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Pensamiento
Hacia una sociedad que enseña a odiar la igualdad
Recordaba Julio Anguita hace un año, en su último artículo de prensa, “Decía Gramsci”, al fundador del Partido Comunista Italiano. En él hacía referencia, el viejo profesor de historia, a una de las ideas del intelectual y militante marxista: “El viejo mundo se muere. El nuevo tarda en aparecer. Y en ese claroscuro surgen los monstruos”.
En nuestras sociedades posmodernas, sobre las que llegó el impacto pandémico, abundan los contrapuntos que no obstante reproducen algunas lógicas preexistentes: ante la inseguridad y la frustración, el ego (centrismo) —debido a un narcisismo entrampado— se propaga, junto a la conspiranoia rampante, mostrando el reino de los ‘opinólogos’ del desastre ajeno con el fin de justificar la acción pulsional deseada. Caras de la misma moneda; como los comportamientos egoístas e individualizantes, son el contrapunto, regido por el hastío, de las exigencias del ‘policía de balcón’ que, inspirado en el miedo, no observa límites a la exigencia de control y eficacia para los marcos de excepcionalidad que restringen nuestros derechos fundamentales en pandemia. Síntomas de la misma relación obtusa con la palabra, los contextos, los procesos, las estructuras y las narrativas.
En esa coyuntura de impacto de ‘lo real’ sobre ‘el hombre unidimensional’ (Marcuse), la estrategia de la extrema derecha y ‘la derecha extrema’ nos recordó incesantemente, por su táctica sistemática de producción y propagación de bulos “Steve Banon style”, a Trump y Bolsonaro. Comenzó desde el principio, convirtiendo a las movilizaciones del 8M en chivo expiatorio y al gobierno “social-comunista” en culpable ocultador, haciendo olvidar la dimensión internacional. Irracional pero evidentemente peligroso en momentos de shock en relación al auge de la extrema derecha a medio plazo, cuando el giro a la derecha de la crisis del bipartidismo ya estaba abierta. Y de nuevo, la auto-referencialidad nacional y sus pugnas obturando la comprensión del problema.
Así, en este nuevo claroscuro, profundizaron la estrategia discursiva, antes y después de las semanas de caceroladas de teflón, acompañadas por palos de golf, en las calles madrileñas. Usaron incluso significantes propios de movimientos emancipadores históricos. Hasta el lema zapatista de ‘gobernar obedeciendo’ fue reapropiado en las redes para reclamar la dimisión del Ejecutivo: frente a la figura de orden del ‘buen ciudadano obediente’, ‘hombres de orden’ —ellos—, contraponían que “un buen gobierno es el que obedece”.
Una estrategia en la que el eje principal de discurso venía construido a partir del concepto de libertad, ya fagocitado por el individualismo neoliberal post-caída del Muro de Berlín. De esta forma, confundiendo privilegios con derechos y patrimonializando, no sólo la idea del ‘país’ sino de ‘pueblo’, las movilizaciones de esos sectores privilegiados pudieron conjugar la oposición binaria del imaginario de Guerra Fría, eso sí, caricaturizada.
Los estudios de la extrema derecha acerca de movimientos como el 15M, el modelo de reapropiación practicada por el mercado desde el 68 sobre la base de un sujeto crecientemente cosificado, la influencia norteamericana en los imaginarios post II Guerra Mundial y la copia de las tácticas de comunicación y movilización de las derechas latinoamericanas frente a los gobiernos progresistas en la pasada década, han eclosionado durante la pandemia como ‘el huevo de la serpiente’.
Las derechas histriónicas han continuado privatizando y colonizando, con mayor penetración, nuestro concepto de ‘libertad’, jugando con el de ‘revolución’ y ‘verdad’ —en la grotesca imagen de ver a Casado usando a Orwell, el brigadista internacional que escribió, como sobreviviente de la Guerra Civil Española, Homenaje a Catalunya—.
Una colonización de viejo cuño reactualizada, a la que hay que sumar la apropiación desplegada durante más de cuatro décadas sobre el significante ‘democracia’ —con el uso imperialista yankee mediando en los imaginarios—; y, a nivel específicamente nacional, sobre la propia idea de ‘España’, sin rezagar el ahínco reciente sobre el significado contenido al usar el término ‘constitucionalismo’, y la rabiosa novedad de usar el concepto de ‘terrorismo de Estado’ en el contexto pandémico vertido sobre Unidas Podemos, cuando tenemos consciencia histórica de los colectivos del país que han sufrido los diferentes regímenes de terrorismo de Estado del siglo XX y cuáles los ejercieron. Por último, no podemos olvidar el hit, también con toque macabro, de los últimos años: la tergiversación del significado histórico encerrado en ‘golpe de Estado’ y ‘golpismo’.
