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Veganismo
Receta para una musaka vegana anticomunista
Justo en este momento estoy preparando una musaka vegana y se me ha venido a la mente un pensamiento intrusivo: “¡leches (de soja), Nate! ¡Pero qué moralista eres!” y la cosa es que se me ha amargado un poco la comida antes de empezar. Tras unas semanitas intensas con la peleita del Presidente Chuletón y el Ministro Tofu el asunto parece que se calma. Los debates siempre son buenos, solemos decir, aunque las redes se llenan de odio, ignorancia y otras pamplinas, como casi siempre. Lo cierto es que, para quienes profesamos esta doctrina moral y carente de toda ideología (sic) llamada veganismo, los días han sido más intensos de la cuenta. Se nos ha abierto la grietita en la agenda mediática para poder decir cosas tan poco relevantes para la clase trabajadora (de nuevo, sic) como que “la ganadería es una de las fuentes principales de gases más contaminantes” o “si aspiramos a un mundo donde todas las personas puedan comer en equidad necesitamos transitar a dietas basadas en vegetales para que sea posible”. Esto último suena algo comunista pero mucho más comunista es decir que los veganos son unos desviados de la doctrina marxista y que --aún mejor-- no es una lucha colectiva sino individual. Y aquí me quería parar, que se me están quemando las rodajitas de berenjenas que preparo a la plancha y hay que echar un poco de agua en la sartén para que no se sequen.
Me produce entre rabia y risa que la lucha del movimiento antiespecista y vegano tenga que ser perfecta, por encima de todas las demás restantes luchas del mundo mundial. Resulta que las contradicciones son asumibles para un comunista cuando compra en Amazon porque es más barato y con su sueldo no puede acudir a las tiendas del barrio. Son asumibles para un matrimonio feminista cuando contratan a una mujer para que limpie la casa (o “ayude”, como les gusta blanquear) porque entre el trabajo y la militancia no hay tiempo para limpiar el polvo. Son asumibles cuando viajan a Cuba para ver qué tal el marxismo por allí pero de paso --“y ya que estamos”-- hacen un poquito el guiri en los paradores de lujo y las playas paradisíacas. Es curioso que la misma gente que ha de defenderse cada dos por tres del mantra infame de “vaya, un comunista con iPhone” repita ahora esa misma estructura contra la gente que intentamos hacer del planeta y quienes lo habitan un lugar mejor. Pues claro que es más que posible que detrás de los tomates que consumo o de la remolacha que le echo a la ensalada haya explotación laboral. Usted, señor comunista, debe saber mejor que nadie que no somos libres del capitalismo, por mucho que nos escondamos en la última cueva de las Alpujarras.
Me produce entre rabia y risa que la lucha del movimiento antiespecista y vegano tenga que ser perfecta, por encima de todas las demás restantes luchas del mundo mundial
¿Reflexiona usted con tanto ahínco sobre las condiciones laborales que hay tras los mataderos o las macrogranjas? Los contagios por covid han sido la norma en estos lugares dedicados a dar muerte a los animales, pues la precariedad laboral y la ausencia de condiciones seguras de trabajo durante la pandemia son elementos clave para que su carne envasada cueste tan barata como cuesta. No hablaremos hoy de los problemas de salud mental como el estrés o la ansiedad que produce un trabajo tan sangriendo y violento como ése, que tengo que cortar la cebolla e hidratar la soja para mi musaka fake.
Me acusa usted, señor comunista, de promover una dieta cara y poco accesible para la clase trabajadora, y es curioso que lo diga alguien que presume en Navidad de jamón del caro y en verano de barbacoas por todo lo alto. Habla usted del veganismo como dieta cara porque sus productos procesados lo son. Y esto es cierto. Pero una dieta sana, rica, equilibrada y al alcance de la clase trabajadora (de la que, por cierto, usted se vuelve bastión infranqueable sólo cuando le interesa) no es que sea barata, es que es baratísima. Pruebe a llenar un par de bolsas de fruta y verduras en su comercio de barrio más cercano. Compre también semillas, legumbres, pastas, pan o leches vegetales. Se sorprenderá con el precio de la compra y será, muy posiblemente, más económica que sus bandejas de plástico con lonchas de jamón cortado o sus hamburguesas de buey. Es irónico también que ante el avance del veganismo se apunte al carro de la “carne ecológica” (un oxímoron de los gordos) y la ganadería extensiva. En primer lugar, porque esos precios sí que son prohibitivos para la clase trabajadora que dice defender.
