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Literatura
Alberto Prunetti: “La demonización de la clase obrera sirve solo para glorificar a la clase media”
El escritor Alberto Prunetti quiere contar acerca de la explotación laboral. Por eso, en Amianto escribe sobre Renato, quien empezó a trabajar a los 14 años y murió a los 59 a causa de un tumor, después de una vida soldando entre acerías y refinerías. Prunetti lo conocía bien: Renato era su padre.
Alberto Prunetti es escritor y ensayista italiano, pero sobre todo es el hijo de Renato, el protagonista incansable de Amianto, el primer libro de la colección Working Class que edita Alegra en Italia y que pronto verá la luz en castellano de la mano de la editorial Hoja de Lata y en catalán gracias a Tigre de Paper.
La literatura working class abandona los postulados de la novela burguesa que explicaba el obrerismo como un colectivo alineado y enfermo, para hablar desde el centro del movimiento. El obrero se narra a él mismo con alegría, humor, solidaridad y contradicciones. “En la narrativa working class, el punto de vista es subjetivo, de abajo hacia arriba. Nos narramos desde dentro, los explotados del mundo de los explotados contamos nuestras historias a nuestra manera”, asegura Prunetti.
En la introducción del libro dices que el amianto es un killer silenzioso. ¿Qué significa?
Que mata lentamente, sin que la víctima se dé cuenta. El amianto tarda 20, 30 años en matar. En general, las fibras se deslizan en los pulmones de los trabajadores a los 30 años y los mata cuando tienen 60. En ese momento es bastante difícil determinar la responsabilidad de las empresas. Doy un ejemplo concreto: recientemente, el partidario de un proyecto para el desarrollo del tren de alta velocidad italiano, en una llamada telefónica privada, a quienes le dijeron que la montaña a perforar estaba llena de amianto, les respondió que no era su problema, que la gente tardaba treinta años en enfermar...
En el libro cuentas la historia de Renato, tu padre, pero más que una biografía es una epopeya. Cartwright dice que la literatura working class es “la epopeya andrajosa de la clase trabajadora de nuestros días”. ¿Por qué decides poner el foco en tu familia?
Porque quise partir de una historia concreta. No soy un sociólogo, no tengo muchos datos a mi disposición así que para contar la explotación, tuve que coger a la persona más explotada, que más injusticias padeció en el trabajo. La persona que mejor conocía era mi padre, Renato. Él, que empezó a trabajar a los 14 años, después de una vida soldando entre acerías y refinerías, murió a los 59 años a causa de un tumor. Ninguna historia mejor que la suya a mis ojos cuenta la voracidad del capitalismo, hambriento de trabajo humano. Al mismo tiempo, no quise escribir una historia patética o victimista porque su vida fue una vida llena de orgullo obrero y de humor popular. Creo que más que una historia épica ha sido un relato de picaresca.
Amianto abandona los postulados burgueses de la novela postindustrial italiana y entronca con la literatura working class inglesa. ¿Dónde radica la diferencia?
La idea de base es que la novela es un género literario que sirve para contar el imaginario de la burguesía: desde su génesis a su crisis novecentesca. Para hablar de la clase obrera habría sido un error contarlo desde una forma narrativa burguesa, así que tuve que utilizar otras formas narrativas y empujarlas en dirección centrífuga. En Amianto he usado diferentes formas de relato como la investigación, las memorias, el ensayo...
La narrativa working class inglesa en realidad emerge más en el segundo libro de mi trilogía 108 metros, The new working class hero. Aquí he tratado de echar cuentas con la novela working class inglesa, pero solo utilizando algunos elementos.
En un momento del libro hablas del concepto pane amaro (pan amargo). ¿Cómo introducimos el ecologismo cuando hay que comer? Otro ejemplo fue el de los ecologistas enfrentados a los obreros por cerrar o no la fábrica de Monferrato. ¿El ecologismo es burgués?
Necesitamos un ambientalismo de clase obrera, un movimiento por la justicia ambiental que reúna las razones del medio ambiente y de los trabajadores. Si las industrias contaminan, los primeros en caer enfermos son los trabajadores. A menudo, los hijos de los trabajadores: este es el caso de Taranto, en el sur de Italia, donde se encuentra la fábrica de acero más grande de Europa: un área con niveles inaceptables de contaminación en la que los niños ya nacen con cáncer.
La elección del pan envenenado no es una elección; ser forzado a elegir entre el trabajo y el medio ambiente no es una opción: las personas forzadas a trabajar que se enferman o destruyen el medio ambiente no tienen otra alternativa. Debemos exigir trabajos limpios y seguros, debemos obligar a los jefes a limpiar los trabajos no saludables.
