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Hablando hace poco tiempo con un amigo, tocando el tema de la educación media y de las técnicas profesionales, me preguntó qué tipo de educación defendía yo, si era amigo de las nuevas propuestas sobre las aulas horizontales, o pensaba la pedagogía en términos más clásicos. Más allá de la aburrida oposición formal entre métodos de pedagogía, de la cháchara vacía, en donde se contraponen formalismos y castillos en el aire, donde se cita al Emilio o los pedagogos anarquistas españoles, más allá de todo eso, creo que en lugar de responder esto, conviene volver a nociones básicas de lo que creemos que es educar y cómo lo hacemos. Preguntémonos sobre todo para qué queremos educar y cómo es posible lograrlo.
Hay una idea muy común sobre la educación, que es la que la mayoría de las personas profesan deliberada o inconscientemente, la cual consiste en que instruir es fundamentalmente traspasar un conocimiento de una persona a otra. Esta idea, que parece identificarse nítidamente con la llamada formación laboral, quizá pueda acertar en algo de lo que estamos buscando, así sea tangencialmente. La mímesis parece que se nos presentara como el fin de toda instrucción, que después de dar un contenido temático en las aulas, se espere que el alumno repita sistemáticamente un saber-hacer que se le exija en las pruebas.
El pensamiento crítico es un resultado, no una precondición para el saber, es el resultado de un largo esfuerzo de comparación, de análisis, de digresión, y por encima de todo, de confrontación de ideas
Aquí hay dos aspectos, primero el de las dinámicas laborales que piensan esto como la satisfacción de sus objetivos, pese a que en un mercado en el que cada día se empieza a jugar la necesidad de la reinvención constante esto resulte problemático. Resulta que las habilidades más valiosas en el mercado, empiezan a ser aquellas más complejas de introducir por medio de la imitación, el pensamiento complejo, la innovación, y la capacidad autónoma de discernir entre grandes conjuntos de datos. La mecanización y la memoria (entiéndase por esta, la que actúa en el proceso de mímesis) siguen siendo importantes en muchos oficios, pero quizá sea necesario cuestionar su futuro cuando vemos la rápida y tremenda automatización que sufren las economías desarrolladas en todos sus sectores. El segundo aspecto a considerar es en la educación regular, aquí hace mucho tiempo se viene problematizando las instrucciones de tipo mecánico y aquello que desaparece una vez pasadas las pruebas, si bien esto puede ser verdad, sigue pendiente construir un tipo de pedagogía superadora de estas rémoras.
Hay sin duda un escape fácil y soso frente a estas cuestiones, el cliché incansable del “pensamiento crítico”, parece que con estas mágicas palabras, y una serie de argucias retóricas, uno pueda deshacerse de aquellas aporías que le dificultaban tanto hace poco tiempo. Yo me permito dudar siempre de aquellas respuestas unilaterales que resuelven todo, de las palabras que a medida que se popularizan van perdiendo el significado –si alguna vez lo tuvieron—, pues confunden más de lo que aclaran.
Hegel, de manera brillante, anota en sus escritos sobre pedagogía que pensar que la labor del profesor debe ser enseñar a pensar críticamente, o el mal llamado “criterio autónomo”, es una fantochada, pues el ejercicio del pensamiento crítico debe desplegarse sobre un contenido real. Con esto me quiero referir a lo siguiente, en palabras más simples, el pensamiento crítico es un resultado, no una precondición para el saber, es el resultado de un largo esfuerzo de comparación, de análisis, de digresión, y por encima de todo, de confrontación de ideas. Si uno pudiera aprender a hacer filosofía sin leer a ningún filósofo, no sería una disciplina interesante, se vuelve una solo en la medida que se comprenda que enseñar a filosofar es en primera instancia enseñar a leer, enseñar sobre todo a escuchar.
El saber enriquece profundamente la vida, la hace más sustancial, más interesante en su devenir entre los días, es aquello que abre la puerta a lo más elevado
Me he encontrado a muchos alumnos en el gremio de las humanidades y las letras, que cuando se habla sobre la posibilidad de ingresar en el pénsum académico una materia de matemáticas o ciencias naturales, se sobresaltan y expresan rápidamente su entero rechazo a tal posibilidad. Hay sobre todo algunas actitudes cínicas que interrogan la propuesta bajo la pregunta por la utilidad, por el posible uso inmediato que se le pueda dar en el contexto que participaría. Resulta sustancial recordarles algo, cuando se aprende matemáticas, lo que se busca no es un proceso de imitación y de memoria como el que hablábamos antes, sino la apropiación de un cierto modo lógico de razonar frente a problemas multidimensionales.
El objetivo de las ciencias es evidentemente generar científicos, y para ser uno se requiere de la capacidad de ver conexiones internas en complejos abstractos, de buscar conexiones entre los objetos y dimensionar sus posibilidades. El aprendizaje de un límite, de una derivada, de la termodinámica, o de la etología, es importantísimo no solo en la medida que abre horizontes del saber, sino que forma capacidades intelectuales muy potentes a la hora de enfrentarse a los problemas de las ramas del conocimiento propias. El sentido no es aprender geometría para leer a Platón y entender las referencias y situaciones que plantea, para eso simplemente basta buscarlo en internet, lo valioso es aprender geometría para poder seguir el hilo del razonamiento que se está llevando a cabo, entender la estructura interna de este. Por eso Platón prohibía entrar a la academia a aquellos que no poseían este saber.
El saber enriquece profundamente la vida, la hace más sustancial, más interesante en su devenir entre los días, es aquello que abre la puerta a lo más elevado. La pregunta por el modelo pedagógico que queremos construir debe integrar plenamente estas discusiones si queremos que se den pasos en la dirección correcta. El mercado laboral abierto e hipercompetitivo, junto a la mercantilización del conocimiento, son fenómenos que ya no tienen vuelta atrás en la rueda histórica, hay que asumir un plan de acción antes que ser arrollados por este torbellino. En esta línea es meritorio rescatar el saber como pleno de sentido, como aquello que la organización general de nuestras vidas debe tomar como centro. El saber no debe estar al servicio del capital, sino el capital al servicio del saber.
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