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¿O debería decir… el orgullo de los hombres (cis)hetero?
Un año más llega el mes del Orgullo LGTBI y las marquesinas se llenan de carteles reivindicando la felicidad y el amor (aunque no todo sea jolgorio cuando se trata de vivir tu sexualidad y tu identidad). Sin embargo, al parecer no hay felicidad y amor para tod@s, pues algunos, por su afán reaccionario se preguntan: “¿dónde está el orgullo hetero?”. Eso mismo me pregunto yo cada año, “¿dónde está el orgullo de los hombres hetero que han pasado por mi vida?”
Recuerdo aquellos hombres que deseaban meterme mano debajo de la falda pero no se atrevían a darme un beso, porque ese beso supondría abrazar lo que siempre les han dicho que estaba mal, asumir la culpa, asumir que toda sus vidas eran un engaño, por ende, sus sexualidades. Como cuando aquella niña trans de 17 años (que engañaba a los hombres diciéndoles que ya había empezado a hormonarse), asumía que si aquel guaperas dentista no la besaba era porque era escrupuloso por su profesión. Toda esa hombría humillada quedaba falsamente a salvo cuando se saltaban el protocolo romántico del beso que ella tanto había visto en las películas y se ponían de rodillas haciendo un llamamiento al morbo para no pensar. Si él supiera que ella nunca había besado a alguien. Que ella pensaba que no podría gustarle jamás a ningún hombre hasta que llegó él.
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Recuerdo también aquellos que se negaban a quitarme el sujetador hasta que no estuviese operada del pecho, aquellos que tenían mujer e hijos, aquellos que tenían que dejar clara su heterosexualidad a mitad del acto sexual o aquellos que no se atrevían a salir conmigo a la calle, que preferían mantenerlo en secreto. Sin embargo, los que más daño hicieron, son los que me dieron la esperanza de terminar con el sufrimiento que habían causado todos anteriores, para acabar con el margen del tiempo, siendo peor que todos ellos a la vez.
Recuerdo todos aquellos hombres que se obsesionaron conmigo, o más bien, se obsesionaron con la idea de explorar su sexualidad con una mujer trans. Ahora me veo con 25 años y aún se me hace muy difícil distinguir cuándo le gusto a un hombre por quien yo soy o porque represento el culmen de toda esa fantasía erótica cargada de prejuicios y tabúes deseando ser explorada.
Recuerdo todos aquellos hombres que se obsesionaron conmigo, o más bien, se obsesionaron con la idea de explorar su sexualidad con una mujer trans [...] aún se me hace muy difícil distinguir cuándo le gusto a un hombre por quien yo soy
Sin embargo, no he venido aquí a alardear de la mala experiencia amorosa de una chica trans (que también), he venido a reivindicar una cuestión tan simple pero tan difícil de entender como es que los hombres cishetero que se relacionan con mujeres trans, también forman parte del colectivo LGTBI+, pues ellos también son minoría. Porque como decía Pedro Lemebel, minoría no es cuestión de cantidad, si no de poder. Pues no hay mayor símbolo de debilidad para un hombre cishetero, que sentir atracción por una mujer trans. Es vergonzoso. Porque si hay algo más vergonzoso y difícil de entender que el hecho de que te guste otro hombre, es que te guste un hombre vestido de mujer, un travelo. Los demás se reirán, cuestionarán tu sexualidad. ¡Es el fin del mundo! Al menos lo es para una persona que nunca ha tenido que cuestionar su sexualidad y la ve tambalearse por acostarse con una mujer de Marte (porque sí, no todas las mujeres somos de Venus).
Desde que inicié la transición como mujer trans hace ya 7 años he podido experimentar una discriminación difícil de explicar. Es una discriminación que oprime lentamente, que desgasta. No es la que estamos acostumbrados a presenciar, no sale en las noticias y dudo que haya salido en las campañas del Love Is Love: es una discriminación que no tiene lugar en la calle (en el coche, en el parque, en la cama, en todos lados menos en la calle). Se trata de la discriminación que sufrimos las mujeres trans en silencio a consecuencia de la que sufren los hombres cisheteros por relacionarse con nosotras, debido al popurrí de machismo, misoginia y lgtbifobia interiorizados en la sociedad, y que muchas veces destroza nuestra salud mental, nos lleva a recurrir a cirugías estéticas y a terminar en relaciones tortuosas.
