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Literatura
Ana Llurba: “La ficción no puede darte las cosas masticadas”
Insiste mucho la escritora argentina Ana Llurba (Córdoba, 1980) en que su segunda novela, Hemoderivadas (Aristas Martínez, 2022), tiene tanto de sátira como de homenaje. Lo hace, quizá, como paraguas preventivo por la que le pudiera caer: ciertas prácticas del mundo del arte —el postureo, la hipocresía, la superficialidad o la precariedad— y algunas dinámicas del pensamiento contemporáneo —la espiritualidad new age, el esencialismo, la irracionalidad— aparecen retratadas con mucha guasa en sus páginas. Y el humor suele despertar a los monstruos. Porque pica.
Llurba construyó Hemoderivadas a partir de varios textos sobre arte que le habían encargado y fue jugando con distintos materiales para crear una novela a tres voces. La primera es la de Pandora Ferreira-Bisset, una artista veterana pero acuciada por cierta urgencia económica que está a punto de inaugurar una exposición retrospectiva de su carrera en la ciudad más cara del mundo, Zúrich. Ferreira-Bisset sabe, aunque no lo reconozca, que su tiempo ha pasado, porta un huevo de obsidiana en la vagina y repite como un mantra una invocación creada por la secta Energía Menstrual Universal, en alguno de cuyos rituales ha participado. A su exnovio parecen irle mejor las cosas pese a que, naturalmente, tiene menos talento artístico. Para completar el cuadro, a ella se le escapan expresiones insultantes hacia las personas trans que firmaría cualquier columnista conservador.
En la performance final de la exposición va a participar Estela, la segunda voz de la novela, una joven de pueblo que, en muchos aspectos, es lo opuesto a Pandora. Habla con una sintaxis curiosa y está dotada de un poder extraordinario relacionado con su menstruación.
Entre ambas, los textos de sala de Renata Longhinini, comisaria de la exposición, en los que describe las obras de Ferreira-Bisset (entre otras, una escultura hecha a tamaño real y con tampones que recrea el transbordador Challenger, una intervención para manipular las audioguías del museo Rijksmuseum de Amsterdam, o la serie de acciones denominada La guerra es envidia menstrual) con un tono que denota cierta distancia entre ambas.
Llurba, ganadora del Premio Celsius de la Semana Negra de Gijón en 2021 por su libro de relatos Constelaciones familiares, admite que quería reírse un poco con esta novela que considera “eminentemente feminista”, no una crítica al feminismo.
En Hemoderivadas hay muchas cosas. ¿Querías escribir algo así como una novela total?
La novela fue mi autotaller literario. Quería probar muchas cosas. En el tercer capítulo hay cuatro monólogos interiores que están escritos en un estilo histórico, hablan en un castellano antiguo; hay muchísima parodia, también imitación del estilo con el que se escribe la crítica de arte. La novela es un tríptico, con dos monólogos interiores de las dos protagonistas. Una de ellas, Estelita, es una adolescente de provincias de Buenos Aires que habla con una lengua propia, agramatical. No diría que es una novela experimental pero sí una novela muy polifónica.
¿Qué conflictos te interesa tratar en tu escritura?
Me siento muy novata, aunque mucha gente me diga lo contrario. Esta es mi segunda novela. Comparada con otros escritores he empezado a escribir muy tarde, con 34 o 35 años. Siento que he empezado a escribir cuando tenía algo que decir, no escribir solamente por mimar mi ego. Todavía estoy en un momento muy lúdico. Hay una parte de humor que está tanto en mi poesía como en mis cuentos. En mi primera novela exploré este realismo mimético fantástico terror, muy pegado al nuevo gótico latinoamericano, pero creo que mi aportación ahí es desde el humor, la cultura pop.
El tema de las creencias es un relato, unas maneras de ver el mundo, que activa cosas, ya sea desde la mitología cristiana o una secta new age, que intuyo conectan con el lector
Me interesa la cuestión de la religión, las creencias, la superstición… Soy una persona 93% atea, 7% agnóstica, pero me parece que el tema de las creencias es un relato, unas maneras de ver el mundo, que activa cosas, ya sea desde la mitología cristiana o una secta new age, que intuyo conectan con el lector, más allá de que a mí me interesa mucho y tengo ese fetiche con el tema de las sectas.
Una de mis escritoras referentes es Angela Carter, una escritora británica que sabía muy bien mezclar un discurso highbrow [intelectual] con lo lowbrow [de poca cultura], usaba un lenguaje muy barroco y erudito pero en sus novelas siempre hay escenas que parecen de la Hammer, esa productora de serie B. Estoy muy lejos, pero me atrae mucho eso: explorar las supersticiones populares, como en el personaje de Estelita, por ejemplo, y llevar al absurdo los tópicos en torno a la menstruación, pero desde referencias muy eruditas, como la Historia natural de Plinio, a las supersticiones como lo de que la mayonesa se corta.
