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Literatura
Soplar dulcemente dentro de un hueso
Hay relaciones de cierto tipo entre los zoológicos humanos y nuestro deseo. Y hay múltiples relaciones, sin duda, entre el Imperio Colonial Francés, la migración de Gabriela Wiener, la protagonista de Huaco Retrato; los huaco-retratos de la cultura Mochica; las fantasías sexuales que tenemos de otres y las comunidades migrantes de origen andino que viven y resisten en el Estado español. Hay otras relaciones más entre el drama sudaca de nuestras vidas, la familia como lugar de memoria y duelo y el deseo, que intentamos reinventar cotidianamente desde nuestras políticas amorosas. A ver si un día podemos ser libres en el cuerpo, no solo en teoría, no solo en la teoría. Huaco retrato es todo esto: una indagación en muchas direcciones de la vida en movimiento a través de una presencia inquietante en la historia familiar de la protagonista: la del explorador Karl Wiener, atravesado, a su vez, por el presente transatlántico, migrante y cholo de su presunta tataranieta. Como los huaco-retratos mochicas, el libro es un retrato tridimensional de una familia, una realidad transatlántica y una comunidad de cuerpos deseantes elaborado desde la crítica a nuestra colonialidad más profunda, sus persistencias racistas y la capacidad de salirles al paso.
Dentro de esas tantas direcciones en Huaco Retrato, intento situar apenas unos tambos. Karl Wiener, el probable tatarabuelo a quien Gabriela investiga, es un explorador científico que, durante la década de 1870, presenta al gobierno francés un proyecto arqueológico para las Américas. Se lo aprueban en Francia, llega “de sorpresa” y visita Perú, Bolivia, Chile y Brasil. En lo que a Ecuador se refiere —desde donde escribo esto— es nombrado cónsul en Guayaquil en 1879. Esta historia convoca también mi Historia y la de un continente donde no cesaron jamás las formas renovadas del saqueo.
El de Gabriela Weiner es un retrato tridimensional de una familia, una realidad transatlántica y una comunidad de cuerpos deseantes elaborado desde la crítica a nuestra colonialidad más profunda, sus persistencias racistas y la capacidad de salirles al paso
En determinado momento, Karl pasa a llamarse Charles y borra con la adquisición de la nacionalidad francesa y la religión católica su origen austríaco y judío. Charles Wiener llega a Perú y, una vez instalado, pone en marcha su plan de extracción de cuatro mil piezas que serán destinadas a la Exposición Universal de París de 1878. Huaco retrato inicia con la posteridad de Charles Wiener cuando ésta se dibuja en el presente de Gabriela Wiener: en su rostro, literalmente. El brillo de futuro de la Europa de entonces, el pasado histórico y el presente de ella se encuentran en el museo del muelle Branly, en París. El reflejo del rostro de Gabriela aparece sobre una vitrina de exhibición de las piezas extraídas de Perú 120 años antes. Esa imagen anuncia múltiples juegos de espejos destinados a inscribir en el cuerpo propio la historia del saqueo colonial de las Américas, la del árbol familiar, la historia revisada del deseo, la del sexo. Esta última, como una forma del goce que lleva en sí todas esas historias, incluida la del racismo como marca fundante de nuestras formas de vida y que, sin embargo, no ha logrado derrotarnos.
Este huaquero ilustrado, Charles Wiener, tiene además buen timing. El explorador aprovecha el agotamiento de la matriz cultural hispánica en las jóvenes naciones americanas y le ofrece a Perú un refinado afrancesamiento como relación renovada con la civilización europea. La pretendida sustitución de “ya no más españoles, bienvenidos los franceses” recuerda en Ecuador el intento del ultracatólico tirano Gabriel García Moreno de venderle a Francia el Reino Unido de los Andes, imaginando un pequeño reino ultramarino, buscando una justificación en el hecho de que el ordenamiento de los territorios coloniales no había logrado afianzarse desde las primeras gestas independentistas. Cuando Napoleón III invadió México en 1862, Ecuador corrió a felicitarlo. ¿Qué íbamos a hacer les bárbares sin matriz civilizatoria, cómo habríamos de quedar en soledad?
Y allí está la protagonista, desmantelando todo esto a la vez pensando en Perú desde París y desde Madrid, mirándose en las piezas de otros posibles ancestros. El momento en que ingresan a un museo y son clasificadas según la mirada imperial, las piezas de estas otredades que somos desde “ultramar” se descontextualizan. Por eso, Huaco retrato llama “fosas comunes” a identidades y culturas enteras enterradas en forma de olvido, cubiertas con la tierra del relato de expansión. Al ingresar a una colección y ser ceduladas, se borra el proceso de expolio que ha exhumado cada pieza, aquel que un día le limpió el polvo con pinceles, la colocó en cajas y la hizo desembarcar en lugares-matriz de expolio, por ejemplo, en París. ¿Ya dije que el libro dice que los museos se parecen demasiado a los cementerios?
