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LGTBIAQ+
La vida valiente de Juan López
Después de una vida intensa a caballo entre Mallorca y Cataluña, Juan López Garrido (Villamalea, 1957) ha encontrado la tranquilidad en la localidad barcelonesa de Viver i Serrateix, de 200 habitantes, una especie de far west salpicado de masías. Aquí vive desde hace más de quince años con su marido Walter y se dedica al huerto, la granja y la elaboración de mermeladas. Pero no puede abandonar el activismo, lo lleva en el ADN, y por eso el mes de mayo se presentó como independiente cerrando la lista del PSC en la localidad, de manera simbólica. La cuestión era visibilizar las dificultades del colectivo LGTBI en las zonas rurales, donde no existe el anonimato ni espacios para el encuentro.
En el municipio “salieron los de siempre, los pujolines convergentes, que ahora han cambiado su nombre por el de Junts per Catalunya”, sin embargo, consiguió que “la bandera arcoíris ondee en el ayuntamiento por primera vez”, cuenta Juan López. De cara a las elecciones del 23J, Juan pide abiertamente el voto para algún partido de la izquierda, “por tu libertad, el don más preciado, por tus derechos y por tu dignidad”. Fue encarcelado durante el franquismo y no entendería que el fascismo ganara estos comicios.
Juanito el hippie, como le llamaban algunos, participó en el encierro sindical de la iglesia Sant Miquel de Palma
Conversar con Juan es viajar en el tiempo a una España cruel y también romántica que no sabemos a ciencia cierta si ha desaparecido. Nació en Villamalea, un pueblo de Castilla la Mancha, en una familia bien. Sus padres, “terratenientes, católicos y franquistas”, se avergonzaban de él “por ser rojo y maricón” y lo alejaron cuando pudieron de los chismorreos, primero, internándolo en un colegio de Albacete, y luego, enviándolo a Madrid. “Evidentemente, en los años sesenta y principios de los setenta no decía abiertamente que era homosexual, pero marcaba la moda entre mis compañeros, era muy líder y a la familia le preocupaba el qué dirán”. Así que dejó Villamalea y se tiró de cabeza a la ciudad.
En el medio urbano ha sido donde Juan López ha abierto más puertas, sin planteárselo. Ha sido cofundador de la sección de Hostelería de Comisiones Obreras en Baleares, impulsor del Front d’Alliberament Gai de les Illes Balears (FAGI) y la primera persona homosexual que demandó a un medio de comunicación por calumnias, todo ello entre el 1973 y el 1986.
Detenciones y mentiras
Su activismo empezó en Mallorca en la clandestinidad. “Trabajaba en un hotel de Palma. Francisco Obrador daba cursillos de legislación laboral y Comisiones Obreras editó unas octavillas en las que reclamaba la jornada de ocho horas y el respeto de las 12 horas entre turnos. Yo las dejaba en los lavabos del hotel a primera hora de la mañana, cuando entraba, y todo el mundo se preguntaba de dónde salían”. Los empleados del establecimiento se reunieron con el director, le trasladaron sus demandas y, al no conseguir nada, pasaron a la acción. “Una noche, a la hora de la cena, paramos durante 10 o 15 minutos”. La consecuencia fue que “al día siguiente vinieron a buscarnos los de la secreta”. Juan pasó tres noches en el Gobierno Civil: “Me torturaron, más psicológicamente que físicamente, llamaron a mis padres, nadie contestó y acabaron sobreseyendo el caso”. Había empezado un periplo por los hoteles de la isla que le llevaría a presentar muchas demandas y ganar algunas. Corría el año 1974.
La segunda vez que le encarcelaron fue en enero del 1976, dos meses después de la muerte de Francisco Franco. Juanito el hippie, como le llamaban algunos, participó en el encierro sindical de la iglesia Sant Miquel de Palma. “Centenares de trabajadores nos recluimos para protestar por la carestía de la vida. Estuvimos tres días. Desde dentro oíamos como el pueblo nos apoyaba, se concentraban a la salida y nos animaban a seguir”. Pasado este tiempo, la policía irrumpió en el templo. “Nos desalojaron y al cuartelillo”. De nuevo.
Repite y me pide que destaque que ser homosexual le ha dado “un plus de valentía en la vida”, a la vez que la rebeldía ha sido su respuesta ante la opresión
Juan López considera que “en esta vida hay que saber cerrar capítulos” y así fue como a mediados de los ochenta finalizó su etapa mallorquina. La publicación de unos artículos en los rotativos del Grup Serra Última Hora y Baleares precipitaron los acontecimientos. “En 1986 ya tenía un pie fuera de la isla, pero lo que pasó con estos periódicos aceleró mi partida a Barcelona”. Los diarios publicaron que había participado en una manifestación estudiantil y había lanzado patas de pollo a la Delegación del Gobierno. “Y era falso. ¡En mi vida he ido a una concentración por la educación! Me calumniaron y yo hablé con una abogada, Catalina Moragues. Después puse una demanda contra el Baleares”. Fue el primer requerimiento de estas características de una persona homosexual a un medio de comunicación en España.