Lo cierto es que “el destape” del último prócer patrio y su borboneo de rapiña sistemática en mitad de la pandemia, abriendo un renovado contexto de crisis en la imagen de la corona, con la presencia de republicanos confesos en el poder ejecutivo, estresó las neurosis oficialistas. Tras un desconfinamiento acelerado, hacia un verano al que —deseos clasemedieros y recursos acumulados intocables mediante— no se quería renunciar pese a la dinámica vírica, con el tórrido calor, se comenzó a abrir paso una tendencia de contagio.
Las derechas remiten, con sus declaraciones grotescas, a una suerte de posfascismo que usa, por un lado, el victimismo —como hace la reacción machista— y, por el otro, la apelación a la “verdad revolucionaria”
Tras la escenografía y la conjura del mito transicional que lanzó Sánchez, con los fondos europeos confirmados a gestionar, se abrían dudas en las tácticas peperas, pero se agudizaba el nerviosismo escénico tradicionalista y, por tanto, la balanza caía del lado histriónico de mano del dominante inconsciente político de la derecha españolista del país— por boca de Ayuso: “la oposición soy yo, los tribunales y el rey” vs. “la anarquía y el totalitarismo” —todo en uno—. La sensación de restricciones y caos, como vemos agitar en los medios corporativos, redoblado durante las últimas semanas.
Las derechas remiten, con sus declaraciones grotescas, a una suerte de posfascismo que usa, por un lado, el victimismo —como hace la reacción machista— y, por el otro, la apelación a la “verdad revolucionaria” —fagocitando literalmente, como hemos dicho, palabras de Orwell—. Nociones retorcidas de revolución y verdad que ya acompañaron al fascismo de los años 30 en el viejo continente. Por ello, aunque la farsa y la tragedia estén presentes a la vez en este esperpento posmoderno, debemos seguir en alerta antifascista.
En aquella coyuntura, con las preocupantes cartas al rey y comentarios genocidas privados de militares retirados, lo cierto es que a partir del punto de inflexión de las ansias veraniegas del año pasado, la indigna táctica de las derechas de jugar con los muertos contra el gobierno de coalición —aunque es un anclaje relevante y fundamental que retorna, como demuestran las notas de amenazas de muerte de abril— pasó a un segundo plano en la estrategia de masas. Ocupando el primer plano otro de los discursos desplegados, a coro con las derechas demagógicas globales: la apropiación adulterada de la libertad.
En una profundización subjetivista de lo que ya hiciera material y teóricamente el liberalismo para la burguesía, siguieron las huellas de las tradiciones de pensamiento que comenzaron a articular la denominada ‘libertad negativa’. A lo que se suma, en el caso de las naciones con pasados imperiales, una concepción elitista frente al resto de posibles imperialistas: el himno británico lo deja claro. En el caso español, lo hace el lema franquista “arriba España: una, grande, libre”.
Hoy, los fieles adoradores de “los elegidos superiores” —sean estos jefes de Estado monárquicos o magnates megalómanos ávidos de más fama y poder— se sienten identificados con una suerte de condición que implica una autopercepción relacional de superioridad —el diferencial del ‘yo’ respecto a ‘los otros’— de carácter racista, clasista, machista y narcisista. De esta forma, adoptan sin reparo, la confusión —típicamente patricia en origen, pero funcional para jerarquizar y diseminada en la horizontalidad individualizadora de las democracias liberales— entre derecho y privilegio.
Hay intereses en desperdigarla en la atomización narcisista de las subjetividades, las de sujetos construidos en las coordenadas del crono globalizado, encajado abruptamente sobre fronteras nacionales. El cronotopo de la posmodernidad tardía.
La clave del uso perverso de esa confusión, por sustitución, entre derecho y privilegio, está históricamente en la posesión. “Tener derechos sobre” una propiedad cosificada —sean territorios o personas— quedaba estipulado por la ley escrita. Ahí está la larga historia de la esclavitud o el viejo derecho de pernada —feudal, colonial, patriarcal— que encarnaba en el derecho regulatorio de la sociedad la supremacía de clase o estamento, de raza, de género; era el derecho violento del privilegiado sobre sus posesiones, fijado en la legislación: la legalidad del abuso sistémico. Es decir, la antítesis y un antagonismo de la concepción de los derechos sociales y humanos.