Y en segundo lugar, porque ese tipo de producción de carne es verdaderamente imposible de trasladar a toda la población con el nivel de carne que come. En el caso de que hubiera sólo carne ecológica y extensiva y nada industrial, ¿quién podría pagar los altos precios de la única y escasa carne del mercado? Igual algún ministro o eurodiputado sí, pero seguro que no la working class de la que usted, para entonces ya se ha olvidado.
Deje que le diga, mientras corto los tomates para el relleno, que comer carne hoy día es un privilegio que no nos podemos permitir, especialmente si queremos frenar el cambio climático y acabar con el capitalismo. Primero, porque no es sostenible para el planeta. Segundo, porque limitarnos a un consumo de carne ecológico exclusivamente haría de esta un bien de lujo, incompatible con una sociedad que aspire a ser igualitaria. Tercero, y casi más importante que todo esto, porque no podemos ignorar el dolor, el sufrimiento y las vidas que se pierden de estos animales. Nuestra sociedad explora, descubre y evoluciona en sus hábitos. Desde finales de los años 70, la comunidad científica internacional reconoce que los animales son capaces de sentir el dolor, el sufrimiento, el daño físico o emocional, pero también la alegría, el cariño y la felicidad. En el momento en el que conocemos esta información, ¿cómo podemos ignorarla en beneficio de nuestro paladar?
Si no es por el dinero ni por la salud, sólo se me ocurren otros tres argumentos para seguir eligiendo la opción más violenta y contaminante: el privilegio, el poder y la tradición
A un comunista como usted, además, me gustaría pedirle que recapacite y que amplie el espectro de su lucha. No se trata de dar un paso atrás ni de renunciar a nada: le animo a que en su búsqueda de una sociedad beneficiosa para toda la humanidad incluya también a los animales. Es de una completa falta de empatía que, sabiendo todo lo que sabemos sobre su capacidad de sentir, continuemos con nuestras cosas como si nada. Cada hora mueren en mataderos de España cientos de animales que no conocen otra vida. Son criados mediante la inseminación a la fuerza de las madres-vasija, encadenadas y con el único propósito de parir hasta morir. Luego son alimentados con violencia buscando el máximo engorde (que no es otra cosa que el máximo beneficio), viviendo hacinados para luego morir cruelmente en nombre de la humanidad. ¿Qué sentido o justificación tiene esto? ¿La alimentación? Se puede llevar una dieta completamente saludable con productos vegetales. ¿El dinero? No es más barato en absoluto, de hecho entre todas y todos pagamos la factura de esta industria, que contamina de forma criminal sin hacerse responsable, con la pérdida de biodiversidad y deterioro de los suelos que conlleva. Si no es por el dinero ni por la salud, sólo se me ocurren otros tres argumentos para seguir eligiendo la opción más violenta y contaminante: el privilegio, el poder y la tradición. De los dos primeros nos han hablado ampliamente las feministas durante muchos años y sus análisis son fácilmente extrapolables a la cuestión animal. Si no es necesario ni es sostenible ni tampoco extrapolable al conjunto de la humanidad, es un privilegio.
Las personas de izquierdas se agarran a unos argumentos que podría defender el lobby cárnico o la mismísima empresa de El Pozo con tal de seguir con sus barbacoas grasientas en verano y las gambas y los cangrejos por Navidad. Sí, un serranito está muy rico, ¿pero no es más sabroso no dañar a los demás y luchar por un planeta más limpio? La tradición, el tercer argumento que lanzan desde derechas e izquierdas resulta, de esta última, llamativo cuanto menos. Los usos y costumbres de una sociedad evolucionan a la par de ésta. Cada vez hay menos personas que siguen la tauromaquia por el ejercicio de violencia explícita que supone. La violencia machista, encerrada en el hogar durante años y años, era la costumbre generalizada de una sociedad patriarcal. Incluso la celebración de bodas o acudir a los ritos religiosos son costumbres que van cayendo por el paso de los años. Si la sociedad romana superó la desaparición de sus circos con leones y esclavos, estoy seguro de que la nuestra podrá hacer lo propio con la cocina tradicional.
