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Software libre
Tecnología en las organizaciones transformadoras: si no la usas tú, te usará ella
La tecnología es uno de esos tótems sociales que no se cuestiona, que se asocia acríticamente a la innovación y al desarrollo —¿qué desarrollo?— que, a su vez, se asocian a algo bueno y deseable. Son las grandes palabras del marco que nos rodea, conceptos de los que se habla mucho hasta banalizarlos e integrarlos en el imaginario colectivo para permitirnos actuar poco y desde la comodidad, pero sin mirar el fondo de la cuestión: ¿para qué estamos usando en realidad la tecnología en nuestra sociedad?
Podemos incluso pertenecer a una organización que ya se ha hecho esta pregunta y trabaja por una tecnología más enfocada en el bien común. Pero, cuando realmente se quiere transformar, siempre es mejor empezar por una misma, ¿no? Preguntarnos cosas como ¿qué tecnologías empleamos en nuestra organización? ¿quién está detrás de esas tecnologías? ¿estamos contribuyendo realmente a un mundo mejor si las usamos, o las usamos por comodidad?
Hay que empezar a transversalizar el activismo tecnológico en las organizaciones y dejar de alimentar al monstruo
No hablamos sólo de las tecnologías que se emplean en proyectos de cooperación al desarrollo o en proyectos ambientales o de inclusión social en nuestro entorno (que deberían ser endógenas, apropiadas, participativas, culturalmente aceptables, que no generen dependencia ni intensifiquen las brechas de poder, sesgos de género, de raza, capacitivos, etc.). También hay que tener en cuenta las que empleamos como parte de las campañas de sensibilización —como las redes sociales— o en el propio día a día de las organizaciones, incluyendo la comunicación interna y la logística más básica.
Hay que empezar a transversalizar el activismo tecnológico en las organizaciones y dejar de alimentar al monstruo. No se puede negar que es complicado ser coherentes en todo —sobre todo a nivel personal, pero también a nivel organización—, así que es mejor ir poco a poco avanzando en la coherencia tecnológica.
Puede parecer que, si empleamos tecnologías más alineadas con nuestros principios, no vamos a ser tan productivas y va a haber que hacer un esfuerzo de adaptación en nuestra base social y personal liberado. Pero la coherencia no debería ser el precio a pagar ante el resultadismo, porque precisamente ese resultadismo es parte del problema.
La coherencia no debería ser el precio a pagar ante el resultadismo, porque precisamente ese resultadismo es parte del problema
Venga, menos palabrería y más concreción. Para empezar, podemos pensar en los aparatos electrónicos que usamos normalmente en las organizaciones. Alargar su vida útil todo lo posible, apostar por la segunda mano o usar herramientas de software libre, puede ser tan político como emplear productos de comercio justo o de cercanía. No hacerlo es tan incoherente como hacer una mesa redonda para hablar sobre Derecho Humano al agua ofreciendo agua embotellada a las ponentes, o unas jornadas sobre comercio justo ofreciendo café de las grandes marcas en los descansos.
Explorar en nuestra acción transformadora campos como la bioconstrucción, las herramientas de bajo coste y abiertas, las soluciones tecnológicas minimalistas —lo pequeño es hermoso— y poco complicadas, que impliquen trabajo colectivo y que nos dejen bailar juntas, es hackear el sistema que queremos mudar. Y eso es precisamente porque estas características son lo contrario de lo que el sistema hiperconsumista nos está vendiendo (todo más grande, más complicado, con tecnologías cada vez más inalcanzables en el manejo y mantenimiento, además de mucho individualismo, expertise y derechos reservados).
Hace mucho que la tecnología dejó de ser un simple medio, una herramienta, para convertirse en un sujeto político que, cada vez más, será clave para conseguir —o no— un mundo solidario, cooperativo y que no deje a NADIE atrás. Tenemos que ser conscientes de ello para crear y usar nuevas tecnologías que retroalimenten ese mundo inclusivo y sostenible o, de lo contrario, estaremos perpetuando el modelo hiperconsumista y extractivista. No hay neutralidad posible. Aquí funciona lo de “si es gratis, entonces el producto eres tú” y lo de “si no estás conmigo, estás contra mí”.
Tenemos que crear y usar nuevas tecnologías que retroalimenten ese mundo inclusivo y sostenible o, de lo contrario, estaremos perpetuando el modelo hiperconsumista y extractivista. No hay neutralidad posible.
Querría acabar, en cualquier caso, llamando a la calma. No hay un infierno de las organizaciones incoherentes, ni una brigada por la pureza tecnológica que llamará amenazadoramente a vuestras puertas. Poco a poco se pueden hacer transformaciones, también a lo interno. Simplemente, hay que empezar a activar este radar de tecnología por el bien común y, sobre todo, pedir ayuda a personas y organizaciones que conozcáis que les motiven estos temas. ¡Lo de bailar juntas siempre funciona!
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