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Memoria histórica
Un grupo de falangistas quiso matar a Clara Campoamor al irse de España en 1936
Ocurrió durante el viaje a Italia de la ex diputada feminista en un barco alemán, inicio de su largo exilio en Lausana.
Una noticia publicada en la última página de diario La Libertad del 16 de diciembre de 1936 daba cuenta de un artículo firmado por un tal Anjúbar en el periódico El Pensamiento Navarro, editado en Pamplona, en el que se refiere “con todo detalle a la detención y encarcelamiento de la ex diputada radical Clara Campoamor”.
Viajaba ésta, según esa información, en un barco alemán rumbo a Italia, y parece que durante la travesía hizo manifestaciones antifascistas, de modo que unos españoles facciosos que iban a bordo denunciaron por radiograma a doña Clara, que fue detenida y encarcelada por las autoridades de aquel país al llegar a Génova. Igual noticia se pudo leer en el diario vespertino La Voz el día anterior.
Ambas informaciones se dieron a conocer con un ostensible retraso, pues lo cierto es que Clara Campoamor se fue de Madrid a principios del mes de septiembre, tal como ella misma cuenta en su libro La revolución española vista por una republicana, recientemente publicado por Renacimiento, ante la anarquía reinante en la capital de la República, según sus propias palabras, “la impotencia del gobierno y la absoluta falta de seguridad personal, incluso para los liberales, o quizás sobre todo para ellos”, entre los que se consideraba.
La diputada que hizo posible el voto de la mujer durante el régimen del 14 de abril de 1931 quiso salir de España por el puerto de Alicante en un barco argentino, en compañía de su madre de ochenta años y una joven sobrina, únicas personas a su cargo. En lugar de argentino, el barco sería a la postre de bandera alemana porque, en el último momento, “órdenes del gobierno español nos lo impidieron”, sin que la autora especifique cuáles. Únicamente se limita a decir, a continuación: “Habíamos conocido en directo el fanatismo de izquierdas. Íbamos a encararnos ahora al fanatismo de derechas.”
En el libro de Campoamor se refiere ésta al hidalgo español que relata el asunto en el diario carlista de Pamplona El Pensamiento Navarro, aunque Luis Español Boché (editor de la obra) no haya podido leer en la colección de ese diario esta información, de donde procedería la publicada con posterioridad en la prensa madrileña citada: “Nos enteramos de que Clara Campoamor estaba a bordo del barco…Aquella misma noche, otros cuatro falangistas y yo mismo decidimos echarla por la borda, pero habiendo consultado al capitán del barco éste nos hizo renunciar a nuestro proyecto que podía tener molestas consecuencias para él. Buscamos entonces lo que podríamos hacer para no dejar sin sangriento castigo a la introductora del divorcio en España, y nos resolvimos a mandar un radiograma a Génova para alertar al comité español fascista y a la policía italiana…Al llegar a Génova la policía subió a bordo para buscar a Clara Campoamor y conducirla a la cárcel. Aquella noche festejamos alegremente nuestro triunfo y cuando dejamos Italia, al principio de octubre, estaba todavía en prisión, donde podría meditar a gusto sus proyectos de ley para la próxima vez que fuese diputada”.
Para entender esta animadversión falangista conviene recordar, en primer lugar, el protagonismo que tuvo Clara Campoamor como diputada en el naciente régimen republicano con aquel memorable discurso suyo en el Congreso, el 1 de septiembre de 1931, en el que cuestionaba de raíz el papel otorgado a la mujer en la sociedad patriarcal: “Resolved lo que queráis, pero afrontando la responsabilidad de dar entrada a esa mitad del género humano en la política para que la política sea cosa de dos, porque solo hay una cosa que haga un sexo sólo: alumbrar. Las demás, las hacemos todos en común, y no podéis aquí vosotros venir a legislar, a votar impuestos, a decir deberes, a legislar sobre la raza humana, sobre la mujer y sobre el hijo, aislados, fuera de nosotras”.
Gracias a personalidades como Campoamor, la segunda República reconoció por primera vez no sólo el voto femenino (en contra de su propio partido), sino el matrimonio civil y el derecho de las mujeres a tener la patria potestad de sus hijos. Se suprimió asimismo el delito de adulterio aplicado solo a la esposa y se permitió legalmente el divorcio por mutuo acuerdo. También se obligó al Estado a regular el trabajo femenino y a proteger la maternidad. Con ello, se prohibieron las cláusulas de despido por contraer matrimonio o por maternidad, se estableció el Seguro Obligatorio de Maternidad y se aprobó la equiparación salarial para ambos sexos.
Al lado de estos importantísimos logros, el credo femenino de Falange, esbozado por José Antonio Primero de Rivera en un mitin celebrado en la localidad pacense de Don Benito, en abril de 1935, negaba todo carácter feminista a su doctrina: “No entendemos que la manera de respetar a la mujer consista en sustraerla de su magnífico destino y entregarla a funciones varoniles. A mí siempre me ha dado tristeza ver a la mujer en ejercicios de hombre, toda afanada y desquiciada en una rivalidad donde lleva -entre la morbosa complacencia de los competidores masculinos- todas las de perder”. Según el fundador de Falange, el verdadero feminismo no debiera consistir “en querer para las mujeres las funciones que hoy se estiman superiores, sino en rodear cada vez de mayor dignidad humana y social las funciones femeninas”. La Sección Femenina de la hermana del fundador de Falange, Pilar, se encargaría después, durante la dictadura, de dar curso a ese ideario retrógrado.
Tales principios alentaban sin duda en el grupo de falangistas que viajaba en el buque alemán rumbo a la Italia fascista, dispuesto, según Clara Campoamor, no solo a terminar con su vida, sino a dar aviso de la amenaza a su anciana madre y a la niña que la acompañaba, por lo que la travesía se hizo especialmente desasosegante. Una vez en Génova, las tres pasajeras fueron conducidas a una escuela convertida en prisión, donde se le comunicó a Campoamor que había sido denunciada por cinco pasajeros españoles como “no amiga de las ideas fascistas”, algo que ella reconoció sin dudar, “por estar tan alejada del fascismo como del comunismo" y considerarse liberal.
Retenida durante algunas horas en Génova, para luego proseguir su viaje con destino a Lausana -donde residiría en el domicilio de la sufragista Antoinette Quinche hasta su muerte en 1972- , había quedado al margen de la política española después de su relumbrante inicio como destacada feminista con el primer discurso pronunciado por una mujer en el Congreso. Militante primero Acción Republicana y luego del Partido Radical de Lerroux, abandonaría este último sin poder ingresar en Izquierda Republicana ni poder inscribir la organización que fundó (Unión Femenina Republicana) en la alianza que daría lugar al Frente Popular.
Después de hacer esas confesiones de su travesía en un artículo publicado en el diario La République, el 20 de enero de 1937, Clara Campoamor se refiere a los excesos de violencia registrados entre los contendientes en el que fue llamado verano sangriento de 1936. Estima la autora que esos excesos asustaron a mucha gente, que volvió la espalda a unos y otros: “Así, una gran parte del pueblo español permanece espiritual y materialmente, en la medida de lo posible, al margen de la liza. Por mucho que se oigan proclamar los principios de democracia y libertad en un bando y de redención y liberación de España en el otro, muchísimos españoles se preguntan qué garantías presenta un porvenir organizado por personas que si no aprueban esas violencias –nos negamos a creerlo- las ven sin embargo con indiferencia”.
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