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Opinión
Cultura libre: minuto y resultado

Hace años nos decían que robábamos a los artistas, parece necesario invertir la acusación y señalar que son ciertas plataformas las que roban a los creadores.
12 ene 2023 06:00

Permitidme empezar con unos breves apuntes biográficos. Nací en 1990 y uno de los primeros discos que compré en mi vida fue, paradójicamente, el Steal This Album! de System of a Down. Sería en torno a 2003. La cosa es que mi hermano mayor tenía su anterior disco, el Toxicity —“Toxiciti” según el amigo que pintarrajeó el cd— y yo ya me lo sabía de memoria. Esos discos llegaban a casa mediante algún compañero de clase de mi hermano, que debía de tener la cacharrería necesaria para copiar discos; algo que no era tan habitual por aquel entonces. System of a Down se vieron forzados a sacar ese disco prematuramente —desgraciadamente para mí, con una portada cutrísima y sin libreta— porque alguien había filtrado las canciones en mp3 en mala calidad y se ve que el grupo quería que estuvieran en el mercado de una forma más digna.

Algunos años más tarde empecé a escribir en la revista del instituto, que nos dio la posibilidad de practicar la todología antes de que llegara Twitter. No lo hacíamos mucho peor que ahora. Me acuerdo de que el reportaje de más enjundia que escribí nunca en aquellas páginas fue sobre las licencias Creative Commons y de grupos de música que habían decidido colgar sus discos gratis en la red. Estamos en 2007, más o menos.

El grupo navarro Berri Txarrak publicó el disco Payola en 2009 y un amigo y yo nos plantamos en la presentación en la Fnac de Donostia. En la ronda de preguntas, intentando que no se me quebrara la voz, le pregunté a Gorka Urbizu sobre la SGAE, medio riñéndole por no haberse salido de sus garras. No me acuerdo muy bien lo que me respondió, pero fue un gran paso en mi progresión a la hora de tener la suficiente autoestima o el descaro necesario para hablar en público. Y de estar un poco flipado, para qué negarlo.

No es que me guste mucho hablar de mí, pero me ha parecido pertinente empezar así porque mi experiencia, creo, fue algo más o menos común en los culturetas de mi generación. Muchos no teníamos ni idea de quién era Stallman ni lo que significaban las siglas GNU, pero copiábamos discos, compartíamos canciones mediante plataformas p2p y nos caía mal Ramoncín. Lo pirata era mainstream, se hablaba de cosas técnicas como el “canon digital”, en el cine antes de que empezara la película nos decían que éramos algo así como asesinos en serie y en la tele las noticias sobre el “top manta” estaban a la orden del día.

Si rondáis mi edad, puede que recordéis cómo David Bravo se hizo tremendamente conocido en aquellos años. Sus vídeos dando cera a diversos representantes de la industria cultural, todólogos varios —estos sí, profesionales— se hicieron virales, si es que ese término se usaba entonces. Que un abogado especializado en propiedad intelectual fuera idolatrado y que sus conferencias se llenaran resultaba, cuando menos, llamativo.

Es de justicia recordar que el movimiento contra la Ley Sinde, que saltó de las redes a la calle, fue uno de los gérmenes de los que brotó todo el movimiento que luego se cristalizó el 15 de mayo de 2011 en la Puerta del Sol de Madrid

Y es que diría, e igual me equivoco, que a veces se nos olvida la importancia que tuvo todo aquello. Es de justicia recordar que el movimiento contra la Ley Sinde, que saltó de las redes a la calle, fue uno de los gérmenes de los que brotó todo el movimiento que luego se cristalizó el 15 de mayo de 2011 en la Puerta del Sol de Madrid. Aquellas eran reivindicaciones que unían a mucha gente, que reclamaban opciones más democráticas de gestión cultural, y, con ello, formas más horizontales de organización social.

Os he contado cómo he llegado yo hasta aquí, pero imagino que la mayoría tenemos una historia similar por mucho que la banda sonora pueda diferir.

Descanso

Veinte años después de aquel Steal This Album! ya casi nadie habla de robar. Ni de copiar. Atrás quedaron aquellos Copia Este Libro, Copiad Malditos!, Steal This Film, Yomango y demás llamadas al hurto. En la década pasada, las plataformas de streaming se han vuelto omnipresentes y han revolucionado la industria cultural: ahora casi todas las casas están suscritas a algo, cosa que antes parecía impensable. Se paga por cosas que, con mayor o menor facilidad, se siguen pudiendo encontrar gratis en la red. Se ha visto que aquellos que decían que a la industria no le quedaba otra opción que adaptarse tenían razón; han acabado haciéndolo. No se le pueden poner puertas al campo, el acceso a toda la cultura mediante la red es algo que vino para quedarse.