No creo que el ecologismo burgués tenga un gran impacto: miro con interés la nueva ola de ecologismo que viene del norte de Europa, pero los trabajadores deben ser incluidos en los procesos de justicia ecológica. Un buen ejemplo es caso de Casale Monferrato: al final, fueron los trabajadores quienes iniciaron la lucha para cerrar la fábrica. Porque estaban cansados de leer los nombres de sus compañeros muertos en las advertencias mortuorias, en las paredes de la fábrica. Pero en la base de todo hay una cuestión de relaciones de poder. A una clase trabajadora débil le resulta difícil luchar por la seguridad y el medio ambiente. La ecología del capital es el greenwashing, la ecología del trabajador es la justicia ambiental.
¿Cómo hablamos de la clase obrera cuando esta parece que tiende a desaparecer? Todo el mundo quiere ser clase media mientras que el trabajador atomizado, solo, migrante, no se reconoce como clase obrera. ¿No hay orgullo de pertenencia porque no hay lucha colectiva? ¿Hay vergüenza de clase?
En realidad, aquello de que la clase obrera desaparece es un estribillo, un mantra ideológico que recitan las clases hegemónicas. Solo se habla de clase obrera como chivo expiatorio de todo lo malo: vence la derecha y dicen “la culpa es de la clase obrera, porque los pobres no saben votar”. Sin embargo, en Italia cada día mueren tres o cuatro obreros en el trabajo. ¿Sabemos quiénes son? La clase obrera ya no es aquella del mono azul y de la fábrica, cada vez hay más mujeres, migrantes, gente que trabaja en los servicios. Faltan lucha colectiva y orgullo, reconocernos como los obreros de ahora.
Owen Jones escribe en su libro Chavs que “el nuevo británico creado por el thatcherismo era un individuo de clase media y propietario de una casa que miraba por sí mismo, por su familia y por nadie más. La aspiración significaba anhelar un coche o una casa más grandes [...] Las comunidades de clase obrera más destrozadas por el thatcherismo empezaron a ser las más despreciadas. Se las consideraba despojos, restos de un mundo antiguo que había sido pisoteado por el avance inexorable de la Historia. No había compasión para ellas: por el contrario, merecían ser ridiculizadas y vilipendiadas” (Chavs, p. 71). ¿Por qué se ha culpado a la clase obrera de todos los males: Brexit, Trump, Vox…?
La lucha de clases continúa pero hoy la hacen los dueños de las grandes empresas y los políticos y es una lucha por homogenizar. Después de haber derrotado a los trabajadores les humillan acusándolos de ser la razón de que el sistema no funcione. La narrativa working class sirve para que nos contemos a nosotros mismos porque si no, el relato que harán los demás será una caricatura parcial para despistar nuestros intereses y nuestras razones. En esta narrativa de demonización, la clase obrera sirve solo para glorificar a la clase media.
Sin embargo, la estética del chav, choni, ratchet, la schemie británica empieza a introducirse en todas las capas de la sociedad: Gucci haciendo riñoneras, el trap, el look de Rosalía… ¿Se trata de empoderar al obrero? ¿o se trata del capitalismo que comercializa la estética del pobre anulando su capacidad de incidencia política? ¿Por qué para la burguesía el lumpen resulta sexy?
Los símbolos, la estética, se han usado para despotenciar la lucha convirtiéndolos en fetiches y en cáscaras vacías de contenido. El resultado es que el capital ha logrado también extraer riqueza de estas tendencias culturales. Pero no sorprende: el capitalismo es una máquina para extraer riqueza de cualquier sitio, vampiriza cada energía.
En cuanto al lumpen actual, para la burguesía es mucho más inocuo y tranquilizador que el viejo obrero clásico como el minero inglés del Norte o el obrero mecánico italiano de los años 60. En cierto modo, la burguesía le dice al lumpen: prueba a ser como nosotros. Y luego le recuerda: pero no serás nunca como nosotros. ¿Por qué? Porque te falta el buen gusto, las buenas maneras, la distinción. Bourdieu diría “y, sobre todo, el dinero”.
De vez en cuando hay casos de cherry picking: tomo una cereza buena, y las otras las dejo a podrir en el cesto, es decir salvo a algún marginal y lo convierto en una historia de éxito y de superación. Las historias de éxito, de ascenso social solo demuestran que somos diferentes, que hay clases y que solo se salvarán unos pocos. El conjunto de los obreros están ya condenados.
La nueva clase obrera en la era postindustrial se desplaza a los países del tercer mundo. ¿Existe un diálogo entre la literatura working class actual europea y la literatura fabril de países como China o India?