Cuando ingreso a la página web del museo del muelle Branly, en París, leo sobre la primera expansión colonial de Francia y la extracción de piezas. No leo una sola palabra sobre los procesos históricos de acumulación por expolio que fundan estos museos
Cuando ingreso a la página web del museo del muelle Branly, en París, leo sobre la primera expansión colonial de Francia y la extracción de piezas. No leo una sola palabra sobre los procesos históricos de acumulación por expolio que fundan estos museos. Lo que las paredes del museo Branly tampoco explican es que, con mucha frecuencia, estas exposiciones incluyeron a seres humanos como parte de sus colecciones. Fueron los famosos zoológicos humanos de los siglos XIX y XX. En 1860 había en el llamado Jardín de aclimatación de París jirafas, osos y camellos. En 1877, había seres humanos lapones, selknam y mapuches, entre otros. Miles de ellos fueron exhibidos como especímenes, arrancados de sus formas de vida, y desde entonces reducidos, en todos los sentidos de esta palabra. Familias enteras fueron secuestradas en barcos, colocadas en jardines y alimentadas con y como animales no humanos. Europa fortaleza guarda en sus aguas ese pasado-presente transatlántico que aparece hoy, una y otra vez, en todos los barcos y en todos los aviones que besan sus costas y surcan sus cielos. En esos barcos antiguos viajaba el racismo, técnica expansiva de dominación que se convirtió en discurso, conocimiento ilustrado y poder de muerte. Si bien no es fácil resistir una luz de gas que dura siglos, aún somos capaces de desear y afirmar otras verdades, dice Huaco retrato.
La indagación de Gabriela sobre el antepasado Wiener se da también mientras tiene lugar el duelo por su padre, padre que escribía también, él desde las izquierdas, en un país que había sido un Virreinato del imperio español saqueado luego por exploradores franceses. Al mirar a sus ancestros en otros reflejos, Gabriela se vuelve precursora de Charles Wiener y de su padre al volver a trazar con sus dedos las líneas del árbol genealógico en otras direcciones. No sólo los recupera en sus deseos, paternidades y abandonos, además los reinscribe en sus contradicciones y en su patriarca humanidad. Feministeados, los ilustres ancestros aparecen bajo una luz descarnada y encarnada a la vez. Ya no luz de gas. Luz de un descubrimiento de signo muy distinto al colonial.
Al parecer, Charles Wiener tuvo hijos en Perú. Para ello era necesario que apareciera allí una mujer, un útero, por lo menos, detalle que demasiadas genealogías heroicas olvidan. María Rodríguez es la ancestra no nombrada hasta ahora, pues las familias se forman con apellidos paternos, patrimonios, el pater familias. La posteridad es marmórea, incólume. María Rodríguez es en cambio la pregunta ardiente de Gabriela. Mientras la posteridad es abstracta, sin cuerpo, piedra pulida, los linajes femeninos llevan otro signo. María es nombrada entonces como un puerto de encuentro entre historias y líneas de mujeres que liberan la otra historia, aquella de las subyugadas por el amor, para que aparezcan las emancipadas por el deseo.
En la carta que Carolina Meloni le escribía a Gabriela para hablar de Huaco Retrato desde Barcelona, ella decía que somos todas hijas de la colonización, tanto de sus verdugos como de sus víctimas. María Rodríguez desata esa genealogía hecha de lagunas, violaciones, bastardías y padres abandonadores. Gabriela también dice ser el huaquero y el huaco. Pero no se trata en absoluto de una síntesis, sino de un desdoblamiento en movimiento constante en el cuerpo, en el deseo, en el sexo mismo, en luchas, contradicciones y formas de desear que vienen de la herida colonial tanto como vienen de las liberaciones cotidianas. Tanto los celos chicha como los poliamores a destajo, las familias sumisas como las reinventadas.
Aquí otra deriva del linaje de mujeres: las “impurezas”. La protagonista de la historia es hija de la “única” esposa de su padre, pero hay otra familia formada a la par, otro hogar y un parche de ojo que separa estas vidas. Sí, un parche que no une, sino pretende dividir. Pienso entonces en todas quienes hemos reconstruido con ojos abiertos nuestros linajes a través de los secretos familiares. A veces, hemos logrado destapar las cajas de Pandora donde reposaba nuestra posibilidad de nombrarnos. En el linaje de mujeres de Gabriela aparecen dos viudas paralelas así como también una línea de cholas, verdaderas estrategas de la supervivencia, astutas y nada pasivas. Todas ellas llevan, eso sí, la herida ancestral de las mujeres colonizadas, esclavizadas o despojadas de sus hijos, por ejemplo, la herida de una mujer a la cual Charles le compró su hijo cerca de Puno.
