Educación
Reflexión crítica sobre la educación en España

La práctica se ha instalado como el principal motor de aprendizaje, apartando la teoría, que es sobre la que se fundamenta todo conocimiento. Se ha abandonado el pensamiento abstracto.
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Cartel de un instituto bilingüe en la Comunidad de Madrid David F. Sabadell
20 jun 2023 06:00

Escribo como estudiante de 2º de Bachillerato ahora que hemos terminado el curso y muchos también la EvAU. Este texto es una reflexión sobre mi tránsito por las distintas etapas educativas, sobre todo del Bachillerato de Artes Escénicas, y de conversaciones con profesores, padres y compañeros que compartimos un descontento general en torno al estado de la educación. Escribo con la voluntad de abrir un debate que hoy está excluido de la inmensa mayoría de los medios de comunicación, distraídos por los temas que ocupan el día a día en las redes.

A menudo, a los jóvenes se nos achaca una falta de motivación e interés, sin atender a las circunstancias que han originado estas actitudes que, es cierto, dominan entre el alumnado. Un debate que obvie estas causas nunca será constructivo.

En una intervención mítica, Jesús Quintero advertía: “Siempre ha habido analfabetos, pero la incultura y la ignorancia siempre se habían vivido como una vergüenza. Los analfabetos de hoy son los peores porque en la mayoría de los casos han tenido acceso a la educación. Saben leer y escribir, pero no ejercen.” Observo en muchos estudiantes un desprecio generalizado por el conocimiento y la cultura, quizás sea un problema intergeneracional, pero el caso es que la cultura dominante de hoy es analfabeta y, en consecuencia, también se manifiesta en los jóvenes. Los analfabetos de hoy saben leer, pero no leen, y si leen, no entienden.

Los analfabetos de hoy saben leer, pero no leen, y si leen, no entienden

Con demasiada frecuencia, los valores democráticos se confunden con ese convencimiento tan extendido de que “todas las opiniones son válidas”. Cualquiera puede opinar y la opinión de un ignorante puede tenerse en cuenta tanto como la de un experto. A quien fundamenta su opinión sobre una base de conocimientos, trata de ponerlos en común y de demostrar la inconsistencia de los argumentos de otros, se le tacha de dogmático. De esta forma se desprestigia el conocimiento y se anula a quien debería ser una referencia.

Sin embargo, los que tendrían que guardar respeto por el conocimiento (profesores, equipos directivos y órganos institucionales de la educación), tampoco parecen tenerlo en mucha estima. Son relativamente frecuentes casos de intrusismo de profesores en asignaturas que, por similares que sean con la suya, no están capacitados para impartir, ya que carecen de la formación y conocimientos necesarios: profesores de Lengua que imparten Artes Escénicas, profesores de Dibujo incapaces de hacer frente a contenidos como los de Fundamentos del Arte, licenciados en Bellas Artes que imparten Cultura Audiovisual, etc. Sus conocimientos no son superiores a los tópicos e ideas vagas que ya tiene el alumnado. Dependen completamente del libro de texto o de las diapositivas proporcionadas por el departamento. En los dos cursos de Bachillerato he tenido profesores (y de materias troncales) que dictaban los apuntes o directamente leían el libro de texto. ¿Qué conocimientos que ni siquiera tiene el profesor se pretende que adquiera al alumno? Los casos expuestos reflejan, además, el nulo respeto que se tiene por las enseñanzas artísticas en este país e incluso dentro del propio Bachillerato de Artes. Respetemos el conocimiento, es la base del pensamiento, que no pese como una carga sobre quienes lo heredamos.

La principal crítica que muchos hacemos al sistema educativo es la creciente tendencia al utilitarismo: todo lo que se enseñe al alumno tiene que ser útil y servir para algo o, de lo contrario, no merece la pena aprenderlo. Todo tiene que ser práctico, es decir, tener una aplicación inmediata en algún ámbito de la vida con resultados igualmente inmediatos. La práctica se ha instalado como el principal motor de aprendizaje, apartando la teoría, que es sobre la que se fundamenta todo conocimiento. Se ha abandonado el pensamiento abstracto.