En Hemoderivadas hay dos asuntos fundamentales: la crítica al mundo del arte y el cuerpo de las mujeres. En cuanto al arte, tocas sutilmente desde las condiciones hasta el escaso reconocimiento a las artistas. ¿Hasta qué punto Pandora es un reflejo fiel del artista contemporáneo?
Pandora es un personaje hiperbólico en el que confluyen diferentes cuestiones. Es una artista contemporánea, pero es una artista consagrada. Es una mezcla de diferentes referentes que no eran tan renombradas hasta las últimas décadas, como Marina Abramovic, Tracey Emin, también feministas más marcadas por la segunda ola. Ella es algo más joven, latinoamericana…
No participo del mundo del arte, colaboro con una revista de arte en Berlín y estoy cerca de artistas, pero llegué al arte por cierta casualidad. Algunos artistas me pedían piezas, como la del capítulo de “Los padres” que es un texto sobre un trabajo de Paco Chanivet. Fui juntando cosas, no me senté pensando en escribir una novela que va a criticar el arte o el esencialismo femenino. Fue una convergencia de diferentes investigaciones, trabajos, piezas que estaba escribiendo. El puzle fue Pandora. Es una crítica a la artista contemporánea consagrada, pero también es un homenaje. Creo que la novela es una sátira-homenaje. Hacia el final hay mucho name dropping [mencionar nombres propios] a modo de homenaje, también con nombres inventados. Es una novela con la que hay que tener cuidado [risas]. Hay una parodia de ciertos excesos, ese discurso súper sofisticado, temas que ya se están agotando… Después de la pandemia necesitamos un poco de humor.
Hay muchas Pandoras. Es una artista feminista, pero tiene muchas texturas. Ofrece statements [declaraciones] sobre su situación como mujer, el reconocimiento de las mujeres en el arte, pero por otro lado maltrata a su asistente, tiene una concepción transfóbica muy esencialista, que la institución y su entorno aggiornan [actualizan]. Me parece que ese es el lugar de la ficción, los claroscuros. Si hubiera querido, desde ninguna autoridad, hacer una crítica al mundo del arte, habría escrito un ensayo. En la novela hay una aproximación más lúdica que, por supuesto, tiene contenido crítico. Tampoco sabía si este contexto daba para hacer estas bromas, pero la realidad me está mostrando que sí [risas].
“La cultura promete el cielo, pero el sector cultural trae el infierno”, decía Eloy Fernández Porta en una entrevista que publicamos recientemente. Hay algo de esto en la novela.
Sí, Pandora, a pesar del reconocimiento y de que está montando su retrospectiva en Zúrich, en una institución inventada que suena a muchas instituciones de Europa del norte, tiene que lidiar con la economía doméstica, le llegan notificaciones del banco. Representa esa aspiracionalidad que hay en la cultura, en quienes trabajamos en la cultura y el arte. Tiene una carterita Celine, pero se ha tomado un poncho de Vicuña en el aeropuerto, deja a la asistenta en un hostel pero ella está alojada en un súper hotel. Esas contradicciones. Pero es que para que un personaje funcione tiene que tener diferentes aristas. Por un lado, una siente empatía con los reclamos que hace Pandora pero, por otro, es insoportable. Y quién no tiene una amiga artista escritora insoportable, egocéntrica.
Hay mucha estafa ahí, en ese esencialismo femenino new age basado en esas hipótesis acerca de un matriarcado previo al Paleolítico, a las invasiones indoeuropeas
El otro gran tema de Hemoderivadas es el cuerpo de las mujeres como un espacio público.
En la novela es bastante central. En el cuerpo de las dos protagonistas, además. Pandora es víctima, y también agente, de una secta y tiene un yoni, un huevo de obsidiana. Yo tengo amigas que los usan. Hay mucha estafa ahí, en ese esencialismo femenino new age basado en esas hipótesis acerca de un matriarcado previo al Paleolítico, a las invasiones indoeuropeas. Históricamente es súper interesante, como una historia especulativa de Occidente. Pero de ahí a decir que el cáncer se cura con cristales o negar la ciencia…
Tomé todos estos elementos, el tema del cuerpo está porque Pandora pone el cuerpo en sus creaciones. E invita, o recluta, a Estelita en ese poner el cuerpo, ya que ella tiene ciertos poderes, representa a la naturaleza desbocada. Y Pandora, en su voluntad de dominarla, instrumentalizarla, es lo opuesto. Pero de todo esto me di cuenta después, yo solo construí dos personajes verosímiles y me lo pasé muy bien escribiendo la descripción de las piezas.