La ancestra María Rodríguez escribe todo esto desde el fondo del olvido, mostrando el huaqueo como un robo de la memoria también. El olvido es aquí otra fosa común donde yacen los úteros de las mujeres que parieron hijos como contenedores, sin biografía y sin justicia. El relato las recupera para mirar que es la bastardía, en realidad, la condición de nuestros linajes. Es necesario atender a sus puntos ciegos y a los documentos borrados a fin de recuperar nuestra historia impura, la más deseable, en tanto es la que nos conduce a reescribirnos. Es justicia volver a nombrar a las mujeres abandonadas sin un peso, dejadas a merced del río sin tiempo que es el abandono. Es Manuela Sáenz, nuestra otra historia posible, enterrada en una fosa común en Paita, Perú, luego de haber vendido tabaco y dulces por 25 años. Manuela, que tuvo que irse a Jamaica y no logró retornar a Ecuador, la “libertadora del libertador” como signo de ninguna liberación.
Crecer en medio de la herida colonial, caminarla como un borde doloroso y ser capaz de atravesarla, o no. Ser una niña migrada, ser su madre en centros de detención de migrantes, ser el niño de una jaula en Texas repitiendo la imagen de los niños en las jaulas de los zoológicos humanos
Con las mujeres de Huaco retrato, se abre la deriva de los niños a lo largo del texto. La momia de un niño en el museo del muelle de Branly, ausente de la exhibición pero durmiendo en alguna bodega el sueño del retorno a la huaca; el niño secuestrado por Wiener y arrancado de su madre para ser enviado a Francia; el hijo de María Rodríguez y las niñas, también, que crecen paralelamente en dos familias; las niñas que mañana reescribirán toda esta Historia. Crecer en medio de la herida colonial, caminarla como un borde doloroso y ser capaz de atravesarla, o no. Ser una niña migrada, ser su madre en centros de detención de migrantes, ser el niño de una jaula en Texas repitiendo la imagen de los niños en las jaulas de los zoológicos humanos. La imagen del niño traficado por Charles Wiener en 1877 se repite hacia el pasado y hacia el futuro en todas las imágenes de niñes arrancades al tiempo. Huaco retrato junta todo esto y a la vez, llama a la reparación por medio de una historia reescrita desde la vitalidad, la ironía y la reivindicación.
El color de la piel, pero también el ancho de una caderas, unos senos blancos o unos pezones negros, unas anchas espaldas bronce, el entrecruzamiento de los cuerpos al follar, sus exhalaciones, el buscarse unos a otros en medio de una multitud, el deseo también viene de esa maquinaria de racismo, colonialidad y segregación de esos mismos cuerpos. Pero no sin puntos de fuga, ¿sino cómo follaríamos? El deseo abre una fuga radiante cuando se promiscúa.
La protagonista empieza a asistir en su ciudad a un taller que se llama “Descolonizando mi deseo”. ¿Por qué decía al comienzo que hay relaciones entre los zoológicos humanos y el sexo? Porque ni el “otro” ni el europeo, así, en masculino, están fuera de nosotros. Las atrocidades de los zoológicos humanos en Europa hechos con familias arrancadas desde aquí nos constituyen, de ahí las heridas que hacen nuestros cuerpos. Pero este relato no es victimista, es un poderoso llamado a promiscuar, a encontrar a las ancestras perdidas y restituirles vida en nuestras vidas.
En otra carta escrita a Gabriela desde Barcelona, Mafe Moscoso le decía: “el tiempo de la negación de nuestra historia ha llegado a su fin. Ha llegado a su fin porque ahora somos nosotras quienes hemos decidido escribirla”. Es una niña despertando al alba para soplar dulcemente dentro de unos huesos y contar los anillos de un árbol, esperando escribir. Dice Huaco retrato: “Cuando se sabe tan poco es porque nunca se ha querido saber, porque se ha mirado a otro lado con incomodidad, y no mirar es como borrar, invocar la tormenta de arena sobre la huaca sin ceremonia, una erosión progresiva. Hasta que el periodo de latencia termina. Y nos vemos dispuestas al hallazgo. Aprendemos que los huesos no se lavan con agua. Que hay que soplar dulcemente sobre las grietas y laberintos óseos. Contar los anillos de crecimiento de un árbol seccionado. Lamer la gota brillante de resina roja de todos los ojos cerrados y muertos.”