No quiero darles mucha más tralla, queridos amigos comunistas y carnacas, ya que he de colocar la berenjena en la bandeja del horno y soy incapaz de hacer dos cosas a la vez. Sí decirle, antes de que nos despidamos, que me resulta llamativo que desde las corrientes que presumen de heterodoxia y unidad en las luchas, la respuesta ante el movimiento vegano y antiespecista sea tan dogmática. Repiten, no sin falta de razón, que las luchas han de ser colectivas, y que el veganismo mayoritariamente no va por esa línea. Sin embargo, no veo a estas organizaciones hacer absolutamente nada por cambiarlo. Repiten, una y otra vez, que falta organización y trabajo en el movimiento, pero no se implican ni lo asumen. Supongo que es muy divertido que, tras sus congresos, escuelas o concentraciones, vayan a por un chuletón de ávila o un atún encebollado. Dicen que el veganismo es una lucha moralista, que los veganos no van a los problemas “productivos” (aka, a la cuestión de clase pura y dura) y que se quedan en lo superficial. Esto es falaz por varios motivos, el primero, porque no hay un solo veganismo como no hay un solo feminismo. Si solo escuchan lo que quieren escuchar para legitimar sus opiniones prejuiciosas, no van a enterarse de todo lo que se mueve en realidad. Claro que hay un animalismo que no es de clase, que no cuestiona las raíces del sistema y que no pretende grandes cambios sociales. Pero cortar a todo el veganismo por el mismo patrón sería igual de injusto que renegar del feminismo porque Ana Botín se lo intenta apropiar o de la lucha LGTBIQ+ por las campañas de márketing de las grandes multinacionales. El veganismo será lo que la militancia decida y, en lugar de juzgar desde sus púlpitos de banderas rojas sin hacer nada en absoluto, mejor harían en arrimar el hombro, escuchar o cambiar o, simplemente, cerrar la boca. A veces los comunistas que se dicen más abiertos y heterodoxos se comportan en este tema igual que los calvetes del Frente Obrero. No hay mucha diferencia entre ambos, supongo que para compartir mesa y mantel en algún mesón no hay ningún problema.
Ninguna de estas organizaciones en la izquierda del Estado español ha conseguido avanzar nada en cuestiones, ni siquiera, de bienestar animal
Cuando las ideas no se llevan a la práctica por su imposibilidad o porque no funcionan corren el peligro de convertirse en un dogma. Ustedes no dejan de repetir, amigos comunistas, que la lucha ha de ser colectiva y que los argumentos moralistas no sirven para nada. Lo repiten como papagallos una y otra vez aunque la realidad les choque la cara con un bloque de tofu. Lo cierto es que ninguna de estas organizaciones en la izquierda del Estado español ha conseguido avanzar nada en cuestiones, ni siquiera, de bienestar animal. Ninguna ha molestado al gran lobby de la carne, máximo exponente del capitalismo feroz y arrollador, y una de las principales fuentes de gases contaminantes a la atmósfera. En el lado contrario, como un ejército de hormiguitas sin descanso, el movimiento antiespecista en España ha denunciado atropellos con la experimentación animal (el último y más sonado, el de Vivotecnia), ha conseguido que la tauromaquia sea mal vista en amplias capas de la juventud y están logrando que cada vez más personas se unan a dietas basadas en vegetales para luchar contra el maltrato animal y el cambio climático. El lobby de la carne y los productos lácteos tienen un mosqueo de campeonato y no lo esconden precisamente. El ridículo anuncio de El Pozo en Navidad promoviendo la paz y el amor --cuando ellos ejercen violencia y sufrimiento-- era solo una señal. Es posible que ustedes no la vieran. Pero seguro que están al tanto de las cuestiones que se discuten en la Unión Europea. Sabrán entonces las peleas que tienen estos lobbys por prohibir que los veganos llamen “hamburguesas” a sus preparados de soja o tofu, o leche a las bebidas de soja, coco o avellanas. Una industria multimillonaria, explotadora de currelas, que hace negocio con dictaduras y que es una de las máximas responsables de la emisión de gases contaminantes, se siente vilmente atacada por este movimiento al que ustedes acusan de moralista y desorganizado. Estaré encantado de ver a qué poder molesta usted, amigo comunista, que se sienta cómodamente en algún parlamento, congreso o institución europea. Si unas declaraciones tan blanditas e inocuas como las del ministro Garzón han conseguido provocar tanta tormenta ha sido gracias a que había semillas plantadas por personas luchadoras que están organizadas y tratan de avanzar en esta batalla. Posiblemente no estén organizadas en movimientos marxistas clásicos como en los que usted milita, es cierto, pero es que sus organizaciones son poco o nada amables con el movimiento animalista. Estas personas, acusadas de luchas moralistas, tienen que lidiar con ataques desde izquierda y derecha y encuentran pocos aliados.