El Grup Serra se negó a rectificar y le ofreció medio millón de pesetas para que retirara la denuncia. Su abogada le aconsejó que cogiera el dinero, pero él tenía claro que esa no era la solución. Lo que no sospechaba es que Moragues lo abandonaría en el juicio. “Simplemente, se fue de la sala, dijo que no me defendería y me dejó plantado allí, delante del juez”. Consiguió otro letrado, se celebró el proceso y lo perdió. En las islas ya no se podía sentir como en casa.
Rebeldía y homosexualidad
Juanito de Mallorca, como lo conocen en Cataluña, participó en la primera manifestación LGTBI que tuvo lugar en la isla el 1977, uno de los momentos más felices de su vida. “Éramos más de seis mil personas, había muchas mujeres trans, que siempre han estado muy machacadas, y feministas no excluyentes”. Repite y me pide que destaque que ser homosexual le ha dado “un plus de valentía en la vida”, a la vez que la rebeldía ha sido su respuesta ante la opresión. Goza cuando provoca y se tilda de irreverente.
Un año después de la gran concentración y como réplica del Front d’Alliberament Gai de Catalunya, FAGC, funda en Mallorca el FAGI, Front d’Alliberament Gai de les Illes Balears. “Me fui al barrio de Gomila, de Palma, a buscar personas entre los locales de ambiente y así empezamos”. En seguida organizaron charlas, porque “es necesario ocupar siempre el espacio público, lo que no se ve, no existe” y fueron extendiendo la voz. Alto y claro, aunque eran muy pocos.
“En la Barcelona de los noventa, los homosexuales no éramos increpados por la calle ni a los trans les atacaban en el metro, ahora, sí”
En 1987 impulsó la publicación del primer folleto informativo sobre el VIH en Baleares, ante un conseller de sanidad que opinaba que “gracias a Dios en Mallorca no hay casos”. Una parte del texto propuesto fue censurado por el gobierno, “quizás porque decía algo así como previene y disfruta”, recuerda Juan, pero se imprimieron y se dedicó a repartirlo. “Nos íbamos a Cala Blava y los colgábamos con chinchetas en los pinos para que los que paseaban lo vieran. Eran otros tiempos”.
De hecho, eran tiempos en los que el Partido Socialista no comulgaba demasiado con la diversidad afectivo-sexual. Los homosexuales tuvieron algunos encontronazos con el alcalde de la capital, Ramon Aguiló. El más sonado, en noviembre de 1984. El Ayuntamiento cerró diversos locales de prostitución y tres bares de ambiente gay en el centro y los propietarios de los bares pidieron ayuda a la FAGI, que organizó una perfomance “lúdica, irreverente y transgresora”. Se presentaron en el pleno una treintena de personas. “Íbamos vestidos con mantillas y habíamos paseado por la ciudad un muñeco parecido al alcalde como si fuera un paso de Semana Santa”. Llegaron a la Plaça de Cort, colocaron el muñeco junto al árbol de Navidad que había y subieron a la sala de plenos a esperar el final de la sesión. “Entonces pedimos audiencia a alcalde, le entregamos las firmas contra el cierre de los locales que habíamos recogido, le preguntamos la razón y, como no nos contestó, nos quedamos allí haciendo resistencia pasiva”. Cuando llegó la policía, terminó la acción.
La libertad arrebatada
Barcelona fue la ciudad en la que, finalmente, encontró la libertad. Después de quince años en la hostelería, dejó el sector para hacer lo que siempre había deseado, teatro, y fundó la compañía Las Catalíticas. Se autoimpuso, irónicamente, el título de Juan I de Mallorca y actuó por todo el país. “Hacíamos playbacks teatralizados, espectáculos poéticos, pero nos daba para poco y teníamos que trabajar de cualquier cosa para llegar a fin de mes”. Fue una época bonita en la que no tenía miedo. “En la Barcelona de los noventa, los homosexuales no éramos increpados por la calle ni a los trans les atacaban en el metro, ahora, sí”. A día de hoy, cuando baja a la capital desde la masía idílica en la que puede vivir, lo hace de día, “para prevenir”. Percibe que se han dado algunos pasos atrás.
Juan López Garrido es un luchador, un alma libre que reparte simpatía y buen humor. Siempre tiene una anécdota que contar, quizás por esta razón asegura que escribirá su biografía. En ella encontraremos un capítulo muy oscuro. Lo ha tenido encerrado en su corazón durante medio siglo, es lo más terrible que le ha pasado. “No se lo había contado ni a mi marido. Fue horrible. En Menorca, en el 1972, me violaron unos compañeros de trabajo. Y lo más cruel fue que en Gomila, años después, estaba en un bar y un hombre me hizo señas y me sonrió. Se me heló la sangre cuando vi que era uno de ellos”. Haciendo gala de su pacifismo más noble, simplemente, dejó el local y cerró con una segunda llave el secreto. La manifestación del orgullo de este año en Palma ha sido el momento escogido para hacer pública su vivencia, “porque tiene que saberse”. Y añadiremos: Porque no puede repetirse.
Mañana es día de elecciones. Juan tiene claro qué debe hacer para continuar viviendo tranquilo. Es una cuestión colectiva y de solidaridad. Hay sendas que mucho mejor no volver a pisar.