Aquellos “derechos sobre” eran sólo privilegios disfrutados por los grandes propietarios de cosas y personas —previamente cosificadas y, como tales, carentes de derechos—. Porque la ley, el derecho, legisla según la estructura social de cada historicidad: articulando privilegios o/y abriéndose a derechos colectivos, empujada contra los privilegios ejercidos. Por tanto, aunque la denominación retórica habilite la confusión premeditada, los privilegios de “la explotación del hombre por el hombre” son la contracara de la concepción de derechos, siempre colectivos, en la construcción de lo público. Una construcción de los pueblos que se viene desarrollando hegemónicamente dentro de la articulación liberal del Estado-nación moderno, ensanchado por la historia de las luchas culturales, políticas, sociales, de clase. Luchas superadoras que, con principios humanistas heredados y reformulados en diversidad de culturas, han construido y arrancado derechos para la mayoría social de ‘esos otros’, los desposeídos, en esta pugna sin fin entre sus privilegios y nuestras vidas.
Vemos a las fuerzas derechistas de diversas familias repartidas por el globo proclamando una libertad —la suya— mientras reparten cadenas y amordazamientos para esos ‘otros’
Así, vemos a las fuerzas derechistas de diversas familias repartidas por el globo proclamando una libertad —la suya— mientras reparten cadenas y amordazamientos para esos ‘otros’. La campaña de Vox es clara, así como los cierres barriales de Ayuso, conjugados con el discurso de Sánchez como “dictador” que emplea “el despotismo”. Una vez aprobados los presupuestos y tras el acuerdo de los fondos europeos, la oposición necropolítica y aparentemente lunática de Ayuso en la capital, fue la punta de lanza para la capitalización del hastío de ‘la normalidad neoliberal’.
Las características normativas de los sujetos posmodernos frente al límite de ‘lo real’ en nuestras estructuras sociales, con la pandemia y su traducción experiencial, han podido desarrollar en algunos imaginarios una dicotomía de obediencia-libertad, infantil y despótica, que ha dejado a los más de 78.000 muertos del virus atrás. Los olvidados si en su nombre ‘les aguan la fiesta’; ‘sus muertos’ si en su nombre pudieron alimentar intereses, los dirigentes, u odios, los votantes; recordados como ‘hundidos’, por los ‘salvados’ (ya nos explicó ese funcionamiento perverso e indigno Primo Levi acerca del moderno Holocausto). Como si hasta la contingencia existencial se cosificara en una competencia inconsciente de unos contra otros, atrapados en un esquema competitivo esencialista. Una perversa dicotomía de los mejores vs los peores que todo lo inunda.
Como explica Ranciére sobre Trump, el producto de su apelación al voto popular, basada en la consideración de superioridad de unos frente a otros y la preservación de esos supuestos privilegios, es una sociedad que enseña a odiar la igualdad
El impacto y sus quiebres pueden producir el reino de una ceguera indiferente. “Una especie de indiferencia criminal”, largamente entrenada —con un horizonte, como máximo caritativo, respecto a ‘los otros’—. Una ceguera negadora del sufrimiento: tanto al ajeno como al propio —por fuera del victimismo egocéntrico o la depresión—, ya que ‘se es libre per sé, si así se cree; no hay nada subterráneo en mí, ni mediaciones más allá de mi creencia individual, de mi autopercepción, no me constituyo relacionalmente, ‘soy’ (esencial), y la realidad es transparente a mis ojos aislados, reducida a lo posibilitado por y para el consumo’. Con los “ojos ciegos bien abiertos”, “atrapado en mi libertad”, cuando ‘Nike es la cultura’ —cantaba el rock argentino del Indio Solari—. Una ceguera que alimenta recíprocamente neurosis y estatus.
De hecho, como explica Ranciére sobre Trump, el producto de su apelación al voto popular, basada en la consideración de superioridad de unos frente a otros y la preservación de esos supuestos privilegios, es una sociedad que enseña a odiar la igualdad. Mientras, Federici, refiriéndose al funcionamiento del patriarcado respecto a la reivindicación de la igualdad de oportunidades, nos aclara: “Las diferencias no son el problema, el problema es la jerarquía. La jerarquía hace que las diferencias se vuelvan una fuente de discriminación, de devaluación y de subordinación”.