No quiero dejar de comunicarle, amigo comunista, cuánto me preocupa que haga constantemente referencia a las luchas “morales”. ¿Es que usted, en su proyecto socialista, no cree que debamos transformar la moral? El orden social que construyamos en el futuro necesitará, por narices, revisar su sistema de valores. Habla de la moral una y otra vez y me pregunto entonces qué leches (de almendras, en este caso), entiende usted por “lo personal es político”. O si lo ha entendido en algún momento.
Creí que habíamos acabado ya con ese rollo de que cuando tumbemos al sistema capitalista por fin nos pondremos manos a la obra con las cuestiones “secundarias”
Creí que habíamos acabado ya con ese rollo de que cuando tumbemos al sistema capitalista por fin nos pondremos manos a la obra con las cuestiones “secundarias”. El mundo nuevo que construyamos ha de cambiar desde nuestra práctica diaria, colectiva inevitablemente, pero también personal. Porque lo personal lo imbrica todo, porque somos seres sociales, no aislados, que con nuestra razón de ser y nuestra experiencia somos capaces de ejercer cambios en las demás personas. ¿O es que me tengo que creer que cuando consigan su ansiada revolución (que, por lo visto, no es la misma que la mía) van a cambiar sus hábitos y renunciar a sus privilegios? Permítame que lo dude, estimado amigo.
A estas alturas del texto imagino que ya estaremos en confianza, así que déjeme que le comente algo más antes de irme a comer mi fantástica musaka. Cuando usted y su organización critique la próxima vez la tauromaquia o la caza (que no dudo que lo harán) escuche con atención a los fachas. Porque en el fondo tienen razón, es por eso que esta confesión la hago al final de la receta, cuando el horno está a punto de pitar y nos hemos quedado en familia. Tienen razón cuando le echan en cara que la calidad de vida del toro es muy superior a la de los pollos que usted se come. No lo digo por decir, estos argumentos son los que lanzan en redes sociales y en las manifestaciones. Hace algunos años estuve frente a la Maestranza protestanto con asociaciones animalistas (vaya por dios, igual no es algo tan individualista) en el día de una corrida de toros. Por allí pasaban los pijos de los Remedios, con sus cojines de banderas de España, sus camisas celestes y sus llaveros asomando el bolsillo con banderas sospechosamente preconstitucionales. Y allí, más de uno y más de dos nos decían eso mismo que le acabo de decir a usted, que el toro vive mejor que cualquier animal de granja. Por suerte para nuestra altura moral, los y las que estábamos allí no consumíamos animales así que ese argumento se lo comieron con papas y salsa barbacoa. Pero, ¿qué tendría que decir usted? Porque, puestos a elegir vidas de miseria, preferiría la de un toro de lidia que tiene unas cuantas horas de tortura frente a un pobre cerdo que nace, vive y muere sufriendo palos, enfermedades, enclaustrado en unos cuantos centímetros cuadrados y sin ver la luz del sol. Como yo tengo la suerte de no tener que elegir, puedo denunciar ambas prácticas como atroces y no tener que comparar. Qué pena que usted no pueda decir lo mismo. Tampoco podrá hacerlo con los cazadores, a los que yo puedo odiar con toda mi fuerza y desear que se extingan mientras usted, amigo comunista, no podrá decirles nada. Porque, de nuevo, el animal salvaje que él asesina es mucho menos desgraciado que cualquiera de sus tres últimas comidas. Escuche, escuche a los fachas y reflexione, que ya me jodería estar en su lugar y tener que darles la razón. Ahora deje que me marche a comer. Una carísima musaka sólo al alcance de un pijo-progre de Malasaña me espera puesta en la mesa.