En una entrevista, la escritora argentina María Moreno me dijo que los hombres leemos “literatura escrita por mujeres como voyeurs”, que no leemos a mujeres si no está ese aspecto donde imaginamos poder espiar algo de un goce al que queremos acceder. ¿Dirías que es así?
Buena pregunta. Sí he pensado en cómo las escritoras tenemos interiorizado el tema de la representación del sexo, del erotismo, al haber leído toda la vida sobre todo a hombres, en un 70-80%. Toni Morrison, citando a James Baldwin, dice que hay que quitarse al hombre blanco del hombro. Ella dice que hay que sacarse la mirada blanca del hombre para escribir y que así le funcionaban sus novelas. En los últimos años se está haciendo un trabajo de genealogía, de redescubrir: está Juan Rulfo, pero está María Luisa Bombal, que él la mencionaba como uno de sus referentes… Tengo la suerte de tener muchos interlocutores escritores amigos que admiro y que me leen, pero no sé si lo hacen con esa mirada.
Durante mucho tiempo reivindiqué el lugar para la imaginación femenina, parece que desde los feminismos el único lugar importante es el testimonio, la primera persona
Hemoderivadas es un libro divertido, con un punto esperpéntico, y tiene algo que no abunda últimamente, que es que huye de la autoficción tan en boga ahora.
Esta medio moda de las memorias, la autoficción, en realidad es algo que se ha hecho siempre. De hecho, yo tengo un librito que sale ahora en Argentina sobre mis viajes de los últimos años. No podría decir ahora sobre qué escribo, eso lo podré decir dentro de 20 o 30 años, ahora sería una lápida [risas]. Con Hemoderivadas no quería que me limitaran al género fantástico o weird, es una novela con un componente sobrenatural pero no se limita a eso. Durante mucho tiempo reivindiqué el lugar para la imaginación femenina, parece que desde los feminismos el único lugar importante es el testimonio, la primera persona.
¿Dirías que es una novela escrita desde el feminismo o más bien influida por el feminismo?
Sí, eminentemente feminista, presentando muchas aristas. Es como una gran broma desde dentro de todas estas discusiones en torno al esencialismo, a estos diferentes episodios transfóbicos… Yo sentía que, como Ana, ciudadana o usuaria de Twitter, no podía decir nada importante, ni aportar mucho en estos debates. Pero tomé muchos elementos de estas discusiones y traté de añadir un elemento de humor que creo que cabe dentro del feminismo.
La versión más esencialista del feminismo, la ventana por donde entra lo de la maternidad, siempre me ha interesado por aquello de qué es naturaleza y qué es cultura, y en cómo se define lo mujer, ese territorio liminal
La secta Energía Menstrual Universal no difiere mucho de algunas propuestas formuladas en serio. ¿Qué te interesa de esa mística espiritual?
Esa secta no existe pero está inspirada en varias que sí. Son más bien pararreligiones que se juntan una vez al año a hacer cosas como una bendición de útero. La versión más esencialista del feminismo, la ventana por donde entra lo de la maternidad, siempre me ha interesado por aquello de qué es naturaleza y qué es cultura, y en cómo se define lo mujer, ese territorio liminal. Todo esto suena súper teórico, está en la novela de manera inconsciente, pero yo no soy Paul Preciado y me quería reír un poco.
Relato
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¿Entiendes la literatura como un ritual o como una práctica laboral?
Cada vez creo menos en el talento, las cosas salen porque estás ahí echándole horas.
¿Cuánto tiene la escritura de acción personal y cuánto de acción colectiva?
Hay muchos chistes de amigas, conversaciones, diálogos que mantienes con escritoras muertas, vivas… Lees cosas, apuntas recursos que te parecen buenos. Sí, creo que la literatura tiene mucho de colectivo pero de muchas formas, desde el diálogo interno con la tradición a conversaciones con amigas, pero como práctica es una de las artes más solitarias. Creo que necesito esa soledad para procesar todo lo que ha pasado alrededor, esas lecturas, y para canalizar esa conciencia ampliada necesito estar sola. Pero también me encanta sentirme parte de un momento tan bueno de la literatura latinoamericana, una gran escena. Se dice que está de moda, pero más allá de eso hay una calidad irrefutable. Trasciende el idioma castellano, nuestras comunidades, América Latina, España. Lo que escribo es parte de una conversación, sí, no creo para nada en el genio pero sí en la perseverancia y en el trabajo.
Hay quien dice que cuando se escribe siempre hay mecanismos de autocensura y de subordinación a la autoridad. ¿Has sentido esos mecanismos y esas autoridades?
No [risas]. Me dio un poco de miedo soltar esta novela pero confié en mi trayectoria. No es una crítica al feminismo, es una novela con un montón de aristas, pero eso es lo que hace la ficción, la ficción no puede darte las cosas masticadas, la ficción ofrece las preguntas y los lectores tienen que meterse ahí, en su patio de juegos.