Las cosas han cambiado, eso es así. Si para obtener las preciadas canciones necesitábamos compartir, urdir, cuestionar e imaginar, ahora nos basta con pagar por el acceso a una colección casi infinita. Parece justo, es lo que pedíamos: tener toda la cultura al alcance de nuestras manos. No parece importarnos que el paradigma actual haya destruido los modos de subsistencia de los músicos, o que el remedio solo haya sido tal para los intermediarios, que han sido los que han arreglado su descosido y han visto cómo han vuelto a incrementar sus beneficios. La participación de los usuarios en su fiesta se limita a compartir con devoción las listas llenas de confeti de lo más escuchado al final de cada año.

Los jóvenes —no, amigo, nosotros ya no lo somos— han crecido bajo este modelo. Netflix, Spotify, Amazon, Youtube, Twitch, lo que sea; es su mundo. La mayoría de los músicos jóvenes ni siquiera publica su música en Bandcamp, ni mencionar cosas como Archive. Muchos tampoco quieren saber nada del formato físico.

Ha quedado patente que lo que nos interesaba no era tanto la construcción de otro modelo más justo, con que alguien nos haya dado todo al alcance de un click ha sido suficiente

Esto no es una queja, ni un texto buscando el aplauso de nicho de los míos o una reivindicación de aquellos maravillosos años. Fuera nostalgias. Es más, creo que no tenemos mucho de lo que estar orgullosos: parece que ha quedado patente que lo que nos interesaba no era tanto la construcción de otro modelo más justo, con que alguien nos haya dado todo al alcance de un click ha sido suficiente. Lo mismo da si es Aaron Schwartz o Jeff Bezos.

Tampoco pretendo analizar en profundidad cada caso y cada plataforma ni todas las aristas del modelo, no creo que sea necesario aclararlo a estas alturas del texto. El caso del cine es diferente del de la música, o de los papers científicos; en todos ellos hay ejemplos piratas, alternativos y hegemónicos. La idea es, más bien, tratar de traer a la palestra el espíritu de aquellos años. Seré yo, pero me parece que un mundo en el que la discusión política se da en una plataforma en manos de un tipo que parece un cruce entre un supervillano de la Marvel y un Hank Scorpio de Hacendado bien merece que recordemos algunas cosas.

El capitalismo de las plataformas culturales es para la cultura libre lo que el neoliberalismo fue para la contracultura. Un cierre en falso, una actualización del sistema que intenta arreglar los bugs que ciertos indeseables introdujeron

Podríamos hacer una analogía y decir que el capitalismo de las plataformas culturales es para la cultura libre lo que el neoliberalismo fue para la contracultura. Un cierre en falso, una actualización del sistema que intenta arreglar los bugs que ciertos indeseables introdujeron. Pero eso no nos debería llevar a análisis simplistas y pensar que una cosa tenía que derivar en la otra, sino que el fracaso en algunas de sus intenciones hizo que ocurriese lo que al final ha terminado sucediendo. Porque en todo aquello estaban los cimientos de lo que tenemos, pero también de un mundo completamente diferente.

Pero aquí estamos: en 2023 yo ya no sé qué escuchan los jóvenes. Yo solo soy un juntaletras con canas incipientes que se pone bebop para seguir siendo un flipado y que, de vez en cuando, indaga sobre lo que hacen las nuevas generaciones. Pero también es ahora cuando nos hemos vuelto a topar con cosas como Mastodon, que nos remite a tiempos pasados, aunque sea solo sea para volver a escuchar aquella jerga de las federaciones y la descentralización. Mientras tanto, han cerrado Z-Library y todos estamos rezando para que no hagan lo propio con Sci-Hub.

Vuelven, aunque sea muy tímidamente, los ecos de la cultura libre y estaría bien haber aprendido las lecciones de los cursos pasados. Porque mientras nos llenaban las aulas de Chromebooks también ha habido gente que ha tomado notas de otras fuentes más interesantes.

Prórroga

Hace poco se ha estrenado la serie The Playlist, que cuenta la historia de Spotify mediante diferentes relatos que se entrecruzan: la del creador Daniel Ek, el ejecutivo de la discográfica, el ingeniero, la abogada… Son seis episodios y si bien los primeros cinco se encargan de contarnos cómo hemos llegado hasta aquí, en el último capítulo los creadores se aventuran a especular. Aunque solo en parte.

Música
Consumo cultural ¿Hay alternativas más justas que Spotify para escuchar música?
La respuesta es sí, pero. Existen varias plataformas que ofrecen servicios de escucha de música con algunas mejoras respecto a Spotify, pero no difieren sustancialmente en lo que más se critica.