Creo que todavía no hay un diálogo fluido a pesar de que lo que sucede en Asia es muy interesante. De hecho, la producción se está desplazando en Asia, mientras que los obreros de aquí vendemos los productos hechos allí. En China existe poesías escritas en smartphone por obreros de las fábricas de móviles. Los poetas obreros italianos de los años 80 usaban el papel y el ciclostil y difundían sus textos en los comedores; los chinos usan los móviles y difunden sus poesías obreras a través de la web. Solo cambia la tecnología, el objetivo es el mismo: contar su historia a su manera.
¿Quiénes son la working class de la era postindustrial? ¿Qué hay de los freelance y del trabajo cognitivo precario, pienso en diseñadores, periodistas o escritores?
Seguramente, la clase obrera, como dije antes, se está transformando. Es cada vez menos una clase trabajadora de hombres blancos y, cada vez más, una clase trabajadora compuesta por migrantes y mujeres. Esto no significa que debemos abandonar a la vieja clase trabajadora blanca a su suerte, o a la derecha. Hay que construir puentes y solidaridad. En nuestros días en el trabajo explotado también hay un montón de trabajo cognitivo. Hay trabajadores pobres que ganan solo mil euros al mes. Hay hijos proletarizados de la clase media más pobres que sus padres. Hay obreros obligados a trabajar todos los días, que no distinguen entre trabajo productivo y reproductivo, entre tiempo de trabajo y tiempo de vida. Esta nueva composición de clase debe ser estudiada para ofrecer respuestas. De lo contrario, seguiríamos teniendo resentimiento, que no es un elemento que promueva políticas de transformación social e igualitarias. Tenemos que construir puentes entre el trabajo cognitivo empobrecido y manual, entre trabajadores y trabajadores, entre trabajadores migrantes y trabajadores antiguos nacidos de generaciones de explotados. Este es un trabajo fundamental: unir lo que divide el capital, dividir lo que une el capital ficticio.
La literatura o los imaginarios de la working class inglesa son muy masculinizados: el bar, el futbol… ¿En la nueva literatura working class cómo introducir la perspectiva de género?
Es un tema fundamental. Yo mismo estoy cansado de ciertas historias llenas de testosterona, aunque luego reconozco que tienen algo de fuerza propia. Hay que decir que también hay jóvenes autores en inglés que están introduciendo temas de género en la ficción de la clase trabajadora: pienso en Anthony Cartwright pero sobre todo en la escritora Kit De Wald, una mujer, una escritora irlandesa, negra y trabajadora. Editó una antología, Common People (Gente común), llena de voces femeninas de clase trabajadora, con una perspectiva interseccional.
¿La clase obrera en Italia también está feminizada?
Por supuesto, la feminización del trabajo obrero es cada vez más generalizada. El peso del trabajo femenino está aumentando e incluso los hombres tienden a trabajar cada vez más en sectores como el cuidado, la limpieza o la restauración que alguna vez se consideraron exclusivamente femeninos. También hay mucho trabajo doméstico, que alguna vez fue solo femenino, y hoy en día, incluso los hombres que trabajan en la cultura lo hacen. Yo mismo ahora trabajo en casa, como editor independiente, y veo la dificultad de superponer vida y trabajo, entre trabajo productivo y reproductivo. La superposición entre el trabajo productivo y el reproductivo es un elemento típico del trabajo feminizado. Las mujeres trabajan dos veces, son explotadas dos veces. Las mujeres de la clase trabajadora son dos veces la clase trabajadora. Se debe crear conciencia sobre estas áreas. En la serie de libros que coordino para Alegre Editorial, llamada Working Class, acaba de aparecer una obra de Simona Baldanzi, que pone el acento en el trabajo femenino. Se titula Figlia di una vestaglia blu (Hija de una túnica azul).
¿Cuál es el hilo rojo que conecta la working class de los trabajadores de la fábrica de los años 70 con la working class actual? ¿Cómo crear nuevos imaginarios a partir de la literatura?
Creo que el hilo conductor es el conflicto social y la conciencia de ser explotado. Es difícil, porque los trabajadores del pasado tenían el mismo contrato y hoy el capital fragmenta a los trabajadores poniéndolos uno contra el otro, con contratos diferentes. Se necesita un nuevo protagonismo. Las luchas sociales alimentan la literatura, la literatura crea el imaginario, pero debe alimentarse de las luchas sociales. Y el imaginario puede apoyar las luchas. Es un ciclo virtuoso. Pero el capitalismo trata de separar: utiliza el racismo para evitar una nueva conciencia social de solidaridad y derechos para todos. Favorece a los trabajadores varones para evitar que las mujeres se vuelvan cada vez más conflictivas, dejando su trabajo doméstico. Repito: necesitamos unir lo que divide el capital. Los trabajadores de Amazon, los dependientes de Zara y los trabajadores independientes de la industria editorial deben sentirse del mismo lado de la barricada. Del lado de los explotados, contra los que explotan.