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Pensamiento
Hacen falta siglos de cultura para preocuparnos por la propiedad de la lava aún caliente
Algunas semanas atrás, en una clase de introducción a la sociología, estaba tratando de explicar que convertir casi todo en una mercancía era parte de la cultura compartida del mundo actual, y que esta particular abstracción requería de un sistema cultural y simbólico complejo. Para tratar de explicarlo eché mano de una cita de Henri Bergson con la que Pierre Bourdieu inicia, en formato de epígrafe, su libro Las estructuras sociales de la economía. Bergson dice algo así: “Hacen faltan siglos de cultura para crear a un utilitarista como Stuart Mill”. Desde hace años me da vueltas en la cabeza esta cita, uno de los genios de la filosofía contemporánea es el resultado de generaciones y generaciones, de pueblos y más pueblos, que fetichizan una buena parte de los objetos, acciones, relaciones y personas que tienen en su contexto. O en términos psicologicistas de moda, gente que tiene (tenemos) un problema de apego mal resuelto con los “objetos” que nos rodean.
Convertir casi todo en una mercancía es parte de la cultura compartida del mundo actual, y esta particular abstracción requiere de un sistema cultural y simbólico complejo
Cuando preparo y explico este tipo de temas en clase siempre tengo la sensación de estar mintiendo. De estar hablando de algo de lo que no estoy seguro. En cierta medida me tengo que autoconvencer. Para cumplir con la puesta en escena de ser profesor tengo que convertirme en un devoto proselitista de las ciencias sociales, tengo que profesar la fe en el concepto antropológico de cultura, en la función social de las instituciones, y así un largo etcétera. Eso tiene algunas consecuencias en mi vida diaria. Durante algunas semanas busco evidencias por todas partes, como quien ve embarazadas cuando espera una hija, como quien ve escayolados cuando se ha roto un hueso, o como quien ve desempleados cuando ha perdido su trabajo. Algunos días me fustigo y pienso que soy un farsante, y otros me siento vigoroso en mi faceta de profeta. Como me pasó hace un par de días, cuando leía las siguientes noticias:
-¿A quién pertenece la nueva tierra creada por el volcán de La Palma?
- El terreno que la lava gane al mar será propiedad protegida del Estado: Este aumento del territorio nacional obliga al Estado a proteger su nuevo bien, ya que forma parte del patrimonio geológico. Las propiedades sepultadas en tierra firme por la colada magmática seguirán siendo privadas.
Y así decenas de noticias en portales y periódicos digitales. Justo cuando empezaron a surgir estas noticias, y cuando todavía no era tan claro (aunque no debe ser nada claro para las personas que vivían por donde ha pasado la lava), recreé en mi cabeza el entusiasmo de dos catedráticos en derecho privado que habían escrito libros, artículos, capítulos durante décadas sobre un caso supuesto similar. Pero no es así, parece que la normativa es clara, la nueva costa y las formaciones rocosas que cubren las propiedades son del Estado, los privados siguen poseyendo lo que está debajo. Aunque tampoco me queda muy claro. Pero este escrito no va sobre eso. Va sobre la idea de propiedad en una situación como esta.
Contaba la hija del escritor colombiano Eduardo Caballero Calderón que la literatura había ganado un escritor gracias a las discusiones que surgían en alguna de las asignaturas de derecho cuando éste estudiaba en la universidad. En esta se planteaba la discusión sobre quién sería el dueño de una isla hipotética surgida entre dos predios después de la crecida de un río. Gastar el tiempo en determinar la propiedad de ese nuevo pedazo de tierra, o ese desplazamiento de tierra, le parecía a Caballero una pérdida de tiempo.
La reconstrucción hecha por la hija sobre su padre artista correspondía con la idea que tenemos de los artistas, que ven su arte como superior a las preocupaciones sobre la propiedad. En cierto sentido, nos habla de que muy pocas personas pueden darse ese lujo, tal vez seres de luz que son los artistas, o los intelectuales, o, mejor dicho, casi nadie. Estos seres “mágicos” son la confirmación de la regla. También hay grupos de población que rechazan la propiedad, grupos de población que intentan procesos de socialización de bienes, o el establecimiento de propiedades comunales, o de servicios comunitarios, o de medios de producción, y últimamente, hasta de medios de comunicación. Pero estos procesos están asociados a un intento de cambio de consciencia, de desfetichización, de desalienación, o de algo así.
El marco de propiedad no nos permite vislumbrar otras posibles soluciones que las asociadas a la compensación por la propiedad. No tenemos ninguna herramienta de reparación cuando salimos de la compensación individual
Pero el cuestionamiento frente a la propiedad que nos imponen este tipo de catástrofes tiene un elemento particular. En cierto sentido, no parten de un proceso de consciencia colectiva, por el contrario, parten de la eliminación de facto de las normas anteriores. Lo que nos lleva a preguntarnos: ¿es compatible nuestra relación con la propiedad frente a fenómenos como los del volcán de La Palma? ¿y frente a otros desastres?
Al parecer no tenemos mecanismos sociales e institucionales para enfrentarnos a problemas comunes. No tenemos marcos de referencia para pensar la tragedia de las familias que perdieron sus hogares debajo de la lava. O, pensemos en esa “nueva” noticia sobre migrantes climáticos, sobre ciudades o países bajo el agua, en definitiva, poblaciones enteras, que por inundaciones, sequías, aumento del nivel del mar, etc., tienen que dejar sus hogares. El marco de propiedad no nos permite vislumbrar otras posibles soluciones que las asociadas a la compensación por la propiedad, pero no es posible reparar a nivel de grupos, de comunidades, de pueblos, de barrios, es decir, no tenemos ninguna herramienta de reparación cuando salimos de la compensación individual.