Dicho episodio, centrado en la visión de un músico que ha ido apareciendo durante el metraje anterior, nos cuenta cómo los artistas se sublevan, se alzan contra Spotify y lo llevan ante los tribunales estadounidenses. El alcance mediático que se muestra en pantalla es ficcional, lo demás no tanto. Dentro y fuera de las pantallas, el sindicato Unions of Musicians and Allowed Workers (UMAW) hace tiempo que empezó con campañas en contra del modelo Spotify y ahora están trabajando para introducir cambios regulatorios mediante la congresista Rashida Tlaib.

Volviendo a casa, es interesante recordar lo que dijo César Rendueles hace ya algunos años. Que el fetichismo de las redes ha reducido nuestras expectativas políticas, que parece absurdo pensar que un cambio tecnológico nos va a librar de negociar y luchar por modelos más justos; que internet es un arma formidable, eso sí, cuando la gente ya ha salido a la calle. Esto no quiere decir, a mi entender, que debamos rechazar las licencias Creative Commons o el software libre, sino que debemos darnos cuenta de que las herramientas por sí mismas no son las que nos liberan.

Ahora bien, ya no estamos en 2002, ni han pasado veinte años en vano. Puede que hayamos perdido la inocencia y que seamos conscientes de que todo aquello de la cultura libre no nos salvará. Eso ya pasó, lo sabemos. De hecho, probablemente toda aquella música ya solo le importe a un nicho muy reducido, aunque pueda existir la tentación de regodearse en los valores de una supuesta ciber-aldea perdida. Aun así, seguramente haya que volver a reivindicar la importancia de las herramientas, sin cegarnos pero asumiendo que hay formas terribles de tener el acceso a la cultura en nuestras manos: la actual es una de ellas.

David García Aristegui ya dijo que lo de la cultura libre no tenía que ver solo con geeks hablando sobre software, sino que podría ser una herramienta útil para crear canales alternativos de distribución y difusión cultural. Y es que en estos tiempos de nuevos monopolios que parecen aún mayores que los viejos, no sé exactamente cuál es el motivo por el que ya no debamos pensar en circuitos alternativos e independientes.

Necesitamos tanto centros autogestionados como fediversos donde probar, experimentar y crear, pero también regulación, control y redistribución a mayor escala

El mundo de la red se parece cada vez más al de carne y hueso —y viceversa—, hay mayor desigualdad, más impotencia, más atomización. Necesitamos tanto centros autogestionados como fediversos donde probar, experimentar y crear, pero también regulación, control y redistribución a mayor escala. Cuando la ilusión de que el mero acceso a la información, el conocimiento y el arte cambiará algo se ha esfumado, igual es hora de reivindicar que otros modos de relacionarlos con todo ello son posibles. Es cierto que ya nadie cree que la red nos salvará, pero tampoco parece que nadie tenga mucha intención de salvar, entre otras cosas, la red. Parecemos condenados a la aceptación acrítica de la red existente, que ha mutilado la comunicación y la colaboración. Es hora de volver a tejer y establecer vínculos sociales; teniendo claro que eso se hace, también, fuera de ella.

Hace años nos decían que robábamos a los artistas, parece necesario invertir la acusación y señalar que son ciertas plataformas las que roban a los creadores. Que usan su obra para enriquecerse y ofrecen migajas a cambio. En todos estos años el panorama ha cambiado drásticamente pero el reparto del pastel parece similar o incluso peor. Quizá debamos intentar que parezca obligado hablar del robo otra vez; solo entonces volverá a tener sentido hablar de una cultura libre.


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j000
14/1/2023 9:36

¿Cultura libre? Que se lo digan a Manel Fontdevila y el resto de autores de "Orgullo y Satisfacción". Coincido con el texto: no queríamos cultura libre, queríamos facilidades. Si me hubiesen dicho hace 10 años que todo el mundo iba a tener 2 suscripciones de música y 3 de televisión me hubiese reído en su cara, pero aquí estamos. Amigos, para que haya cultura libre hay que pagarla. Si no, Spotify y Netflix hasta la tumba.

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D4ns
14/1/2023 9:57

¿Qué pasó con Orgullo y Satisfacción?

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D4ns
13/1/2023 9:48

Me deja un gustito muy bueno de mirada optimista hacia lo que pueda venir si entendemos y ponemos en juego una tecnopolítica práctica. Tal vez es momento de sacarnos de cuajo el marcologismo en todo aquello que tiene que ver con propuestas de acción cultural y poner la experimentación en el centro. Y mientras tanto, claro está, estar en la calle para que no nos quiten más derechos. Gracias por el texto Jon.

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Agus
12/1/2023 9:05

Recuerdo que antes de guasap algunos amigos se quejaban de otros porque no les llamaban o escribían (por falta de dinero y permiso parental para teléfono), pero ahora que sí lo hacen descubrimos que el problema en realidad era otro: el clasismo.

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JonU
12/1/2023 10:11

Muy perdido con esto. Ni sé qué quieres decir ni qué relación tiene con el texto

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