We can't find the internet
Attempting to reconnect
Something went wrong!
Hang in there while we get back on track
Pensamiento
El desconcierto
El desconcierto es una indagación literaria, un ensayo sobre literatura que Begoña Huertas escribe desde y con el cuerpo.
Literatura y enfermedad
Vale la pena escribir porque hay momentos en los que nada puede consolarnos, momentos en los que se nos quitan las ganas de leer, donde la sensación es la de no tener nada que decir... Contra todo pronóstico, se escribe. Begoña Huertas lo ha hecho en El desconcierto, «un texto inesperado, que no contaba con escribir», según nos confiesa ya en la portada del libro. Un texto necesario, aseguramos quienes lo hemos leído.
El desconcierto, publicado recientemente por la editorial :Rata_, es una indagación literaria, un ensayo sobre literatura que Huertas escribe desde y con el cuerpo, una no ficción que nos muestra una realidad a la que la literatura raramente presta atención. Porque, a pesar de que los temas que desconciertan están en la literatura, la enfermedad no es frecuente (y, entre ellas, el cáncer –en concreto, el cáncer de colon diagnosticado a su autora– es de las que menos se habla). ¿Que esconde este silencio?
La indiferencia de la ficción ante la enfermedad del cuerpo no lo es en el caso de los males del alma. Personajes enfermos de ambición, de celos o de orgullo pueblan las novelas. Sin embargo, los padecimientos del cuerpo se ocultan. Ni siquiera los autores que han padecido enfermedades escriben sobre ellas. Tanto es así que, aún siendo la muerte uno de los temas literarios por excelencia, no sucede lo mismo con los pasos de degradación que una enfermedad puede ocasionar y, eventualmente, desencadenar ese fin fatídico. Un caso paradójico es el de Rimbaud, quien de joven se atrevió a hablar de un sufrimiento sobre el cual guardó silencio cuando en verdad lo padeció, siendo ya mayor. En ocasiones la enfermedad aparece, sí, pero lo hace a costa de una estetización del dolor y del sufrimiento, con exceso de romanticismo.
En realidad, es escaso el interés que la literatura muestra por el tratamiento de las enfermedades, salvo acaso la tuberculosis en La montaña mágica de Thomas Mann (Huertas nos recuerda aquí el gesto simbólico del intercambio de radiografías de dos enamorados enfermos de tuberculosis). Otra notable excepción es La muerte de Iván Illich, una de las novelas que más impactaron a Huertas en su proceso de búsqueda de referentes literarios en la materia.
el héroe cansado: Qué raro era ser «yo»
«Al enfermo de cáncer se le cuida, pero a veces a cambio del deber de la lucha y la exigencia del optimismo.», afirma la autora. Como ella misma reconoce, es complicado estar de buen humor si te duele algo. Lo es con el cansancio extremo que acompaña a un tratamiento tan exigente como el de un cáncer, que deja sin apenas la fuerza necesaria para poder sonreír.
El campo semántico de la heroicidad y el lenguaje bélico que se maneja tan despreocupada como injustamente en los medios de comunicación es otro de los asuntos que más incomodan a Huertas, como también incomodó a Susan Sontag. Pero si abandonásemos este contexto de guerra entonces la noticia de una muerte a causa del cáncer de ningún modo podría volver a ser tachada de rendición ante el cáncer, como a veces se ha hecho.
Una de las lecciones de El desconcierto tiene que ver con la enfermedad entendida como un problema de identidad, de desconexión del enfermo con el mundo cotidiano, donde –a juicio de Huertas– primeramente se ve involucrado un qué soy antes que un quién soy. Quizás por eso, enfrentarse con la enfermedad significa, en primer lugar, enfrentarse con una misma, con ese yo, que de pronto no se conoce. «Qué raro era ser «yo»», escribe la autora.
Huertas llega a compartir su idea de querer transformarse en piedra, como una manera de diluirse, «y así endurecerme, disolverme y desaparecerme.» Encontramos aquí una de las expresiones de las contradicciones en que las que llega a verse un enfermo, quien puede tener ese pensamiento desolador de preparación para la muerte pero, al mismo tiempo, aceptar la medicación e iniciar las sesiones de quimio y radioterapia, es decir, intentar, en todo momento, curarse.
El desconcierto, perfecto cruce de géneros, está escrito desde la literatura. A pesar de ser un libro sobre una enfermedad, el cáncer de colon, no es en ningún momento un libro de autoayuda. No es ése su lugar. Por el contrario, El desconcierto está escrito desde el afán de ordenar el caos de lo real, de construir un artefacto de sentido, propio de la literatura, en otras palabras, de pasar de lo intangible a lo tangible. Por eso, El desconcierto supone un esfuerzo de socialización de la enfermedad y un ejercicio de libertad: el que supone hablar de lo proscrito socialmente y de un tabú literario, para conseguir, de ese modo, ampliar el terreno en el que se expresa eso que llamamos imaginación y, por tanto, la literatura.
Begoña Huertas reconoce abiertamente su tendencia a sistematizarlo todo, una característica propia de una mente analítica, pieza clave en el esfuerzo por restablecer el equilibrio perdido a causa de la enfermedad, que la autora hace coincidir con la escritura misma de El desconcierto, ayudada de una imagen de buena ajedrecista: «Después hago un esfuerzo y muevo pieza; el equilibrio se recompone y sigo mi camino.»
Y, nosotros con ella, cerramos el libro y volvemos a las cosas que nos rodean. Ninguna ha desaparecido, aunque alguna puede haber dejado de resultarnos tan molesta, quién sabe; otras, de pronto, pueden haber pasado a reclamar todo nuestro empeño en su modificación. Solo nos queda preparar una buena estrategia y dejarnos acompañar, si hiciera falta.