Las matemáticas o el estudio de la lengua estructuran el pensamiento. En ese sentido son prácticas. Pero el haber estudiado estadística o sintaxis nunca será útil al aplicarse en la vida diaria por una sencilla razón: no son ni tienen por qué ser útiles, ni prácticas, ni servibles. Hemos aceptado como propios estos valores que, en realidad, sirven a un razonamiento puramente económico y empresarial, pero que es un campo infértil sobre el cual todo intento de cultivar el más mínimo ápice de cultura es en vano. La escuela no puede regirse por las mismas reglas que el mercado.

Hemos olvidado que el conocimiento no son campos aislados, sino vasos comunicantes. Lo que plantea otra cuestión: ¿Por qué los alumnos de Artes no estudiamos matemáticas? ¿Acaso los alumnos de Ciencias no estudian lengua? ¿Alguien niega el papel fundamental que las matemáticas han tenido a lo largo de la Historia del Arte? No es necesario formar a los futuros actores o músicos como matemáticos, pero sí con unos conocimientos aplicados en su área específica de trabajo. De la misma forma que la mayoría de científicos resultan ser completos analfabetos en el campo artístico.

Pero lo peor llega cuando los estudiantes se acogen a ese modelo utilitarista, aceptan sus reglas y reivindican su cumplimiento, convirtiéndose en los mayores valedores de un sistema que desgasta todo su potencial y frustra sus motivaciones. ¿Vivan las cadenas? Son muchos los que protestan contra las matemáticas o la lengua aludiendo a la inutilidad de estas enseñanzas de cara a su futuro. Incluso llegado el momento, cuando un profesor se propone hacer su trabajo y procura abordar los contenidos de forma seria, reclaman que se limite a enseñarles lo “útil”, o sea, nada, lo que sirva para aprobar. ¿Si no es en la escuela a qué lugar queda relegado el aprendizaje?

Recuperemos la dialéctica, las posibilidades que entraña el lenguaje, en definitiva, la palabra. Esta es la tarea primordial sobre la que debemos trabajar: la palabra

Recuperemos la dialéctica, las posibilidades que entraña el lenguaje, en definitiva, la palabra. Esta es la tarea primordial sobre la que debemos trabajar: la palabra. Para eliminar el analfabetismo hay que empezar por lo más esencial: construir unos marcos de comunicación sólidos y comunes. Esa comunicación no puede darse a día de hoy. La mayoría de los estudiantes de mi edad no saben expresarse, sus redacciones no se entienden, no porque no respeten las reglas ortográficas, es que sencillamente no se entiende lo que quieren decir. Sus trabajos, casi siempre, son textos copiados de internet que no guardan ningún orden ni coherencia. Recuerdo al lector que estoy hablando de futuros universitarios.

Desde mi punto de vista, este problema descansa sobre la limitación y simplificación radical que sufre el lenguaje en redes sociales y en la progresiva desaparición de la lectura. Sobre esta segunda se responsabiliza a los profesores de literatura, sin considerar que es un problema que, como se dice, viene de casa, si es que no nace de uno mismo como una inquietud personal, algo poco habitual. Pero, sin duda, lo que no favorece la lectura es obligar a los alumnos a memorizar temas enteros de literatura para volcarlos en una prueba. Quienes no tienen ningún interés por la lectura terminan por alejarse definitivamente y, de los que sí lo tienen, unos cuantos lo pierden.

Es imprescindible acabar con el aprendizaje memorístico. No hay aprendizaje alguno en la mera memorización encaminada a aprobar pruebas estandarizadas

Es imprescindible acabar con el aprendizaje memorístico. No hay aprendizaje alguno en la mera memorización encaminada a aprobar pruebas estandarizadas. El aprendizaje está en la comprensión, esto es la profundización en los contenidos. En El chico de la última fila, la obra de Juan Mayorga, el personaje de Claudio intenta enseñarle a su compañero Rafa los números imaginarios, a lo que este reconoce: “No consigo memorizar las fórmulas. Las aprendo y se me van.” Claudio responde: “No tienes que memorizarlas, tienes que comprenderlas.”