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Qué bien dicen por ahí lo de "nazistorradas". yo, por no poner "c*ño" o "p*lla", pongo "pvta" y, por no poner "c*brón", pongo "c4brón". ¡Y todos tan contentos!
¡Pues seguid! ¡Seguid! Seguid metiéndole patadas al lenguaje que un día aparecerá un nuevo lenguaje y vosotros hablaréis inglés... Bueno, inglés mal hablado.
¡Qué diferente es el mundo desde Soria!: mantequilla... tostadas... ¡eh, tú! Pasamé un poco de tabaco...
¡Olor a trincheras! Y un pacto con La Madre Naturaleza.
Mientras vosotros estáis ahí, poniendo denuncias por lo más tonto que ha podido existir; yo me entero que España está vetada por todos los estados nación del mundo, que la O.N.U. ha intervenido a la nación española, que el dinero ya no tiene valor compungido, que Colombia no está en guerra, que Israel a cedido a Palestina, que Marruecos ya no va a poner su flota en el mar, que el mundo ha salido de la crisis y que, en definitiva, vivimos en anarquía.
Pero, ¡bueno! ¡Estos son cuentos chinos!
Yo me voy a dar una vuelta a ver la luz esplendorosa de mi ciudad. Y, si acaso, a pedir un poco de tabaco al compañero de al lado que me han dicho que en la trinchera de en frente no hay.
¡Vamos! ¡Un ejército de 23.000 lectores bien usado! ¡Qué desgracia haber dicho eso!
¡Qué pena que estemos sumergidos y no nos veáis! Veríais explicamos clases de mates y de literatura a los chavales. ¡Qué pena el PIN parental! ¡Bua...! ¡Bua...!
Los explotadores hablan de libertad y los explotados les creen y les votan. Que el mismo que te está pisando el cuello tenga la desvergüenza de lanzarte mensajes de libertad tiene tela pero que el que está debajo de la bota se los crea y los repita como un mantra es para mandarle al psiquiatra.
Me sorprendió mucho cuando vi en la televisión la celebración de la victoria de Ayuso. Había al menos dos personas que estaban hondeando la bandera LGTB para celebrar la victoria del mismo partido que trató de impedir el matrimonio homosexual en España. La derecha cuenta con la complicidad de los trabajadores y eso es porque no existe la conciencia de clase.
¡Qué “libertad” ni qué gaitas! Es muy reveladora esta larguísima perorata para notar como algun@s de izquierda están infectados de idealismo; ya estaba explicado por el materialismo dialéctico que la Libertad es un derecho que se obtiene a través del trabajo, que es el verdadero núcleo materializador. Curiosamente, la derecha madrileña (que sí parece haber entendido a Marx) mueve la palanca del “trabajo” y los votantes lo perciben como un posible camino a la libertad.
Señoritos y señoritas de “izquierda”: dejen de apalizarnos con idealismos infantiles y reaccionarios. La “libertad” como derecho inherente e inalienable es un invento del liberalismo (Locke) que queda bien desenmascarado e indefectiblemente ligado a ser consecuencia de las condiciones laborales.
Es rarísimo: se sienten vds. de izquierda pero sus escritos rezuman un sentimentalismo y romanticismo muy burguesito.
La libertad ha de ser un derecho inherente e inalienable, lo diga o no Marx. Si lo supeditas al trabajo estás creando una sociedad de esclavos condicionales; no eres libre si has de trabajar para serlo. Y si decir que no debería ser necesario trabajar para ser libre es liberal, pues que así sea, pues claramente entonces el liberalismo plantea llegar más allá que vuestra limitadísima utopía de pico y pala que no sois capaces de realizar. Hasta la gorra de los proselitistas del librito rojo, siempre vendiéndonos vuestra concepción de la realidad sobre la que analizar todo, nunca teniendo la amplitud de miras de pretender cambiar nada. Menos análisis pseudocientíficos de la jaula y más romper los barrotes, coi.
No es porque lo diga Marx o Chaplin: un ser humano tiene que mamar, tiene que hacerse una cama, tiene que correr a refugio, tener despensa, para luego “ser libre”. Llamamos trabajo a cualquier actividad material productiva.
(Los esclavos son los que entienden “trabajo” como ese sufrimiento con el que pagan la letra del coche y el boleto de la Primitiva).