Por mi experiencia diré que cuando un hombre conoce a una mujer trans, cuestiona en muchas ocasiones su sexualidad y su identidad, sufriendo un aluvión de dudas, un miedo a sentir, un miedo al qué pensarán de mí. “¿Qué dirá mi hermano que hace chistes de “travelos” si le presento a la chica trans con la que estoy saliendo?” “¿Qué pensaría mi amigo de la infancia que el otro día en la discoteca me dijo “esa de allí es un tío, que no te engañe”? Seguro pensarían que soy maricón. ¿Es que acaso lo soy?”. Muchas veces las mujeres trans hacemos el papel de psicólogas y educadoras para estos hombres que se encuentran perdidos en su sexualidad. A veces, cuando no tengo las fuerzas de seguir educándoles, me motiva pensar que puedo estar allanando el camino para la próxima mujer trans que entre en su vida, como me la habrán allanado a mi otras tantas.
Aunque este tipo de creencias y prejuicios resulten fuera de órbita, lo cierto es que fluyen incluso, por mi propia experiencia, dentro del colectivo por parte de las personas cisgénero que no entienden que una mujer trans pueda disfrutar de su sexualidad independientemente de su genitalidad, y que además, pueda ser deseada por un hombre heterosexual. ¿Que un hombre hetero pueda disfrutar de su sexualidad con una mujer con pene? Inconcebible. ¡Es gay y no se atreve! (porque la bisexualidad ni se contempla).
¿Que un hombre hetero pueda disfrutar de su sexualidad con una mujer con pene? Inconcebible. ¡Es gay y no se atreve! (porque la bisexualidad ni se contempla)
Sin embargo, no quiero que esta crítica hacia el género masculino no sea constructiva, pues hay mucho trabajo por hacer y soy consciente de que habrá una infinidad de hombres ahí afuera con ganas de deconstruir, reaprender y asumir su heterosexualidad libre y diversa. Por todo ello, este año mi orgullo va para los hombres cishetero, pues me enorgullece ver como algunos cada vez más comienzan a mostrarse con mayor seguridad y compromiso en sus relaciones con mujeres trans, de los que no he hablado mucho pero se que están ahí gracias algunas hermanas trans, que se encuentran comprometidas en relaciones sanas y que me llenan de esperanza. En definitiva, esto es una carta a los hombres que han pasado por mi vida, y a los que quedan por venir. Os quiero y os quise, pero os quiero libres. Es hora de que los hombres den un paso al frente y visibilicen con normalidad sus gustos sexuales por las mujeres trans. Es hora de atreverse.
Esto también es una carta a mis hermanas, que sé que muchas de vosotras vivís este tipo de situaciones a diario. Cada una de vosotras representa un halo de esperanza. Mandaros un mensaje de fuerza: no nos rindamos, sigamos trabajando por darnos nuestro lugar en la sociedad, pero también en el amor, en el deseo.
Es hora de asumir que la heterosexualidad también es diversa, que las personas cishetero que se relacionan con personas trans también son el colectivo LGTBI+ y pueden llegar a sufrir mucho por ello
Mi carta también va para la sociedad: las mujeres trans somos deseables, somos únicas, y merecemos amor. Merecemos ir de la mano por la calle con nuestra pareja, que nos presenten a su familia y poder conocer a sus amigos.
Es hora de asumir que la heterosexualidad también es diversa, que las personas cishetero que se relacionan con personas trans también son el colectivo LGTBI+ y pueden llegar a sufrir mucho por ello. Me encantaría ver a hombres cishetero en el orgullo (y durante todo el año) reivindicando y visibilizando que sentir atracción sexual por una mujer es natural, es bonito, es hetero.
Perdonad que sea tan agridulce, pero las relaciones que involucran a las personas trans también son complejas y necesitan ser visibilizadas. Probablemente esta realidad no la encuentres en un cartel por la calle, ni en una campaña viral, ni tenga miles de likes, ni se muestre como ejemplo de amor, porque muchas veces no es amor y no es felicidad, es frustración. Pero es real, lo viven muchas mujeres cada día, y merece ser contado.
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