¿Se evalúa la capacidad del alumno para retener nombres, fechas y números hasta el día del examen para después olvidarlos? ¿No sería más adecuado evaluar su capacidad para entender cómo se relacionan entre ellos esos personajes, esos acontecimientos históricos, esos números? Porque es así como se fijan los conocimientos.

Ver en profundidad las causas que han movido un hecho histórico, los fundamentos que estructuran una corriente filosófica, un movimiento artístico y el contexto en que surgen para determinar un marco de conocimiento. De otra forma, éste se pierde. Claro que para el profesor es mucho más fácil dar una consecución de nombres, fechas y etapas, que tratar de que el alumno los comprenda. Es más práctico hacérnoslo memorizar porque es más fácil de evaluar. Pero como el alumno no comprende el contenido, tampoco se queda con la información meramente anecdótica de la que se le evalúa. Se trata, en suma, de tomar conciencia sobre los contenidos que se imparten, para que estos perduren como conocimiento. Es fundamental, en este sentido, educar en el pensamiento crítico, más en materias vinculadas a la historia o el arte, y en esta última, también en el pensamiento creativo.

Algunos tenemos la sensación de que los profesores hacen que enseñan algo y nosotros hacemos que aprendemos. Todo parece un juego movido por las apariencias

Algunos tenemos la sensación de que los profesores hacen que enseñan algo y nosotros hacemos que aprendemos. Todo parece un juego movido por las apariencias en el que cada uno interpretamos el papel que nos toca. Mientras ese orden superficial permanezca inalterado, mientras aprobemos los exámenes y los números sean buenos, aquí no pasa nada. Y si los números son malos se reduce la dificultad de las pruebas, pero el alumno, en función de eso, se adapta al nivel que se le exige. Cada vez es más fácil aprobar y no por ello aprueban más.

Resulta elemental entender que todo esto forma parte de un problema estructural del sistema educativo en su conjunto. No es un problema exclusivo de los profesores, que normalmente se ciñen al currículo y hacen su trabajo lo mejor que saben. Otros consideran que ante todo deben favorecer a sus alumnos, para lo que se adaptan al modelo vigente aunque estén en desacuerdo. No se les dejan más opciones.

Todos repiten que la educación es el centro de nuestra civilización, pero ningún partido político propone un debate serio sobre esta cuestión. Algunos hablan de aumentar el presupuesto en Educación y Cultura. Y si bien eso es imprescindible, lo que es crucial es formular el modelo educativo que queremos o, en otras palabras, qué proyecto de sociedad (y por tanto, político), esa es la verdadera cuestión y reúne lo esencial de todas las demás. Mientras no se resuelva, aumentar la inversión sólo servirá para perpetuar el sistema tal y como está.

Lo cierto es que la educación se asemeja cada vez más a un lugar de paso antes de saltar al mercado laboral. En este sentido, el planteamiento utilitarista está en total coherencia con sus principios, con una creciente competencia y una especialización absoluta en todas las áreas. Pero los que queremos que la escuela siga siendo un espacio de encuentro para la evolución de las ideas y el desarrollo del conocimiento, no podemos asumir la misma lógica utilitarista de los que la quieren convertir en un centro de preparación para el mundo laboral, como si se tratase de una fábrica de la que salen productos preparados para su consumo (explotación).

Es hora de plantearse que los conocimientos y valores desdeñados por aparentemente “inútiles” son aquellos sobre los que puede construirse un espacio capaz de albergar una sociedad más justa

Un modelo alternativo pasa por rechazar el actual, anclado en un utilitarismo absurdo. Es hora de plantearse que los conocimientos y valores desdeñados por aparentemente “inútiles” son aquellos sobre los que puede construirse un espacio capaz de albergar una sociedad más justa que, al fin y al cabo, es de lo que se trata. Tenemos que reconocer que hay una batalla cultural y que la llevamos perdiendo desde hace mucho tiempo. Las posibles soluciones a este problema, que afecta a lo más profundo de la configuración del sistema, surgirán efecto a largo plazo, por eso este debate se presenta más que urgente. No podemos permitirnos perder una sola generación más.

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