaban en una pérdida de soberanía y de las conquistas sociales alcanzadas en las independencias. Por lo tanto, la ayuda al desarrollo buscaba ante todo defender los intereses de los países donantes, conformándose en un mecanismo clave de las políticas neocoloniales.

La Unión Europea como potencia neocolonial

El estudio de la integración europea y de los países que formaban parte de ella nos permite entender exactamente cómo operaron la transformación de un mundo colonial a otro neocolonial, las independencias formales o la cooperación al desarrollo como mecanismo de expolio occidental.

Un hito fundamental de la integración europea será la creación de la Comunidad Económica Europea (CEE), antesala de la UE. En ella, será clave la firma del Tratado de Roma en 1957. En sus reuniones preparatorias, los asuntos de las colonias fueron tratados por un Grupo de Territorios de Ultramar. En diciembre de 1956 presentó un informe que señalaba los beneficios de asociar a la CEE las colonias africanas francesas y belgas: “Las fuentes de materias primas, variadas y abundantes, de las que disponen los territorios de ultramar podrían asegurar para el conjunto de la economía europea del mercado común la base indispensable para una economía expansiva”.

En el artículo 131 del Tratado de Roma se acuerda asociar a la CEE una serie de territorios y colonias -África Occidental y Ecuatorial Francesa, Madagascar, Togo, el Congo belga, Somalia, Nueva-Guinea o Argelia-. Esta “Asociación” implicaba la creación de un fondo de inversión que financiaría proyectos de desarrollo social y económica en los territorios; y, más importante aún, que todos los miembros de la CEE pasaran a tener los mismos beneficios comerciales sobre las colonias que su metrópoli. La “colonización europea colectiva” que denunciaron Cesaire y Nkrumah se hacía realidad.

Es en este momento que las independencias de las colonias, fundamentalmente en África, se vuelven inevitables, tanto por el temor a la radicalización de los pueblos colonizados, como por el contexto económico internacional, que hace posible y deseable mantener el control económico bajo apariencias democráticas y cooperativas. El caso francés es paradigmático de cómo se otorga la independencia formal a las antiguas colonias, habiendo dejado “atado y bien atado” las nuevas relaciones neocoloniales. Así de cínico y claro se expresaba en 1960 el primer ministro francés, Debré, al que sería el primer presidente de Gabón: “Damos la independencia a condición de que el estado se comprometa, una vez independiente, a respetar los acuerdos de cooperación firmados anteriormente: hay dos sistemas que entran en vigor al mismo tiempo: la independencia y los acuerdos de cooperación. Uno no va sin el otro”.

De esta manera, bajo la bandera de la cooperación, el desarrollo, la libertad y la interdependencia, las potencias europeas enmascararon sus estrategias de pillaje y rapiña económica. Ésto sólo era posible mediante la violencia política más o menos directa. Así, todos los movimientos de liberación, líderes populares o jefes de estado africanos o asiáticos que rechazaron la colonización o la conversión neocolonial fueron objeto de agresiones militares, asesinatos, golpes de estado o políticas de desestabilización: Indochina (1946-1954), Madagascar (1947-48), Indonesia (1949-1966), Irán (1953), Guerra de Independencia argelina (1954-1962), Guerra de Camerún (1955- 1971), Guerra de Vietnam (1955-1975), Egipto (1956), Guinea (1959), Congo (1960), Togo (1963), Marruecos (1965), Ghana (1966), Malí (1968), Burkina Fasso (1978)… Todo un rosario de guerras, golpes y asesinatos que fueron defendidos o perpetuados, no sólo por los ejércitos o servicios de inteligencia de las potencias europeas, sino por mismísimos padres fundadores de la UE. En 1956, el primer ministro alemán, Adenauer, y el “socialista” Spaak, ministro de asuntos exteriores belga, apoyaron la intervención franco-británica en Egipto. Adenauer no sólo estaba convencido de la “superioridad de la civilización occidental”, sino de la inferioridad racial de los africanos, siendo inconcebible “que África, como continente negro, pueda ser independiente de otros continentes”.

El caso africano es paradigmático de cómo la Europa comunitaria ha desarrollado la “ayuda al desarrollo”.

Y serán precisamente estos territorios ya controlados y subyugados económica y militarmente los que se “asociarán” con la CEE, en lo que fue un verdadero nuevo pacto colonial. Y su número fue aumentando con el paso de los años y, sobre todo, conforme se ampliaba la CEE y nuevas potencias querían incluir a sus antiguas colonias: desde la Convención de Yaoundé (1963), que firman 18 estados africanos, hasta su última ampliación de julio del 2023, englobándose ya 79 países de África, el Pacífico y el Caribe.

El caso africano es paradigmático de cómo la Europa comunitaria ha desarrollado la “ayuda al desarrollo”. A través del Banco Europeo de Inversiones (BEI) y del Fondo Europeo de Desarrollo (FED), se reciclaban personal, técnicas y procedimientos del periodo colonial. Como afirmó un técnico de la FED: “Hacía exactamente lo mismo que siempre hice como funcionario colonial: persuadir a la población y sus jefes que dichos proyectos pueden beneficiarles…”. Podemos considerar tres características de las ayudas al desarrollo de estos dos organismos.

En primer lugar, siempre han tenido una finalidad política, ya sea como legitimación del propio proyecto europeo o como apoyo a determinados regímenes amigos. Si en la Guerra Fría estas ayudas servían para evitar la influencia soviética, desde finales del siglo XX, sirven como arma para presionar a gobiernos no alineados con la UE para que vuelvan a la senda neocolonial -como hemos visto recientemente en Mali y otros países del Sahel-. En segundo lugar, los proyectos concedidos son en general diseñados, ejecutados y llevados a cabo por las empresas y multinacionales occidentales -y, específicamente, europeas- ya sea directamente, o mediante empresas pantalla o con sede en paraísos fiscales. Todo esto redunda en un mayor expolio -directo e indirecto- de los beneficios y riquezas del Sur Global en nombre de la cooperación y ayuda al desarrollo. Así, las inversiones extranjeras tienen en África un retorno de inversión récord (40%), lo que hace de la región un manantial fecundo para los depredadores.

En tercer lugar, los proyectos han defendido el orden neocolonial, ya sea económico como social. En las primeras décadas, han potenciado reproducir la estructura económica dependiente y extrovertida de los países del Sur Global, como vemos en los proyectos de extracción de recursos mineros y energéticos, de infraestructuras de transporte -puertos, aeropuertos y ferrocarriles, ligadas a la exportación de materias primas-, de plantaciones agroexportadoras -caucho, cacao, aceite de palma, madera o caña de azúcar-, o de industrias de poco valor añadido. Todos estos proyectos, heredados de la época colonial, tenían grandes impactos sociales y ecológicos, con desplazamientos forzados de población, destrucción de las comunidades locales o agotamiento de suelos. Tras la década de 1990, buena parte de las ayudas al desarrollo se han volcado en ayudar a los países a pagar la deuda ilegítima contraída con los organismos internacionales; en mejorar la “gobernanza”, suponiendo una medida de injerencia política; y, de forma más cínica aún, en tratar el drama migratorio, no mejorando las condiciones de vida en sus países de origen o en los países receptores, sino en políticas de control de fronteras o de centros de internamiento.

A modo de conclusión

El discurso oficial europeísta afirma que el movimiento de integración europeo tiene un carácter post-colonial, democrático y defensor de la paz, los derechos humanos y el desarrollo y prosperidad de los países del sur global. No obstante, como hemos podido rastrear, esta afirmación no sólo es falsa, sino que es todo lo contrario a la realidad histórica.

La Unión Europea se forma de potencias coloniales que, sólo a duras penas, acabaron con sus imperios y, cuando lo hicieron, impusieron a sangre y fuego un nuevo orden neocolonial con el que seguir expoliando y beneficiándose de sus necesarias materias primas, fuentes de energía y mano de obra barata, así como controlando sus economías mediante los mecanismos financieros del dólar. Sólo así fue posible el despegue económico europeo de la época de posguerra. Con un sistema colonial en decadencia, la integración europea brindó el mecanismo perfecto para esta transformación, mediante un acuerdo de “asociación” que, renovado hasta la actualidad, ha permitido mantener una prioridad de comercio de las potencias europeas sobre las antiguas colonias, en una forma de “explotación colectiva” más perversa que el viejo colonialismo. Para ello, además de la deuda y los acuerdos de comercio prioritarios, el mecanismo de la ayuda al desarrollo se erige como fundamental, ofreciendo un lavado de cara que exigía el nuevo momento histórico.

En un mundo cada vez más multipolar, los países del Sur Global van rompiendo los lazos neocoloniales -como vemos en el desmoronamiento de la Françafrique en el Sahel- y encuentran otros actores comerciales y socios para su desarrollo -como China, Rusia, Iran, Brasil…-. Ante ello, advertimos un reforzamiento del discurso agresivo e injerencista de la Unión Europea, unido a sus aliados imperialistas, como EEUU o Israel, hacia el Sur Global. Destacan las estrategias específicas para el caso africano, como se evidenció en la cumbre UE-África de febrero del 2022, heredando las propuestas de políticos europeos de elaborar un “Plan Marshall para África”, o el multimillonario paquete de inversión Europa-África del Global Gateway anunciado el pasado otoño. Frente a todo esto y la propaganda europeísta -que hemos visto multiplicada en las últimas elecciones- debemos desnudar la naturaleza imperialista, expoliadora y neocolonial de la Unión Europea y denunciar sus mecanismos de dominación, tanto los duros como los “suaves”. Y plantear que otra relación de los pueblos europeos con el Sur Global es posible.

Podéis encontrar el artículo con bibliografía aquí.

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